domingo, 24 de julio de 2022

Somolas, Peña Nevera, el Fraile y Collaradeta, circular por la fachada sur del macizo de Collarada

 


AQUERAS MONTAÑAS
Somola Alta (2568 m)
Somola Baja (2685 m)
Peña Nevera (2715 m)
El Fraile (2702 m)
Collaradeta (2724 m)
Sábado, 23 de julio de 2022

            “Subió por encima del rellano que domina el cañón, reseñó su constitución en pisos estratificados de distintos colores y materias, pensó en las causas de sus distorsiones y en la de la apertura de las gargantas. Imaginó que estas se formaron a partir de fisuras que se fueron ensanchando paulatinamente y de modo paralelo a su primer trazado, de manera que así se explicó a sí mismo la impresión de roca separada, más que hendida, que le produjeron desde la cumbre, ya que los “ángulos entrantes y salientes han conservado por todas partes su correspondencia originaria”. Esta es la actitud de Ramond ante la montaña: explorar, conocer, ascender, contar”. 

Extracto del libro El Alto Pirineo, de Eduardo Martínez de Pisón, editado por la Obra Social y Cultural de Ibercaja (2002).



Imagen de Wikipedia

            Es gratificante encontrar este tipo de fragmentos citados por una gran autoridad en esta materia de las montañas, como es Martínez de Pisón, refiriéndose a uno de los precursores del pirineísmo, a uno de los que más y mejor han cantado las bellezas de esta cordillera, especialmente de la zona de Ordesa-Gavarnie, a la que se refiere el párrafo; pero si tratamos de abstraernos de este último detalle y pensamos en cualquier parte de los Pirineos, de esos Pirineos salvajes, en los que la desnuda piedra desafía a los soles, las aguas, los hielos y los vientos, concluiremos que podría referirse a cualquiera de nuestras cercanas montañas en las que se dan esas circunstancias. Montañas altivas, agrestes, enhiestas, que no solo desafían a los medios, sino que también lo hacen con las personas que por allí nos acercamos, ávidas de “explorar, de conocer, de ascender y de contar”. Sí, por más esfuerzo que ello nos cueste, que nos cuesta, nos sentimos cómodos tratando de seguir esas grandes líneas maestras de, también, grandes maestros del pirineísmo. 


           Y a una de esas montañas, a uno de esos grandes macizos nos acercamos hoy para tratar de conocerlo mejor, de abajo a arriba, de este a oeste, recorriendo sus laderas, trepando por sus chimeneas, deambulando bajo sus cielos, escudriñando sus fisuras, tratando de que nos cuente algo de ese inmenso sufrimiento telúrico sufrido a lo largo de decenas de millones de años y que le ha conferido esos pisos estratificados de distintos colores y materias. Decenas de millones de años, sí. Decenas de millones de años ante nosotros y bajo nosotros cuando les hemos añadido unas horas más. Horas de empeño, horas de tenacidad, horas de compañerismo, de ilusión y de admiración. Hoy visitamos la fachada sur del macizo de Collarada, desde la Somola Baja hasta Collaradeta, pasando por la Somola Alta, Peña Nevera y el Fraile, y todos los pliegues que hay entre ellas.


            Incluida en el calendario de actividades de la Sección de Montaña del CP Mayencos de Jaca, teníamos programada esta salida de intercambio y convivencia con el Centro Excursionista Ribagorza (CER), de Graus y, partiendo de Villanúa, hasta el cubilar de la Espata nos hemos acercado los 16 componentes para darle un buen, pero humilde, repaso a estas montañas. La mañana está serena, nos adentramos en el barranco de Bozuelo antes que lo haga el sol, que tiempo tendrá de posarse sobre él y sobre nuestras cabezas. Dejamos el collado de Marañán a nuestra derecha, y continuamos el ascenso por ladera herbosa hasta que le damos continuidad por las rocas cimeras, a cuya máxima altura llegamos al cabo de algo más de dos horas desde el arranque, y donde estuvimos ya el año pasado. Esta Somola Baja disfruta, y nos lo contagia, de unas excelentes vistas sobre la cabecera del barranco del neonato Aurín, que se abre paso desde un cercano ibón, con el evocador nombre de Bucuesa, que no se ve desde aquí, pero que se intuye. Al otro lado del insondable abismo de casi mil metros, que un severo contraluz nos impide fotografiar, se alzan la Pala de los Rayos y la Peña Retona, en el extremo occidental de otra gran sierra, la de la Partacua, que se extiende hasta otro gran tajo, el que provoca el río Gállego.




