Peña Saida (1.370 m)
Domingo, 30 de noviembre de 2014
Tierras de Cameros. Síncopas del
terreno que se alternan para no cansar la vista del caminante. Grietas de la
historia, del origen de los tiempos, que poco a poco, y sin pedir permiso, han
ido modelando este territorio por entre sierras y valles, por montes que
desafían a los vientos y hondas gorgas
por las que circulan las aguas que desde la Ibérica se van abriendo paso entre
calizas y conglomerados hacia tranquilas tierras ribereñas del padre Ebro. Un
Ebro al que rinden cuentas, y al que desaguan y donde se desahogan de un sentir
que arrastran por terrenos no siempre bien tratados por la historia. Montes y
agua, historia y territorio, todo se da la mano en estos lugares de humildes
cotas, pero con carácter.
Viejos viñedos que se protegen del tiempo |
Hoy, nos alejamos de los
escenarios habituales pirenaicos para acercarnos, con los amigos riojanos de
Sherpa, a sus dominios, en concreto a la Sierra de Cameros, y auparnos a uno de
sus montes, a la Peña Saida, que con sus 1.378 metros de altitud se erige en
una extraordinaria atalaya sobre dos de estos valles creados con el paso del
tiempo por los ríos Iregua y Leza, entre cuyos pliegues y repliegues se
conservan rincones poco conocidos a pesar de estar muy cerca de Logroño,
capital de La Rioja. Una jornada precedida por otras varias en las que no ha
hecho otra cosa más que llover, y cuando se cansaba de ello lo hacía con más
fuerza. Una jornada, por la que no se daba ni un duro. Una jornada, decimos,
que ha echado atrás a algunos de los excursionistas, pero que no a otros, que
hemos querido ir a plantar cara al tiempo y a rendir culto a la montaña. Bien,
empezamos.
Estación de autobuses. Ocho de la
mañana. Tregua, débil tregua de lluvia. Y tan débil. Nos dirigimos hacia Nalda,
que nos recibe con una niebla cerrada, una niebla que quiere participarnos de
sus quehaceres, de ese persistente calabobos que confiamos en que se le pase. Pertrechados
entre ropas de agua y buenas esperanzas de que no sean muy usadas, aunque de
momento lo son, nos ponemos en marcha por las desérticas calles de esta
localidad hasta que vamos alcanzando ya terrenos de huerta, terrenos de viñas,
terrenos de monte con cuerpo de otoño y alma que languidece entre las hojas del
tiempo.
Viviendo intensamente |
Tres cuartos de hora median para
llegar a un abrevadero en donde nos vestimos de bosque y por un empinado
sendero, abrazados a un barranco, se nos va desgranando un delicioso recorrido
que paso a paso vamos degustando visualmente, aunque no todos, porque llevamos
entre nosotros a Lourdes y Toño, dos habituales cuyas carencias visuales seguro
que se suplen a base de leer el entorno de otra manera, y que pegados al
terreno a través de sendas barras acompañados de dos voluntarios cada uno,
también gustan del disfrute de nuestro paso por la montaña.
Sendero Bonito... y tanto |
Sendero Bonito le llaman a este
tramo de bosque, que si bien es poco original ciertamente hace justicia. Una
hora de verdadera delicia. A su salida, observamos que las temperaturas más
elevadas del fondo del valle van empujando hacia arriba esas persistentes
nieblas, ofreciendo mayor campo visual sobre el Iregua primero y las llanuras
de su padre, el Ebro, a continuación. Placer intermitente. Seguimos subiendo
por empinado y sinuoso camino, hasta culminar en unos llanos que nos permiten
agruparnos. Los cambios térmicos y los vientos en altura hacen que despabile la
mañana. Ya no llueve, y la ropa de agua se hace insostenible. Esos llanos se
tornan subida, y por entre tomillos y chinebros, dejamos que una vaguada nos
vaya encajonando hasta el collado del Viso, que nos da acceso ya, tras tener
que remontar la prominencia cimera, a la Peña Saida, una de las mayores alturas
de esta sierra del Camero Viejo. Momento niebla que nos impide su disfrute.
Estamos en un cerro calizo, a 1.378 metros, y no es la mayor altura prevista para
hoy. Llegan también los equipos de las barras, cuyos protagonistas también ven
con sus manos ese vértice geodésico y ese buzón de cumbre. Bocado y trago.
