El día clave del paso
Es algo insólito que la crónica de un día comience
la víspera, pero hoy es así, va a ser una jornada tan larga, que para
acometerla bien ha de empezar el día de antes. Comenzaremos diciendo que tal y
como estaba previsto, los tres que formamos el grupo de avanzadilla nos levantamos
a las 10:30 de la noche. Desayunamos lo que podemos, tampoco demasiado, porque
vamos pertrechados de barritas para el camino. Pasan ya de las 23:30 cuando nos
ponemos a andar los tres, acompañados, y muy bien, por Aqbar y uno de los de la patrulla de rescate que moran en la cara sur
de lo alto del collado. La noche está espléndida, absolutamente estrellada y la
luna llena alumbrando todo a nuestro paso, aunque los primeros tramos, los de
pedrera, aconsejan encender el frontal.
Pues ya está en marcha esta jornada, en la que hemos
tenido puestos los ojos desde hace meses. Hasta ahora solo ha sido andar y
andar, durante mucho tiempo y por terreno no siempre fácil, pero solo andar,
pero hoy es otra cosa, hoy es la de ascensión real, hoy hay que subir una
ladera para alcanzar el cenit de nuestro periplo, el punto álgido del trekking,
el paso del collado. Sabedores de todo ello y envueltos del entusiasmo,
satisfacción y gozo de vernos triunfadores, pero con la humildad precisa para
acometer las grandes empresas, continuamos nuestra marcha nocturna, que da
todavía más si cabe, un elemento mágico a todo el conjunto, pasando por donde
estuvimos ayer, e impregnado de alguna de las reflexiones que todavía flotan en
el ambiente, pero hay que estar a lo que se está, nuestros pasos dejan ya las
piedras y comienzan a posar sobre el hielo del glaciar que debemos cruzar hasta
su lado sur. Hay que pasar por encima de corrientes de agua que están a punto
de despertar de su helado sueño. El de la patrulla de rescate va colocando
banderines para el segundo grupo.
Algo pasada la 1 recibo la llamada de Luis para indicarme que ya están
saliendo de Ali Camp. Sobre nuestra situación, le digo que estamos a punto de
terminar de atravesar el glaciar. Apenas hemos empleado los frontales, la noche
es auténticamente mágica. Tampoco la luna se lo quiere perder, justo a las
03:02 se produce el plenilunio, aunque en ese preciso momento nos vamos acercando
a la pared con su penumbra y se va haciendo necesario el uso de las luminarias,
que aun haciendo perder parte del hechizo, también tiene su encanto. Se viven
intensamente estas horas de ascensión nocturna, pero iluminada, viendo el
tremendo patio que vamos dejando atrás. En un momento determinado nos ponemos
los crampones. Pasadas ya las 3 de la madrugada llegamos a las cuerdas fijas,
que lo único que hacen es dar confianza, que no es poco. Hace rato ya que nos
vienen alcanzando los primeros porteadores, que suben haciendo caso omiso de las
cuerdas, y con la única sujeción al suelo que la de los calcetines que llevan
por fuera de sus zapatillas de plástico. Una constelación de pequeñas lucecitas se
ve serpenteando a su llegada a la pared.
Continuamos la ascensión, y a pesar de que hay paredes con más de 50º de inclinación, mi
progresión sigue siendo buena, me encuentro muy bien de forma y de ánimos. Se
termina la pendiente y ya con las primeras luces del alba tenemos enfrente unas
paredes verticales que hay que superar para alcanzar el anhelado collado, cuyo
perfil vamos viendo bajo el amanecer, sobre las 4:20, cuando, salvo rezagados,
ya nos va dando alcance el grueso del grupo. A partir de las 4:30 va llegando
gente. Sobre las, 4:45 alcanzo finalmente el collado, cuando la vista, puede
bascular hacia la otra vertiente, hacia la cara sur de este paso de los pocos
que hay por aquí. Otro momento inenarrable, otro momento álgido, otro momento
cargado de emoción y de satisfacción, es… el momento. Es la llave del trekking,
aún queda mucho para llegar a los rodantes, pero ahora ya se puede decir que lo
hemos culminado, que hemos llegado a lo más alto, que ya hemos alcanzado nuestra
cima.
Estamos casi a 5700 metros, en una terraza abierta a
los cuatro costados. Según algunos autores es un balcón único en el mundo,
desde el que se divisa el K2, el Broad Peak, los Gasherbrum I, II y IV, el Chogolisa,
y un buen puñado de ellos más, con nombres que no conozco o incluso sin ellos
todavía. Es absolutamente insólito el que se vean cuatro ocho miles desde un
mismo collado. La embriaguez que te da la contemplación del entorno es total y
absoluta. Está a punto de llegar el momento mágico de la salida del Astro Rey.
La crepuscular luz matutina baña todo lo que nuestros ojos son capaces de ver, que es mucho y muy bello. La aurora, que marca el momento mágico del pase de
la noche al día, simboliza el nacimiento a la vida, simboliza el renacer
diario, son esas energías renovadas que necesita la parte del planeta donde
acontece, para continuar su singladura en el tiempo, para continuar con su
vivir y con su latir. Hemos de aprovechar este egregor y unirnos a esta
corriente de vida. Por su parte, algún paisano ya lo está haciendo,
estableciendo lazos con su Meca.
