Alto de la Fuentaza (1.472 m)
Sábado, 16 de abril de 2016
Lo pequeño es hermoso, dijo
Schumacher. Y no le faltaba razón, porque en ocasiones no nos detenemos en
pensar que las cosas grandes están hechas de cosas pequeñas. Las sierras
exteriores del Pirineo tienen ese encanto, que teniéndolo como modelo se
acercan a él, tratan de emularlo, como un hermano pequeño se fija en el mayor.
Celosamente guardan en su interior esos rincones que hay que visitar, que hay
que admirar, que hay que degustar, porque son ellos la esencia de esta tierra,
son ellos, sus arroyos, sus sotos, sus corros de tierra que un día fueron una
unidad con esos caminos de olvido, que hoy en día los valerosos resistentes de
unos pueblos empeñados en frenar su negro destino, están poniendo en valor,
para demostrarnos eso, que lo pequeño es hermoso.
El sol juega en el soto |
Refugio de los Estrechos |
Muchas son las veces que hay que
cruzar el barranco, que con la ayuda de la pericia y los bastones, aún te
puedes salvar de chapotear, pero un ancho vado antes de llegar al refugio de
los Estrechos, no te da esa oportunidad. A descalzarse, y al agua. Sin problemas,
más que el tiempo que se pierde. Seguimos, y nos detenemos en el refugio,
recientemente adecentado, de dos plantas. Al lado, la fuente de Pompillo.
Continuamos río arriba, hasta dejarlo y adentrarnos en el barranco Calistro,
que nos sube hasta dar con una pista, no sin antes pasar por una gran balsa,
empleada para la toma de agua contra incendios.
Barrera de Bernanico |
Otro barranco nos espera, más roto,
más empinado, el de la Hiedra, que al poco hay que dejar para ir subiendo por
un lomón, comiéndote perpendicularmente las curvas de nivel con jadeos y más
jadeos, hasta alcanzar una ralla de roca, permeabilizada por un portillón, que
da paso a la Barrera de Bernanico. Por estos lares, llaman barrera a una pieza
más grande que una borda, con su casa, corral, y extenso corro de tierra para
cultivo. Pues la casa espaldada, y la tierra lentamente recuperada para el
monte, es lo que nos encontramos, como fruto del paso del tiempo. Sus más de
1.200 metros de altitud ya nos ofrece ambiente de puerto de montaña. Nos incorporamos
a una pista, y nos desviamos ligeramente para acercarnos a visitar un refugio en
buen estado, por fuera y por dentro, Fardollas, lo llaman.
Amplios espacios. Sierras de San Juan de la Peña y Monte Oroel |
Volvemos sobre nuestros pasos,
pocos pasos, y siguiendo en este ambiente de montaña, vamos ganando terreno por un cortafuegos hasta llegar al rocoso sendero, que nos sube al Campo Fenero, otro puerto de muy bien
estar para el ganado. Nuestra vista se amplía ya a los espacios del Gran Norte,
entre los que destacan más sierras exteriores de la cordillera, como si en su
formación hubiera ido dejando antesalas hasta su encuentro. Reconocemos montes familiares,
que vertiginosamente se asoman a la gran depresión de la Balancha y la Canal de
Berdún, y que hoy en día conforman un espacio natural protegido, el de Paisaje Protegido
de San Juan de la Peña y Monte Oroel, una figura de reciente implantación en
estos montes en los que nos hallamos, como Paisaje Protegido de la Sierra de Santo Domingo. Actuaciones
de protección sobre lugares de excepcional valor medioambiental y paisajístico,
y que vienen a regular las actividades deportivas y de cualquier otra índole, y
a poner en valor la riqueza de estos pueblos.
Viejos robles |
Aquí tomamos la decisión de no
acercarnos al objetivo inicialmente fijado, que era el Santa Engracia, yendo en
dirección contraria en busca de otro hito mayor, creemos que el siguiente tras
el propio Santo Domingo. Pues hacia él nos dirigimos para llegarnos al Alto de la
Fuentaza, de 1.472 metros, escudero del principal, que se debate entre dos
puntas, con su ermita en medio. Tomamos aire… bastante por cierto, y
emprendemos el descenso, que tajo queda todavía. Volvemos sobre nuestros pasos
hasta la base de la prominencia, y tomar el sendero hasta encontrar el que baja
de la ermita y se dirige a Biel. Un sendero jalonado por algún ejemplar de
viejo roble que resiste en la solana.
Camino por el bosque |
De nuevo, alcanzamos una pista,
que en su punto más próximo al Salto del Royo nos permite admirarlo y
fotografiarlo. Es el considerado nacimiento del Arba de Luesia, que a sus pagos
se dirige. Es un punto claro, a diferencia del de Biel, que nace de varios
pequeños barrancos. Un poco más de pista, y nos sentimos orgullosos de
sentirnos infieles a ella, porque nos metemos por un ancho sendero entre el
bosque, auténticamente delicioso de transitar. Nos lleva a otro puerto, el
collado de Fayanás, por donde nos volvemos a incorporar a un tramo de pista,
para volverla a dejar y seguir por sendero en busca del barranco definitivo de
descenso, el de Paniagua, no sin pasar antes por lo que queda del Corral de
Enrique, otro conjunto de casas espaldadas que con tristeza ven sus campos colonizados
poco a poco por las barzas.
Último vado del barranco |
Ahora sí, ahora ya en el seno del
barranco, nuestro itinerario va jugueteando con él y sus aguas, que se
estrechan para dejarnos paso, y se ensanchan para mostrarnos su pureza en
continuas badinas. Y en menos de una hora, volvemos al camino de subida
abrazados de nuevo al Arba de Biel. Y en poco más al punto de partida, la villa
de Biel, en cuyas proximidades encontraron restos de vida humana de hace más de
diez mil años, nada menos. Madre mía, que jóvenes éramos!!!
Bueno, pues qué más decir, una más
que amplia vuelta por estos montes, por sus entrañas abiertas a los barrancos,
por sus lomas, por sus puertos, por sus riscos, por su historia, por sus bellos
rincones, interpretados por Antonio, con el que le hemos metido 6h 50’ de
tiempo total, del que 5h 45’ han sido en movimiento, para recorrer casi 24 km, con
un desnivel acumulado al filo de los 1.400 metros. Sí, lo pequeño, al final no
es tan pequeño. Y lo hermoso, es más hermoso si cabe.
Las fotos, en:
https://picasaweb.google.com/chematapia/AltoDeLaFuentaza
El track, en: http://www.wikiloc.com/wikiloc/view.do?id=12995045
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