IXOS MONS
Eremitorio de San Cristóbal
Jueves, 11 de enero de 2018
Las
sierras exteriores pirenaicas esconden en su regazo retazos de la vieja
historia. Una historia que casi pasa desapercibida de no ir en su búsqueda. Una
historia construida a base de sangre, sudor y lágrimas, de huidas, de
conquistas y reconquistas, en olor de santidad en muchas ocasiones. Una
historia que se va diluyendo en los pliegues de estas sierras que siguen
estando ahí, y a las que nos acerca Jesús Casbas, buen conocedor de ellas, buen
conocedor de Bolea y sus alrededores, pues se trata ya de la quinta generación
de una saga de sastres que comenzó con su tatarabuelo haciendo esos trajes típicos
regionales, y ha derivado en uno de los centros de referencia en cuanto a la
creación y comercialización de prendas deportivas.
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El sol comienza a bañar Bolea y sus campos |
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Comenzando la ruta |
Pues
con él, Sara, Marisa, su amigo Víctor, y un grupo de más de medio centenar de
entusiastas miembros de Os Andarines d’Aragón, que de Zaragoza salimos, nos
disponemos a rellenar una nueva jornada de monte por estas calladas sierras que
hoy encontramos regaladas con el mágico manto nevado que el frente no ha dudado
en dejar. La mañana está fría, y el viento bien espabila, por si alguien le hacía
falta tras el trayecto nocturno, que en llegando a Bolea el tímido sol va
transformando el paisaje y el ánimo para afrontar la caminata.
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El Gratal ojo avizor |
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Viejas oliveras |
Una
caminata que emprendemos al filo de las 9 de la mañana, saliendo por la parte
norte del pueblo, por donde habitan los seres más viejos del lugar, esos retorcidos
olivos que hibernan ya desprovistos de su preciado fruto. Por viejos caminos
también, que dormitan con ellos, nos vamos adentrando ya por el PR-HU 111, que
sin dejarlo nos acompaña en nuestra ruta hasta el eremítico lugar, no sin antes
cruzarnos con el GR 1, o Sendero Histórico, que comparte algún tramo con el
Camino Natural de la Hoya de Huesca.
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Desafiantes torreones |
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De ruta hacia la sierra |
Poco
a poco nos alineamos con el barranco de San Cristóbal, le llaman, pero que no
es otra cosa que el río Sotón, que en lo alto de esta sierra nace. Y con ese adentrarnos
en el barranco, vigilados nos vemos por algunos testigos de la memoria, como
son esos torreones de conglomerados, areniscas y arcillas que enhiestos han
sobrevivido al levantamiento de los fondos marinos, y que sirven de referencia óptica
para ver el rápido devenir de las nubes, que van alternando ratos más templados
por el sol, que lo intenta y a veces hasta lo consigue.
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Llegando al eremitorio |
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Paredes con oquedades propicias para el cerramiento |
Seguimos
mirando al fondo del barranco por encima del hombro, al menos cuando la profusa
vegetación nos lo permite. El estrecho, pero cómodo, sendero nos va llevando
hacia el congosto, metiéndonos debajo de una gran pared en la que ya se intuye
que nuestro viaje está llegando a su fin. Esa gran pared es un nido de nidos.
Las distintas capas de arcilla, más blanda que las areniscas, han sido, y son,
pasto de la erosión, formando curiosas cavidades propicias para la nidificación
de las aves rupícolas. Curiosas cavidades decimos, de muy distintos tamaños, y
tan grandes las hay que algunos han sido tapiados de circunstancias, creando así
esos espacios reducidos, abrigos que antaño fueron aprovechados por esos
eremitas que, huyendo del mundo, quizá de sí mismos, anduvieron por estos
pagos.
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Llegando al final del ttayecto |
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San Cristóbal -wikipedia |
Se
trata de un acrobático lugar, colgado unos treinta metros sobre el fondo del
barranco, y que pertenece al término de Aniés, aunque es más visitado desde
Bolea, y quizá su titularidad le venga dada por su acercamiento a ese barranco.
Cuenta la tradición popular que Cristóbal era un personaje de gran porte que
apostado en sus orillas se ganaba la vida ayudando a las personas a pasarlos,
hasta que en una ocasión le tocó hacerlo con un niño que, al pesarle más, mucho
más, que cualquier adulto, al llegar a la otra orilla, le dijo: “He sentido en mis espaldas tanto peso como
si hubiera llevado el mundo entero”, y el pequeño, que era el Niño Jesús,
le respondió: “Verdad es lo que acabas de
decir; has llevado sobre tus hombros al Mundo y a su Creador, pues yo soy el
Cristo que buscas, tu Rey…”. Cristóforo, Cristóbal, es el nombre que le
indicó ese Niño que a partir de ese momento tenía que usar, que significa
precisamente eso, portador de Cristo, de ahí el patronazgo de los conductores.