Nos quitamos los crampones y comemos algo de lo que
llevamos. Todo son parabienes todo son felicitaciones, aunque las caras de
algunos, en estos primeros momentos, son verdaderos poemas, pronto la felicidad
y la dicha nos invaden, abrazos de unos y otros y fotos, muchas fotos al
panorámico entorno y a nosotros mismos. No falta la foto con las banderas de
España y Asturias. Completamente distinto es el paisaje del lado sur, pero no
por eso menos atractivo. Cual granítico jalón del neto valle de Gondogoro,
destaca a nuestra vista la afilada y desafiante aguja del Laila Peak (6614 m). Pero no podemos extasiarnos tanto, son las 5 y
cuarto de la mañana cuando lanzamos la última mirada al gigantesco y cautivador
K2, a la imponente panorámica del
lado norte y comenzamos el descenso, la expuesta cara sur nos espera. Aturdido
en tanta contemplación me quedo de los últimos en asirme a las cuerdas fijas
con que está equipada la pared, aunque no todas dan la misma confianza, ¡las
hay de persiana! La caída de piedras hace, si cabe, más peligroso el descenso,
que una vez encarado, al poco de salir del collado, pasamos por la guarida del
equipo de rescate, aquí se quedan los dos que nos han acompañado, uno en cada
grupo.
A partir de aquí una vertiginosa pared nos separa de
la morrena. Desde luego, los porteadores están curados de espanto, los ves
bajar por aquí con su enorme y desestabilizadora carga y es digno de admirar,
da auténtico vértigo, da auténtico pánico. ¿Los demás? Pues cada uno como
podemos, unos mirando al valle, otros mirando a la pared, a dos patas, a tres, a
cuatro, unos con crampones, otros sin ellos. Una vez terminado el tramo de las
inestables cuerdas, el itinerario cruza a continuación todo el caos de piedras
desparramadas por la ladera. Se trata de una rudimentaria senda que desciende
zigzagueando arrastrándose por abrupto e inseguro terreno hasta dar con el
fondo del valle, habitado por el descarnado glaciar del Gondogoro. En un punto determinado de este camino,
hacemos una parada. El calor que empieza a hacer es asfixiante. Son las 6 de la
mañana, y estoy exhausto completamente, el esfuerzo y la tensión ejercida en el
descenso han sido demoledores, pero hay que seguir, desde aquí se ve una
más que lejana mancha verde en la que dicen vamos a acampar, que se me antoja
un paraíso, pero ahora mismo es eso, una lejana mancha verde.
Este infinito camino nos lleva al glaciar, que
parece que no iba a llegar nunca, y tras cruzarlo de bajada un buen rato, nos
salimos de él para encaramarnos a la morrena lateral derecha. Esta sí que es
interminable, al subir cada duna de piedras tienes la esperanza de que sea la
última, y al llegar arriba la decepción es mayúscula, de nuevo otro mar de
subidas y de bajadas, y cada vez más calor, cada vez más cansancio. Finalmente,
mi destrozado cuerpo sale ya de la morrena, por una curiosa vaguada a la
derecha donde está asentado el campamento. Es la mancha verde que llevamos más
de 6 horas viendo y que nunca llegaba, pero parece que sí, que esto ya es
definitivo. De repente, hasta el pisar se vuelve más amigable, el camino nos
baja de esa cabalgadura por la que nos hemos arrastrado las últimas horas y nos
lleva a un terreno blando y rodeado de flores, de las que sólo reconozco la Edelweiss. No se lo puede uno creer, no
faltará ya ni media hora para llegar al emplazamiento más deseado, donde vamos
a poder despojarnos de esta armadura de cintura para abajo, con peto incluido,
y que algunos llaman pantalón de gore.
Bueno, otro momento memorable. Son alrededor de las
2 de la tarde cuando llegamos a un lugar de ensueño, completamente llano y de
suelo arenoso, no muy polvoriento, arenoso, con el cauce de las mansas aguas
que se filtran del glaciar a nuestros pies, y muy cerca de un barranco cuyas
bravas aguas se precipitan huyendo, como nosotros, de las alturas, buscando mansedumbre,
paz y relajo, merecido todo ello tras una jornada de casi 15 horas, 5 horas y
cuarto de ascenso, media de contemplación, y cerca de 9 de descenso, que hacen dar
con los huesos en el interior de la tienda buscando un mínimo de recuperación,
un mínimo de aliento para poder terminar este día y poder afrontar los
siguientes, que se antojan más llevaderos. Es ahora cuando nos damos cuenta de
lo acertado de la medida que tomamos al adelantar un día la salida del Base. Aunque la jornada de hoy se ha
hecho el día previsto, creo que solo ha sido posible después de haber estado
ayer de descanso en Alí Camp. De lo
contrario, hubiera sido una etapa de 31 horas, con tan solo 6 de descanso entre
medio.
La racha de buen tiempo se termina, el calor que
hemos pasado bajando del collado así lo anunciaba, de
hecho, ya estamos rodeados de amenazantes nubes que comienzan a
descender por debajo de las afiladas cumbres y empiezan a cubrir el valle. Creo
que ya tengo las suficientes fuerzas como para salir de la tienda e ir a
refrescarme al barranco, a ver si me quito el muermo de encima, no sin antes ir
a una tienda que hay en el extremo sur del recinto para rendir el tributo
diario, para agacharme y quedarme como un general, con una buena descarga de
conciencia. En el barranco hay que ingeniárselas para hacer un buen “lavado de
bajos y alerones”, el agua está helada, reacciona todo el cuerpo, parece que se
vuelve a la vida. Echo la mirada hacia nuestro camino de llegada aquí y la
hierba que nos circunda suaviza la salvaje vista sobre el circo y collado, me
parece imposible lo que hemos hecho hoy, pensando, además, que no es el punto
más alto del horizonte desde el que venimos, sino que lo hemos hecho desde 700
metros más abajo al otro lado del paso.
Ángel y Javier intentan conectar vía satélite
con el Base para llevarles la
noticia de que estamos ya aquí, todos sanos y salvos, pero no se consigue.
