Año XIII. Entrega nº 895
Lao-Tse es una personalidad, cuya autenticidad histórica está en debate, algo común a muchos de los grandes maestros de la humanidad, y que han sido opacados por sus detractores. La tradición china lo sitúa en el siglo VI adC. Fue el fundador del Taoísmo, término cuya raíz, Tao, significa literalmente “el camino”, pero que podemos trasladar a conceptos mucho más amplios, a conceptos tan extensos como intensos, tales como el orden natural de la existencia y del universo, en el que, naturalmente, nos encuadramos como humanos.
Si analizamos en profundidad el germen de las enseñanzas espirituales ofrecidas por los Grandes Maestros a lo largo de la historia de la humanidad, encontraremos inequívocamente el concepto dual de la existencia, los elementos masculino y femenino, causa y origen de la vida en el Cosmos. La filosofía que traemos hoy aquí, el Taoísmo, lo sustancia en el Yin y el Yang, los dos aspectos de la Creación, el masculino y el femenino, representados por el taijitu. El Yang es el principio masculino, la luz, el dador, la actividad; y el Yin, el femenino, la oscuridad, el receptor, la pasividad. Ambos se interpenetran, pero véase que cada uno de ellos tiene un punto del contrario, lo que significa que en todo, y en todos, hay un aspecto masculino y otro femenino.
Con ésta y otras reflexiones encaramos la ruta de hoy, porque es lo que nos sugiere el ver, por un lado, las grandes cimas apuntando hacia lo alto, y por otro, las depresiones ocupadas por esas masas de agua, vestigio de tiempos glaciales. Las grandes rocas, elemento sólido, masculino, y el agua, paradigma del elemento líquido, femenino. Pues sí. Ya tenemos el Yin y el Yang, pero sólo sobre el papel, ahora hay que ir a por ello.
Comenzamos desenvolviéndonos, pues, según la filosofía taoísta, en lo femenino, en la oscuridad, porque madrugamos más que el día para que el masculino, nos pille ya en marcha. Son algo más de las seis de la mañana cuando partimos de Puente Coronas, alumbrados por una luna llena de belleza escandalosa, como faro masculino, aunque ella sea femenina (de nuevo la dualidad), que penetra en las tinieblas femeninas, según la filosofía de cabecera. Los frontales, que sirven en zonas más cerradas, la complementan los tres cuartos de hora que nos dura el llegar a la palanca, donde dejamos el GR 11 para tomar el desvío a la izquierda.
De este modo, nos vamos introduciendo en la cuenca de Llosás, comenzando por cruzar por su plleta, por la que no es fácil seguir fielmente el camino debido a su parcial inundación. Casi una hora desde el desvío para llegar al ibón de Llosás, con su imponente paredón al norte, y su cresta al oeste, a la que se accede por la cuenca de Coronas como opción para subir al Aneto. Nos tomamos un respiro de cuerpo y alma.
En franca dirección este, nos dejamos engullir por una canal para acceder al Ibonet de Llosás, hermano pequeño del anterior, pero que lo mira por encima del hombro. Casi dos horas desde el arranque. Estamos ya metidos en pleno circo, en el que nos intimida la cresta que culmina en nuestro objetivo, y que iremos dejando a nuestra izquierda. Entramos en el mundo bolos, tan familiar estos días, en esta ocasión aliviados por la presencia de grandes lajas inclinadas, con buena adherencia, que facilitan la progresión, pero en menor cantidad de lo que desearíamos.
A nuestra espalda, y como caído de los mundos Margalida-Rusell, ya se va dibujando la brecha Soler, por la que llevamos idea de abandonar esta cuenca para pasarnos a la de Vallibierna. Continuamos con nuestro deambular, tratando de alimentar, a la vez que gastamos, nuestros depósitos de tenacidad, perseverancia, paciencia, admiración, agradecimiento, respeto... virtudes que serían inútiles si se quedaran en la montaña y no se vincularan con los quehaceres diarios en la vida.
Sería aburrido describir las dos horas y media de bolos que median entre el ibonet y la divisoria, a la que nos asomamos con una enorme admiración, haciendo esfuerzos por imaginarnos hasta qué altura llegaría el glaciar, posiblemente hasta más de la mitad del enorme paredón que tenemos a nuestros pies, debajo del cual se despliega, fruto de la desaparición del glaciar, otro enorme océano de bolos en la cuenca de Barrancs.
Trepada final, y a la cumbre.
La cumbre.
Momento cumbre.
Momento de auténtico éxtasis en una cota entre vertiginosas crestas, la que viene del Margalida, y que continúa al Aneto. Una ruta laberíntica y arriesgada sólo apta para personal muy preparado. Los casi 3300 metros de altitud del Tempestades le acreditan estar entre el Top-20 de los más de 200 tres miles de los Pirineos. Pero eso sólo son cifras, lo que cuenta son las sensaciones, los sentimientos, todo aquello que remueve los resortes del alma, sabiendo que el ser humano es lo más desarrollado evolutivamente en este planeta, sin embargo, lo pequeño que se siente ante semejante grandeza. Deo gratias.
Cuatro horas y media de subida y cuarenta y cinco minutos más de admiración en la cima nos preceden cuando comenzamos a encarar el descenso, que nos entretiene más de la cuenta para ese cambio de cuenca a través de la brecha Soler que, por no perder altura, nos vamos buscando la vida para alcanzar. Y lo hacemos por la loma. Justo ocho horas hasta aquí, cuando comienza la cuenta atrás para el bus de las cuatro, para el que nos quedan menos de dos. ¿Lo conseguiremos?
Dejamos con nostalgia, y placer al mismo tiempo, esa gran cuenca de Llosás, para descender a la de Vallibierna, con esos otros dos representantes del Yin, esos negros ojos de mirar infinito, que tenemos que alcanzar y sobrepasar. Para el Alto, descendemos por buen camino, con algún tramo de menos bueno. Vamos en busca del GR 11, para abrazarnos ya a él hasta destino. Como la dosis de recuerdo, hay que atravesar otro campo de bolos hasta llegar al Bajo, al que tenemos que alzarnos para seguir el camino.
Abandonamos la cuenca de Llosás
Un camino que ya decididamente va bajando hacia la palanca, por la que abríamos la circular hace más de ocho horas y media. Itinerario común, pues, hasta Puente Coronas, a donde han llegado algunos compañeros que se ha ido adelantando desde los ibones, como para sujetar el bus, si se dejaba, llegando el que suscribe, auténticamente arrastras, como un par de minutos pasadas las cuatro. Ese par de minutos que amablemente ha esperado el chófer y un autobús prácticamente lleno. Todo cogido con pinzas, pero con final feliz.
Pues con el Yin y el Yang con el que hemos empezado, hemos terminado esta ruta que nos ha llevado a las alturas y a los fondos de los valles, recorriendo 13,5 km, en 9 horas y 50 minutos, con un desnivel acumulado de en torno a los 1365 m D+/- (1335 m Wikiloc), habiendo alcanzado la máxima altura en los 3289 msnm del pico de Tempestades.
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