viernes, 31 de julio de 2020

Los Astazus, desde las profundidades de los mares

AQUERAS MONTAÑAS
Pequeño Astazu (3015 m)
Gran Astazu (3071 m)
Jueves, 30 de julio de 2020



            Dogen Zenji, maestro Zen del siglo XIII, y fundador de la Escuela Soto, la mayor del budismo japonés, a lo largo de más de veinte de sus cincuenta y tres años de vida, dejó un legado contenido en casi 100 libros, en los que recogía sus reflexiones y recomendaciones para una correcta vida monacal zen. Traemos hoy una de sus numerosas frases: “La mente no es otra cosa que montañas y ríos y la amplia tierra, el sol, la luna y las estrellas”. Y nos recuerda esa otra de Hermes Trismegisto, creador y precursor del hermetismo, que nos dejó en su Tabla Esmeralda: “Lo que es arriba es abajo, y lo que es abajo es arriba”. Y así es, porque la estructura del universo está en nuestro interior, y a través de nuestra mente podemos tener acceso a ella, aunque sea de forma inconsciente. Si nos pasamos el tiempo pensando en cosas banales, hablando de cosas banales, deseando cosas banales, seremos arrastrados hacia la banalidad. Sin embargo, si pensamos en asuntos más sustanciales, si los sentimos, si hablamos de ello, si nos dirigimos a ello, estaremos enriqueciéndonos.

Hacia lo grande

Grandes espacios para expandir nuestra mirada y nuestra mente
            Y como se trata de eso, de enriquecernos, permanentemente estamos buscando en nuestra mente la forma de hacerlo, y en ese ejercicio, son las montañas las que ocupan gran parte de nuestro tiempo y espacio, porque son ellas las que nos elevan, y no solamente de forma presencial. Son ellas las que nos conquistan, permitiendo que contemplemos la vida desde las alturas. Son ellas las que hacen que elevemos nuestra conciencia y nos observemos allí abajo, en el valle, esperando que nos alumbre el sol y viéndolo desaparecer a media tarde, cuando aquí arriba, tanto el físico como el psíquico, luce muchas más horas, y con ese enriquecimiento bajamos de nuevo al valle, al espacio mundano… aunque más protegidos.

Espuguettes, el pueblo de Gavarnie en el fondo del valle y el nevado Vignemale

Lago Helado de Marboré y brecha Tucarroya
            Hay montañas cercanas y montañas lejanas. Las hay fáciles de subir y otras no tanto. Las hay más amigables y otras más duras. Hoy hemos elegido unas en las que se combinan varios de esos factores. Por una vertiente están más cercanas, pero son más altivas; y por la otra son más accesibles, pero están más lejanas. Por el primero de los lados, la cara norte, se asoman de forma altiva al espacio Espuguettes, que rinde al bellísimo y majestuoso circo de Gavarnie; y por la sur a los inmensos espacios de Marboré, con su lago Helado y su vasta morrena, testigo de un pasado glaciar que conformó el valle de Pineta, de donde partimos hoy para dejarnos conquistar por los lejanos Astazus.

En el Cul de Pineta, listos pata partir


LA LARGA APROXIMACIÓN
En elpuente, sobre las primeras aguas del Cinca
            Una aproximación que, si se nos permite comenzaba con la salida en rodantes de Jaca a las cinco de la mañana. Dos horas para llegar al Cul de Pineta, entendiendo como tal la parte baja del gran circo que forma este valle de origen glaciar. Al filo de las siete, pues, comenzamos plácidamente subiendo por la pista, pensando que vamos a tardar entre 9 y 10 horas en volver cansados, pero más plácidamente todavía. En poco menos de media hora, nos dejamos mecer por los aires y la proximidad de las aguas de un recién nacido río Cinca, que con prisas pasan por debajo de un puente despeñadas unas cuantas decenas de metros tras haber salido del útero. Nos introducimos en el sendero, que de forma seria nos va a ir subiendo y subiendo… ¿hemos dicho subiendo?  Pues sí, y mucho. Vamos dejando atrás varios desvíos, el de los llanos de Lalarri a la derecha, el de la faja Tormosa a la izquierda, y el del puerto de la Lera y Estaubé a la derecha de nuevo.

