”… han sabido transmitir, de generación en generación hasta nuestros días, una fe popular hecha de leyendas y milagros, de coplillas y gozos, de novenas y romerías. Todo un legado devocional y patrimonial de gran valor que debe conservarse para mantener vivas las señas de identidad que durante siglos han caracterizado a los habitantes”.
Palabras de JJ Azanza, recogidas en el blog de villadechia.es.
En la página del Ministerio de Inclusión leemos: “Algunas de estas imágenes de la Virgen tienen la cara negra”, según explica Adrian L. Ibáñez en su obra Misterios de las vírgenes populares, “podría deberse a la adopción por parte del culto popular cristiano en sus primeros siglos de elementos iconográficos y atributos de antiguas deidades femeninas de la fertilidad, cuyos rostros se realizaban en marfil (elemento que al oxidarse se vuelve de un color negruzco). En otros casos el humo de las velas acababa quemando las caras. El culto a estas vírgenes negras estaba extendido por el Imperio Romano tardío".
Al estar cerrada la ermita, no hemos comprobado el color de la tez de la que nos ocupa, aunque por imágenes no parece que sea muy morena, pero si abrimos un poco el foco podemos llegar a decir que la Virgen Hallada, la Aparecida, la Bien Aparecida, la Encontrada… son formas de nominar a las estatuas de la virgen que fueran escondidas en tiempos medievales convulsos, cuando hacer alardes de inclinaciones religiosas era un verdadero peligro, al margen de si la pieza en cuestión tuviera un cierto valor o cuya fábrica fuera de prestigiosas manos. O simplemente la recurrida leyenda de la descubierta por pastores o inocentes niños en algún lugar del monte. De cualquier modo, siempre se han relacionado con cuestiones milagrosas o sobrenaturales. Son muchos los ejemplos que nos han llegado a nuestros días, la Virgen de Covadonga, la de Guadalupe, Montserrat, Aránzazu, Candelaria, por nombrar algunas de las muy conocidas, pero seguro que es muchísimo más frecuente de lo que se piensa.
La que es objeto de nuestra visita hoy, tampoco está exenta de su halo de misterio que hunde sus raíces en la leyenda en la que encantarias, moros, persecuciones, cuevas, ríos… en fin una amalgama de la que forman parte elementos sacros y naturales siempre con final feliz. Vamos, pues, a ese enclave para ver, lo que él ve y tratar de sentir lo que él siente.
Para ello hemos de acercarnos a la villa de Chía, de la que recoge Antonio Ubieto que se hace mención en la Colección Diplomática de Obarra (nº 61), de Martín Duque, citando a un Franco de Gia, entre 1015 y 1019. En cuanto a la propiedad de la tierra, se menciona que, en 1099 Pedro I de Aragón la dio al monasterio de San Pedro de Tabernas (actual municipio de Seira), que posteriormente fue incorporado al de San Beturián (Victorián). En censo de 1375 contaba con 32 fuegos.
Partimos de la mismísima puerta del ayuntamiento para dirigirnos hacia el sur por sus callejuelas, llenas de rincones con encanto. Pasamos junto a una zona de esparcimiento infantil y, enseguida ya al camino, que se transita de forma muy cómoda, primero despejado, luego entre bojes. Dejamos a la izquierda una fuente y al poco encontramos un banco, estratégicamente colocado y, a continuación, una pequeña concavidad en la roca, aprovechada para la colocación de un Belén infantil.
Las vistas sobre la gran depresión que forma el río Ésera, que circula por el seno de lo que fuera un enorme glaciar, son realmente impresionantes. A nuestros pies, El Run, Castejón de Sos, los pueblos de El Solano, y todas las montañas que los cobijan. Y si echamos la vista atrás, tenemos la villa de Chía, bajo la impresionante sierra que lleva su nombre, a la que nos aupamos en días precedentes. Si se llega aquí en apenas veinte minutos, es más el tiempo que apetece permanecer en este lugar para contemplar lo que desde aquí se contempla, un auténtico balcón desde el que ensanchar la mirada hacia el infinito. Hay otra cosa que llama nuestra atención, y es que, a diferencia de lo frecuente que es adentrarse hacia la montaña para visitar las ermitas de los pueblos, en este caso, es al contrario, hay que salir de ella.
Para el regreso, podemos optar por volver por el mismo sitio, o si preferimos hacerlo por otro, creemos que menos interesante, es por la pista que se abre a la izquierda del sendero, y que nos baja a la carretera que, en cosa de medio kilómetro que, con cuidado, tenemos transitar para entrar en el pueblo y llegar al punto de arranque, habiendo recorrido en este caso 2,7 km, en 45 minutos, salvando apenas un desnivel acumulado de 40 m D+/-
Bibliografía:
Los pueblos y los despoblados I. Antonio Ubieto Arteta. Anubar (1984)
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