domingo, 31 de julio de 2016

Gran Vignemale, Comachibosa por la Moskowa

AQUERAS MONTAÑAS
Gran Vignemale (3.299 m)
Sábado, 30 de julio de 2016


            “En el silencio y en la serenidad de las altas montañas, la historia humana parece un drama de la locura, donde la sabiduría y la lucidez no son más que entreactos”.



Foto de época
            Esta es una de las múltiples frases que el Conde Rusell nos dejó como testimonio de su gran amor, de su gran pasión que fueron las montañas, y en concreto los Pirineos. Y por centrar  más el tiro todavía, seguro que estaba pensando, que estaba hablando del macizo del Vignemale, donde se funden las esencias de la Creación en una montaña que vierte a varias aguas, que habla en varios idiomas. Una montaña alta, dura, con varias cimas apuntando al infinito, como los brazos de un niño buscan a los de su madre. Una frase que suscribimos plenamente, porque resume los afanes del ser humano, con sus luces y sombras, con sus ambiciones, sus codicias, sus intrigas, para provecho propio. Cuanto más conozco al ser humano, más amo a las montañas.


Henry Rusell, verdadero precursor
            El programa de actividades de montaña del CP Mayencos sigue inexorablemente su singladura en el tiempo. La de hoy supone un desafío a la resistencia, tanto física, como psíquica, no tanto técnica, aunque también tiene lo suyo. De momento, la víspera nos vamos concentrando en el refugio de Bujaruelo. A este bello rincón del área de influencia del Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido vamos acudiendo en número de once. Con Julio, Javier, Rafa, María, Carlos, David, Manuel, José Antonio, Leyre y Paco, conformamos el equipo dispuesto a afrontar el reto, aunque éste último tiene que abandonar por motivos familiares.

Primer contacto visual
           Buena cena, y pronto al sobre, que la noche es corta. Tanto como que antes de las cuatro movemos para ir preparándonos para la marcha. Entre la ausente luna, que cuanto más mengua, más tarda en llegar, y la carencia de nubes, favorece una bóveda celeste completamente estrellada, que invita a fundirte en sus pensamientos. Pero los nuestros son más terrenales, aunque hoy suban alto. Aún no son las cinco cuando arrancamos por la pista, sin más luz que nuestros frontales y esas estrellas que nos miran con asombro. Puente de Oncins, y aunque no se ve, sí se nota que esto se empieza a empinar.

En plena progresión
            A eso de las seis dejamos atrás la cabaña de Ordiso con el final de la pista, enfilando sin remisión la senda que nos sube a otra cabaña, el refugio de Labaza, tras otra hora de camino, donde hacemos un alto para echar un trago de agua. Hay que tener el gaznate engrasado, ahora viene lo bueno. Dejamos el fondo de valle, por donde discurre el GR 11, y con la vista puesta en la extraordinaria marmolera que corona este circo, comenzamos ya una impenitente subida que no va a encontrar ya respiro hasta el mismísimo collado de Lady Lister.

Saliendo de los matorrales
            El sendero… bueno, la ausencia de sendero definido hace que nos despistemos y tomemos el ascenso sin cruzar el barranco, lo que provoca que nos embosquemos por lugares por los que no pasan ni los jabalíes. Pero como esto es cuestión de perseverar, finalmente salimos a una plataforma en la que retomamos el camino que nos parece más correcto. Somos seres minúsculos circulando por la grandeza de un enorme circo en el que se alternan los tramos rocosos con otros más cómodos de hierba, pero en cualquier caso la pendiente es brutal y hay que tomársela con calma.


Antes de entrar en el nevero
            Sobre las 10 de la mañana enfocamos ya el corredor de la Moskowa, con nieve casi desde el arranque. Allá arriba… pero muy arriba, distinguimos el gendarme blanco como referencia del término de la chimenea, a cuya base nos cuesta más de una hora llegar. Entre tanto, nos ponemos el casco, el piolet y los pinchos y progresamos por el nevero, que cuenta con una considerable inclinación, pero al tener la nieve tirando a blanda da confianza, no obstante, hay quien lo termina en paralelo, por las piedras.

Chimenea de la Moskowa
            La chimenea es disfrutona. Unos la dan de IIº y otros de IIIº, de cualquier forma no pasa de ahí su dificultad, siendo lo más peligroso la cantidad de piedra suelta que hay que tratar con suma delicadeza para no desprenderla sobre los que vienen detrás. El terminar y asomarte al otro lado es uno de los buenos momentos del día. Ya tenemos a la vista el famoso collado de la famosa lady, entre los picos Central y Cerbillona, pero dos tramos bien diferenciados nos separan todavía de él. El primero, también disfrutón, la bonita cresta sur del Cerbillona, que nos arrima al macizo; y el segundo, un penoso tramo de canchal que nos lleva hasta el collado.