Último paredón a superar para llegar al Balcón de Pineta

Valle de Pineta, desde el balcón
            Dejamos a la izquierda los grandes paredones y nos incorporamos a las interminables zetas del camino, hasta alcanzar el Balcón de Pineta, un lugar privilegiado desde donde se puede contemplar el valle de Pineta en todo su esplendor, una ancha cuenca en forma de “U” que las épocas glaciares han sabido crear. Casi tres horas hasta aquí merecen respiro, bocado y trago. También las curvas de nivel nos dan ese respiro, al menos hasta el Lago Helado de Marboré, que no recordamos haberlo visto nunca sin banquisas de hielo… mantendremos el nombre, al menos. Casi media hora por unos muy amplios escenarios, bajo la atenta mirada del lánguido glaciar de Monte Perdido.

En el Balcón de Pineta, con el telón de fondo del glaciar de Monte Perdido y el Cilindro de Marboré


LAS ASCENSIONES
En el Lago Helado de Marboré, con la brecha de Tucarroya al fondo
            Alcanzamos el ibón, con su característica Brecha de Tucarroya enfrente, que hace un tajo entre el pico homónimo y el de Pineta. Seguimos hacia nuestros objetivos. Hora y veinte minutos para recorrer la zona kárstica junto a la inmensa morrena que ha dejado el glaciar al retirarse, y ascender hasta el collado de Astazus. Una morrena que nos recordaba nuestro tránsito por el glaciar del Baltoro, con la diferencia de que lo que aquí ha sido poco más de una hora, allí fueron dos semanas, y con el glaciar por debajo de los derrubios, algo que aquí ha desaparecido.

Circo de Gavarnie

En el Pequeño Astazu
            El asome a este collado nos da vista al mencionado espacio Espuguettes, con su refugio, y al grandioso circo de Gavarnie, bajo los enormes paredones que forma el mundo Marboré. El ascenso a esta primera cota, el pequeño de los Astazus, es cómodo, llegando en un pis pas. Nos ofrece lo mismo, o un poco más, que el collado, unas vistas impresionantes sobre el valle francés, incluida su población, que sabe mucho de los precursores pirineístas y sus andanzas por estas montañas. Nos llegamos hasta el final de la arista para valorar el paso al Gran Astazu, y parece que no le gusta que lo miremos por encima del hombro, de modo que optamos por ceder y bajar hasta las proximidades del collado, para dirigirnos hacia su base y subir al collado Swan, que alcanzamos por terreno poco consistente en 15 minutos, seguido de bonito cresteo en otros 25.

Descendiendo del pequeño

El Vignemale
            La cima de esta montaña, aunque algo ancha, es una enorme quilla lanzada a más de tres mil metros sobre el nivel del mar, desde donde ella sabrá, pero desde luego, desde algún lugar de las profundidades de esos mares, y que se nos muestra como una enorme ralla, exponiendo sus estratos con sumo orgullo. Nos sentimos pequeños ante la idea de los enormes movimientos orogénicos que han logrado todo ello, y que han hecho posible que estemos, millones de años después, subidos a lomos de esta singular montaña, admirando, además, los vestigios de esas épocas glaciares, de hace menos tiempo, apenas unos segundos comparado con las primeras, en las que los hielos cubrían y modelaban todo cuanto vemos, y que se han quedado reducidos al agónico glaciar de Monte Perdido, que adorna la cara norte de la tercera cumbre pirenaica.

El Gran Astazu, desde el collado Swan


EL DESCENSO
Lago Helado de Marboré, Norte del Perdido y del Cilindro de Marboré
            La bajada se hace inminente. Vamos buscando alguna vira para tratar de escorarnos a nuestra izquierda, con el fin de ir recortando terreno. Como una hora hasta el lago, y otra más hasta el Balcón de Pineta. Dejamos atrás todo este terreno caótico, pero en continuo movimiento, aunque imperceptible ante nuestra mirada y nuestra mente. Última mirada, y pensamiento también, a los grandes macizos que presiden este gran espacio, porque hemos de dirigirlos hacia nuestros siguientes pasos, que han de discurrir por las interminables zetas para descender de este bello lugar, al que le hemos metido tres horas para subir y dos para bajar.