Comienza a llover, ha llegado el mal tiempo, es como si hubiera esperado
nuestra llegada a este lugar, dejando atrás el mayor y más duro hito del
trekking. El agua asienta el terreno. Hay que recoger la ropa tendida y
refugiarse en la tienda comedor, en la que ya aprovechamos para cenar. Hacemos
balance de estas últimas jornadas y departimos sobre las próximas, sobre las ya
sólo tres próximas. Y una de las cuestiones que salen a colación es esa, que
sobre el papel son tres, pero cabe la posibilidad de acortarlas, la única
dificultad es su distribución en el tiempo, porque hay dos cortas y una más
larga, pero no se puede pensar en unir las cortas, porque la larga es la
central, es poco lo que hay desde aquí hasta Dalzampa, y poco también de Salicho
a Hushé, pero la más larga y la que
supone una vertiginosa pérdida de altura es la que une, Dalzampa con Salicho.
La mayoría lo vemos bien, tras la descomunal etapa
de hoy, la mayoría estamos soñando ya con un asiento que no sea de piedra, con
un catre que no sea el suelo, con un techo que no sea de lona, y con una ducha con
agua algo menos fría. Aunque realmente hace duelo, porque es dejar todo esto,
es dejar el reino de las montañas para volver al reino menos franco del ser
humano. No se toma ninguna decisión, acordamos el esperar a mañana, ver qué día
sale y ver cómo nos comportamos en el descenso. A dormir, que aún queda lo
suyo, pero seguro que mucho más relajado descendiendo y gozando por todo el valle del Gondogoro.
X-12.07 (día 19) XHUSPANG (4700 m) –
Dalzampa (4300 m) – SALICHO (3650 m) //
6 h. 45’
Salida del glaciar
Finalmente se decide no acampar en Dalzampa, sino solamente descansar un
rato para seguir hasta Salicho. La
mañana sale lluviosa, en la mente de todos está que hemos cruzado el temible
collado justo el último día de buen tiempo, un collado que no todos los años el
estado de la montaña permite su paso. Me levanto temprano, para no variar, el
primero, y me doy una vuelta por el barranco a asearme y a hacer alguna foto
del campamento y de sus alrededores, hasta los cocineros en su cocina. El
ambiente lluvioso todo lo impregna y da por doquier un ambiente especial, todo
tiene su belleza. La fina, pero persistente, lluvia nos da la despedida de este
cómodo y sin parangón emplazamiento al abrigo de los hielos. Las nubes están
bajas y no nos permiten ver las cumbres que seguramente han recibido esta
lluvia en forma de nieve. Son las 8 de la mañana cuando partimos para
encaramarnos de nuevo a la morrena del glaciar
del Gondogoro, que nos va a acompañar en casi toda la etapa de hoy.
La andadura por el glaciar es bastante cómoda, no
tiene grandes altibajos y lógicamente es descendente. La única excepción son
los cursos de agua y las grietas, que las hay peligrosas y debemos extremar la precaución.
Se va viendo ya algún rebaño de yaks con su pastor. Como tenemos que cruzar el
glaciar, no de golpe, pero sí paulatinamente, del lado derecho al izquierdo,
inevitablemente tenemos que sortear los ya despiertos cursos de agua. A eso de
las 9:30 el camino ya nos lleva por la morrena lateral izquierda, hay momentos
en los que ya nos vamos acercando incluso a la pared. Es cuando salimos
definitivamente del glaciar, cuando se va abriendo ante nuestros ojos los
impresionantes ríos helados, las faldas de los glaciares que bajan de lo que,
debido a las nubes, adivinamos que es el Masherbrum.
Tras cruzar más grietas y algún subibaja que otro, el valle va haciendo un giro
hacia el este y estamos ya en las proximidades de Dalzampa, teórico final de etapa de hoy. Estamos a unos 4300 metros
y son las 10:50 cuando llegamos.
Hay alguna tienda pequeña montada. Se trata de un
lugar muy similar al anterior de Xhuspang,
un apartado entre la morrena y la pared, en forma de pradera, un lugar ideal
para acampar, pero hay que decidir qué se hace. Es una atalaya formidable para
contemplar todos los contrafuertes y glaciares que bajan del Masherbrum. Las sensaciones son muy
buenas, físicamente está siendo un paseo; aunque sigue amenazante, la lluvia ha
quedado atrás, al menos de momento. Tras una breve deliberación, no
unánimemente, pero sí por inmensa mayoría, y pensando también en el tiempo climatológico,
se decide continuar hasta Salicho,
haciendo allí el descanso previo a la última etapa y entrada triunfal en Hushé. Los que más se alegran son los
porteadores, que por la misma paga van a regresar un día antes a casa.
Una vez tomada la decisión de no montar el
campamento, los cocineros nos ofrecen algo de comer. Se montan las mesas y nos
sirven. La estampa que tenemos en estos momentos sí que es la auténtica
colonial inglesa, es imposible no verlo así. La diferencia es que aquellos eran
esclavos, y a estos les pagamos, pero bueno, aun así, no se siente uno del todo
a gusto, pero hay que tratar de disfrutar del momento. La contemplación
adquiere unos tintes nostálgicos al pensar que estás perdiendo ya los
majestuosos paisajes de la alta montaña, que aunque se tuviera ganas de llegar
a las partes bajas de los valles, se va a dejar atrás lo que tanto nos ha
estado llenando durante estos últimos días. Sobre las 11:50 continuamos nuestro
descenso por caminos por unos tramos bien trazados y por otros, al estar en
vertientes muy inclinadas hay que adivinarlos. Seguimos por momentos el curso
de un barranco lateral y paralelo al glaciar, pero es la una de la tarde cuando
tenemos que cruzar el primer barranco serio. Los guías y cocineros no dudan en
descalzarse y meterse en el agua para ayudarnos. Las aguas de las últimas horas
se ve que lo han embravecido. Es bastante ancho, hay que pasarlo por tramos, y en
uno de ellos, unidos por unas lianas casi desatadas, hay tres o cuatro troncos
que los guías aprietan con las manos en ambos extremos para que no se
desparramen al pasar la gente.
