Hay quien dice que la felicidad
no hay que idealizarla en una meta, ya que al conseguirla enseguida se nos
caerá el argumento. La felicidad hay que buscarla en el camino hacia esa meta,
hacia ese objetivo, porque es en ese recorrido en el que debemos aprender a
superar las dificultades que nos ofrece. No sabemos si es lo que la alpinista francesa
Chantal Mauduit, fallecida a
temprana edad en el Dhaulagiri, nos quería
transmitir cuando dijo aquello de Persigo
la felicidad. Y la montaña responde a mi búsqueda. Ciertamente la cima de
una montaña representa mucho, pero aun siendo el más alto, tan solo es un punto, y
debajo de él hay todo un mundo infinito de caminos en los que aprender, y la
experiencia de cima dependerá muy mucho de la actitud en ese recorrido.
Personalmente no la concebimos
como una búsqueda, sino como un hallazgo, no como una persecución, sino como
una recompensa a los esfuerzos, algo inherente a ellos, por eso la cima la
vivimos más que como un éxtasis, como algo natural, en franca correspondencia
con las vivencias del camino, de un camino que recorres con personas, en el que
te vas encontrando con otras y en el que otras se van quedando, pero es tu
camino. Y el que hemos elegido hoy ha sido uno en los confines del Parque Natural de los Valles Occidentales,
lindando con el Parque Nacional de los Pirineos, de Francia, para hacer equilibrios entre ambos, ascendiendo al Petrachema y al Sobarcal, con el permiso de la Cruz
Fronteriza 273, tallada en una roca en el collado entre ambos. Nuestra ruta de hoy comienza en
el Plano de la Casa, que alberga el refugio de Linza, para tomar la
concurrida dirección por el llamado Sobrante
de Linza, hacia el collado homónimo, al que llegamos en poco más de una
hora, tras haber ascendido ya unos 600 metros, como la mitad de la jornada.
Aquí se abren varias posibilidades, algunas de ellas catadas ya hace bien poco.
Continuamos hacia el este, con la dirección que llevamos, enfilando ya el
franco camino que nos lleva a nuestro primer objetivo, que ya nos tiene en el
radar, porque hace tiempo que nos hemos cruzado las miradas, y aunque parece
lejano, sabemos que se va a dejar alcanzar, bajo unas nubes que no hacen
peligrar la jornada, y que confieren un ambiente especial.
PETRACHEMA
El sendero es muy definido, salvo
un muy corto tramo intermedio de tasca, que exige mayor atención, pero
enseguida nos arrimamos ya a las faldas de esta montaña, para continuar por su
buena traza en una larga travesía diagonal que, en una hora desde el collado,
nos sube a la cima. Una cima que, como muchas que dan su más impactante cara a
este enorme circo de Lescun, quitan
el hipo. El destino geológico ha diseñado la enorme brecha que se abre entre
esta montaña y la Grande Aiguille d’Ansabère,
uno de esos fenómenos de la naturaleza que pugna en belleza y armonía con su
hermana, la Petite Aiguille d’Ansabère que, a pesar de ser
la menor, le gana en espectacularidad, si cabe, por estar más alejada del
macizo. Ambas formaciones, fruto de convulsiones telúricas, son como enormes
pináculos que se alzan proyectándose hacia el infinito, como los brazos de un
niño buscan el abrazo de su madre. Alzamos la vista para pasar lista a los
montes que desde aquí divisamos, a uno y otro lado de una ficticia frontera que
ellos ignoran, y que sería prolijo enumerar.
Volvemos sobre nuestros pasos,
muy pocos pasos, y sale a nuestro encuentro a mano izquierda un definido
sendero que nos va a llevar en vertiginoso descenso por los 300 metros que nos
separan del collado, al que llegamos en poco más de media hora. El relax que
nos produce va acompañado de la visión de una gran roca con la inscripción de
la Cruz Fronteriza 273, una de las
muchas que jalonan los más de 50 km de muga entre el municipio de Ansó y Francia.
Estamos en el collado de Petrachema,
también llamado Puerto de Ansó, cuya
vertiente oriental da cara al circo de
Ansabère, y la contraria al barranco
de Petrachema, que se inicia con las Foyas
del Ingeniero, que luego recorreremos a lo largo del regreso a Linza.
EL SOBARCAL
Ya desde la misma cima que hemos
dejado atrás, como un canto de sirena, nos venía enamorando el sendero que sube
al Sobarcal, otro de los centinelas
del paso, por lo que nos planteamos ceder a la tentación y emprender la subida,
que es pronunciada, aunque por franco y corto sendero, interrumpido por unos
bloques de roca que exigen echar manos. Tras superarlos el trazado se vuelve
amable, acrecentado por la imponente vista sobre el gigante próximo del Mallo de Acherito, pero ya tenemos
suficiente con este poyaque (poyaque = “po ya que’stamos aquí...”). La cima de esta montaña es una vistosa
almena a la que hay que acceder también en modo 4x4, a través de un tramo corto. Antes de
acometerlo, hay un apacible lugar donde poder dejar la mochila, porque para
continuar hay que extremar la precaución al haber pasos expuestos, aunque sin
apenas dificultad para quien esté acostumbrado a ellos. A pesar de ser inferior
esta cota a la anterior, la sensación al llegar arriba es muy distinta, no sé,
mucho más plena que la de llegar a pie llano. De nuevo se experimenta que la
felicidad se encuentra, no se busca.
Nos asalta una sensación de
conquista, aunque tenemos claro que son las montañas las que nos conquistan a
nosotros. Estamos sobre el circo de
Acherito, un bello rincón que disfruta un buen rebaño ovino, y si se
destaca este punto es porque es un animal en franco peligro de extinción.
Volvemos sobre nuestros pasos, para descender, con más precaución todavía, por
el roquedo, hasta tomar la mochila y continuar el descenso por el mismo
itinerario, salvando ese otro corto tramo de roca, y seguir por el sendero
hasta el collado, por el que pasa el popular itinerario de la Senda de Camille, que ya no dejamos hasta el mismísimo refugio en
un largo descenso, que hacemos ligeros en algo más de hora y media, para
descender como unos 750 metros. Pero disfrutemos también de él.
EL DESCENSO
El primer tramo discurre por el
tirano mundo mineral a través del paraje llamado de las Foyas del Ingeniero, a cuyo término comienza a aparecer la vegetación,
haciendo más dulce el camino. Nos vamos encontrando ya buenos ejemplares de
pino negro, que pacientes soportan las inclemencias del tiempo. Algo menos
valientes, aunque también, las hayas se agrupan en tupido bosque sobre la cota 1550, que nos acoge
ya hasta el final. El sendero termina en una amplia explanada, hasta la que
llega una pista, que no dejamos hasta el refugio
de Linza, con un Maz que rompe
el horizonte, y cuya aparente pirámide cimera surge de la masa boscosa que,
como la que vamos recorriendo, adquiere su mayor vistosidad en otoño, lo que invita
a un mayor disfrute, si cabe, de este entorno tan espectacular, y tan lleno de
vida. Preciosa vuelta por los confines
de estas tierras, visitando dos de sus buenas montañas, encontrando la
felicidad en ellas, habiéndola buscado en sus caminos. Unos caminos que nos ha
costado recorrer 5h 45’ de tiempo total, del que 4h 15’ han sido en movimiento,
por unos 14,6 km, superando un desnivel acumulado total en torno a los 1180 m
D+/-.
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