La Cruz de la Peña del Castillo (920 m)
Martes, 7 de octubre de 2014
Estas tierras nos atraen. No
sabemos explicarlo. Nos atraen. Nuestra estancia por estos lugares nos inspira que
debemos corresponder a todo lo que de ella recibimos. Una estancia que siempre
aprovechamos, y no sólo para los tratamientos termales que nos ofrece, sino
para visitar el terreno, para darnos una vuelta por sus montes y comprobar que
no son tan distintos a los que nos son más familiares. Es realmente
gratificante el acariciar sus lomas, el subir a sus altos, el bajar al fondo de sus
barrancos, andando, trotando. Una tierra, la tierra, que como todo ser vivo se
muestra alternativamente en los dos géneros. Es masculina cuando da, y es
femenina cuando recibe. Cuando la visitamos, asistimos a ese gran milagro de la
Creación, porque también nosotros damos y recibimos. Es la verdadera Comunión,
en el verdadero Templo.
Comienzo del exiguo sendero |
Cuatro cruces tiene este pueblo
en sus altos. Una por punto cardinal. Conocido es. Unas más altas que otras.
Unas más lejos que otras. Todas fáciles de alcanzar, es cuestión de pateo.
¿Todas? No. Todas, no. La Peña del Castillo, no vamos a decir que es
infranqueable, porque no lo es, pero sí es de esas que impone respeto. Las
laderas más fáciles en apariencia parecen imposibles, pero de una u otra forma confiamos
en que no se nos vaya a resistir, tenemos pendiente un abrazo con esa cruz que
la corona, y no creo que esté dispuesta a negárnoslo.
Pendiente e incómoda pedrera |
El año pasado, que visitábamos
por vez primera estas tierras, al preguntar a un paisano por dónde se subía, la
respuesta que obtuvimos fue que “ni se te ocurra, que ya había habido algún muerto”. Entonces nos quedamos con esa
copla. Esta vez pasada, la segunda, lo intentamos por su vertiente oriental, y
tras besos y abrazos de las barzas, llegamos hasta la misma base de la roca, no
mostrándose tan difícil. Desde luego, a cuatro patas. Pero el desconocimiento
de lo que nos fuéramos a encontrar más arriba, y la siempre más difícil bajada
destrepando, nos hizo entrar en razón, prefiriendo volver a dejarnos abrazar
por el zarzal antes que meternos en una más que probable embarcada.
Nunca un hito ha dado tantas alegrías |
Pero hete aquí que venimos de
nuevo. Y que de nuevo también acariciamos la idea de subir. Volvemos a
preguntar a otro paisano… y no hay nada mejor que contrastar información. Nos
da indicaciones de por dónde se toma el sendero... que sí, que lo subió de joven,
nos dice. Un sendero que sube por esa ladera que parecía imposible dada su
inclinación. Un sendero, que si existe es que se ha recorrido, y lo vamos a seguir haciendo. Ahí vamos.
... y por fin... |
A poco más de cien metros de la
ermita de San Andrés, y antes de terminar el vallado de madera que protege al
caminante del precipicio hacia el río, sale a la izquierda el que de los varios
que encontramos parece el más indicado. Entre matorrales no pastados hace
tiempo, y rocas de varias naturalezas, comienza este escondido sendero, que sin
pedir permiso a nadie se va empinando, anunciando lo que nos espera. Nos
encamina a una especie de embudo, que superándolo, en 10/15 minutos más nos sitúa
en la base de una estrecha e inestable pedrera de penoso, muy penoso ascenso,
que sin lazadas, sin cuartel, sin indicaciones, sin hitos, pero con confianza y
paciencia vamos subiendo.
Arnedillo, desde la Cruz |
En poco más de media hora, pero
que se nos han hecho varias enteras, se produce el milagro. Un milagro en forma
de montón de piedras. Un milagro en forma de hito. El único que veremos en todo
el recorrido, pero que ha sido providencial para no equivocarnos de canal…
porque de la cruz ni rastro visual. Está en un sitio muy oportuno para cruzarse a la canal de la izquierda, que a partir de aquí se abre. Nos cuesta llegar a él. Lo hacemos mediante
una corta travesía horizontal entre matorrales sin y con pinchos, que nos
indican que le verdadero itinerario puede ser otro, muy cercano al que hemos
traído, pero por el que nos hemos metido al estar limpio de vegetación y haber
visto huellas entre las piedras. Bien, a la bajada veremos si estamos en lo
cierto.
Desfiladero sobre el Cidacos |
Dejamos a la izquierda un resalte
rocoso que desafía el espacio. Primeros buitres que sentimos cerca. Seguimos
subiendo adivinando el sendero. Efectivamente, no hay más hitos. Unas lajas de
caliza, con una cierta inclinación, nos hacen dudar, pero insistimos y las
superamos con el único temor de cómo haremos para bajarlas. Seguimos sorteando
piedras, matorral… y a los cuarenta minutos de ascensión se nos presenta la
cruz ante nuestros ojos. Una sensación indescriptible recorre el cuerpo, que
para llegar a ella media una inclinada ladera herbosa, que hace de ancha cresta
a dos aguas. De auténtico vértigo, especialmente la que cae al norte, sobre la
vía verde y el río, que lo hace a tajo, con unos 240 metros de caída libre. Cuatro pasos bien afianzados y llegamos
a ella (920 m).
Bailando con buitres |
A ésta no le ha llegado la
pintura blanca, y es fácil comprender el por qué. P de pintura, que no nos ha
acompañado. Pero sí han sido otras tres, prudencia, paciencia y pundonor, las
que lo han hecho en este viaje para conseguir abrazar esta cruz que nos
faltaba. La cruz del este. La más inaccesible. La más codiciada. Tras más de
doscientos metros de prominente desnivel con una elevada inclinación. Se nos
saltan las lágrimas. Ha merecido la pena. Nuestros pensamientos se van a donde
quieren. Déjalos. Nosotros, quietos, y bien quietos. Nuestra vista se mece en
el aire, donde los buitres se valen de la ley del mínimo esfuerzo para llenar
el espacio, dibujando círculos favorecidos por las térmicas que los elevan una
y otra vez.
Bajando |
Nos mentalizamos de que el
descenso hay que hacerlo como las Muñecas de Famosa. Nos mentalizamos de que
igual nos cuesta más que la subida. Con pies de plomo acometemos la bajada.
Llegamos a las esperadas lajas de piedra, que bajando nuestro centro de
gravedad atravesamos sin mayores problemas. Llegamos al hito. Llegamos al
momento en el que hay que decidir si continuamos por donde hemos subido o por el
otro posible sendero. Sí, lo hacemos por el otro, más a la derecha, mucho más
vestido, pero por menos piedras. En la cota 790 se juntan ambos, y ya mucho más
confiados seguimos bajando. Confianza que nos da para poner algún hito más.
Embudo, unos pasos delicados debajo, y ya estamos en el camino de la ermita.
Un mito que ha caído. Ya nos
tratamos de tú. Muy poca distancia, no llega a 4 km. Muy poco tiempo, 2h 20’.
Mucho menos en movimiento, 1 hora, lo que da idea de la inclinación. Y lo que
también da una idea es la poca diferencia entre el desnivel máximo (285 m) y el
acumulado (320 m). Hoy no nos hemos enfrentado a largas distancias, ni a
grandes desniveles. Hoy nos hemos enfrentado a unos fantasmas que no hemos
dejado crecer. Un verdadero placer.
Las fotos, en:
El track, en:
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