IXOS MONS
Pozos de nieve de Santolarieta
y peña San Miguel (1126 m)
Sábado, 27 de enero de 2018
Casi
todo son bondades cuando se aborda la montaña de forma lúdica, voluntaria, pero
no olvidemos que siempre no ha sido así. El territorio de montaña, como
cualquier otro habitado por el ser humano, ha estado, y sigue estando, ocupado
por hombres y mujeres que han tenido que apañárselas para sacar de él todos sus
recursos. Eso ha conllevado la existencia de infinidad de oficios relacionados
con la subsistencia. Hoy en día, esa subsistencia se mide con otros parámetros,
por lo que la inmensa mayoría de esos oficios se ha perdido, o está en ese
trance. Nuestra pequeña, pero interesante, ruta de hoy gira en torno al hielo,
su recogida, almacenaje y distribución, un oficio perdido, ciertamente, debido
a la irrupción en nuestras vidas de la energía eléctrica y los modernos
electrodomésticos y cámaras industriales, pero que aún con todo, el evidente
cambio climático hubiera hecho imposible a nuestras latitudes pirenaicas.
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Arrancamos junto a la parroquial de San Mamés y Santa Eulalia |
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En tiempo pasa lento en el llano |
En
una de esas mañanas invernales de dudoso bienestar por el Pirineo, hoy nos
acercamos a la Sierra de Guara. Hoy nos acercamos, decimos, a una de las
localidades del municipio de Nueno, enclavada al otro lado del congosto del
Isuela, a más de mil metros de altitud, colgada en las faldas del Piacuto. Hoy
nos acercamos… a Santa Eulalia de la Peña, pero nos gusta más llamarla
Santolarieta, y creemos que a ella también. Esta pequeña población pervive
todavía en una de las solanas de estas sierras, y sin vértigo contempla una de
las vistas más extensas y extraordinarias sobre la Hoya de Huesca.
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Comienzo y fin del bucle |
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El sol llega también al pozo de nieve |
Junto
a su parroquial, que reza a San Mamés y Santa Eulalia, dejamos el vehículo para
dirigirnos a la parte norte del pueblo, donde sin salir de él nos encontramos
la señalización que nos indica hacia Sabayés y Nueno, pero que no hacemos caso
porque no es ahí a donde nos dirigimos. Seguimos hasta alcanzar otro cruce, en
el que señales del parque nos bifurcan la mirada hacia los dos pozos de nieve
que vamos a visitar. Tomamos la opción de hacer la circular en sentido horario,
de modo que nos dirigimos hacia el de las Planas.
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Pozo de nieve de Las Planas |
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Gratal, al otro lado del Isuela |
Por
un sendero que va burlando un más ancho camino, que hace las veces de
cortafuegos para el tendido eléctrico, vamos subiendo hasta que alcanzamos ese
primer pozo, que encontramos en muy buenas condiciones, aunque sin la bóveda
que informa el panel que debía tener en sus tiempos mozos. Lo alcanzamos al mismo
tiempo que el sol, que una loma a levante le va permitiendo el paso. Un sol que
hace tiempo ya del que disfruta el Pico Gratal, el Mediodía, y sus adláteres, a
poniente y al otro lado del Isuela.
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Piacuto, en cuyas faldas está Santolarieta |
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El norte y el Gran norte se acompasan |
Volvemos
sobre nuestros pasos para incorporarnos al sendero, cuyos blandos materiales,
ayudados por la fuerte pendiente, han sido profundamente erosionados por la
escorrentía de las aguas. Todo ello bajo la atenta mirada del Piacuto, un monte
menor que baja del cordal del Pico del Águila, dueño y señor de estos montes.
Nuestros pasos nos llevan a una pista, con sus indicadores. De forma
experimental tomamos un sendero dirección norte que las tablillas ignoran, pero
con baliza con los colores verdes del parque. Lo seguimos como medio kilómetro.
Va decididamente encarado hacia el Águila, pero a nuestra derecha ya se abre un
paisaje que no pasa desapercibido.
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Grandes moles calcáreas modulan el paisaje |
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Las últimas nieves reposan sobre el fiero abrizor |
El
río Flumen se ha sabido labrar su camino a lo largo de eones de tiempo, dejando
a uno y otro lado grandes macizos, grandes paredones, con identidad propia.
Hablamos de Cienfuens. Hablamos del Picón de Guara, de las crestas de
Valleclusa, de las peñas de San Miguel y de Amán, unos fenómenos geológicos de
primer orden, apreciados ya por nuestros antepasados de hace milenios, a tenor
de los vestigios megalíticos encontrados en los alrededores, como el dolmen de
Belsué. El blanco Gran Norte asiente. Ya llevamos tiempo sabiendo que este
sendero nos aleja de nuestro siguiente objetivo, pero el paisaje nos encandila
de tal manera que tardamos hasta dar la vuelta.
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Pozo de nieve del Paco de Lapinosa |
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Panel informativo del pozo |
De
nuevo en la pista, donde una de las tablillas nos encamina hacia el pozo de
nieve del Paco de Lapinosa, hacia el que nos dirigimos por estrecho pero
marcado sendero. Llegamos a un collado, al que volveremos tras la visita a este
otro pozo, que encontramos en las mismas buenas condiciones que el anterior.