Dolmen en Cerro Palomero |
No hace muy buen estar, de modo
que abandonamos esta cima para ir bajando ya dirección SW en busca de unas
llanadas que no aguantan ya más agua, y por las que hemos de circular con
cuidado para no fartarnos. Subidas y bajadas que nos hacen vadear el Rebellón, El China para los lugareños, que con sus 1.348 metros de altitud
es otra prominencia rocosa menor. Por terreno parcialmente pedregoso, vamos
burlando la pista de Viguera a Luezas, discurriendo por terrenos otrora
habitados por nuestros antepasados de la época neolítica, que tuvieron por
estos lares, conocidos como Cerro Palomero (1.288 m), sus asentamientos. De
ello dan buena prueba los restos megalitos en forma de dólmenes, cámaras
funerarias y demás elementos que han pervivido hasta nuestros días en relativo
buen estado de conservación. En uno de ellos, nos cuenta Isidro que fueron
encontrados restos óseos en los que se detectaron indicios de que su poseedor
hubiera padecido cáncer. Estamos hablando de hace como 3.700 años. Mucho tiempo
para una enfermedad cuyo crecimiento exponencial está producido en nuestros
días por la mala alimentación y los malos hábitos de vida, muy alejados del
modus vivendi de nuestros antepasados, y para la que la actual humanidad no
termina de dar con su definitiva curación, y a la que hay que atajar por la vía
de la prevención.
El dioico acebo |
Piedras, grandes piedras que han
sabido leer el tiempo, son abrazadas por nuestros amigos barrados que saben
leer en ellas. Nos vamos de aquí para alcanzar Chozo Blanco, una singular cabaña
protagonista de una pequeña y vallada finca, y que hace de punto de inflexión,
porque desde aquí nos tendríamos que dirigir ascendiendo por un cordal a la
base del Cerroyera, lugar más alto de toda la travesía con sus 1.406 metros,
pero la indecisa niebla se ha decidido, y lo ha hecho por nosotros, de modo que
no vemos mucho sentido en llegarnos a él y acometemos el descenso.
Roble entre carrascas |
Por entre viejos bancales
colonizados por chinebros y bojes, tomillos y acebos, y también carrascas,
robles y hayas, que todos son bien venidos y bien hallados, vamos bajando hasta
el fondo de este llamado Arroyo de Madre, cuya subida por la otra vertiente nos
va a deparar precisamente esa vista madre de hoy. Vamos a ser testigos de lo en
pocas ocasiones visto, y considerado como el mayor salto de agua de La Rioja,
el Chorrón de Viguera, que con sus más de 60 metros de altura es la solución
que la naturaleza aporta para salvar esta espectacular verticalidad del terreno. Es la raya
caliza de Peña Puerta, cuya testa colgada a 150 metros desafía la gravedad, y
cuyos pies se repliegan hacia sí para no verse salpicados por esa caída de
agua. Un amplio circo que forman estas montañas y que tienen que esforzarse para
no dejarse afear por las cicatrices de unas viejas canteras de yeso que
muestran sus faldas.
La magia de sentirse mago |
Un poco más de subida y enseguida
atravesamos un tramo en el que nos dejamos abrazar por la vegetación que va
descargando agua sobre nosotros. Un corto llano que nos mete en la vaguada de
la Barga, que nos acoge para echar otro bocado. Todo ello para ir acercándonos
a la bella panorámica del Castillo de Viguera, una singular formación rocosa de
conglomerados, esos detritus de fondo marino que unidos por el cemento calizo se erigen guardianes del
valle, y que altivos ven pasar el Iregua a sus pies. Dicen que es
inexpugnable, salvo por una fisura, que ya nos guiña el ojo. Mensaje recibido.
Caminos de otoño |
Nuestro descenso se dirige ya
decididamente hacia el destino, hacia la meta de hoy, y tras abandonar unos
bancales nos topamos con esa Vía Romana que va a Torrecilla en Cameros. No en
vano, Viguera fue la Veccaria romana, capital de un reino levantado entorno a
un castillo que el propio Abderramán I erigiera en el siglo VIII. La dominación
musulmana sucumbió en el X, cuando Sancho Garcés lo conquistara para Navarra.
Estas y otras cosas nos cuenta este itinerario pintado de morado y blanco, que
nos acerca ya hasta esta población, fin de la extraordinaria travesía de hoy.
Via Romana |
Una travesía muy currada por
Isidro, y que nos ha hecho disfrutar por lo que ha sido y por lo que no ha
sido. De los 21,9 km iniciales, al no subir el Cerroyera, se ha visto reducida
a escasos 19, cuyos 1.200 metros de desnivel positivo acumulado, se han quedado
en apenas 1.100. Le hemos metido 7 horas, de las que cinco y cuarto han sido en
movimiento, habiendo arañado como una hora en el recorte. Una muy buena forma de terminar la
semana y el mes, que dan paso a otra semana y a otro mes que comienzan con la
triste noticia del estado de gravedad de un destacado miembro de esta sociedad
montañera, Toche, para el que desde aquí deseamos una rápida recuperación, para
que ni sus compañeros, ni sus montañas lo echen en falta.
Las fotos, en: https://picasaweb.google.com/chematapia/PorLaMugaDeCameros
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