El viejo Astazu

Últimas zetas para el Balcón de Pineta
            El calor aprieta en la bajada, y la llegada al bosque se hace de rogar. Pronto a la cómoda pista, que se coge con agrado después de más de diez horas de pateo. Como pensábamos en los comienzos del ascenso, el tránsito hasta los vehículos es un auténtico paseo triunfal, llegando cargados de muy buenas sensaciones, aportadas por habernos dejado conquistar por unas montañas de altura, ubicadas en lo más profundo de un circo otrora habitado por los hielos eternos… hasta no hace mucho tiempo.


El Lago Helado de Marboré y su vieja presa

            Ha sido una larga e intensa jornada de Alta Montaña, por uno de los sectores del Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido, a la que le hemos dedicado 10h 40’ de tiempo total, del que 7h 20’ han sido en movimiento, para recorrer 20,2 km, y salvar un desnivel acumulado total de 1875 metros D+/-… así, resumido en cuatro líneas. Y quince horas de puerta a puerta, que también cuenta.


Las fotos y el track

miércoles, 29 de julio de 2020

Candanchú - Ibón de Estanés, la magia del bosque



AQUERAS MONTAÑAS
Ibón de Estanés (1770 m)
Sábado, 25 de julio de 2020




            Hoy comenzamos con la sinopsis del libro “El Valle Prodigioso”, de Dolores Redondo, escritora donostiarra, editado por Ediciones Destino: “Amaia sentía en aquel bosque presencias tan palpables que resultaba fácil aceptar una cultura druida, un poder del árbol por encima del hombre, y evocar el tiempo en que en aquellos lugares y en todo el valle la comunión entre seres mágicos y humanos fue religión.”. Y lo hacemos porque nos viene al pelo para ambientar este paseo matutino de hoy. De culturas ancestrales, bien pegadas al terreno, nos llega la relación entre el bosque y sus habitantes invisibles, que se alimentan de ellos y que a la vez sirven de alimento para ellos. Es un flujo recíproco, una autoprotección en modo simbiótico, de la que el ser humano siempre se ha beneficiado.

Ambiente

            Vamos pues en busca de ese beneficio, y lo hacemos acudiendo a un espacio especial, a un hayedo que vive intensamente las cuatro estaciones del año. Con la primavera comienza a respirar, con el verano se expande, con el otoño se repliega, y con el invierno… con el invierno dormita, reflexiona el inicio del nuevo ciclo. Todas sus fases hemos vivido, y no sabríamos con cuál quedarnos. Ahora toca verano, ahora toca ver esos magníficos seres en todo su esplendor, aportando sombra, frescura a todo cuanto cobijan. Y dentro de ese todo, hoy, nos vamos a incluir. Bosque de las Hayas de Le Somport, para visitar, sin duda.



LA IDA, POR EL BOSQUE DE LAS HAYAS DE LE SOMPORT
Entrada en el bosque
            Muchas de las excursiones que parten de Candanchú tienen el mismo punto de salida y llegada, el aparcamiento de Pista Grande, del que salimos por la base de la estación en dirección al estadio de biathlon, en proceso de reforma. Junto a él arranca el sendero del antiguo GR 11, descatalogado al migrar a Sendero Turístico de Aragón, con la condición de que se buscara una alternativa que no pasara por el país vecino, y que aunque se han borrado algunas marcas, el trazado es más que evidente. Se pasa por el collado de Causiat, a través del que pasamos a territorio francés, pero el sendero no te lo dirá, porque no lo sabe… nunca lo ha sabido. Hacemos un inciso para destacar que lo que sí nos informan los carteles es de que entramos en el Parque Nacional de los Pirineos, con sus restricciones particulares, entre las que se encuentra la prohibición de ir con mascotas, ni siquiera atadas.

Uno de los cruces en el bosque

Otro de los tramos de bosque
            Seguimos por ese GR 11 antiguo. Llegamos a un cruce con tablillas del parque sobre una visible tubería de agua. Aquí abrimos la circular, ya que volveremos por el sendero que continúa de frente. Ahora toca girar a la derecha y abrazarnos al riachuelo para comenzar en poco tiempo a disfrutar ya de los placeres del bosque. Un bosque que nos acoge con sus mejores galas, y que nos va a acompañar durante casi una hora ininterrumpidamente. Mientras las brumas juguetean con las copas, nosotros lo hacemos por el sinuoso sendero, que va dejando a uno y otro lado ejemplares que destacan por su porte, y que nos gustaría que nos contemplaran como cualquier otro árbol vecino para que nos hicieran partícipes de sus secretos.