Sobre las 13:25 pasamos por uno de esos terrenos
arenosos en los que no es difícil imaginar el instalar un campamento. Es
posible que se trate de Atoser, un
paradisíaco lugar que parece sacado de una estampa alpina. Seguimos teniendo
que cruzar los barrancos que nos llegan de las inmensas moles que vamos dejando
a nuestra izquierda. En uno de ellos, a pesar de ser mucho más pequeño que el
descrito con anterioridad, no parece que haya la misma facilidad para pasarlo y
caigo al agua, mojándome casi entero. No son las dos de la tarde aun cuando
vamos ya dejando el hostil mundo de la roca y del hielo y nuestros pies, parece
que ya definitivamente, empiezan a agradecer el pisar más blando. Tras tantos
días “disfrutando” del mundo mineral, la llegada a terrenos más amigables y
apacibles, se toma con agrado. De hecho, son ya sobre las 14:15 cuando
sobrepasamos y dejamos atrás lo que sería la lengua del glaciar. Finalmente, salimos
de este mundo, en apariencia inerte, para adentrarnos en otro más civilizado.
Es en este momento cuando echamos la vista atrás para fijar en nuestras
retinas, como queriendo atrapar, como queriendo aprehender esa última
instantánea de este extraordinario glaciar y valle del Gondogoro que ha sido nuestro hogar a lo largo de esta
suave etapa de hoy y la dura de ayer.
El trazado sigue discurriendo por camino fácil y
amenizado por permanente vegetación a uno y otro lado. A nuestra derecha, el
desaparecido glaciar ha dejado paso a los derrubios, toneladas y toneladas de
rocas llenan el cauce de este todavía gran valle que rinde al de Husé. A nuestra izquierda, abajo, unos
terrenos llanos y muy vegetados albergan ya distintas casetas de campo. Hay que
descender una vertiginosa pendiente que nos lleva ya a Salicho, un pequeño Jardín del Edén, con árboles centenarios,
flores, agua, en fin manifestaciones de vida más cercana y compatible con la
nuestra. Son las 14:45 y estamos en torno a los 3650 metros de altitud. Un
lugar que alberga otras acampadas, pero no tenemos problemas para colocarnos. A
las 3 ya estamos instalados y nos acercamos al brazo de río a asearnos un poco.
En el garito de los paisanos ofrecen huevos y patatas fritas que, aunque estén
hechas por paisanos, en cocina de paisanos, con utensilios de paisanos y con
mugre de paisanos, es algo que nunca se debe hacer en el trayecto de ida, pero que
para lo que nos queda, no dudamos ni un momento el tener este encuentro con
algo tan familiar.
Sobre las siete acudimos a cenar a nuestra tienda
comedor. En los postres, Jan nos
anuncia la juerguecita de esta noche. Al ser la primera pernoctada fuera del
glaciar, igual que a la entrada en Payju,
los baltís vuelven a hacer otra fiesta, en este caso como acción de gracias por
el paso del Gondogoro sin incidente
alguno. Ahora nos explicamos el que a lo largo de la tarde hemos visto cómo se
aseaban, peinaban y ponían ropas limpias, pero no sabíamos de qué se trataba.
Nos dice Jan que es una descortesía
no asistir, así es que allá que vamos. De nuevo todos esos bailes y cánticos
que ya conocemos. Se empeñan en sacarnos a bailar, especialmente, claro está, a
las mujeres, que con sus permanentes risas no dejan de asombrar a los paisanos.
Bailes y cánticos entre los que surge la andorrana “Palomica”, por deseo
expreso de Jan.
Han sido dos jornadas en una, aunque no han llegado
a 7 horas de caminata, que salvo algunos tramos más comprometidos, ha sido muy
agradable. Estamos apenas a 3 horas de Hushé,
la última etapa, la más deseada tras el cansancio acumulado, pero como todas las
monedas, esta también tiene dos caras, lo más doloroso es tener que
desprenderte de todo este maravilloso entorno. Reflexiones que vienen solas a
partir de las 9 de la noche, ya dentro del saco.
J-13.07 (día 20) SALICHO (3650 m) – HUSHÉ (3200
m) // 2 h. 30’
Fin del trekking.
Llegada a Hushé
No ha parado de llover en toda la noche, y lo sigue
haciendo, lo que origina un poco de caos a la hora de salir de las tiendas y de
ir aviándonos para la marcha. Nos levantamos a las 7, nos aseamos y vamos a
desayunar seguidamente, pensamos que será la última vez que nos cobije esta
tienda comedor. Jan corre la voz de
que llevemos a mano las sandalias, porque con esta lluvia, es posible que tengamos
que emplearlas para cruzar algún barranco. Después de todo lo que hemos pasado,
casi me lo tomo a broma, a no ser porque veo que él las lleva colgando de su
mochila. Todo tiene un aire de fin. A las 8 ya está lista la comitiva para
salir. La zona de acampada está en la margen derecha, y pronto pasamos un
rudimentario puente para cruzar a la izquierda. El río es potente, y baja
crecido. Ya se puede decir que estamos de lleno en el valle del Hushé, caminando bajo la incesante
lluvia hasta el pueblo del mismo nombre. Con bastones y paraguas se hace
complicado el manejo de la cámara de fotos, pero hay que ingeniárselas para no
dejar escapar algunas instantáneas. Sigue habiendo grandes barrancos que rinden
por la derecha, tan grandes que se adivina glaciar en sus cabeceras.
