sábado, 31 de julio de 2021

Balneario de Panticosa - Bujaruelo, por Letrero. Cincuenta años de montañas

 


AQUERAS MONTAÑAS
Balneario de Panticosa - Bujaruelo
Jueves, 29 de julio de 2021


            Las pasiones humanas son un misterio: quienes se dejan arrastrar por ellas no pueden explicárselas y quienes no las han vivido no pueden comprenderlas. Hay seres humanos que se juegan la vida por subir a una montaña. Nadie, ni siquiera ellos, pueden explicarse realmente por qué. (Michael Ende).


          Aunque amo los océanos, los desiertos y los paisajes salvajes, son solo las montañas las que me atraen e inspiran a hacer las caminatas más dolorosas y a perderme en su belleza. (Victoria Erickson).



          En las montañas encontramos todo lo que un ser humano necesita, grandes alturas, profundos valles, vigorosos ríos, frondosos bosques, serenos parajes, vida salvaje, en definitiva, cuya alma nos atrae impulsivamente y nos transforma. Y ante la imposibilidad de vehiculizar esa gran carga emotiva que este Hijo de la Tierra siente frente al Gran Libro de la Naturaleza Viviente, tiene que acudir a citas que lo sepan expresar. Hoy, la ocasión lo merece, traemos dos, representando la pluma de los dos géneros, que son, al fin y al cabo, lo que encontramos en la naturaleza, y que es la base de la creación, el motor que impulsa la vida a seguir adelante.



            Podríamos decir que es una salida más, una excursión más, una experiencia más, pero cuando te planteas repetir, lo más fielmente posible, la ruta que representaba el bautizo en montaña hace la friolera de 50 años, no se puede decir que lo sea, porque la carga emotiva es infinitamente mayor. Y es eso lo que llevamos meses mascullando, hasta que se ha hecho realidad. Con 15 añicos y 11 días, el martes 20 de julio de 1971 comenzaba aquella “aventura”, que culminaba el viernes 30. Entre ambas fechas, tres jornadas centrales fueron verdaderamente las empleadas en la travesía que, ahora en una, nos hemos planteado emular, y de cuyas escasas imágenes y torpes apuntes vamos a ir salpicando este escrito.




            Para ello, hemos “empleado” a varios de los habituales, Marisa, Eva, Josemari, Paco, Carlos, Toño, Juan y mis hijos Raquel y Jesús, con los que, ante la imposibilidad de realizar la travesía el mismo día 27 (que también era martes, por cierto), es el jueves 29 cuando nos ponemos a ello. Y lo hacemos acudiendo al Balneario de Panticosa, que lucha por recuperar la gloria de antaño, pero que las últimas intervenciones urbanísticas se lo ponen difícil… muy difícil. Vaya por delante que no se ha sido capaz de marcar con exactitud la ruta, de modo que se hace lo más fiel que se recuerda. La salida es en dirección a los ibones de Bachimaña por la concurrida cuesta del Fraile. Tras salvar las primeras gradas que acompañan al jubiloso Caldarés, viene un cierto respiro antes de encarar la citada cuesta, que nos sube al borde de esa extraordinaria cuenca que alberga los restos glaciares, corregidos y aumentados por sendas presas.











            Hasta aquí, hora y media acompañando al GR 11, que dejamos que marche hacia los Azules y el mundo Infiernos/Tebarray. Cruzamos la presa y dejamos el refugio de los Ibones de Bachimaña arriba a la derecha. La proximidad con el Bachimaña Superior hace que alcancemos su desagüe enseguida. Una enorme cuenca se nos abre a la vista con todo su esplendor, rodeada de grandes montañas con sus cumbres que, de momento, dormitan entre nubes. Una sirga asegura los pasos en un tramo algo expuesto. Al igual que el Inferior, este lo rodeamos dejándolo a la izquierda, y en algo menos de una hora desde la presa llegamos al refugio, cuya imagen oxidada rescatamos de las runas de nuestra memoria. Las dos horas y cuarenta minutos desde el arranque y las emociones obligan a detenernos y plácidamente reponer fuerzas en un maravilloso entorno, junto al refugio que nos albergaba en aquella primera noche en ruta.










            Estamos salvados, los Infiernos, pico de las Marmoleras, Gaurier, punta Zarre y compañía ya nos tienen localizados en sus radares. Ayer en blanco y negro, hoy en color, por el refugio no pasan los años. Inevitable posar como lo hacíamos entonces, porque para nosotros… sí que pasan los años. 






            Continuamos la marcha, y al cuarto de hora alcanzamos la cuenca de los Bramatuero, comenzando con el Inferior, que languidece a muchos metros por debajo de su línea habitual. Lo rodeamos por la derecha, y en poco más de una hora llegamos al flamante refugio de Bramatuero Superior, en el emplazamiento donde estaba uno viejo de tablas, por cuyas renclijas se colaban los aires de los bajos setenta. Uno nuevo, de piedra ha sustituido a aquel que nos daba cobijo en la segunda noche en ruta. A partir de aquí, el incipiente diario de entonces no parece muy creíble, pues habla del paso por el collado de Aratille, y no parece que tenga mucho sentido, más bien nos inclinamos a pensar que fue por el de Letrero, de modo que otra hora más para alcanzar la planicie en cuyo seno reposa el ibón homónimo, bajo el supuesto collado que marcaría, y lo va a hacer hoy, el punto culminante de la ruta















            Con cerca de seis horas a nuestras costillas, la botella de cava deja de estarlo, al menos su contenido, porque el descorche rompe el silencio del momento en otra parada obligada por la propia ruta, por haber alcanzado su cénit, y por todo lo que representa. Momento emotivo, sin duda, porque es en este supuesto lugar en el que en aquel entonces nos enfrentamos a una situación complicada de gestionar, con unas espesas nieblas y sobre un manto nevado que no encontramos hoy. 





