Gran Vignemale (3.299 m)
Sábado, 30 de julio de 2016
“En el silencio y en la
serenidad de las altas montañas, la historia humana parece un drama de la
locura, donde la sabiduría y la lucidez no son más que entreactos”.
Foto de época |
Esta es una de las múltiples
frases que el Conde Rusell nos dejó como testimonio de su gran amor, de su gran
pasión que fueron las montañas, y en concreto los Pirineos. Y por centrar más el tiro todavía, seguro que estaba
pensando, que estaba hablando del macizo del Vignemale, donde se funden las
esencias de la Creación en una montaña que vierte a varias aguas, que habla en
varios idiomas. Una montaña alta, dura, con varias cimas apuntando al infinito,
como los brazos de un niño buscan a los de su madre. Una frase que suscribimos
plenamente, porque resume los afanes del ser humano, con sus luces y sombras,
con sus ambiciones, sus codicias, sus intrigas, para provecho propio. Cuanto
más conozco al ser humano, más amo a las montañas.
Henry Rusell, verdadero precursor |
El programa de actividades de
montaña del CP Mayencos sigue inexorablemente su singladura en el tiempo. La de
hoy supone un desafío a la resistencia, tanto física, como psíquica, no tanto
técnica, aunque también tiene lo suyo. De momento, la víspera nos vamos
concentrando en el refugio de Bujaruelo. A este bello rincón del área de
influencia del Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido vamos acudiendo en
número de once. Con Julio, Javier, Rafa, María, Carlos, David, Manuel, José
Antonio, Leyre y Paco, conformamos el equipo dispuesto a afrontar el reto,
aunque éste último tiene que abandonar por motivos familiares.
Primer contacto visual |
Buena cena, y pronto al sobre,
que la noche es corta. Tanto como que antes de las cuatro movemos para ir preparándonos
para la marcha. Entre la ausente luna, que cuanto más mengua, más tarda en
llegar, y la carencia de nubes, favorece una bóveda celeste completamente
estrellada, que invita a fundirte en sus pensamientos. Pero los nuestros son
más terrenales, aunque hoy suban alto. Aún no son las cinco cuando arrancamos
por la pista, sin más luz que nuestros frontales y esas estrellas que nos miran
con asombro. Puente de Oncins, y aunque no se ve, sí se nota que esto se
empieza a empinar.
En plena progresión |
A eso de las seis dejamos atrás
la cabaña de Ordiso con el final de la pista, enfilando sin remisión la senda
que nos sube a otra cabaña, el refugio de Labaza, tras otra hora de camino, donde
hacemos un alto para echar un trago de agua. Hay que tener el gaznate
engrasado, ahora viene lo bueno. Dejamos el fondo de valle, por donde discurre
el GR 11, y con la vista puesta en la extraordinaria marmolera que corona este circo, comenzamos
ya una impenitente subida que no va a encontrar ya respiro hasta el mismísimo
collado de Lady Lister.
Saliendo de los matorrales |
El sendero… bueno, la ausencia de
sendero definido hace que nos despistemos y tomemos el ascenso sin cruzar el
barranco, lo que provoca que nos embosquemos por lugares por los que no pasan ni
los jabalíes. Pero como esto es cuestión de perseverar, finalmente salimos a
una plataforma en la que retomamos el camino que nos parece más correcto. Somos
seres minúsculos circulando por la grandeza de un enorme circo en el que se
alternan los tramos rocosos con otros más cómodos de hierba, pero en cualquier
caso la pendiente es brutal y hay que tomársela con calma.
Antes de entrar en el nevero |
Sobre las 10 de la mañana
enfocamos ya el corredor de la Moskowa, con nieve casi desde el arranque. Allá
arriba… pero muy arriba, distinguimos el gendarme blanco como referencia del
término de la chimenea, a cuya base nos cuesta más de una hora llegar. Entre
tanto, nos ponemos el casco, el piolet y los pinchos y progresamos por el
nevero, que cuenta con una considerable inclinación, pero al tener la nieve
tirando a blanda da confianza, no obstante, hay quien lo termina en paralelo,
por las piedras.
Chimenea de la Moskowa |
La chimenea es disfrutona. Unos
la dan de IIº y otros de IIIº, de cualquier forma no pasa de ahí su dificultad,
siendo lo más peligroso la cantidad de piedra suelta que hay que tratar con
suma delicadeza para no desprenderla sobre los que vienen detrás. El terminar y
asomarte al otro lado es uno de los buenos momentos del día. Ya tenemos a la
vista el famoso collado de la famosa lady, entre los picos Central y Cerbillona, pero dos tramos bien diferenciados
nos separan todavía de él. El primero, también disfrutón, la bonita cresta sur del
Cerbillona, que nos arrima al macizo; y el segundo, un penoso tramo de canchal
que nos lleva hasta el collado.