Sigue lloviendo, el cielo está muy cerrado. A medida
que vamos perdiendo altura se va ganando en verdor. Sobre las 9 de la mañana
pasamos por unas casetas de piedra a modo de establos, en cuyo porche hay
refugiados tres melancólicos burros, que con la mirada perdida ven nuestro paso
con la más absoluta de las indiferencias. Una estampa que recuerda los poblados
palestinos que te muestran en las películas de los tiempos de Jesucristo. El
paisaje se suaviza más y más, ya se ven fértiles vegas junto al río, ya se ve
la pequeña aldea de nuestra meta final en lo alto de un altozano, ya se ven los
campos de cultivo que hemos de atravesar para llegar hasta ella. Todo habla pues
de la cercanía de un núcleo poblado, el primero desde Askole, que dejamos ya hace 13 días. Tras atravesar unos corrales,
casetas, y campos lindantes, finalmente hay que subir una corona que es donde
se encuentra Hushé, la última aldea
de este valle, que alberga a menos de un millar de personas en unas arcaicas
casas rodeadas de un vergel de campos de cereal que parecen fosforecer bajo
unos rayos de sol furtivos. Estamos a 3200 metros de altitud, y tras algo más
de dos horas y media, son las 10:30 del día 13 de Julio cuando damos por
terminado el trekking, comenzado a
las 7:10 del día 1.
En las afueras de la aldea hay unas grandes carpas
en las que se alojan algunas familias. No cabe imaginar que en un lugar tan
tercermundista, en la última aldea de un valle, también haya chabolismo,
parece mentira, pero así es, los muy pobres entre los muy pobres. Salen a
recibirnos los chicos de estas familias y otros más del pueblo, a cada paso que
das vienen más y más críos. No ha dejado de llover ni un solo momento. Nos
adentramos entre las calles en busca del campamento. Se trata de un corral
cerrado que tiene dos pequeños y austeros edificios, que se emplean para cocina
y comedor, ya no vamos a ver más las tiendas a tal efecto. Los responsables de
los porteadores están montando las tiendas en medio de la lluvia reinante. A
pesar de los paraguas llegamos mojados, y el petate también; además se
agrava con que las tiendas están mojadas y nos dicen que no metamos nada dentro
porque están secándolas con los butanos que hemos empleado hasta ahora para
iluminar las mesas de comedor durante las cenas.
Así es que el final no es el más agradable que se
podía esperar, pero bueno aquí estamos ya, aunque dadas las circunstancias
hubiera preferido coger ya los sufridos Toyotas y no esperar hasta mañana con
esta mojadina. Nos dan té y galletas. Como parece poco, se les ocurre a las
mujeres que la cena sea como más spanish,
y proponen hacer tortillas de patata, y que si no las saben hacer los
cocineros, que las harán ellas... Pasado el mediodía se liquida con los
porteadores, es también el final de su andadura, aunque todavía les queda
llegar a sus casas. Vuelve a ser otro momento emotivo para nosotros, todo está
llegando a su término. Para ellos es su momento crematístico, el fruto
pecuniario de tantos y tantos días acompañándonos para acarrear nuestros
enseres. Para nosotros, un aire de melancolía tiñe el momento de verles marchar
contando los billetes, son caras amigas que se van, otro desgarro más de todo
esto que se desvanece ante nuestros ojos.
Acompañados de frío, humedades y un buen puñado de
críos pasamos la tarde por las calles de la aldea, Como es fácil de comprender,
somos la atracción del día. Es curioso cómo tan pequeños y ya hay una brutal
diferencia entre los chicos y las chicas. Mientras que a los primeros les gusta
ser fotografiados, ellas se esconden, no les gusta dar la cara. Sigue
lloviendo, esta gente vive instalada en la más absoluta miseria, no en vano hay
una fundación que financia un proyecto de cooperación español con la
participación de RTVE, Al Filo de lo Imposible, el Gobierno de Aragón, la MAZ y la ONG Sarabastall, de Caspe, con intervenciones en Educación, Sanidad, Agricultura, Selvicultura y
construcción de un Refugio-Hotel. Hushé
es un pueblo pequeño rodeado de campos sin mucha variedad de cultivos y que es
de lo poco que vive esta gente por aquí, en estos estrechos valles en torno a
montañas agrestes y desérticas. La carretera llegó en 1980, recibiendo
entonces, con gran asombro, el primer vehículo a motor.
Por las orillas de sus estrechos callejones discurren
pequeños cursos de aguas fecales. Una maraña de críos, que no de crías, van
saliendo a nuestro paso. Ellas se van escondiendo por las casas, por decir
algo, porque es espeluznante ver el patio de alguna que tiene la puerta
abierta, cuántos cochinos vivirán en menos porquería en sus granjas de nuestra
tierra. La facha de estos críos no es ajena a tanta mugre, si se hace el
esfuerzo de adivinar su cara limpia detrás de todo ese velo pastoso, aparece
ante tus ojos un bello rostro de facciones duras y de intensa mirada. Los adultos
se concentran en torno al “centro comercial”, un par de garitos en los que se
vende de todo. En uno de ellos, el sonriente y limpio tendero se arregla un
poco más y nos pide que le hagamos una foto. Entramos en su establecimiento
ante el asombro de los paisanos.