En el collado de Lady Lister
            La panorámica que se abre ante nuestros ojos deja boquiabierto a cualquiera, por poca sensibilidad que se tenga. Sin duda, uno de los lugares más grandiosos y alucinantes que se pueden ver desde un collado pirenaico. Posiblemente el que más. El alma, allá donde esté, se pega un revolcón de gozo… y se nota. La visión sobre el cada vez más mermado glaciar de Ossoué, al pie de este extraordinario circo que conforman todas las cimas de este macizo, forma un conjunto de difícil asimilación. Estamos a 3.200 metros de altitud, y eso confiere una perspectiva que sólo el esfuerzo continuado de casi siete horas de impenitente ascensión lo permite.

Pasando por debajo de las cuevas
            Estamos en un punto medio de esa gigantesca corona que forman las desafiantes cimas, sólo rota por la salida natural del cono del glaciar. Una de esas cimas es la nuestra. El Pique Longe, o Gran Vignemale, la que vamos ya mirando de reojo mientras nos volvemos a equipar con crampones y piolet, para flanquear la parte superior del glaciar, donde se encuentran unas de las cuevas que el conde mandó horadar para dar cobijo al éxtasis de sus prolongadas estancias. Si pensamos que se hicieron al filo del glaciar y observamos dónde han quedado en la actualidad, nos podemos dar una idea de la fatídica regresión de estas joyas geológicas que estamos dejando escapar sin arrancarles todos sus secretos.

Alcanzando la cumbre. Tocando el cielo
            Llegamos a la base del Pique Longue, y sólo nos queda ya la trepada cimera, que hacemos dejando piolet y crampones a buen recaudo, y acompañados por las primeras nubes serias de la jornada. Veremos cómo termina esto. El alcanzar visualmente el vértice geodésico de cumbre es comparable a muy pocos placeres de la vida, desde luego muy por encima de cualquiera de los terrenales. Estamos ya en el ámbito de lo supra humano, unos habitáculos en los que conviene tener dispuestos lugares preferentes para este tipo de visiones, para este tipo de sensaciones, para este tipo de vivencias. Un etérico lugar en el que se agolpan sin cesar todas las de este tipo, y que permanentemente hay que velar por ensanchar.

Echando un bocado en el collado
            Pero hay que bajar de las alturas. También de éstas. El destrepe se torna delicado. No va a ser el único. Nos pertrechamos de nuevo con el material para cruzar la parte superior del glaciar, y nos llegamos hasta el collado. Son las dos menos veinte. No hay que agobiarse, pero no es nada pronto, pensando en lo que nos queda y el aspecto que va recobrando la atmósfera. Pero el continuo esfuerzo al que estamos sometidos obliga a echar un bocado.


Destrepando la chimenea
            La bajada hasta el inicio de la cresta es relativamente rápida, a pesar de que hay algún paso no apto para cardíacos. Al comienzo del destrepe de la chimenea nos volvemos a agrupar, y poco a poco realizamos ese descenso con sumo cuidado, cada piedra tiene su sitio en este lugar y así debe seguir siendo. Una vez abajo, hay quien coge la “escoba” y baja el nevero aprovechando que la nieve está más blanda. La mayoría por la penosa piedra. Desde el pie de la chimenea hasta el refugio de Labaza, pasan dos horas y tres cuartos, con el único contenido que la paciencia y el temple para abandonar poco a poco este terreno alpino y bajar hasta el fondo del valle.

Llegada a San Nicolás de Bujaruelo
            Mientras llegan los que faltan, hay los que dejan a sus recalentados pies juguetear con el agua del torrente, pero poco rato, no se vayan a pensar que esto ha terminado. Porque no, no lo ha hecho. Aunque lo que queda es de cómodo transitar, todavía nos faltan del orden de dos horas para culminar esta salida por uno de los macizos más prestigiosos del Pirineo, en este caso partido en dos en los mapas. Y estas dos horas pasan bajo un sol como en todo el día hemos soportado, la amenaza de tormenta se va quedando en eso, y el sol se cobra su tributo. Pues ya está, una hora de sendero, y otra de pista, abrazados al GR 11, es lo que media para llegar a Bujaruelo, cuya entrada la hacemos por las praderas de Laña Larga, para delicia de nuestros pies, o de lo que queda de ellos. Justo llegar al coche y empezar a llover. Se agradece.

            Y aparte de la ligera ducha, baño debajo el puente y encuentro en torno a unas buenas jarras. En total, han sido 14h 25’ de tiempo total, del que 7h 30’ han sido en movimiento, para recorrer 26,7 km, con en torno a 2.150 metros de D+. El cansancio siempre supeditado al disfrute. Al contrario que el agua y el aceite, sí hay una mezcla, aunque de difícil definición, y es la compuesta por esa lucha y amor por las montañas, que nos somete y nos impulsa siempre a volver. En buena compañía.

 

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