Incorporación a pista de Sansanet

Cruce de la granja d'Escouret
            En el trascurso de esa hora, llegamos a otro cruce que de tomar a la derecha llegaríamos a Sansanet. Tomamos a la izquierda, nos cruzamos con el barranco del Aspe, que recoge esas aguas de su cuenca superior. Otro poco más y salimos a una pista, que por la derecha también nos llevaría a Sansanet, pero insistimos que ese punto no entra en nuestra ruta de hoy. Seguimos la pista, decididamente ya hacia arriba, dejamos a la derecha el sendero que viene de… ¿de dónde?, de Sansanet, claro. Bueno, a partir de aquí se puede decir que ya es el acceso normal a este precioso ibón pirenaico, enclavado en una encrucijada de caminos.

Montañas de Candanchú, que se repliegan ante la llegada de la niebla

            Desvío a la granja d'Escouret, por donde se va la Senda de Camille… o se viene, según le dé. Un poco más de bosque y al salir de él nos encontramos de nuevo la güega. Salimos del Parque Nacional de los Pirineos y enfilamos hacia el barranco de Estanés, sin parar de mirar las montañas que nos devuelven su mirada. Media hora más y alcanzamos la cuenca del ibón, parando a echar un bocado en una fuente próxima.

Fuente, en la cuenca del ibón de Estanés


LA VUELTA POR LA CHORROTA DEL ASPE
Tramo de bosque anterior al paso de la Chorrota
            Desandamos nuestros pasos hasta el puntal del Tacho, donde abrimos de nuevo la circular para meternos por el viejo itinerario del GR 11, de nuevo al hayedo, de nuevo a territorio francés, algo que nos recuerda el panel de turno. Este tramo ya no tiene tanto encanto, será porque no son horas tan tempranas y la magia se ha diluido un poco. Y más que se diluye al salir del bosque, porque el sol cae a peso. El cruce de la Chorrota es muy cómodo, apenas baja agua. Encontramos la senda por la glera bastante compuesta. De nuevo un tramo de bosque, que agradecemos. Salimos al cruce de la tubería, donde cerramos la circular.

Los lomeros de Esper vigilan la Chorrota

Algún gnomo saltarín se ha salido del  bosque
            Ya solo resta volver por el mismo camino hasta el aparcamiento de Pista Grande, habiendo pasado una buena mañana por un terreno archiconocido, pero sin embargo por unos tramos que guardaban algún secreto. Han sido 15,4 km, recorridos en un tiempo total de 5h 15’, del que 4 horas han sido en movimiento, con un desnivel acumulado total de 745 metros D+/-, mucho de todo ello por unos bosque que siempre invitan a volver. Como también lo hacen Mateo y Carmen, que nos han acompañado hoy, dando por finalizada la mañana en ese refugio Pepe Garcés, en torno a una buena jarra de cerveza.


Las fotos y el track

domingo, 26 de julio de 2020

Pico Garganta de Aísa, Sombrero y Garganta de Borau, la vuelta a los Lecherines

AQUERAS MONTAÑAS
Pico Garganta de Aísa (2504 m)
El Sombrero (2562 m)
Pico Garganta de Borau (2570m)
Sábado, 25 de julio de 2020




            Para ambientar nuestra crónica de hoy, acudimos a Kurt Diemberger, gran alpinista y escritor austriaco, que tiene en su haber la mitad de las cumbres que superan los ocho mil metros del planeta, dos de ellas por primera vez: Broad Peak y Dhaulagiri, en 1957 y 1960 respectivamente, y único superviviente de tener dos primeras en ochomiles. Tiene varios libros escritos con sus experiencias, con muchas frases célebres, entre las que destacamos esa de: “Las montañas se suben dos veces. Una con el piolet y otra con la pluma.”. Dios nos libre de pretender corregirle, porque si le hubiera dado una vueltecica más se habría parado a pensar, y seguro que lo hacía, pero hay que decirlo, que antes de subir las montañas hay que pensar en ellas, en esa planificación para acometerlas con las máximas garantías. De modo que nos quedamos con que son tres veces las que subes cada montaña, la primera planificando, la segunda subiéndolas, y la tercera recordando para contarlo. Es al menos, nuestra experiencia. De cualquier modo, nosotros jugamos en distinta liga, mientras él lo hacía en la de élite mundial, nosotros agradecidísimos de hacerlo en tercera regional… y en el caso de hoy, en la local.

