No siempre hay que ir lejos, también hay montañas cerca. No siempre hay que hacer kilometradas y enormes desniveles. No siempre hay que hacer grandes rutas, también hay ascensiones fáciles, relativamente cortas, en las que disfrutar con gente cercana, en este caso con el heredero mayor, con el que compartimos la de hoy. Y no se puede decir que haya sido un paseo, porque más de diez kilómetros, más de cuatro horas y media, y casi mil metros de desnivel no lo es, pero sí lo ha sido el disfrute en familia de una bonita ascensión, con muy buenas vistas, para echar la mañana.
Pues sí, hoy la hemos empleado en subir a la Punta Espata (Pico de la Ralla en algunos mapas), la punta de una rallera que se alza entre el barranco de Bozuelo en su cara oeste, y que vierte al Aragón en Villanúa, y los de la Canal y del Furco, que lo hacen al incipiente Aurín, que desemboca en el Gállego a la altura de Sabiñánigo. Estamos, pues, en una divisoria de aguas, aunque ambas rinden al Ebro, el primero en tierras navarras, y el segundo en Zaragoza, siendo el único afluente directo por el margen izquierdo, que discurre íntegramente por la Comunidad Autónoma. Pero volvamos a las montañas, porque la nuestra de hoy se encuentra entre la alta montaña del macizo de Collarada, unida a él por el collado de Marañán (Espata en algunos mapas) y la media montaña de los montes de Bacum y Leta, por el de la Espata (Bacum en algunos mapas). De nuevo, la frecuente confusión toponímica cartográfica. Pero eso, a la montaña le da lo mismo, y a nosotros, en cierto modo, también, siempre y cuando no contribuyamos más a la confusión.
Subimos con el vehículo hasta el puente que cruza el barranco del Bozuelo, aguas arriba de la fuente del Paco, como unos 4,5 km de pista abierta a la circulación. Tomamos ya el sendero que remonta el cauce del exiguo barranco, para cruzarlo en breves, e ir subiendo por el empinado sendero, por entre bosque mixto, en el que se distinguen pinos, hayas y abetos, aunque estos últimos en franca decadencia. Algo más de media hora para pasar por los campos de Piecervera, que añoran tiempos mejores. En veinte minutos se cruza una pequeña palanca de madera al tiempo que se roza una lazada de la pista, a la que llegamos en otros diez minutos, tras una empinada cuesta. Una hora hasta aquí, un lugar en el que te sueles encontrar algún vehículo aparcado, con su debido permiso de circulación para llegar hasta aquí, desde donde se tiene ya prohibido el paso hacia la cercana Trapa, punto de salida para la normal de Collarada.
Dejamos atrás este lugar para bajar a la derecha hacia el refugio del cubilar de la Espata, con su agónico abrevadero, y continuar la ruta, ya por terreno despejado, hacia nuestro objetivo, visible ya, pero no como una puntera, que se veía desde Villanúa, sino como una larga rallera. Un primer tramo es común a la subida al collado de Marañán por el barranco de Bozuelo, pero enseguida la abandonamos para subir por la derecha, por sendero bien marcado, y superar unas lomas, en las que encontramos ganado vacuno disfrutando de la mañana. Cuarenta minutos hasta el collado, que nos da vistas ya a la cuenca del Aurín, y media hora más hasta alcanzar los 2202 metros de altitud del punto más alto de esta rallera, que va perdiendo altura extendiéndose hacia el este, mostrando esos visibles y preciosos plegamientos que los tiempos le han regalado.
Las vistas sobre la fachada sur del
macizo de Collarada son impresionantes. La propia
Collarada,
Collaradeta y la larga muralla de la
Somola Alta, rompen el horizonte sobre el azul del cielo jacetano, formando unos extensos y desérticos circos a sus pies, en un aparente caos de resecas rocas que quieren todas las aguas para sí, en este espectacular mar calizo, cuyas entrañas tantos secretos esconden todavía. Al sur de la
Somola Alta, su hermana la
Somola Baja, visitada hace unas semanas, y desde la que subimos a la
Espata por una vía poco frecuentada. Ambas caen a tajo sobre el amplio espacio que deja la cabecera del
Aurín, donde se aloja otra joya geológica, el
ibón de Bucuesa, aunque no es visible desde aquí. Al otro lado, el extremo occidental de la
sierra de la Partacua, con la
Pala de los Rayos y la
Peña Retona, entre otras. Más al sur, las sierras que cierran el paso por el norte a esa zona del
Sobremonte biesquense. Al sur de nosotros, las que lo hacen al mítico y místico lugar de
Iguácel, fondo de la
Garcipollera. Y al oeste, la cuenca del
río Aragón, con
Villanúa, en primer término.
Nos reafirmamos en la falta de consistencia de que en estos días las montañas están llenas de gente. El ser humano, como animalicos de rebaño que somos… todavía, quizá estemos lejos aún de saber apreciar y saborear las cosas pequeñas, humildes, escondidas de los focos que alumbran a los grandes objetivos. Aquí, nadie a nuestro alrededor, nadie que perturbe la paz y la comunicación con tan magno escenario, y que tenemos que dejar en sus cosas para emprender el descenso. Un descenso que hacemos por el mismo itinerario hasta el collado y luego hasta el refugio del cubilar de Espata, desde donde seguimos por la pista como media hora, hasta dar con un desvío a la izquierda, por un sendero que nos baja, en otra media hora más a la pista, muy pocos metros debajo del puente donde hemos dejado el vehículo, dando así por concluida esta apacible y serena ascensión a un clásico de la zona.
Un clásico de la zona, la Punta Espata, a la que muy a gusto le hemos dedicado 4h 40’, para recorrer 10,9 km, y salvar un desnivel acumulado total de en torno a 935 metros D+/-.
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