Bien entrados ya en el mes de agosto, justo es pensar en acudir a lugares más solitarios, y hoy hemos elegido estos bellos parajes del Parque Natural de los Valles Occidentales, que siempre ofrecen rutas menos transitadas, en este caso, nada de transitadas, incluso con poca afluencia en los alrededores del refugio de Lizara, de donde partimos, acompañados únicamente de las señales del GR 11 y GR 11.1, que hasta el collado del bozo, por el barranco del Articuso, confluyen en el mismo sendero. Algo más de una hora hasta aquí, tras haber disfrutado en el arranque de la cuesta al ver a cientos de ovejas acostadas junto a la caseta de Napazal, esperando su suelta, como supervivientes de estas nuevas formas de vida que tanto hostigan al Sector Primario. La llegada al collado nos abre una nueva perspectiva, la de la cabecera del valle de Aísa, con sus infinitos espacios de belleza y de luz.
Dejamos que el GR 11.1 los recorra suavemente, y nosotros seguimos fieles al principal en su nuevo trazado por el alto barranco de Igüer, que se ha sabido abrir camino entre dos grandes macizos, a la izquierda el de Bernera, y a la derecha la Liena del Bozo, ambas igual de generosas y que vierten por el sur a estos dos valles hermanos, el del Osia y el del Estarrún, respectivamente. Un barranco en el que conviven en perfecta armonía las blancas calizas y las royas areniscas, como bien diferenciadas se ven entre la Ruabe de Bernera y el O l’ibón. Salvamos ese pequeño resalte, en el que hay colocada una cadena, y continuamos hasta la Foya de Aragüés, desde donde vamos abandonando el fondo del valle para ir subiendo hacia la sierra, por zona mixta primero, y luego más pedregosa, para terminar llegando al Ruabe del Bozo por un tramo herboso y empinado.
Conforme vamos subiendo se va acrecentando la fuerza del viento que, junto a nubes bajas, nos acompaña en todo nuestro tránsito por la cresta. Fresco e incómodo, pero que no va a empañar nuestro disfrute de la vista que se abre ante nosotros. Toda la vertiente norte, presidida en primer plano por el ibón de Estanés. A nuestra derecha, al este, la trilogía que cierra ese circo de la cabecera del valle de Aísa, Aspe, Liena de la Garganta y del Bozo, que nos saludan cuando las nubes se lo permiten, y que son la cabecera del bajante de Esper. Los valles franceses duermen bajo el cobertor de las nieblas, que irán desapareciendo poco a poco. No está siendo muy cómoda la estancia, por lo que nos ponemos enseguida en movimiento, entre otras cosas porque vamos a seguir disfrutando de estas vistas un buen rato a lo largo de nuestro tránsito por la cornisa.
Algo más de dos horas y media hasta esta primera cota, la más alta de hoy, para salir de ella en dirección a la siguiente. En menos de media hora más pasamos por el comienzo del descenso, esa gran boca dispuesta a engullirnos a nuestra vuelta, y que se nos muestra franca, pero muy inclinada y profunda. De momento, seguimos para acercamos hasta ese Puntal d’o Bozo, con su gran hito que se asoma hacia el norte, como colgándose en el vacío. No teníamos más intención que volver, pero la prolongación de la ralla nos invita a seguirla, hasta otra cota sin nombre en los mapas, y de la que ya se obtiene una muy buena vista sobre la lejana plana Mistresa, el puerto de Bernera, con el circo d’o l’Ibón, y a nuestros pies ese valle de los Sarrios, una perfecta artesa glaciar que nos va a acoger, cerca de 400 metros más abajo, tras el duro descenso, al que sin dilación nos dirigimos.
Volvemos sobre nuestros pasos, saludamos a distancia a ese Puntal d’o Bozo y nos presentamos en la bocana de esa garganta profunda con intención de deglutir este par de cuerpos, que con gran pena dejan las alturas. El primer tramo de la infinita bajada es muy inclinado y hay que acometerlo con sumo cuidado, tratando de encontrar la incipiente traza a la derecha de la canal, sin caer en la tentación de entrar en ella. Poco a poco, la pendiente se va suavizando, y el piso va siendo más amigable, lo que va acelerando el descenso que, a lo largo de media hora te tiene en tensión. La recompensa viene al terminar en una muy plácida zona herbosa donde poder encajar los huesos en su sitio y desencajar las piedras de las zapatillas. Hasta incluso echar un bocado contemplando esa tremenda bajada comenzada como 180 metros más arriba.
Terminado el tiempo de relax, reanudamos la marcha. Nos asomamos al valle de los Sarrios en un lugar imposible para bajar, por lo que tomamos rumbo norte para alcanzar un bello portillo que nos muestra el camino definitivo para alcanzar ya al fondo del valle, en el que ya vamos encontrando más personal, aunque mucho menos del que preveíamos. Justo cinco horas hasta aquí, y aún nos quedan otras dos para llegar plácidamente a Lizara, que lo haremos ya acompañados por las marcas del GR 11. Atravesamos de norte a sur este increíble valle, hasta el fondo, cerrado por los enormes paredones del circo d’o l’Ibón, con su ibón Biello, como vestigio de lo que un día debieron ser estos helados rincones. Por supuesto, no pasar por aquí sin hacerle una visita, lo que nos hace alejarnos unas decenas de metros del sendero. Nos incorporamos a él, dejando atrás el puerto de Bernera, trascendente hidrológicamente, porque separa las aguas mediterráneas de las atlánticas. Ya por el GR 11 al tiempo que admiramos las extraordinarias vistas sobre la cara norte del Bisaurín y el Puntal de Secús mientras vamos bajando por el barranco de los Castillones hasta la plana Mistresa, para encajonarnos seguidamente por el congosto que nos saca ya a los grandes espacios de Lizara.
Al cabo de 7 horas llegamos al punto de partida. En ellas hemos recorrido 15 km de verdadero placer por los bajos y los altos de estas montañas, habiendo salvado un desnivel acumulado total de en torno a los 1100 m D+/-, dándole la vuelta al gran macizo de Bernera.
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