Pliegues en Rigüelo

Lirios, subiendo al paso de la Garganta
            Una liga que no hay que desdeñar, porque a pesar de ver los mismos paisajes y que se nos hagan familiares, sigue habiendo rincones sin visitar, sigue habiendo montañas dispuestas a conquistarnos, como las de hoy. Desde la base de Rioseta, subiendo a Candanchú se abre en las alturas un grandioso circo rocoso, que da su cara, la salvaje, la norte, hacia ese mundo Tortiellas -como Muralla de Borau se le conoce coloquialmente- y la espalda, la otra cara, la suave, a otro mundo, al de la solana del circo de Aísa y el de Lecherines. Tras esa planificación, viene la etapa central, la realización… y la del cuento, y en ella estamos.

En la Cleta, dispuestos para salir

            Siete amigos, más otro con el que coincidimos en la Cleta, y al que le cambiamos el paso, somos los componentes de esta nueva incursión a la montaña pirenaica, a las montañas pirenaicas, para hacer una cresta que une tres cimas, el pico de la Garganta de Aísa, el Sombrero, y el pico de la Garganta de Borau, o Lecherín.

Primeros compases


LA ASCENSIÓN AL PASO DE LA GARGANTA
Tomando el desvío hacia el paso de la Garganta, con el Rigüelo enfrente
            Salimos, pues, de buena mañana, con la sombrica, como debe ser para evitarnos el sol en el ascenso por ese tubo bicolor. Los primeros compases son para el recorrido común para varios de los destinos. A los veinte minutos dejamos atrás el cruce de “El Chorrotal”, esa surgencia que se considera el nacimiento del río Estarrún. Dejamos el sendero del Aspe, y vamos al encuentro del GR 11.1 por un sendero anterior al del cruce. Seguimos las marcas rojiblancas hasta donde vemos más oportuno dejarlas para enfocar ya el caos de ese pequeño circo que forma la subida a la Garganta de Aísa con el bajante de los mundos que vamos a visitar por las alturas. Y decimos donde vemos más oportuno porque son varias las opciones que se pueden tomar.

Los mallos de Lecherines

Sur del Aspe, con la vía Subterránea,
que parte por el interior de la cueva
            A lo largo de la primera parte del tránsito, el piso herboso deja paso al pétreo, del que no nos vamos a librar ya hasta pasada una buena parte de la bajada, pero esto es así, las montañas están hechas de piedras… y de todas las formas y tamaños. Dejamos atrás esos corros de lirios en pleno apogeo y nos armamos de paciencia para acometer la subida a ese paso de la Garganta de Aísa, que da vista al mundo Tortiellas. Como dos horas desde el arranque. Estamos en un gran tajo, entre los espacios occidentales, Llenas y Aspe, con su desafiante arista de los Murciélagos, y los orientales, que nos van a acoger.


En el paso de la Garganta de Aísa

LA TRAVESÍA Y EL ASCENSO
Fajas imposibles
            Una vez recuperado el resuello, tomamos el sendero, ya por la vertiente norte, trazado bajo los paredones y por el que hay que discurrir con precaución. Dejamos a nuestra derecha una chimenea, en otro momento subida sin mucho éxito. Se nos va abriendo a la derecha un gran circo, que todavía mantiene alguna mancha de nieve que, afortunadamente no dificulta el sendero, aunque nos haga perder altura. Una mancha de nieve muy inclinada, pero que no ofrece ningún problema a unos cuantos sarrios. Enfrente, el enorme paredón del Sombrero alberga una faja que afortunadamente no es la nuestra, aunque si tuviera buen acceso tampoco estaría mal. Otra pechugada, aunque menos que la anterior, para llegar al collado, donde se nos abren buenas vistas hacia el sur, vertiente por la que empezábamos a andar, y situarnos ya en la cresta a recorrer.

