lunes, 13 de octubre de 2014

Quién te cerrará los ojos

ENTRENOS
Cruz de Zopín (935 m)
y Antoñanzas (890 m)
Jueves, 2 de octubre de 2014



            Confirmamos lo escrito con anterioridad sobre estas tierras. Tierras de tez reseca, pero de entrañas generosas. Tierras que han repelido, repelen, por lo de fuera; pero que han atraído, atraen, por lo de dentro. Tierras, en definitiva, que valen más por lo que ocultan que por lo que muestran. Son lugares a los que llegan gentes mayores en busca de unos tratamientos que les alivien de sus dolencias y, que en mayor o menor medida, lo encuentran. Gentes, en general desnaturalizadas. Gentes carentes de cultura sobre el medio, encasilladas en una sociedad más preocupada en la curación (o no) y su negocio, que en la prevención. Más preocupada en adorar al becerro de oro que en un auténtico contacto con la naturaleza, de donde podemos obtener sus beneficios, pero durante toda la vida, y no solamente cuando se llega a sus postrimerías, y de los cuatro elementos, y no sólo de las caldas aguas.

Cruz del Zopín
            Como hemos dicho en otras ocasiones, cuatro son las cruces que en alto vigilan Arnedillo, una por cada punto cardinal. En el Zopín (935 m) tenemos la que correspondería al norte. Para llegar a él, uno de los arranques bien puede ser ese lugar habilitado para las caravanas, desde donde se sigue por el sendero del barranco hasta que llegamos a su comisura, para descenderlo unos metros por el otro lado, y abandonarlo para tomar ya a la izquierda el que nos va subiendo por lazadas hasta el collado. Es un camino que va ganando altura casi sin enterarnos, viendo el pueblo cada vez más pequeño, cada vez más lejos. Se pasa por debajo de unos viejos y ruinosos corrales, y se llega hasta un collado, ocupado por una explanada calzada de toscas piedras y viejos usos. Hasta aquí, casi doscientos metros de desnivel, y menos de media hora. Seguimos en dirección lógica por el sendero de la derecha, hasta llegar al roquedo cimero del Zopín, prominencia donde se halla su cruz, la que alcanzamos tras unos pocos metros de fácil trepada. Veinticinco metros más alto. Tres minutos más lejos.

Jara, la reina del lugar
            Junto con la Peña del Castillo, son las dos prominencias rocosas que cierran el curso del Cidacos a esta altura de su trayectoria, como a mitad de su corta vida. Sólida cruz de hierro, inclinada ante tanta belleza. Un mundo a nuestros pies. Divisamos las otras tres guardianas, y a desandar lo andado hasta el collado, para seguir por el camino hacia el interior de la Sierra de Hez, hasta llegar a otro collado, que lo atravesamos, perdiendo de vista ya esta cuenca de Arnedillo. Un cuarto de hora más de trote, por el paco de estos montes, para dar salida a la pista que continúa la carretera de la cantera, que dejamos a la izquierda con su febril actividad. El intenso aroma de jara inunda el espacio. Embriaga. Hasta aquí bien, terreno conocido. A partir de aquí, a improvisar. Nos ayuda el tener el objetivo (Antoñanzas) a la vista, pero tres lomas más al oeste; y también el mapa del GPS y sus varios caminos, no siendo ninguno evidente, de modo que hay que elegir.

El ocaso se cierne sobre Antoñanzas
            Nos encomendamos a San Tentón. Descendemos unos metros de pista, y en una. pronunciada curva a la izquierda nos salimos de ella para tomar una incipiente senda, que la seguimos dejándose acariciar, hasta dar con una estrecha pista, que tomamos a la derecha, y cuya proyección nos convence. Sigue más o menos la curva de nivel, entrando y saliendo de varios barrancos, hasta que nos deja en una loma, encarándonos ya hacia el barranco que sube al pueblo. Pero al final de esa loma… se corta el sendero del mapa… se pierde el sendero del terreno. Al otro lado del barranco tenemos a la vista el que inequívocamente pensamos que irá a Antoñanzas. No hay otra que bajar al fondo de ese barranco y pillar esa traza. Lo hacemos. A partir de aquí son hitos los que nos guían. Nos separan del pueblo unas rayas de inclinadas piedras que atormentados movimientos orogénicos han dejado al descubierto, y un sinfín de terrazas herbosas, trabajadas por rudos brazos, esperanzadas de verse nuevamente pastadas. Si supieran. Menos de cien metros de desnivel, que se nos hacen quinientos.

Agonía de piedra
            Finalmente llegamos a dar con este osteoporótico esqueleto de un cuerpo abandonado a su suerte. Viejas casas espaldadas. Músculo atrofiado por su inactividad. Corrales rotos, vacíos, preguntándose que qué han hecho mal. Vísceras reventadas emocionalmente por el abandono. Ya no viajan hormonas en sus fluidos. Ya no hay circulación. Ni secas capitanas rodando por sus calles, sólo barzas inundan su iglesia. Santos que ya no amparan. Sin cerebro. Sin pulso. Como cantaba el ilustre Labordeta: “… quién te cerrará los ojos, tierra cuando estés callada…”.

Hueca espadaña
            Una vuelta por el pueblo, en busca de algo mejor. No lo hay. Otra vuelta. Tampoco. La naturaleza lentamente va recobrando lo que es suyo, con el amargo aliento de la gente que se fue, de la gente que lo abandonó todo… y se fue, de la gente que dejó sus raíces... y se fue. No se nos van de la cabeza viejas coplas del mencionado maestro: “… dónde se van, dónde se van, cuando la noche llega, invadiendo el olivar, dónde se van, dónde se van; con su frío y su cansancio, con su lenta soledad, dónde se van, dónde se van. Y la tarde ya pardea, ya se pone el sol, nuestro amo…”. Nos hacemos cuerpo, nos hacemos tierra. Nos vamos. Como así lo hicieron sus últimos moradores, las familias de Saturnino Latorre y Anastasio Pérez, que abandonaron en el primer lustro de los 60 este pueblo del municipio de Munilla, todo rodeado por terreno de Arnedillo.

Las ruinas del olvido
            El camino de regreso ya no tiene pierde. Desandamos lo andado hasta el fondo del barranco y tomamos el sendero que nos va sacando de él. Cuarenta minutos de auténtico disfrute trotándolo, nos da para cambiar de barranco, pasar por un corral en ruinas y salir a la carretera de la cantera, donde se nos termina la aventura. Como un kilómetro asfaltado y volvemos al punto de partida.

            Tristes montes y soledad, agradecidos por haberlos acompañado en la nuestra. Todo ello en 12,4 km y en poco más de 3 horas, de las que 2h 20’ han sido en movimiento, para salvar unos 450 metros de desnivel entre el punto más alto y el más bajo, saliendo unos 750 positivos acumulados, y los mismos de descenso. Satisfechos. Sí. A pesar de todo, satisfechos.
  


Las fotos, en:

El track, en:

2 comentarios:

  1. Qué bueno Chema al hacernos sentir el interior de esta acogedora tierra, inhóspita en apariencia pero llena de caludad sorpresas, como las aguas que la riegan. Gracias.

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    1. Ya sabes que la clave está en recorrerlas con fervor. Gracias por el comentario.

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