Se sabía la llegada de Sebastián Álvaro, de Al Filo,
que lo hacía acompañado de Juanito
Oyarzábal, Edurne Pasabán y Esther Sabadell, así como Antonio Perezgrueso, a la sazón cámara
y Subdirector de Al Filo. Sobre las
cinco de la tarde una algarabía de críos llama nuestra atención en un punto
cercano a donde estamos. Son los chicos de la escuela, que con su maestro están
ultimando una bienvenida a los benefactores locales. Hacen lo que saben, cantar
y bailar. A los pocos minutos llega la comitiva. Por aquí no creo que conozcan
a los Reyes Magos, pero los reciben como si lo fueran. En ambos grupos, hay
viejos conocidos, lo que hace que nos fundamos en un solo grupo. Nos cuentan
que vienen dar vuelta por la fundación y a rodar algo en valles menores, pero
con el encanto de no ser nada frecuentados. Sus anfitriones nos invitan a todos
a pasar a tomar un té al comedor de sus instalaciones, que es un lugar similar
y pegado al nuestro. Hablamos de todo un poco, de sus trabajos, de nuestro
trekking, de los compañeros de la expedición, etc. De que en Islamabad hace un
calor insoportable, y que en España también, se habla no sin cierta pesadumbre
del retroceso imparable de estos glaciares.
Son cerca de las 6 de la tarde cuando nos pasamos a
cenar a nuestro garito. Al ser la última noche invitamos a Jan a cenar con nosotros, y se presta encantado y agradecido. Al
término, en los postre, los cocineros traen la tarta para Isabel, que también
cumple años. De nuevo, aires de jota en esta última cena en la montaña, aunque
no es fácil a 3200 metros, ni por la emoción. Salimos del comedor sobre las 9
de la noche y ya ha parado de llover. Los jeeps que nos tienen que llevar
mañana hasta Skardú ya están
preparados en el interior del recinto. Las tiendas ya se han secado. Nos
metemos en el saco para disfrutar de la última noche de campaña, y por ello se
agolpan más si cabe los recuerdos y las reflexiones.
Haciendo un ligero balance, el trekking ha durado 13 días, 3 horas y 20 minutos exactamente, desde
que empezamos a andar hasta que hemos parado. Como ha habido 3 de descanso, de
los 10 días hábiles restantes salen 243 horas en total, de las que hemos estado
andando 72, casi el 30% del tiempo, sencillamente brutal.
V-14.07 (día 21) HUSHÉ (3200 m) – SKARDÚ (2200
m) // 4 h. 45’
Salimos de la montaña
La costumbre de madrugar no cesa. Los paisanos,
siempre hombres, van y vienen. Tras las borrascas de ayer, el paisaje está con
un ambiente especial. Hay enfrente mismo una de las casas de la aldea, y al
igual que las del próximo valle de Askole,
no deja de ser curiosa su estructura, son casas levantadas gracias a una
combinación de piedra y adobes, con tejados planos cargados de leña. Siento
curiosidad por conocer su distribución interior, pero me tengo que quedar con
solo imaginarme que será de una sola pieza o, como mucho, de dos. Pasadas las 8
se acercan Sebas y Esther a despedirse de nosotros. No
sólo ellos han venido, que también hay un grupo de chicos pulcros y repeinados
y con ropa uniformada, para curiosear entre los muros. Finalmente, a eso de las
8:15 parte nuestra caravana, compuesta por cuatro jeeps para el pasaje y otro para la carga. De nuevo más elementos
del trekking que van quedando atrás, esto poco a poco va llegando a su fin.
El recorrido valle abajo es precioso, pero la pista
es infernal. El río Hushé baja
tumultuoso, se encargan de ello todos los valles de la cara sur del Masherbrum. Unas fuertes pendientes para
ganar altura y nos encontramos ante la primera dificultad de la mañana, hay que
pasar un bravísimo barranco cuyas aguas llevan mucha prisa por apaciguarse un
poco tras su vertido en el principal del valle, y hay que hacerlo a través de
un puente en el que unos paisanos han parado al primer vehículo para ver si
podían sacar tajada. La gente aquí sabe que se puede sacar dinero por todo y
siempre lo están intentando, algo que se soluciona negociando. Vamos pasando ya
por otras aldeas más o menos importantes, eso se nota ya no sólo por el tamaño,
sino también por la cantidad de mezquitas que tienen. El terreno, el paisaje,
el clima, todo se va dulcificando poco a poco, ya vamos viendo más campos de
cultivo, en algunos vemos gente junto a unas gavillas; ya va saliendo a nuestro
encuentro la chavalería ofreciendo alberges. El valle se va cubriendo de vida
más avanzada.
A eso de las 10:30, y con un horizonte mucho más
abierto, llegamos a dejar la pista de tierra para coger una carretera que,
aunque estrecha, está asfaltada. Salimos a un valle mayor, creo que es el de Shyok, a su paso por Khapulu, antigua capital del mayor
principado de los que formaban el Baltistán.
Pasamos un puente sobre el río del mismo nombre, que rinde al Indo. El paisaje es verdaderamente
lunar, bien es cierto que está salpicado de oasis donde se concentra la
población. Al poco rato pasamos por otro control policial. Pasamos también algún que
otro puente y finalmente llegamos a la gran anchura, a ese gran estuario que
hace el Indo a su paso por Skardú, sobre la 1 del mediodía, con
una imagen auténticamente bella y placentera, y su luz cautivadora. Han sido 4h
45’ para recorrer los 145 km que nos han separado de Hushé.
El no acampar en Dalzampa, ha hecho que adelantáramos una jornada, es decir que tengamos
que pernoctar dos noches en Skardú.