En el collado de Lady Lister |
La panorámica que se abre ante
nuestros ojos deja boquiabierto a cualquiera, por poca sensibilidad que se
tenga. Sin duda, uno de los lugares más grandiosos y alucinantes que se pueden
ver desde un collado pirenaico. Posiblemente el que más. El alma, allá donde
esté, se pega un revolcón de gozo… y se nota. La visión sobre el cada vez más
mermado glaciar de Ossoué, al pie de este extraordinario circo que conforman
todas las cimas de este macizo, forma un conjunto de difícil asimilación. Estamos
a 3.200 metros de altitud, y eso confiere una perspectiva que sólo el esfuerzo
continuado de casi siete horas de impenitente ascensión lo permite.
Pasando por debajo de las cuevas |
Estamos en un punto medio de esa
gigantesca corona que forman las desafiantes cimas, sólo rota por la salida
natural del cono del glaciar. Una de esas cimas es la nuestra. El Pique Longe,
o Gran Vignemale, la que vamos ya mirando de reojo mientras nos volvemos a
equipar con crampones y piolet, para flanquear la parte superior del glaciar,
donde se encuentran unas de las cuevas que el conde mandó horadar para dar
cobijo al éxtasis de sus prolongadas estancias. Si pensamos que se hicieron al
filo del glaciar y observamos dónde han quedado en la actualidad, nos podemos
dar una idea de la fatídica regresión de estas joyas geológicas que estamos
dejando escapar sin arrancarles todos sus secretos.
Alcanzando la cumbre. Tocando el cielo |
Llegamos a la base del Pique
Longue, y sólo nos queda ya la trepada cimera, que hacemos dejando piolet y
crampones a buen recaudo, y acompañados por las primeras nubes serias de la
jornada. Veremos cómo termina esto. El alcanzar visualmente el vértice
geodésico de cumbre es comparable a muy pocos placeres de la vida, desde luego
muy por encima de cualquiera de los terrenales. Estamos ya en el ámbito de lo
supra humano, unos habitáculos en los que conviene tener dispuestos lugares
preferentes para este tipo de visiones, para este tipo de sensaciones, para
este tipo de vivencias. Un etérico lugar en el que se agolpan sin cesar todas
las de este tipo, y que permanentemente hay que velar por ensanchar.
Echando un bocado en el collado |
Pero hay que bajar de las
alturas. También de éstas. El destrepe se torna delicado. No va a ser el único.
Nos pertrechamos de nuevo con el material para cruzar la parte superior del
glaciar, y nos llegamos hasta el collado. Son las dos menos veinte. No hay que
agobiarse, pero no es nada pronto, pensando en lo que nos queda y el aspecto
que va recobrando la atmósfera. Pero el continuo esfuerzo al que estamos sometidos obliga a echar un bocado.
Destrepando la chimenea |
La bajada hasta el inicio de la
cresta es relativamente rápida, a pesar de que hay algún paso no apto para
cardíacos. Al comienzo del destrepe de la chimenea nos volvemos a agrupar, y
poco a poco realizamos ese descenso con sumo cuidado, cada piedra tiene su
sitio en este lugar y así debe seguir siendo. Una vez abajo, hay quien coge la “escoba”
y baja el nevero aprovechando que la nieve está más blanda. La mayoría por la
penosa piedra. Desde el pie de la chimenea hasta el refugio de Labaza, pasan
dos horas y tres cuartos, con el único contenido que la paciencia y el temple
para abandonar poco a poco este terreno alpino y bajar hasta el fondo del
valle.
Llegada a San Nicolás de Bujaruelo |
Mientras llegan los que faltan,
hay los que dejan a sus recalentados pies juguetear con el agua del torrente,
pero poco rato, no se vayan a pensar que esto ha terminado. Porque no, no lo ha
hecho. Aunque lo que queda es de cómodo transitar, todavía nos faltan del orden
de dos horas para culminar esta salida por uno de los macizos más prestigiosos
del Pirineo, en este caso partido en dos en los mapas. Y estas dos horas pasan
bajo un sol como en todo el día hemos soportado, la amenaza de tormenta se va
quedando en eso, y el sol se cobra su tributo. Pues ya está, una hora de
sendero, y otra de pista, abrazados al GR 11, es lo que media para llegar a
Bujaruelo, cuya entrada la hacemos por las praderas de Laña Larga, para delicia
de nuestros pies, o de lo que queda de ellos. Justo llegar al coche y empezar a llover. Se agradece.
Y aparte de la ligera ducha, baño
debajo el puente y encuentro en torno a unas buenas jarras. En total, han sido
14h 25’ de tiempo total, del que 7h 30’ han sido en movimiento, para recorrer
26,7 km, con en torno a 2.150 metros de D+. El cansancio siempre supeditado al
disfrute. Al contrario que el agua y el aceite, sí hay una mezcla, aunque de
difícil definición, y es la compuesta por esa lucha y amor por las montañas, que
nos somete y nos impulsa siempre a volver. En buena compañía.
Las fotos, en: https://picasaweb.google.com/chematapia/6313547064593008593
No hay comentarios:
Publicar un comentario