domingo, 28 de enero de 2018

Pozos de nieve de Santolarieta y peña San Miguel

IXOS MONS
Pozos de nieve de Santolarieta
y peña San Miguel (1126 m)
Sábado, 27 de enero de 2018



            Casi todo son bondades cuando se aborda la montaña de forma lúdica, voluntaria, pero no olvidemos que siempre no ha sido así. El territorio de montaña, como cualquier otro habitado por el ser humano, ha estado, y sigue estando, ocupado por hombres y mujeres que han tenido que apañárselas para sacar de él todos sus recursos. Eso ha conllevado la existencia de infinidad de oficios relacionados con la subsistencia. Hoy en día, esa subsistencia se mide con otros parámetros, por lo que la inmensa mayoría de esos oficios se ha perdido, o está en ese trance. Nuestra pequeña, pero interesante, ruta de hoy gira en torno al hielo, su recogida, almacenaje y distribución, un oficio perdido, ciertamente, debido a la irrupción en nuestras vidas de la energía eléctrica y los modernos electrodomésticos y cámaras industriales, pero que aún con todo, el evidente cambio climático hubiera hecho imposible a nuestras latitudes pirenaicas.

Arrancamos junto a la parroquial de San Mamés y Santa Eulalia

En tiempo pasa lento en el llano
            En una de esas mañanas invernales de dudoso bienestar por el Pirineo, hoy nos acercamos a la Sierra de Guara. Hoy nos acercamos, decimos, a una de las localidades del municipio de Nueno, enclavada al otro lado del congosto del Isuela, a más de mil metros de altitud, colgada en las faldas del Piacuto. Hoy nos acercamos… a Santa Eulalia de la Peña, pero nos gusta más llamarla Santolarieta, y creemos que a ella también. Esta pequeña población pervive todavía en una de las solanas de estas sierras, y sin vértigo contempla una de las vistas más extensas y extraordinarias sobre la Hoya de Huesca.

Comienzo y fin del bucle

El sol llega también al pozo de nieve
            Junto a su parroquial, que reza a San Mamés y Santa Eulalia, dejamos el vehículo para dirigirnos a la parte norte del pueblo, donde sin salir de él nos encontramos la señalización que nos indica hacia Sabayés y Nueno, pero que no hacemos caso porque no es ahí a donde nos dirigimos. Seguimos hasta alcanzar otro cruce, en el que señales del parque nos bifurcan la mirada hacia los dos pozos de nieve que vamos a visitar. Tomamos la opción de hacer la circular en sentido horario, de modo que nos dirigimos hacia el de las Planas.

Pozo de nieve de Las Planas

Gratal, al otro lado del Isuela
            Por un sendero que va burlando un más ancho camino, que hace las veces de cortafuegos para el tendido eléctrico, vamos subiendo hasta que alcanzamos ese primer pozo, que encontramos en muy buenas condiciones, aunque sin la bóveda que informa el panel que debía tener en sus tiempos mozos. Lo alcanzamos al mismo tiempo que el sol, que una loma a levante le va permitiendo el paso. Un sol que hace tiempo ya del que disfruta el Pico Gratal, el Mediodía, y sus adláteres, a poniente y al otro lado del Isuela.

Piacuto, en cuyas faldas está Santolarieta

El norte y el Gran norte se acompasan
            Volvemos sobre nuestros pasos para incorporarnos al sendero, cuyos blandos materiales, ayudados por la fuerte pendiente, han sido profundamente erosionados por la escorrentía de las aguas. Todo ello bajo la atenta mirada del Piacuto, un monte menor que baja del cordal del Pico del Águila, dueño y señor de estos montes. Nuestros pasos nos llevan a una pista, con sus indicadores. De forma experimental tomamos un sendero dirección norte que las tablillas ignoran, pero con baliza con los colores verdes del parque. Lo seguimos como medio kilómetro. Va decididamente encarado hacia el Águila, pero a nuestra derecha ya se abre un paisaje que no pasa desapercibido.

Grandes moles calcáreas modulan el paisaje

Las últimas nieves reposan sobre el fiero abrizor
            El río Flumen se ha sabido labrar su camino a lo largo de eones de tiempo, dejando a uno y otro lado grandes macizos, grandes paredones, con identidad propia. Hablamos de Cienfuens. Hablamos del Picón de Guara, de las crestas de Valleclusa, de las peñas de San Miguel y de Amán, unos fenómenos geológicos de primer orden, apreciados ya por nuestros antepasados de hace milenios, a tenor de los vestigios megalíticos encontrados en los alrededores, como el dolmen de Belsué. El blanco Gran Norte asiente. Ya llevamos tiempo sabiendo que este sendero nos aleja de nuestro siguiente objetivo, pero el paisaje nos encandila de tal manera que tardamos hasta dar la vuelta.