La única que estaba previsto hacer era en el Hotel K2, pero eso será la noche de mañana, que la de hoy está
ocupado, y tenemos que acudir al Concordia,
igual que a la ida, una noche en cada hotel. Acudimos directamente a este
último, y es Jaffer, al que no
veíamos desde el Base, el que nos da
la bienvenida. Le preguntamos por si sabe algo del porteador herido que
atendimos y acogimos en Goro II, y
nos dice que vive como a hora y media de aquí, y que está restableciéndose
bien, que si queremos ir a visitarle, que nos puede acompañar. Descargamos el
equipaje y lo acomodamos en las habitaciones, e inmediatamente al comedor,
porque traemos un hambre, casi, casi, como si hubiéramos venido andando. Luego,
la esperada ducha y arreglo personal para salir a dar una vuelta.
Tras varias idas y venidas por este boulevard donde se funden todos los
colores, todos los olores, todas las sensaciones y pocas esperanzas, acudimos a
las 8 a cenar, donde inevitablemente, se habla del regreso, porque está la
opción de hacerlo por la KKH o en avión, aunque esto último está siempre al
albur del tiempo en torno al Nanga, que por allí pasa la ruta, y no solo el del
día, sino el de los anteriores, porque si no hay vuelo tiene preferencia la lista
de espera. Mañana se tomará la decisión. Seguidamente, a partir de las 9, otro
acto protocolario, la despedida del staff,
que está compuesto por los dos guías, Jan
y Albaq, por el joven sirdar que
está ejerciendo desde el Base, y por
el cocinero y sus dos ayudantes. Aunque estos nada que ver con los porteadores
en cuanto a aseo y presencia, vienen más arregladitos todavía, parecen otros.
Fotos, despedidas, buenos deseos y buena propina. Otra parte del trekking que se va, apenas ya nada queda
de él, sólo Jan, que nos acompañará
hasta Islamabad, la flor está ya
casi deshojada.
Esto llega a su fin. Sensación agridulce que
envuelve el ver que se termina el ciclo, aunque se coge pero que muy a gusto el
verte entre colchón y techo. Un barullo de recuerdos y reflexiones se agolpan
en la mente, que se van desvaneciendo poco a poco con la llegada de Morfeo.
S-15.07 (día 22) SKARDÚ (2200 m)
Merecido descanso
Día de
descanso. El despertar sobre las 6, que indica que los ciclos vitales vuelven
también a la normalidad, causa una extraña sensación al no ser el duro suelo el
que te mande levantar. No se resiste la tentación de asomarse al valle, a este
río cuyo egregor todo lo envuelve, todo lo impregna, es una de las grandes
venas de esta árida tierra y tosca gente. Vamos a desayunar, los ánimos parece
que han dado un giro, la gente está más relajadita, estamos asistiendo al
descanso del guerrero. Alrededor de las 10 cargamos un jeep con los bultos para trasladarlos al K2, donde nos acomodamos de nuevo. Pero un mazazo rompe ese relax, se
trata de que han asesinado a un clérigo chií en un atentado en Karachi, que está todo el comercio
cerrado y que puede haber altercados por las calles del pueblo, por lo que nos
conminan a permanecer en el hotel, al menos hasta el mediodía, a ver cómo
evolucionan las cosas. Otro contratiempo es que hoy tampoco sale vuelo, y
aunque lo haga mañana, tras varios días sin hacerlo, la lista de espera será larga.
Seguimos con el confinamiento. Sobre las 13:30 acudimos al
comedor. Se sabía que un miembro del grupo de expedición, José María Castán había tenido problemas bronquiales en el Base, que tomó la decisión de volverse,
y estamos estos días esperando a ver si nos alcanza a tiempo para regresar con
nosotros. Y es en este preciso momento, en la comida, cuando se presenta
cargado con su equipaje. Se le ve con bastante vitalidad, parece ser que desde
que ha salido de allí se ha ido recuperando a pesar de todas las peripecias
vividas en la bajada. Se pilló tres porteadores y la ha hecho por el Baltoro en cuatro días, y por lo visto
no se lo han puesto fácil, ya se sabe, por aquí quieren sacar tajada de todo. Lógica expectación general ante el relato de la aventura del tocayo. Sobre
la reclusión sí que no hay novedades, dice Jan
que es aconsejable seguir en el hotel, aunque propone salir a las 6 de la tarde
todos en grupo, escoltados por él y por Jaffer,
a un locutorio que ha encontrado. Regresamos al K2 a las 19:30, porque a las 20 h se sirve la cena, y en los
postres otra tarta, aunque ahora no se trata de un cumpleaños, sino del ascenso
de Javi a capitán. Bueno, pequeñas y
agradables cosas que llenan el tiempo que gastamos por aquí y que parece que ya
no nos corresponde. Otra noche más, la última en la capital del Baltistán y su espléndido río.
D-16.07 (día 23) SKARDÚ (2200 m) – CHILAS (1150 m) // 8 h. 30’
De vuelta a la KKH
No mucho más que contar ya, es todo un continuo
cerrar y cerrar todas las capas que estas mismas jornadas, pero en dirección
inversa, tuvimos que ir abriendo. Visita obligada, la última, al jardín, a
querer volverme a empapar, como si quisiera no perderme esto jamás, como si
quisiera no olvidarme nunca de esta impresionante vista. En este deambular por
los pasillos, una de las cosas que hacemos es volver sobre el panel de las
expediciones de este año y añadir alguna cosa más como para dejar constancia
también del trekking. Como previsto,
a las 8:30 se desayuna, y luego ya a sacar todos los bultos a la calle para
subirlos a la baca del autobús y partir a las 9:30 de este recóndito lugar del
mundo, malogradamente echado a perder por la religión, por el sector más
fanático de la religión, sea cual fuere, y que con la conciencia única anula
cualquier atisbo de individualidad, cualquier atisbo de libre pensamiento,
cualquier atisbo, en definitiva, de crecimiento personal y de desarrollo humano
y espiritual.