        Gran admiración y respeto, especialmente por la hermana mayor sobre la que nos encontramos, la Somola Alta, que altiva nos mira por encima del hombro y que seguro que se va a apiadar de nosotros. Bien. Algo de incertidumbre para encontrar el escape hacia ella, y eso es debido a que son montañas muy poco visitadas, y con severas pendientes, muy cambiantes cada invierno. Con sumo cuidado vamos transitando por un incipiente paso de piedra suelta, con gran patio para más inri. Se llega a un pequeño collado, en el que se toma un respiro para continuar. El camino va combinando tierra firme con alguna trepada. Antes de acometer el ascenso final, lo hacemos a una cota menor que hay al sur, desde donde se puede ver, desde este último collado, el franco ascenso por la chimenea junto a la misma arista.







            Encontramos otra chimenea entretenida para echar manos, teniendo que echar algún cintajo que colabore con ellas. A las dos horas de dejar a su hermana menor, alcanzamos la cima de la Somola Alta, con gran capacidad de ampliarnos las vistas sobre el flanco norte, esa grandiosa cuenca de Ip, con todos sus guardianes que, aunque no todos se ven, se sabe que están ahí, y lo estarán. Moleta, Tronqueras, Pala de Ip, Punta Escarra, Hombro de Escarra, Punta del Águila, Pala de Alcañiz/pico Bucuesa y Cuchillares, y por el cordal en el que estamos, nuestros próximos objetivos, Peña Nevera, el Fraile y Collaradeta. Y la dueña del lugar, Collarada, presidiendo todo este gran anillo. Un gran mundo calcáreo que los caprichos geológicos han hecho cabalgar sobre las llamadas “areniscas de Marboré”. 




Imagen cedida por Carlos Bravo





            Con las montañas pasa como con las personas, que hasta que no las tratas de cerca no se puede decir que las conozcas. Aunque a kilómetros de distancia, esta fachada se ve como una continuidad, hay que estar ahí para darse cuenta de que eso no es así, pues te encuentras unos vericuetos, tanto de subida como de bajada, para poder unir las cotas. De hecho, para descabalgar de Somola Alta, hay que revolverse en parte sobre sí misma para ir descendiendo, buscando una canal por la que destrepar, para llegar a un pendiente paso que hay que cruzar con sumo cuidado, al menos eso aconseja el resbaladizo piso y el patio enfrente. Tras ello, un relajado paseo se abre ante nosotros, pasando por varios foraus llenos de nieve todos los años para estas fechas, pero que este, la persistente ola de calor y la consiguiente gran sequía han ido agotando, salvo uno, que queda como testigo de otros tiempos.









          Ante nosotros, una extensa y prominente pala que da acceso a la Peña Nevera, que sin miedo se asoma a la cuenca de Ip, y cuyos guardianes se nos muestran ya con todo su esplendor. También, a pesar de las apariencias, esta cota se encuentra menos unida al cordal de lo que quisiéramos, por lo que hay que destrepar una chimenea, sin mayores dificultades, pero que entretiene. Finalmente nos alineamos con el eje Collaradeta-el Fraile, para subir a este segundo, que tampoco le tiembla el pulso para asomarse al abismo Ip. Bajada a un pequeño collado, y ascenso, el último ya por hoy, a la cota final, al Collaradeta, que con sus 2724 msnm es el techo de la ruta. Siete horas desde el inicio bien se merecen un receso algo más prolongado, motivado también por la sensación de que la altura que perdamos ya no la ganaremos. Entre tanto, bocado y trago.







            Collarada, que sabía que la teníamos como opcional al final de esta ruta, ya comprende que ni tenemos tiempo, ni muchas fuerzas para acometerla, dejando a su hermana menor como protagonista de la jornada. Por no volver al collado, queremos adivinar la traza de una bajada que nos conduce al embudo de este plató que forman estas dos grandes montañas, y que el terreno kárstico impide que se rellene de agua. Tras dejar atrás el tirano mundo mineral, nuestros pies descansan ya por el vegetal. Dejamos a la derecha el desvío para el paso de l’Abeté para dirigirnos por otro itinerario que nos daría salida al barranco de Bozuelo, pero al llegar a un destrepe, y después de que algún miembro del grupo lo hubiera superado con dificultades, optamos por no correr más riesgos y retroceder el resto del grupo hasta el desvío, para dirigirnos hacia dicho paso, que se alcanza tras un largo, pero cómodo, descenso por sendero bien definido entre el pasto.







            El citado paso de l’Abeté también es muy pendiente, pero está asistido por un par de cadenas. Siguiendo por el sendero, pronto se entra en el bosque, y en cuatro pasos se llega a la pista de la Trapa, unos metros por encima del punto de partida, al que llegamos tras 10 horas y 25 minutos, y tras haber recorrido 10,8 km y salvado un desnivel acumulado en torno a los 1380 m D+/-, concluyendo así una extraordinaria jornada de alta montaña por un macizo duro y áspero, pero que con ganas se deja querer.


Bibliografía:

El Alto Pirineo, de Eduardo Martínez de Pisón, editado por la Obra Social y Cultural de Ibercaja (2002).

Webs:

Pirivisiones

Igme

Sge

Biodiversidad virtual

Hijo de la Tierra





Las fotos y el track

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