Aspe, con su arista de los Murciélagos

Buen ambiente para subir al siguiente collado
            Nos enfilamos hacia poniente, para alcanzar el primer objetivo, el pico de la Garganta de Aísa. Dejamos las mochilas al pie de un roquedo, en el que en un corto tramo hay que echar manos para superar, y llegar finalmente hacia nuestra primera cima, que con sus 2504 metros, aunque los mapas no se ponen de acuerdo en eso, es la más baja de las tres de hoy. Como en todas ellas ocurre, y más cuanto más aisladas estén, las vistas son extraordinarias.

En el pico de la Garganta de Aísa

Última trepada para el pico de la Garganta de Aísa
            Bajamos de este promontorio rocoso, dejamos atrás ese pequeño collado por el que hemos accedido, y seguimos cresteando, en un ejercicio de puro disfrute sensorial. Se puede decir que andamos sobre el ala del sombrero, y ahora hay que alzarse a la copa. Y lo hacemos echando las manos también, continuando con ese mismo disfrute sensorial, que complementamos con un bocado y trago, contemplando el siguiente y último objetivo, al que accederemos por debajo de una formación rocosa en forma de visera –hoy va de gorros la cosa-, donde da comienzo la faja, esta sí, que hemos de tomar. Pero de momento eso, alimentar el cuerpo y el espíritu.

Sombrero y pico de la Garganta de Borau, o Lecherín, nuestros próximos objetivos

Entrada a la faja
            Si veinte minutos nos ha costado llegar del primer monte a este, diez hasta esa entrada de la faja, que nos da vistas al abismo que se abre a nuestros pies. Cinco minutos más de recorrido por la faja, que no es mucho, pero se hace intenso, porque el patio es grandioso. Llegamos al final para asomarnos a la solana, y retrocedemos unos metros para dejarnos engullir por una chimenea por la que vamos a ascender continuando con ese tremendo disfrute que es el 4x4. Quince minutos de tracción total y llegamos justo a la cima de este tercer monte de hoy, que en forma de diente, es el más juguetón, el más alto, el más visible desde ambas vertientes.

Transitando por la faja

Pico del Águila y Borreguil de la Cuca
            Hacia levante, y a más baja cota ya, tenemos la sierra que alberga al pico Lecherines, Tortiellas, y que finaliza con la Peña Blanca, pero que a la altura del segundo se abre otro cordal con el Borreguil de la Cuca y el pico del Águila. No podemos terminar de describir este sector sin nombrar los mallos de Lecherines y el Rigüelo. Y lo hacemos con la esperanza de poder visitar lo que nos queda, que ya no es mucho. Lo que sí es mucho es lo que vemos si levantamos la mirada, hasta el Moncayo destaca en el horizonte, por encima de una estela de calima que se dibuja por el valle del Ebro, abarcando todo lo que nuestra vista es capaz.

Echando la vista atrás


EL DESCENSO
Progresando en la chimenea hacia el Lecherín
            Los ascensos a las montañas tienen su dureza, pero los descensos, aunque no tanto física como emocionalmente también la tienen. Ha llegado el momento de bajar, y lo hacemos por la vía normal, la que da al mundo Lecherines y Rigüelo. En un cuarto de hora llegamos al collado que hacen los mallos con la montaña que descendemos, un cuarto de hora de pendiente descenso, incluso de algún pequeño destrepe. Y a partir de aquí, tres cuartos de hora hasta la pista del refugio López Huici y otro más hasta el collado de la Magdalena, desde donde retomamos el GR 11.1 para bajar ya hasta el inicio de la ruta, algo que hacemos en una hora, la última.

Mallos de Lecherines y Rigüelo

            Bueno, pues con esa hora han sido 6 y 40 minutos de tiempo total, del que 4h 10’ ha sido en movimiento, para recorrer 12 km y salvar un desnivel acumulado total de 1255 metros D+/-, en otra jornada 10 por nuestras montañas… y muy cerca de casa, y en buena compañía.

En la cumbre del pico Garganta de Borau o Lecherín

Las fotos y el track