AQUERAS MONTAÑAS
Punta Arguibiela (1.673 m)
Peña Ezkaurre (2.045 m)
Sábado, 22 de octubre de 2016
El alma de otoño y la piel hecha jirones
debido al prolongado estío, que parece ya rendirse definitivamente. Con un
quiero y no puedo, en las ganas de agradar. Con un oxígeno hecho bosque, bosque
de hayas que poco a poco van cediendo sus ocres vestidos. Con la cabeza en las
húmedas nieblas, mirándose para adentro, que hay mucho que mirar. Unas nieblas
agarradas a la fiel caliza, que ni el feroz viento es capaz de hacerlas mover.
Alocadas ellas, celosas, marcando el territorio. Así nos encontramos hoy el monte,
con faldas marrones, blusa gris y vaporoso tocado de testa. Y todo ello hemos recorrido,
de pies a cabeza. Bueno, a cabezas, que han sido dos, la Punta Arguibiela (Abizondo en los mapas) y la
Peña Ezkaurre, con 7 mayencos dentro del programa de las actividades de montaña
del club.
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Alto de Argibiela. Arrancamos. |
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Camino del bosque |
Sí, con Julio, Josemari, Paco,
Rafa, Toño y Miguel, hemos dejado los vehículos en el alto de Arguibiela, justo
en la muga con Navarra, allá donde Zuriza y Belabarce se aúpan para darse la mano. En un
lugar de donde parte el GR 11.4, una variante del GR 11 que une Isaba con
Zuriza pasando, inusualmente, por la cima de una montaña, precisamente la que
vamos a visitar hoy, la que culmina un extraordinario macizo calcáreo, repartido
entre Aragón y Navarra, y que a ambas vertientes reparte aguas, concretamente a
los ríos Veral -recién nacido, fruto de la unión de Petraficha y Petrechema-, y
Ezka -Esca en castellano, que riega el valle del Roncal-. De hecho, su nombre,
Ezkaurre significa Ezka-(a)urre(an), delante del río Ezca.
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Mágico bosque |
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Trepando para alcanzar la Punta Arguibiela |
En una mañana fresca y húmeda,
partimos pues vistiéndonos de bosque nada más salir. Un bosque que respira por
y para nosotros. Tres cuartos de hora de empinadas rampas por entre el hayedo para
llegar al collado de Abizondo, donde dejamos momentáneamente el GR para
desviarnos hacia el NE, tomando otro sendero, que pronto deja de serlo a partir
de un hito de piedras sobre un tocón adornado de los frutos de temporada. A
partir de aquí, sólo el GPS es capaz de guiarnos hasta alcanzar la base de las
rocas en las que ya tenemos que ir echando manos, hasta subir a la alargada
cima tras una travesía por su arista visitada también por rachas de fuerte
viento, preludio de lo que nos vamos a encontrar en su hermana mayor, la Peña
Ezkaurre. La Punta Arguibiela, donde nos encontramos, ha querido compensar su menor
altura con algo de dificultad para conseguirla, pues requiere echar las manos
(F. sup.).
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En la Punta Abizondo |
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Extraordinaria masa forestal |
Algo más de atención para el
destrepe y por el mismo itinerario vuelta al collado, desde donde retomamos el
GR 11.4 para acometer ya la empinada subida por un sendero trazado por terreno
mixto, entre roca, piedras y tierra, todo ello mojado a partir de entrar ya en
el ambiente de niebla. Algo menos de una hora para llegar a ese punto en el que
los protagonistas son la cantidad de penitentes de piedra que los visitantes
han ido poniendo, y que ya indican la llegada a la enorme planicie cimera, algo
que no podemos contemplar. Bien se vale que en un punto próximo está el vértice
geodésico, que indica que con sus 2.045 metros es el punto más alto del macizo.
Hacia el este se extiende esa gran plataforma, desde la que con visibilidad se contempla
un extraordinario panorama hacia todas las puntas de la Rosa de los Vientos… y
alguna más.
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Espléndido valle de Zuriza, antes de meternos en las nieblas |
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Llegando a la cumbre de la Peña Ezkaurre |
Hostil lugar por el hostil
momento. El tiempo de permanencia en cumbre es el que nos cuesta hacer cuatro
fotos de fortuna, ya que sin acercarnos hasta esa atalaya este sobre Zuriza,
retomamos el GR 11.4 y comenzamos el descenso, que poco a poco nos va
encaminando hacia esa Canal Sur, muy escarpada e inclinada, pero a diferencia
de la subida, con la roca seca debido a los vientos que aprietan las nieblas a
este gran monte. En cuarenta minutos abandonamos la roca para llegar a la
cuenca de ese ibón estacional que toma el nombre del macizo. Extraño es
encontrarlo en terreno calizo, pero ahí lo tenemos, aunque hoy lo encontramos
con el ojo seco. La muga lo parte en dos, siendo el más occidental del Pirineo. Y la leyenda dice de él que en su fondo, hoy a
la intemperie, se conserva el anillo de una princesa.
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Bajando por la Canal Sur |
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Llegando al ibón de Ezkaurre |
Pero nosotros a lo nuestro, que
es recorrer el amable puerto y buscar un abrigo para echar un bocado. Lo
conseguimos a punto de enfilar ya el descenso. Estamos en un lugar rodeado de
testimonios megalíticos que prueban la gran actividad y gran vida que
albergaron estos riscos con estos pastos de altura. Algunos salteados
ejemplares de pino negro luchan por sobrevivir. Por suave terreno, en el que se
intercalan corros de roca viva y más amables, nos vamos direccionando hacia el
norte, donde nos encontramos con la cueva llamada Del Paso de Ezkaurre, que
aunque aparentemente ciega, cuenta con una descomunal entrada. Otro tramo de
descenso por la roca y nos sitúa ya en terreno de pastos, límite con el bosque
en el que nos adentramos tras campos de helechos, dejando atrás las ruinas de la cabaña y la fuente de
Baines, bajo el pico del mismo nombre.
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Cueva Del Medio de Ezkaurre |
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Admiración y respeto |
Sólo nos queda ya una larga
travesía por el bosque, que nos cuesta como hora y cuarto, no siempre por buen
sendero. Qué razón tenía el poeta cuando dijo que se hace camino al andar. No muy cómodo transitar en algún momento, sólo compensado por la magia de vernos en el seno de un ser vivo de estas características. Un ser vivo, como todos, compuesto de innumerables células, hayas la mayoría, algún abeto y pino royo en cotas más bajas. Esa falta de trasiego hace que el profundo bosque se repliegue sobre sí mismo, donde en la intimidad de sus horas íntimas unos enormes ejemplares de hayas se van sucediendo, como verdaderas hembras alfa, con innumerables vástagos bajo sus faldas, fruto de años y años de trabajo, íntimo también, entre ellas y la tierra. Sin duda, una auténtica sinfonía, al margen de la mano del hombre, para su admiración y la pervivencia del bosque.
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Junto a otro de los gigantes del bosque |
Al filo de las dos y media, y tratando de engañar al reloj para llegar en 5h 30’ ante nuestra vista, los
vehículos. El tiempo en movimiento ha sido inferior a las 4h 15’, en el que
hemos recorrido 12,2 km, haciendo un desnivel acumulado en torno a los 1.200
metros D+. Una mañana, en definitiva, que nos ha hecho partícipes de los
pensamientos de esa cabeza inmersa en las nieblas, pero que le hemos ganado la
partida a la anunciada lluvia. Una mañana, decimos, pasada en un ambiente puramente
otoñal por unos bosques deseosos de dar lo mejor de sí, y por supuesto, en buena compañía.