Pozo de nieve del Paco de Lapinosa

Panel informativo del pozo
            De nuevo en la pista, donde una de las tablillas nos encamina hacia el pozo de nieve del Paco de Lapinosa, hacia el que nos dirigimos por estrecho pero marcado sendero. Llegamos a un collado, al que volveremos tras la visita a este otro pozo, que encontramos en las mismas buenas condiciones que el anterior. Vuelta a ese collado para tomar ya decididamente el camino al pueblo, en el que nos detenemos ante el abrigo de La Rajal, para contemplar unas incipientes, pero elocuentes, muestras de pinturas rupestres, los grafitis de antaño. Junto a éste, la presencia de otros abrigos nos lleva a pensar en el punto tan estratégico en el que nos encontramos, ya que se presta al solaz al propio tiempo que a la contemplación y avistamiento cinegético sobre la inmensa llanura que tenemos ante nuestra vista.

Abrigo protegido de La Rajal

Detalle del bóvido milenario
            En veinte minutos llegamos a cerrar el bucle, y antes de entrar en el pueblo nos llama la atención unas viejas eras con su también abandonado molón, que cansado de dar vueltas reposa en sus orillas. Otros cinco minutos más y llegamos al pueblo, donde nos espera fielmente el vehículo, que nos transporta por estrecha y delicada carretera hasta el collado de San Miguel, donde un aparcamiento le sirve de nuevo reposo mientras ascendemos a la peña del mismo nombre. Este collado da vista al profundo barranco que el río Flumen se ha sabido labrar para admiración nuestra. Las vistas hacia el norte no son muy distintas a las ya contempladas en nuestro tránsito por alguno de los tramos del circuito de los pozos de nieve, pero no por ello dejamos de extasiarnos y de admirarlas.


Peña de San Miguel... que vamos

            Nos dirigimos hacia la peña por ancho y bien marcado camino, que al poco tiene que ser ayudado por unos escalones para salvar el desnivel que ya exige la aproximación a la pared, que la hacemos en diez minutos. Este mallo, como el gemelo de Amán, está constituido por conglomerados, en los que se alternan capas sedimentarias de cantos rodados y de arcillas, más blandas éstas, que constituyen los típicos recovecos en el conjunto de la roca, al propio tiempo que fajas horizontales por las que transitar para alcanzar la cumbre. Y para pasar de una a otra hay dispuestas unas escalas metálicas, grapas y cadenas.

Aljibes en los recovecos de la roca

El Picón de Guara, y más próximo el Fraile y Peña Amán
            Estamos ante un enclave estratégico de primer orden, ya que el dominio que se puede vigilar es extraordinariamente vasto en todas direcciones. Es por ello que fue elegido por el avance musulmán para construir una fortificación, ya en el siglo X, y que fue llamada castillo de Sen, conquistada posteriormente por Sancho Garcés de Navarra, aunque no fue definitiva su anexión a las fuerzas cristianas hasta finales del siglo XI, siendo abandonada al poco tiempo debido al avance de la reconquista hacia la tierra llana. Pero de esto hace casi ya mil años, un tiempo geológicamente inapreciable, en el que algo habrá cambiado el manto vegetal, pero poco esas manifestaciones calizas que se alzan hacia el infinito marcando el territorio, y que seguramente admiraron tanto aquellas gentes como lo hacemos también nosotros.

Restos de la ermita de San Miguel

Vista general del conjunto
            El nombre latín del río Flumen seguramente ya venía de otros mil años atrás. Un cauce cuyas aguas habrá traído una y mil veces ya en ese deambular eterno del ciclo del líquido elemento, y que a partir de este congosto labra unas espectaculares hoces sobre materiales blandos en busca ya de la tranquilidad de la tierra llana. A lo largo del ascenso nos encontramos viejos aljibes que proveían de agua al conjunto castrense. También los restos de una torre de vigilancia hacia el norte, que es de donde podía venir el enemigo en su construcción. La parte alta está ocupada por restos del castillo y la ermita, aparte, naturalmente de la magia del lugar, ni un ápice socavada a lo largo de los siglos. Una magia incrustada también en algunas rocas, como testimonio de ese pasado marino.

El Flumen va labrando su camino


Si las piedras hablaran
            Una buena cuadrilla de buitres, que aprovechan las térmicas para elevar su vuelo, observan atentamente nuestro descenso, y que una vez alcanzado el vehículo damos por concluida esta incursión a los confines occidentales del Parque Natural de la Sierra y Cañones de Guara, con la vuelta a los montes de Santolarieta, visitando dos de sus pozos de nieve, poniendo la guinda a esa tarta con el ascenso a la peña de San Miguel, en el Salto de Roldán. Una vuelta a la que le hemos metido 2h 10’ de tiempo total, del que en movimiento ha sido de 1h 20’, salvando un desnivel de entorno a 330 metros D+/-, a lo que habría que añadir otra hora más y como 120 metros más de desnivel para alcanzar la guinda de la tarta de hoy.


