“El barquero de Siddhartha decía: “el río me enseñó a escuchar”. Hay mucho Pirineo capaz de comunicarnos significados, donde sus voces o susurros no están todavía tapados por el creciente barullo”. Eduardo Martínez de Pisón.
Sabias palabras que sólo podían salir de labios de un sabio que, a sus 86 años sigue repartiendo sabiduría, conocimiento, experiencias, y todo acompañado por su sonrisa, sencillez y simpatía. Tres “eses” a la que añadimos la de “siempre”, porque así ha sido a lo largo de su muy dilatada vida de docencia, investigación y divulgación de los valores del paisaje, como geógrafo de profesión y ecologista de vocación. Los que no hacíamos más que mirar en el paisaje, con él hemos aprendido a ver, a conocer, a valorar, a amar, en definitiva. A lo largo de su vida se ha hecho merecedor de numerosos premios, el último de ellos, el de Medio Ambiente de Aragón 2023, concedido por el Gobierno de Aragón, a petición de varios colectivos conservacionistas, pero que no fue entregado por razones espurias, y por ello, lo que quizá hubiera sido un acto institucional, frío, y sin mayor relevancia, gracias a la convocatoria de esos grupos, en connivencia con el Museo de Ciencias Naturales de la Universidad de Zaragoza, se convertía este lunes pasado en un entrañable y emotivo acto con la asistencia de un numeroso público entregado, que abarrotaba el Aula Magna del Paraninfo. Larga vida al homenajeado, y larga vida a los valores que promulga.
Hemos acudido a sus palabras del primer párrafo, porque encuadran el acercamiento de hoy a las montañas, a esos Pirineos capaces de comunicarnos significados, voces, susurros, alejados del barullo. Un barullo que devora muchos de nuestros valles en las temporadas estival e invernal. Pero hay otras temporadas, hay otros valles, que se escapan a todo ello. Hoy, en una de esas contra temporadas, visitamos uno de esos valles que no tienen los atractivos turísticos de masas y que, por ello, los hacen más seductores para los que buscamos la sencillez del paisaje susurrante, tratando de que nuestra alma vibre al unísono con la de él.
Algo que reúne esas condiciones es el valle de Acumuer, perfilado por el río Aurín, que acoge las tierras de media docena de pequeños pueblos, hoy despoblados, como Asqués, Bolás, Isín y Asún, más los poblados de Acumuer y Larrés, en la cabecera y pies del valle respectivamente. Otros despoblados más antiguos son los considerados en el libro Geografía Medieval de Serrablo, de José Miguel Navarro (Ayto. Sabiñánigo, Instituto de Estudios Altoaragoneses y Museo Ángel Orensanz, 2000), como de esta misma cuenca como los de Ataguás, Güe, Orzandué, Senés y Siricata. Del mismo tratado, extraemos la información de la existencia en el valle de varios cenobios, como los de san Juan de Arguisal, santa María de Arrasul, san Cristóbal de Aurín o san Martín de Cercito. El río, tras nacer en la cuenca del ibón de Bucuesa y recorrer todo el valle, desemboca junto a la población homónima de Aurín, en el Gállego, tras 25 kilómetros de recorrido.
Nos presentamos, pues, en Acumuer (ayuntamiento en 1834, al que se le unen Asqués, Asún, Bolás e Isín en 1845, pasando al de Sabiñánigo en la década de los 60), para dar comienzo a nuestra ruta incorporándonos al GR 15, o Senda Prepirenaica, por una vereda entre viejos campos que rumian su memoria porque ya nadie rumia por ellos. Como una hora enredados entre arbolado y arbustos, para salir finalmente a la tasca, cubierta parcialmente por ese erizón que coloniza el suelo, y que hoy nos ofrece sus mejores galas. Al poco, dejamos el GR 15 que siga a la derecha, para ir tomando a pecho la subida por las pendientes lomas que se nos presentan y que, para darnos un respiro, nos asomamos a nuestra izquierda, donde se nos abren vistas hacia la cabecera del Aurín y más allá. Estamos ascendiendo a la sierra d’Icún, y su punto más alto ya nos tiene en su radar, pero hay que ganárselo.
