Peña Roya (2573 m)
Peña Blanca (2557 m)
Peña Sabocos (2754m)
Miércoles, 22 de julio de 2020
“Si no escalas la montaña, jamás podrás
contemplar el paisaje”. Desconocemos la afición por la montaña de Pablo
Neruda, gran poeta y político chileno del siglo pasado, pero hemos de reconocer
que con esta corta, pero contundente frase, lo clavó. Porque es así, hay que
subir alto para tomar perspectiva, hay que subir alto si quieres ver las cosas
desde arriba, hay que subir alto, para vestirte de paisaje, para integrarte en
el paisaje, para contemplar los paisajes, para fundirte con ellos, para ser uno
con ellos, porque es el único modo de comprenderlos, de amarlos, recibiendo
centuplicado todo lo que des por ellos. ¿Y qué podemos dar por ellos? Nuestro
reconocimiento, nuestra valoración, nuestro más profundo agradecimiento.
Peña Roya y Peña Blanca desde la cuenca de Asnos |
Una cría de marmota sale a nuestro paso |
Y con esas
premisas emprendemos hoy una nueva ruta. Nueva porque es un nuevo día, y nueva
por lo novedosa para uno. La Sierra de Tendeñera es una de las llamadas Sierras
Interiores del Pirineo, que con cierta envidia ve el comienzo de ese Pirineo
Axial. Años, muchos años viendo esta sierra, viendo este monte al atravesar el
puerto de Monrepós, viéndolo ahí enhiesto en la gran muralla de Tendeñera, como
una cota del tridente formado por ella misma, al oeste, la propia Tendeñera,
coronando la sierra, y su vecino Otal, o Arañonera, que también la llaman. Una
ancha pala, inconfundible, desafiante, altiva, atractiva, magnética, de mirada
dulce pero implacable. Hablamos de ti, Peña Sabocos, y lo sabes. Hoy nuestras
miradas se van a cruzar hasta juntarse. Nuestros corazones van a latir al
unísono, guiados por ese diapasón que es la Naturaleza vibrante.
Listos para la marcha |
LA APROXIMACIÓN Y EL ASCENSO
Con los
amigos, Toño y Juan, nos dirigimos a Hoz de Jaca, para tomar la pista que sube
hasta la parte alta de las pistas de alpino de Panticosa. Dejamos el vehículo
en la falda norte del Mandilar desde donde emprendemos la marcha. La mañana está titubeante,
sin saber si va a poder con unos nubarrones que la atenazan, y también a
nosotros. Continuamos por la pista, acortándola en algunas lazadas, y subimos
hasta el ibón de Asnos, que apacible refleja en sus aguas los murallones que
tenemos que alcanzar.
Siguiendo el antiguo GR |
Entramos en la glera, que aún conserva alguna mancha de nieve |
Al poco,
tomamos un desvío a mano derecha, con trazas de pintura rojiblanca, que
entendemos corresponden a un antiguo marcaje de GR 11, y que nos desafía para
averiguarlo. Como media hora por terreno herboso, cruzando pequeñas cuencas
colmatadas, y entramos ya en el tirano mundo mineral. Los macizos se nos van
echando encima, como tiene que ser si queremos alcanzarlos. El blanco de las
calizas y el royo de las areniscas pugnan por ocupar el espacio, pero se
respetan. Sin apenas darnos cuenta comenzamos ese ascenso… sin apenas darnos
cuenta, decimos, al principio, porque conforme vamos subiendo sí que nos damos
cuenta, ya se encarga la cuesta de ello. Seguimos por el itinerario marcado, y
lo hacemos hasta el llamado Portillón Chetro, que alcanzamos en otros tres
cuartos de hora. El agobio de la subida tiene su recompensa al llegar y abrir
la ventana de esta brecha, pudiendo contemplar todo un mundo que se abre a
nuestra vista. El mundo del sur… que también existe.
Llegando al Portillón Chetro |
LA TRAVESÍA Y LAS CIMAS
La primera mirada al sur |
Ya estamos a lomos de esta gran sierra. Ya estamos subidos al cordal, con unas
vistas impresionantes a los cuatro costados. Ya solo queda recorrerlo para
visitar las tres cimas que nos proponemos, y que son las más occidentales de la
sierra de Tendeñera. Nos dirigimos primeramente hacia ese extremo de poniente,
para alcanzar la Peña Roya, cuya cima está ocupada por un talabarte que
imaginamos necesario, pero que afea una barbaridad. Salimos de la hermana roya
para continuar periplo y llegarnos a su hermana Blanca, para que no tenga envidia.