En marcha. Rodeamos de vuelta todo el gran estuario
natural con el que el Indo contribuye a este magnífico paisaje. Sobre las 12 pasamos por aquel tétrico
lugar de Stak Nala (1780 m), donde
se incubaron esas malas compañías gastrointestinales, pero que esquivamos al
estar ya operativo el albergue del PTDC
que no lo estaba en el viaje de ida, y en el que entramos para disfrutar de la
novedad, en la que destaca la limpieza, aunque en la comida no hay variación,
el chapati, el arroz, los guisos, todo sabe igual, todo huele igual. Salimos a
las 13:30 de nuevo a esta carretera, que a pesar de los pesares, no nos está
tratando nada mal. Al cabo de dos horas llegamos al paso del puente para
incorporarnos ya a la KKH. Unas
horas más, y a las 6 de la tarde llegamos, aún de día, al Hotel Shangrila de Chilas.
A las 8 se cena, y a las 10:15 a dormir. Otro día más y otro día menos.
L--17.07 (día 24) CHILAS (1.150 m) – ISLAMABAD (500 m) // 14 h. 30’
Llegada a Islamabad
Último día movidito. Nos levantamos a las 5 de la
mañana, a las 5:30 desayunamos en este más variado buffet, y a las 6 ya estamos
todos prestos para concluir esta pesadilla que es la KKH, pero que como se ve, los tiempos de bajada son sensiblemente
inferiores a los de subida, de todos modos, no es nada despreciable el estar
más de 14 horas, después de otro día de otras más de 8, por estas inquietantes
carreteras de estos bellos parajes. Al mediodía llegamos a Besham, una populosa localidad por cuyas calles se agolpan los
peatones, siempre hombres, animales, coches, furgonetas y todo tipo de
vehículos con todo tipo de mercancías, incluidas las humanas. Detiene el chófer
el autobús y lo mete en una especie de pasillo interior de un edificio, un
lugar estrechísimo. Se trata del Hotel
Continental, con esta pompa se da nombre a un establecimiento al que
subimos para echar el bocado de comer. En un amplio comedor, que comparte
espacio con pequeñas tiendas, está servido el bufet que va hacer que repongamos
fuerzas para llegar hasta la capital.
Salimos sobre las 13:15 soportando ya los rigores
del sofocante y húmedo calor que hace y del que, intuimos, no vamos ya a
librarnos. Sobre las dos de la tarde llegamos a Thakot Pont, que representa la salida de este extraordinario valle,
para dirigirnos ya por los lugares más azotados por ese terremoto del año
pasado, hacia la capital, por una KKH
cada vez más transitada, que si bien es cierto que hemos dejado atrás los
peligros inherentes al trazado, ahora vienen los derivados de las “buenas
prácticas” al volante que tienen por aquí. Efectivamente, a las 3 de la tarde
pasamos por Bettagram, y a las 17:30
llegamos a Abbottabad, donde nos
metemos en el patio interior del Hotel
Sarbam y el chófer se reencuentra con su familia. Esta ciudad se hizo posteriormente
célebre el 1 de mayo de 2011 por el asesinato del líder de la organización
terrorista Al Qaeda Bin Laden. Son
las 18:10 cuando salimos para incorporarnos a ese flujo, más suicida conforme
más te vas acercando a Islamabad,
que es por aquí la KKH, a cuyo
término llegamos a las 19:30, aunque tardaríamos una hora más en llegar al Envoy Hotel Continental, en el que
tenemos que acomodarnos sin la ayuda ya de los porteadores.
A las 21:30 a cenar, de nuevo en autobús, aunque
apetecía más ir andando. Recalamos en la pizzería
Pappasallis, donde nos damos un opíparo homenaje. Nos acompañan dos o tres
de la agencia local, que parecen sacados de una película de la mafia siciliana.
Estamos aquí hasta las 11:10, que de nuevo el autobús, nos deja en la puerta
del hotel. Es aquí, a las 11:30 donde se siente que se cierra la última puerta
del trekking, es en este lugar y a
esta hora donde posamos con el chófer y con Jan, que nos dice que mañana vuelve a la misma ruta con otro grupo.
Brutal. Siempre sonriendo, siempre de buen humor, poco trato he tenido con él,
el idioma lo ha impedido, pero sí que me ha dejado una impronta, y es la que
dejan los hombres sencillos y buenos, es la de la honradez y la paciencia, la
de la responsabilidad y la del buen hacer.
Sólo nos queda ya un día entero de
estar por aquí, un día que dedicaremos a desaclimatarnos, si se puede llamar
así, y a las últimas compras. Con la despedida del último vestigio del trekking no se cierra la última etapa de
éste, pero quizá sí la que te vincula a rudos hombres y salvajes paisajes.
M-18.07 (día 25) ISLAMABAD (500 m)
De turismo y compras
Día de trámite y calor. Día de paseos y compras,
mientras Ángel y Fernando se van a la Embajada a por los pasaportes y a Turismo, a hacer el debriefing, donde han comentado el
incidente habido con el porteador en Goro
II, pero qué le importa a nadie. A la hora de comer acudimos a la pizzería
donde cenamos una noche recién llegados aquí, desde cuyos ventanales se puede
observar la actuación de una peculiar banda de música. Como estamos muy cerca
del hotel, y el calor es sofocante, nos acercamos a él para descansar un poco,
y por la tarde de nuevo a la calle. A eso de las 8 de la tarde acudimos a cenar
al mismo lugar que anoche, que no está mal, con sus ensaladitas para la espera
de la pizza, que tampoco está nada mal. Luego, a eso de las 10, el autobús nos
deja en el hotel, a pasar la última noche por estas tierras.
Tomo nota y me la reservo para más adelante, para verla sin prisas.
ResponderEliminarGracias, Caminante.
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