La imagen de encabezamiento está extraída de abriendohuella.blogspot.com.es 


domingo, 14 de enero de 2018

Eremitorio de San Cristóbal, de santidad por los montes de Bolea

IXOS MONS
Eremitorio de San Cristóbal
Jueves, 11 de enero de 2018



            Las sierras exteriores pirenaicas esconden en su regazo retazos de la vieja historia. Una historia que casi pasa desapercibida de no ir en su búsqueda. Una historia construida a base de sangre, sudor y lágrimas, de huidas, de conquistas y reconquistas, en olor de santidad en muchas ocasiones. Una historia que se va diluyendo en los pliegues de estas sierras que siguen estando ahí, y a las que nos acerca Jesús Casbas, buen conocedor de ellas, buen conocedor de Bolea y sus alrededores, pues se trata ya de la quinta generación de una saga de sastres que comenzó con su tatarabuelo haciendo esos trajes típicos regionales, y ha derivado en uno de los centros de referencia en cuanto a la creación y comercialización de prendas deportivas.

El sol comienza a bañar Bolea y sus campos

Comenzando la ruta
            Pues con él, Sara, Marisa, su amigo Víctor, y un grupo de más de medio centenar de entusiastas miembros de Os Andarines d’Aragón, que de Zaragoza salimos, nos disponemos a rellenar una nueva jornada de monte por estas calladas sierras que hoy encontramos regaladas con el mágico manto nevado que el frente no ha dudado en dejar. La mañana está fría, y el viento bien espabila, por si alguien le hacía falta tras el trayecto nocturno, que en llegando a Bolea el tímido sol va transformando el paisaje y el ánimo para afrontar la caminata.

El Gratal ojo avizor

Viejas oliveras
            Una caminata que emprendemos al filo de las 9 de la mañana, saliendo por la parte norte del pueblo, por donde habitan los seres más viejos del lugar, esos retorcidos olivos que hibernan ya desprovistos de su preciado fruto. Por viejos caminos también, que dormitan con ellos, nos vamos adentrando ya por el PR-HU 111, que sin dejarlo nos acompaña en nuestra ruta hasta el eremítico lugar, no sin antes cruzarnos con el GR 1, o Sendero Histórico, que comparte algún tramo con el Camino Natural de la Hoya de Huesca.

Desafiantes torreones

De ruta hacia la sierra
            Poco a poco nos alineamos con el barranco de San Cristóbal, le llaman, pero que no es otra cosa que el río Sotón, que en lo alto de esta sierra nace. Y con ese adentrarnos en el barranco, vigilados nos vemos por algunos testigos de la memoria, como son esos torreones de conglomerados, areniscas y arcillas que enhiestos han sobrevivido al levantamiento de los fondos marinos, y que sirven de referencia óptica para ver el rápido devenir de las nubes, que van alternando ratos más templados por el sol, que lo intenta y a veces hasta lo consigue.

Llegando al eremitorio

Paredes con oquedades propicias para el cerramiento
            Seguimos mirando al fondo del barranco por encima del hombro, al menos cuando la profusa vegetación nos lo permite. El estrecho, pero cómodo, sendero nos va llevando hacia el congosto, metiéndonos debajo de una gran pared en la que ya se intuye que nuestro viaje está llegando a su fin. Esa gran pared es un nido de nidos. Las distintas capas de arcilla, más blanda que las areniscas, han sido, y son, pasto de la erosión, formando curiosas cavidades propicias para la nidificación de las aves rupícolas. Curiosas cavidades decimos, de muy distintos tamaños, y tan grandes las hay que algunos han sido tapiados de circunstancias, creando así esos espacios reducidos, abrigos que antaño fueron aprovechados por esos eremitas que, huyendo del mundo, quizá de sí mismos, anduvieron por estos pagos.

Llegando al final del ttayecto

San Cristóbal -wikipedia
            Se trata de un acrobático lugar, colgado unos treinta metros sobre el fondo del barranco, y que pertenece al término de Aniés, aunque es más visitado desde Bolea, y quizá su titularidad le venga dada por su acercamiento a ese barranco. Cuenta la tradición popular que Cristóbal era un personaje de gran porte que apostado en sus orillas se ganaba la vida ayudando a las personas a pasarlos, hasta que en una ocasión le tocó hacerlo con un niño que, al pesarle más, mucho más, que cualquier adulto, al llegar a la otra orilla, le dijo: “He sentido en mis espaldas tanto peso como si hubiera llevado el mundo entero”, y el pequeño, que era el Niño Jesús, le respondió: “Verdad es lo que acabas de decir; has llevado sobre tus hombros al Mundo y a su Creador, pues yo soy el Cristo que buscas, tu Rey…”. Cristóforo, Cristóbal, es el nombre que le indicó ese Niño que a partir de ese momento tenía que usar, que significa precisamente eso, portador de Cristo, de ahí el patronazgo de los conductores.