            Nuevo posado para inmortalizar el momento y para abajo, que el largo, larguísimo descenso nos aguarda. Perdemos la vista de la hermosa cuenca de los Bachimaña, con los guardianes tresmiles que la alimentan, y cuyas aguas vierten a las laterales de Azules, Bramatueros y Pecicos, sobre la que se alza la altiva Gran Facha, otrora visitada por su imposible canchal. Atrás quedan esas aguas y esos cielos… y por delante, otras aguas y otros cielos. Las aguas de los ibones de Batanes que, entre otros, alimentan al recién nacido río Ara, y los amenazantes cielos de ese largo valle que nos aguarda hasta Bujaruelo.









            Los radares de las montañas que dejamos atrás nos pierden, y es el impresionante macizo de Vignemale el que nos tiene ya pillados, de momento por su costado de Cerbillona. Un mundo caótico de bolos y más bolos, colocados al albur de los tiempos, soles, vientos y hielos, tenemos que ir cuidadosamente bajando para llegar al Superior de Batanes, en poco más de media hora. 








            La imagen del cada vez más cercano Cerbillona se nos echa encima. Rodeamos el ibón por nuestra derecha y descendemos hasta el Inferior en veinte minutos, y en menos de media hora llegamos finalmente a tomar contacto con el río Ara que, junto con el GR 11 que baja del vecino barranco de Batanes, con otra serie de ibones homónimos, nos van ya a acompañar hasta nuestro destino, al cabo de tres horas. Pero disfrutemos de ellas y de la enorme oportunidad que nos dan para absorber sensorialmente todo lo que nos ofrece.








            Varios son los barrancos, a derecha e izquierda, que alimentan este río que bravo ha sabido sobrevivir sin regulación (a pesar de los intentos), a lo largo de sus 70 km hasta que plácido se rinde al Cinca en Aínsa. En este largo descenso podríamos citar dos grandes hitos, el refugio de Labaza, de donde parte el camino para subir al Vignemale por el corredor de la Moskowa, y posterior collado de Lady Lister; y la cabaña de Ordiso, punto final de la pista, comienzo para nosotros. Aproximadamente una hora entre los puntos citados, hacen las tres hasta Bujaruelo, no sin antes tomar un desvío a la izquierda que nos permite abandonar la pista, que cruza el río para recoger la que baja del valle de Otal




            El tránsito por el bosque y las praderas de Laña Larga terminan de aportar la serenidad que la larga caminata pide sin cesar, llegando ya a aparecer ante nuestra vista el bello paraje de San Nicolás de Bujaruelo, otrora lugar de paso de caminantes, pastores, peregrinos, contrabandistas, y demás gentes que iban o venían de Francia por el cercano puerto de Bujaruelo o col de Boucharo, dependiendo de desde qué lado lo mires.









            En torno a las siete y cuarto de la tarde, un poco desparramados, vamos llegando ya todos, con muchas ganas de hacerlo, porque esta jornada, que ha condensado tres de aquella mítica travesía, nos ha dejado unos cuerpos y unas piernas un tanto perjudicadas, y que aliviamos con un chapuzón en el río bajo el puente románico, del siglo XIII, al igual que la ermita de San Nicolás, cuyos restos permanecen junto al cuartel de carabineros, construido con parte de sus sillares, conjunto que hacía con el antiguo mesón, hoy refugio, y que era lo primero que encontraban los que venían del otro lado de los Pirineos. Otra parte de la familia nos aguarda con un frugal avituallamiento de meta para rubricar esta inolvidable experiencia, llevada a cabo en 11 horas y 20 minutos, habiendo recorrido 24,6 km, y salvando un desnivel acumulado ascendente de 1245 m y descendente de 1550 m, con una compañía que no ha dudado en entregarse a esta memorable empresa en color, como lo fue la de aquellos años en blanco y negro, pasando por lugares de infinita belleza, integrados en la llamada Zona Tampón (43687 Ha), o zona periférica, del total de las actuales 117364 Ha de la Reserva de la Biosfera Ordesa-Viñamala, tras la ampliación de 2013.



            Con inmensa gratitud despedimos a esas personas que nos han acompañado hoy. Inmensa gratitud a las que me iniciaron hace cincuenta años, que de todas ellas hemos aprendido y lo seguimos haciendo día a día. Inmensa gratitud a las montañas y sus paisajes, sus dificultades, sus aires, sus aguas y su luz, de los que también aprendemos. Inmensa gratitud a la vida, que me ha dado tanto… Inmensa gratitud, especialmente a mi familia, que me ha ido soportando conforme se han ido incorporando a esta vida de montañas, y con la que compartimos una merecida cena en el refugio, comandado por Rafa, viejo amigo al que también saludamos mientras nos hace de cicerone por las dependencias, recordando las viejas estancias de los viejos tiempos.






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