Como a dos horas del arranque, tomamos la pista, que va acariciando la loma. Una loma a dos aguas, que las reparte entre en barranco de san Bartolomé a nuestra izquierda, que rinde al Aurín, y el del Aso, a nuestra derecha, que da vida al Sobremonte, a caballo ya, no solo por el parteaguas sino por el límite municipal entre Sabiñánigo y Biescas. Una de las cotas por las que pasamos sin apenas darnos cuenta, es la de la Punta d’Enmedio, con su elocuente nombre. Todas las sierras son parteaguas, naturalmente, pero hay una que nos lo está recordando permanentemente, es la de Partacua. Perteneciente al numeroso grupo de las Sierras Interiores del Pirineo, se extiende de NW a SE, estando limitada al oeste por la cuenca de Bucuesa, y al este por el río Gállego, su fiera cara norte la ofrece al valle de Tena, y su no menos agreste cara sur, al barranco de Merdacero o del Puerto, que es la que se nos presenta con todo su esplendor, con toda su crudeza.
Un estéril, en apariencia, paisaje, pero que cumple su función sobre la vegetación, la fauna y el clima. La Peña Gabacha, en las estribaciones meridionales de la sierra, se funde visualmente con esta, debiendo prestar atención para distinguirla, dignificando, de ese modo, su entidad propia. Entre nosotros y ella, accidentes geográficos dignos de mención. El collado de Petruso, entre la Peña d’Icún (Cerro de las Canales en los mapas), y la Peña Petruso, que hace de bisagra entre esta sierra que hemos recorrido y la de Limés, recorrida hace cuatro años, y que se extiende con la misma orientación que la norteña Partacua, y en la que destaca la Punta de Burrambalo. Entre el Petruso y la Gabacha, otro collado, conocido como el Pilón de Acumuer, que hace de cabecera entre dos valles, el del Cecutar, que vierte al Aurín, y el de Merdacero, o del Puerto, que lo hace directamente al Gállego. Cabeceras en las que reina la paz en los llanos del Plan d’Igués y de Usabas, respectivamente.
Tenemos que acudir a estas descripciones geográficas porque se lo merecen, y porque no hay mucho que contar, o no sabemos qué, de estas humildes sierras que tanto trasiego han vivido. Si dirigimos nuestra mirada hacia poniente veremos el pequeño ibón de Lacuna bajo la Punta de Moscatuaro, al que teníamos pensado visitar, pero a falta de saber si tiene conexión con el valle principal acortando terreno, lo hacemos sólo con la mirada. Volvemos, pues, sobre nuestros pasos, que los dejamos para continuar por la pista hasta el Estacho Plano, donde nos incorporamos al GR 15 dirección Acumuer, descendiendo por los aleros del barranco del Val, por entre un extenso manto amarillo de erizones. Siguiendo las indicaciones, el GR 15 abandona la pista y continúa por un sendero a la izquierda, que va ganando ya desnivel, pasando por un refugio forestal y convergiendo con el camino de subida, para llegar finalmente al punto de partida.
Un bonito recorrido por solitarias sierras que contemplan agrestes y bellos paisajes, que nos ha llevado 6 horas y 10 minutos, para hacer 12,8 km y salvar un desnivel acumulado de en torno a los 1000 m D+/-.
Bibliografía:
Historia de Aragón. Los pueblos y los despoblados, I. Antonio Ubieto Arteta. Anubar (1984)
Geografía medieval de Serrablo. Ayto de Sabiñánigo, Instituto de Estudios Altoaragoneses y Museo Ángel Orensanz y Artes de Serrablo (2000)
El Alto Pirineo. Eduardo Martínez de Pisón. Ibercaja (2002)
Web:
Senderos FAM
Wikipedia
Wikiloc
RAE
IGN
Geamap
Hijo de la Tierra
El Pirineo no se vende
Las fotos (las del acto de Eduardo Mtnez. de Pisón son extraídas de las redes) y el track