Vuelta a ese collado para tomar ya decididamente el camino al pueblo, en el que
nos detenemos ante el abrigo de La Rajal, para contemplar unas incipientes,
pero elocuentes, muestras de pinturas rupestres, los grafitis de antaño. Junto
a éste, la presencia de otros abrigos nos lleva a pensar en el punto tan
estratégico en el que nos encontramos, ya que se presta al solaz al propio
tiempo que a la contemplación y avistamiento cinegético sobre la inmensa llanura
que tenemos ante nuestra vista.
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Abrigo protegido de La Rajal |
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Detalle del bóvido milenario |
En
veinte minutos llegamos a cerrar el bucle, y antes de entrar en el pueblo nos
llama la atención unas viejas eras con su también abandonado molón, que cansado
de dar vueltas reposa en sus orillas. Otros cinco minutos más y llegamos al
pueblo, donde nos espera fielmente el vehículo, que nos transporta por estrecha
y delicada carretera hasta el collado de San Miguel, donde un aparcamiento le
sirve de nuevo reposo mientras ascendemos a la peña del mismo nombre. Este collado
da vista al profundo barranco que el río Flumen se ha sabido labrar para
admiración nuestra. Las vistas hacia el norte no son muy distintas a las ya
contempladas en nuestro tránsito por alguno de los tramos del circuito de los
pozos de nieve, pero no por ello dejamos de extasiarnos y de admirarlas.
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Peña de San Miguel... que vamos |
Nos dirigimos hacia la peña por ancho y bien
marcado camino, que al poco tiene que ser ayudado por unos escalones para
salvar el desnivel que ya exige la aproximación a la pared, que la hacemos en
diez minutos. Este mallo, como el gemelo de Amán, está constituido por
conglomerados, en los que se alternan capas sedimentarias de cantos rodados y
de arcillas, más blandas éstas, que constituyen los típicos recovecos en el
conjunto de la roca, al propio tiempo que fajas horizontales por las que
transitar para alcanzar la cumbre. Y para pasar de una a otra hay dispuestas
unas escalas metálicas, grapas y cadenas.
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Aljibes en los recovecos de la roca |
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El Picón de Guara, y más próximo el Fraile y Peña Amán |
Estamos
ante un enclave estratégico de primer orden, ya que el dominio que se puede
vigilar es extraordinariamente vasto en todas direcciones. Es por ello que fue
elegido por el avance musulmán para construir una fortificación, ya en el siglo
X, y que fue llamada castillo de Sen, conquistada posteriormente por Sancho Garcés de Navarra,
aunque no fue definitiva su anexión a las fuerzas cristianas hasta finales del
siglo XI, siendo abandonada al poco tiempo debido al avance de la reconquista
hacia la tierra llana. Pero de esto hace casi ya mil años, un tiempo
geológicamente inapreciable, en el que algo habrá cambiado el manto vegetal,
pero poco esas manifestaciones calizas que se alzan hacia el infinito marcando
el territorio, y que seguramente admiraron tanto aquellas gentes como lo
hacemos también nosotros.
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Restos de la ermita de San Miguel |
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Vista general del conjunto |
El
nombre latín del río Flumen seguramente ya venía de otros mil años atrás. Un
cauce cuyas aguas habrá traído una y mil veces ya en ese deambular eterno del
ciclo del líquido elemento, y que a partir de este congosto labra unas
espectaculares hoces sobre materiales blandos en busca ya de la tranquilidad de
la tierra llana. A lo largo del ascenso nos encontramos viejos aljibes que
proveían de agua al conjunto castrense. También los restos de una torre de
vigilancia hacia el norte, que es de donde podía venir el enemigo en su
construcción. La parte alta está ocupada por restos del castillo y la ermita,
aparte, naturalmente de la magia del lugar, ni un ápice socavada a lo largo de
los siglos. Una magia incrustada también en algunas rocas, como testimonio de ese pasado marino.
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El Flumen va labrando su camino |
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Si las piedras hablaran |
Una
buena cuadrilla de buitres, que aprovechan las térmicas para elevar su vuelo,
observan atentamente nuestro descenso, y que una vez alcanzado el vehículo
damos por concluida esta incursión a los confines occidentales del Parque
Natural de la Sierra y Cañones de Guara, con la vuelta a los montes de
Santolarieta, visitando dos de sus pozos de nieve, poniendo la guinda a esa
tarta con el ascenso a la peña de San Miguel, en el Salto de Roldán. Una vuelta
a la que le hemos metido 2h 10’ de tiempo total, del que en movimiento ha sido
de 1h 20’, salvando un desnivel de entorno a 330 metros D+/-, a lo que habría que
añadir otra hora más y como 120 metros más de desnivel para alcanzar la guinda de
la tarta de hoy.
La imagen de encabezamiento está extraída de abriendohuella.blogspot.com.es
Gracias por enlazarnos. Un placer poder colaborar. Un abrazo!
ResponderEliminarEncantado, igualmente, Marc. Un abrazo.
EliminarHola Chema.
ResponderEliminarEs un placer siempre leer tus entradas, amenas y siempre aportando datos de interés.
A estos dos pozos de nieve les tengo echado el ojo, pero haciendo una circular más larga, aunque subir a la Peña San Miguel, también es un buen complemento para pasar la mañana.
También resulta interesante, aprovechar los senderos limpiados hace un par de años, y dar la vuelta al Salto del Roldán.
Un saludo
Sí, el hacer el Salto de Roldán con las dos peñas es una buena, que tenemos previsto hacer... aún queda invierno.
EliminarGracias por tu comentario.