Entrada al eremitorio

Aspecto del interior de la capilla
            Leyendas que antaño trenzaban con una realidad tremendamente adversa para hacerla más llevadera en las distintas épocas vividas a lo largo de los comienzos de la cristiandad, bajo el pesado yugo de la vida en unas condiciones deplorables generadas por reyes y nobles con la connivencia de la iglesia, que las alimentaba. Leyendas y curiosidades que hoy explican en gran parte el devenir de la historia que, pegada a estas sierras y barrancos que tantos secretos ocultan, y que las mayores investigaciones arqueológicas no son capaces de arrancarles. Generaciones y generaciones de personas que han encontrado en las montañas sus lugares de protección, sus últimos recursos para seguir viviendo quizá con más aspiraciones espirituales que materiales.

Pintura mural de la Anunciación

Altar
            Reflexiones que vienen a nuestra mente mientras las manos buscan asidero para colaborar en ese corto, pero incómodo ascenso hasta la entrada a este lugar, que se hace a través de unas escaleras un tanto aéreas, y que nos introducen en el interior del eremitorio. Lo primero que nos encontramos al entrar es una antesala con un nacimiento. A continuación, la pequeña estancia de la capilla del conjunto comunal, donde los posibles ermitaños compartían tiempo y espacio. Justo encima de la entrada se adivina un altillo que bien pudiera ser utilizado como coro. Pintura mural de la Anunciación y altar completan este escaso espacio. Al fondo, otra pequeña estancia que bien pudiera tratarse de celdas particulares, así como las repartidas por otros lugares de la pared.

Circo en la cabecera del barranco

Vista de la sierra Caballera
            Un lugar, enigmático sin duda, al que no se puede acceder en tropel. Aprovechamos el primer turno para tras la visita, y aprovechando el tiempo de las siguientes, tomamos un sendero que sube y sube, no en mejores condiciones que el recorrido hasta la ermita, y es el que conduce a otro de estos eremitorios, mucho más notable que éste, como es el de la Virgen de la Peña, también de Aniés. Pero no llegamos ni siquiera al collado. Tras un breve paso entre grandes bojes, se nos abre un pequeño circo origen de este barranco tributario del Sotón. El sendero se intercala con tramos de mojado, y casi helado, suelo de roca que hace extremar la precaución, y que sigue hacia arriba, pero que nuestra curiosidad se ve colmada al asomarnos entre las peñas, incluso al subir a una de ellas, que domina este bellísimo lugar, una de las gorgas con las que la naturaleza, a lo largo de siglos, milenios, eones de tiempo, ha dado salida a los cauces de agua que van erosionando lenta pero inexorablemente los terrenos blandos.

Barranco del Sotón

Plataforma bajo la enorme chimenea
            Nuestro regreso al circuito comunal coincide con el descenso del último turno de visitas a este misterioso y colgado lugar. La agrupación del personal para inmortalizar el momento precede al comienzo del retorno por el mismo itinerario que el de subida, es decir, por ese PR-HU 111, que en menos de una hora nos lleva a la ermita de Santa Quiteria, donde nos esperan dos ilustres de la cofradía que la regenta, compartiendo momento, lugar y conocimientos sobre su historia reciente, incidiendo en que cada 22 de mayo, como desde el siglo XII, celebran la fiesta de la santa, con un guiso peculiar, la pepitoria, que a lo largo de toda la noche previa cocinan, en un enorme fogón, en viejas vasijas cerámicas, del Bandaliés de hace más de doscientos años, que arriman al fuego, y que sin hervir, sólo con el arrime al fuego, lenta, muy lentamente se va haciendo el guiso que reparten entre los más de 100 cofrades y un acompañante por cada uno, en unos platos de la misma época y procedencia.
 
Vasijas centenarias

En la puerta de la colegiata
            Aquí diverge el camino con el de subida, el que tomamos nos lleva más directamente a Bolea, de donde obligada es la visita a esa colegiata, restaurada gracias al empeño de la Asociación de Amigos de la Colegiata de Bolea. La comida en un restaurante de la localidad y la visita a los talleres de nuestro anfitrión, ponen el broche final a esta corta, pero magnífica ruta por estos somontanos de la sierra de Caballera, a la que le hemos metido 12,6 km, en un tiempo total de 4h 50’, del que 3h 15’ han sido en movimiento, para salvar un desnivel acumulado de entorno a los 650 m D+/-, en una jornada en la que el tiempo, a pesar de las previsiones, ha dejado hacer.