El austríaco Konrad Lorenz, gran zoólogo y precursor de la etología, fue premio Nobel de Medicina en 1973, y el que no se limitaba a esa rama específica de la ciencia lo demuestra esta frase, en la que aborda la naturaleza como un todo a contemplar, como un todo a conocer, como un todo a amar: “La primera condición del paisaje es su capacidad de decir casi todo sin una sola palabra”.
Nos viene al pelo esta entradilla porque es lo que nos sugiere siempre un buen paisaje, que tenga que decirnos casi todo sin una sola palabra, solo le basta con el crujir de nuestros propios pasos, con el correr del agua, con el murmullo del viento o con el silencio de la luz que, como ser supremo, baña todo lo anterior, acoge a todo lo anterior, hace brillar todo lo anterior. Sólo con eso es capaz de transmitir sus sentimientos, exigiendo ponernos en modo escucha para poder captar una mínima parte de lo que es capaz de decir sin una sola palabra, como así nos quedamos nosotros ante tal magnitud, sin una sola palabra, hasta el punto de que seguimos sin ellas para poder describir tanta grandeza. Si insignificantes nos sentimos en el fondo del valle, más todavía cuando nos aupamos a uno de sus miradores para alzar la mirada todavía más lejos, abarcando todavía más esplendor.
La ruta de hoy es corta, pero explosiva, porque en menos de dos kilómetros salvamos más de quinientos de desnivel, lo que nos da una pendiente mantenida superior al 25%, con tramos de más, ya que la llegada se suaviza un poco. El punto de salida es la
central de Ruda, entrando por el sendero de la izquierda de la caseta. En breves, una tablilla nos saca de él para dirigirnos ya por el nuestro que, bajo una tubería de esas mismas instalaciones, y cruzando el barranco de
Ruda, con las recientes aguas que ha recogido del de
Rigau, nos mete en el bosque, que nos acompaña ya hasta nuestro objetivo de hoy. No hay muchos hitos intermedios que comentar, únicamente recuerdo que el sendero de bajada de la
ferrata de Sacs llegaba a éste. La clave está en armarse de paciencia y disfrutar de cada paso, de cada curva, de cada momento que nos brinda el ascenso entre el bosque a lo largo de una hora que nos cuesta su tránsito.
Al cabo de esa hora, la luz viene hacia nosotros. La llegada al puerto nos hace vernos merecedores de la recompensa de la corta, pero intensa subida. Todo un mundo de sensaciones se abre ante nosotros. Los creadores de Heidi no conocían este lugar de ensueño, seguro que no tan apreciado por los que antaño tuvieran que pasar aquí largas temporadas con el ganado, pero que a nosotros nos sabe a gloria, tanto es así que se nos va en la estancia tanto tiempo como en el ascenso. Es en lugares como éste en los que uno recuerda la frase de Lorenz, porque se quedan cortas las palabras que verbalizan las sensaciones, sólo a través de los oídos del corazón se puede canalizar el sentimiento de las montañas.
Silencio.
Silencio y armonía.
Silencio y paz.
Silencio y libertad.
Silencio y contemplación.
Silencio.
Empapados de todo lo que recibimos en lugares como éste, entre el cielo y la tierra, emprendemos el descenso por el mismo itinerario, llegando al punto de arranque tras 2 horas y 45 minutos, habiendo recorrido 3,7 km y salvado un desnivel acumulado en torno a los 515 m D+/-.
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El Pirineo no se vende
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