De nuevo contemplación, de nuevo admiración, de nuevo agradecimiento… y de
nuevo, fotos. Aún apuramos un poco más el cordal en busca de arañar unos metros
más, por terreno más delicado, y lo hacemos hasta que la delicadeza se
convierte en claro riesgo.
En la Peña Roya |
Sabocos y sus abismos |
Volvemos sobre
nuestros pasos. Saludamos de lejos a la roya y continuamos. Pasamos junto al
Chetro, de cerca, este sí, y emprendemos el tránsito por la cresta. Casi una
hora de auténtico placer, de auténtico delirio saboreando los espacios de ambos
lados, pero solo cuando el terreno lo permite, ya que hay pasos técnicos en los
que hay que estar muy centrado. Una travesía entre el cielo y la tierra,
variada, disfrutona, con grandes y
verticales paredones al norte, que trazan abismos sobre los mundos de Asnos y
Sabocos; y más suaves praderíos al
sur, por donde vienen a beber esas sierras menores que se unen
perpendicularmente a la que transitamos.
Cuando el suelo se pone de pie |
Sierra de Partacua y su somontano, con el embalse de Búbal al pie |
Un poco antes
de llegar a cumbre, dejamos el arranque del sendero de descenso, ese itinerario
que visto de lejos nos ha impresionado por su gran verticalidad y su visual
falta de conexión entre tramos. Con la confianza de que nos trate mejor que a
la vista, lo dejamos para luego, porque hay que terminar de disfrutar de las
mieles que nos tiene reservadas el ascenso, cuyo último tramo se ha empinado lo suyo. Bien. Ya hemos
llegado, ya estamos aquí, sobre una de las grandes cotas de esta sierra
paralela a la gran cordillera. No contentos con eso, dejamos las mochilas que
hagan compañía al vértice geodésico, y alargamos nuestros pasos hasta el
extremo oriental para contemplar a vista de pájaro ese gran circo que hace el
quiebro de esta sierra hasta llegar a su máxima altura, la que le da nombre. Un
asombroso y gigante espacio digno de cualquier otro escenario de grandes
montañas del mundo.
Cresteo para llegar a Sabocos |
EL DESCENSO
Sorprendente circo en la cabecera del barranco del Infierno |
Mirando
posteriormente el track, asombra ver que hemos estado tanto tiempo en
movimiento como parados, y eso está justificado, solo se explica por la
atracción que se siente por permanecer rato y rato… y más rato en este lugar,
tanto en ese espolón oriental como en la propia cima. Al filo de las dos de la
tarde salimos de este magnético sitio, volviendo sobre nuestros pasos, pocos
pasos, hasta el arranque de ese vertiginoso sendero, visto de lejos, al que
expectantes nos enfrentamos, comprobando que de cerca no lo es tanto… bueno sí
lo es, claro, pero con algo más fácil tránsito que el que aparentaba.
Descenso, aparentemente impracticable |
Impresionante, el macizo del Vignemale |
Las calizas y
areniscas se van sucediendo, los verticales tubos y las más horizontales
travesías se van sucediendo, las interminables zetas se van sucediendo, también
la pérdida de perspectiva conforme vamos bajando, siempre en presencia de los
enormes paredones y los retorcidos pliegues, testigos de un sufrimiento
geológico de millones de años que, por ello, esperamos haya sido menor el sufrimiento.
Entre unas cosas y otras, hora y media de salvaje descenso hasta alcanzar la
paz en el lecho herboso de esas pequeñas cuencas que salpican el terreno. En
poco ya cerramos la circular y llegamos al ribete del ojo de mirar sereno de
ese ibón de Asnos, que lo dejamos ahí, a sus anchas.
El sufrimiento de piedra |
Descendiendo |
Menos de media hora más y llegamos al vehículo, cargados de una energía
especial que, a cambio del esfuerzo, nos ha regalado esta extraordinaria ruta,
a la que le hemos metido 8 horas de tiempo total, la mitad en movimiento, para
recorrer 10,8 km y salvar un desnivel acumulado de 1085 m D+/-, en una jornada
con una compañía que lo ha dado todo por llenarla, y en la que el tiempo ha
basculado a nuestro favor.
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