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Entrada al eremitorio |
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Aspecto del interior de la capilla |
Leyendas
que antaño trenzaban con una realidad tremendamente adversa para hacerla más
llevadera en las distintas épocas vividas a lo largo de los comienzos de la
cristiandad, bajo el pesado yugo de la vida en unas condiciones deplorables
generadas por reyes y nobles con la connivencia de la iglesia, que las
alimentaba. Leyendas y curiosidades que hoy explican en gran parte el devenir
de la historia que, pegada a estas sierras y barrancos que tantos
secretos ocultan, y que las mayores investigaciones arqueológicas no son
capaces de arrancarles. Generaciones y generaciones de personas que han encontrado
en las montañas sus lugares de protección, sus últimos recursos para seguir
viviendo quizá con más aspiraciones espirituales que materiales.
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Pintura mural de la Anunciación |
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Altar |
Reflexiones
que vienen a nuestra mente mientras las manos buscan asidero para colaborar en
ese corto, pero incómodo ascenso hasta la entrada a este lugar, que se hace a
través de unas escaleras un tanto aéreas, y que nos introducen en el interior
del eremitorio. Lo primero que nos encontramos al entrar es una antesala con un
nacimiento. A continuación, la pequeña estancia de la capilla del conjunto
comunal, donde los posibles ermitaños compartían tiempo y espacio. Justo encima
de la entrada se adivina un altillo que bien pudiera ser utilizado como coro.
Pintura mural de la Anunciación y altar completan este escaso espacio. Al fondo,
otra pequeña estancia que bien pudiera tratarse de celdas particulares, así
como las repartidas por otros lugares de la pared.
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Circo en la cabecera del barranco |
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Vista de la sierra Caballera |
Un
lugar, enigmático sin duda, al que no se puede acceder en tropel. Aprovechamos
el primer turno para tras la visita, y aprovechando el tiempo de las
siguientes, tomamos un sendero que sube y sube, no en mejores condiciones que
el recorrido hasta la ermita, y es el que conduce a otro de estos eremitorios,
mucho más notable que éste, como es el de la Virgen de la Peña, también de Aniés.
Pero no llegamos ni siquiera al collado. Tras un breve paso entre grandes
bojes, se nos abre un pequeño circo origen de este barranco tributario del Sotón.
El sendero se intercala con tramos de mojado, y casi helado, suelo de roca que hace extremar la precaución, y que sigue hacia arriba, pero que nuestra curiosidad
se ve colmada al asomarnos entre las peñas, incluso al subir a una de ellas,
que domina este bellísimo lugar, una de las gorgas con las que la naturaleza, a
lo largo de siglos, milenios, eones de tiempo, ha dado salida a los cauces de
agua que van erosionando lenta pero inexorablemente los terrenos blandos.
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Barranco del Sotón |
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Plataforma bajo la enorme chimenea |
Nuestro
regreso al circuito comunal coincide con el descenso del último turno de
visitas a este misterioso y colgado lugar. La agrupación del personal para
inmortalizar el momento precede al comienzo del retorno por el mismo itinerario
que el de subida, es decir, por ese PR-HU 111, que en menos de una hora nos
lleva a la ermita de Santa Quiteria, donde nos esperan dos ilustres de la
cofradía que la regenta, compartiendo momento, lugar y conocimientos sobre su
historia reciente, incidiendo en que cada 22 de mayo, como desde el siglo XII,
celebran la fiesta de la santa, con un guiso peculiar, la pepitoria, que a lo
largo de toda la noche previa cocinan, en un enorme fogón, en viejas vasijas
cerámicas, del Bandaliés de hace más de doscientos años, que arriman al fuego,
y que sin hervir, sólo con el arrime al fuego, lenta, muy lentamente se va
haciendo el guiso que reparten entre los más de 100 cofrades y un acompañante
por cada uno, en unos platos de la misma época y procedencia.
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Vasijas centenarias |
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En la puerta de la colegiata |
Aquí
diverge el camino con el de subida, el que tomamos nos lleva más directamente a
Bolea, de donde obligada es la visita a esa colegiata, restaurada gracias al
empeño de la Asociación de Amigos de la Colegiata de Bolea. La comida en un
restaurante de la localidad y la visita a los talleres de nuestro anfitrión,
ponen el broche final a esta corta, pero magnífica ruta por estos somontanos de
la sierra de Caballera, a la que le hemos metido 12,6 km, en un tiempo total de
4h 50’, del que 3h 15’ han sido en movimiento, para salvar un desnivel
acumulado de entorno a los 650 m D+/-, en una jornada en la que el tiempo, a
pesar de las previsiones, ha dejado hacer.