El diccionario de la Real Academia recoge la voz “tena” asemejándola a “tinada”, cobertizo para tener recogidos los ganados. Cabría considerar el valle de Tena como una reserva de ganado y unir así semánticamente el topónimo con la voz “tena”. Leído en el libro Toponimia del Valle de Tena.
Lo cierto es que es una opinión más de las muchas que hay sobre el origen del topónimo, pero si nos ajustáramos a esa, suponemos que se revolvería en su tumba el que acuñó el término viendo en lo que se ha convertido esa “reserva”. Son los tiempos, dirán algunos, y sí, ciertamente tienen razón, pero lo que nos ha llevado a estos tiempos ha sido una irracional huida hacia adelante, despreciando esos usos tradicionales por parte de las administraciones, que han sustituido el saber popular, deshumanizando las montañas para explotarlas con otro tipo de antropización que no me detendré a calificar, concentrando la riqueza… en eso, tampoco se ha cambiado mucho, siempre ha sido así, aunque ahora de forma más salvaje y descarada.
Pero nosotros a lo nuestro, que es recorrer las montañas, recorrer esos escenarios fuente de vida, buscándola allá donde se encuentre, lejos de las masificaciones, donde aún conservan parte de su alma, porque eso es lo que necesitamos, alimentarnos de vida y que nuestra alma se alimente de la suya. Esa es la verdadera comunión, realizada en el verdadero templo. En esta ocasión hemos elegido el valle de Tena para esas andanzas. Un valle que deja correr sobre su seno al río Gállego, el único de la margen izquierda del Ebro que desemboca directamente en él y que discurre íntegramente por territorio aragonés, desde su nacimiento en el Portalet hasta que se rinde en Zaragoza, amansado, eso sí, en varios embalses que le hacen recapacitar sobre el sentido de sus aguas.
Con un buen puñado de amigos de “Os Andarines d’Aragón”, y organizado por uno de ellos, Paco, nos ponemos en marcha desde la capilla de santa Elena, junto a la carretera A-136, que une Biescas con la frontera francesa. Subimos hasta visitar los bunkers, de la “Línea P”, justo en el arranque de la ferrata. Nos incorporamos al PR-HU 78, que recorreremos hasta Hoz de Jaca, pero vayamos por partes. El sendero nos lleva a media ladera, por debajo de la ermita de santa Elena. Dejamos a la derecha el desvío por Sandimurcio, como sí tomábamos hace justo dos años. Continuamos por el bosque en esta fresca mañana, pero que promete repartir calor cuando lo tenga ella. Llegamos a maridarnos con el río Gállego a la altura de una gran poza, junto al puente tibetano. Seguidamente pasamos junto a una gran haya, a la que le presentamos nuestros respetos. Más prieto a la pared, una gran laja se ha desprendido de ella, lo que da lugar a un estrecho callejón, desde el que parten varias vías de escalada deportiva.
En cosa de hora y cuarto desde el arranque, y tras haber transitado unas decenas de metros por una vieja carretera que viene de Polituara, un Ave Fénix más del Pirineo, nos vamos aproximando al pie de la presa del embalse de Búbal, a donde nos acercamos para regresar y retomar nuestro sendero, que continúa con una fuerte pendiente, comenzando con unas escaleras. El tránsito por un tramo de bosque de bojes tapizados con musgo es absolutamente envolvente. Se pasa por la estación inferior de la tirolina y se continúa por pista, hasta salir a la carretera de Hoz de Jaca, cuyas casas ya las teníamos a la vista desde hace un tiempo, dejando atrás el desvío a Sandimurcio, que habíamos pasado por alto hace casi hora y media.
Unas decenas de metros por carretera y llegamos a Hoz de Jaca, con su bello puente Vicén, de un solo arco con vía empedrada, junto al que nos tomamos un respiro y algo más. Dos horas y cuarto hasta aquí. Las vistas sobre la cuenca del embalse y la sierra de la Partacua son espectaculares. Seguimos y nos adentramos en el pueblo, pero no mucho, de modo que tomamos una calle a la derecha, con su singular fuente de la Glera. Continuamos para meternos a la izquierda al camino señalizado como Sestas, que va entre campos, con un piso algo embarrado. Al cuarto de hora se nos abre a la izquierda otro desvío, el del camino Frazacoz, que nos hace, de nuevo, sentirnos vestidos de bosque. Un par de barrancos se cruzan, el de san Lorenzo primero, y tras varios otros desvíos, entre ellos el que sube a Sabocos, otro barranco, el de Yanel, que se acompaña durante unas decenas de metros.
Finalmente se llega a las proximidades de Panticosa, a donde no se termina de llegar, pues se toma a la izquierda el sendero de la Acequia, acompañando al Caldarés, enriquecido con las aguas del Bolática. Se cruza un puente y se llega a una serena campa, con bancos, donde tomamos un breve respiro, para continuar por la derecha del río a través de un sendero, con un delicado tramo debido a corrimientos de tierra, pero asegurado el paso con un pasamanos de sirga. Entre vegetación de soto, vamos encontrando información de fauna dominante en el lugar, hasta la indicación del mirador de santa María, que nos hace dejar el pacífico sendero para dar comienzo a la subida, no solo a ese mirador sino a otros que nos vamos a encontrar de paso. Entre que vamos dejando atrás el arbolado, lo que se empina el camino y que estamos ya en las horas centrales del día, ya se van cumpliendo las promesas de calor que nos hacía la mañana al punto de arrancar.
Se pasa por una atalaya, con limpias vistas hacia el valle. A continuación, se suceden el mirador de O Caxico, uno previo, también llamado de santa María y, tras un tramo de bajada, llegamos a lo alto de esta peña homónima, habitada también por un búnker, sobre el que está acondicionado el mirador. Al no quedarnos ya más que bajar a Panticosa, hemos apurado hasta aquí para echar el bocado de mediodía, en este promontorio, a 1272 msnm que, por su carácter de tal, es fácil pensar que fuera la mayor altitud de hoy, pero revisando la ruta, a pesar de las excelentes vistas, no le puede quitar el mérito al collado Puyalones (1389 m), que ha pasado desapercibido entre el bosque un poco antes de pasar por el desvío a Sabocos.
Imagen cedida por Pedro Andrés
Como una hora de solaz y regocijo vagando visualmente por las montañas, algunas reconocidas, y otras ayudados por los paneles, es la suficiente para volver sobre nuestros pasos, pocos pasos, y tomar ya el desvío que nos baja a Panticosa, bastante empinado, soportado con algún que otro peldaño. Finalmente, y tras 6 horas y media, llegamos a esta población, una de las más importantes del valle, habiendo recorrido 13,4 km, y con un desnivel acumulado en torno a los 795 m D+ y 590 m D-, en una jornada de diez, y en una muy buena compañía.
Bibliografía:
Toponimia del Valle de Tena. Juan José Guillén Calvo, Institución Fernando el Católico (1981)
Web:
Os Andarines d’Aragón
Senderos FAM
Lugares con historia
SIPCA
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El Pirineo no se vende
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Imagen cedida por Pedro Andrés