Monte de San Juan de la Peña
Sábado, 16 de febrero de 2013
El tiempo se ha estabilizado, y
nos ha regalado un fin de semana extraordinario, y aún nos lo parece más
después de tantos y tantos días oscuros, días grises, días que no obstante nos
han traído unas precipitaciones de nieve que han dejado la montaña preciosa. Un
fin de semana, en definitiva, que hemos aprovechado para unas tareas que
teníamos pendientes de reconocimiento de montes, de reconocimiento de caminos, y
con el amigo Michel nos ponemos a ello, porque nuestro querido Valle del Aragón
ha entrado en el vertiginoso mundo de las ultras de montaña, y este próximo
verano va a albergar la primera edición por el Campo de Jaca. Ya informaremos de ello.
Fuente en Santa Cruz de la Serós |
Se
trata de asegurar el recorrido en torno a los montes de San Juan de la Peña y
de Atarés, y eso nos va a llevar dos días. Hoy nos vamos a dar una vuelta por
los monasterios pinatenses, partiendo de Santa Cruz de la Serós.
Nueve
y media de la mañana, de una mañana limpia, serena, en la que con el frío
propio de una cara norte pura nos dirigimos al arranque del camino. Vamos
tomando altura, dejando por debajo este lugar que quizás valga más por lo que
calla que por lo que cuenta. El horizonte, también limpio, se deja rasgar por
las nevadas siluetas de los montes cercanos y no tan cercanos, porque la vista
cabalga hasta lejos, muy lejos.
A poco de comenzar el camino |
Pronto
nos encontramos con nieve, que vamos sorteando como podemos, hasta que ya no hay
forma de hacerlo. Alcanzamos el cruce de caminos con el de Atarés y el de los
dos monasterios. Optamos por ir al viejo, que es el de la derecha, y que
comienza descendiendo. Algún árbol cruzado en el camino. Llegamos a él. Sobrio,
austero, como siempre; solitario, como casi siempre; orgulloso de un pasado
creador, de un pasado regenerador, que nos habla de conquistas, de reyes, de
nobles, de posesiones, de extensión del reino, pero también de oración, de recogimiento
y de regla benedictina; de origen y orgullo de Aragón.
Mesa orientadora en el mirador |
Unas
decenas de metros de carretera hasta alcanzar unas escaleras metálicas que nos
encaraman a la roca y a tomar el camino hasta el llamado Llano de San Indalecio,
donde se ubica el Monasterio Nuevo, por cuya mismísima puerta pasamos para
dirigirnos, en clara dirección norte, al Mirador de San Vicente, donde hoy sí,
nos muestra sus encantos, que no es otra cosa más que nuestra cordillera
pirenaica, bella, radiante, desnuda, ornamentada únicamente por ese velo blanco
que le ha regalado ese ir y venir de tantas y tan generosas borrascas estas
semanas pasadas. Rendimos homenaje a todas las cumbres, a todos los valles, y a
todos sus moradores, de dos patas, de cuatro, con alas, aletas, ramas y raíces.
A todos. A todos cada uno en su lugar, haciendo lo que tienen que hacer. Ojalá
nosotros, los humanos, también. Algún día. Sin duda.
Grullas cruzando el Pirineo |
Continuamos
por lo que nos parece tiene que ser el camino de subida a las antenas. Y lo decimos
así porque está completamente nevado y vamos al tentón. Es una zona de
erizones, y la nieve está hueca por debajo, y en los corros en los que aún no
se ha transformado del todo, nos aguanta, pero en la mayoría de ellos nos metemos
hasta la rodilla. Continuamos en esa misma dirección, con la intención de
seguir intuyendo el camino, pero no lo conseguimos. Volvemos sobre nuestros
pasos, y unas decenas de metros por debajo de las antenas, en una especie de
enorme trinchera entre los conglomerados, donde se nos ocurre mirar, vemos con
gran sorpresa que es ahí donde sale la senda, una senda que va serpenteando por
el bosque, y que tomamos para ir bajando. Todo ello con los graznidos de fondo
de una buena manada de grullas que en perfecta formación surca el espacio aéreo
en dirección perpendicular a la cordillera. Ánimos, ánimos y buenos deseos les
enviamos para que salven este obstáculo montañoso en pos de sus cuarteles de
verano.
La senda se atrinchera para entrar en el bosque |
Sigue
el piso con nieve, mucha nieve. Viejas marcas de GR nos acompañan, bien sobre estacas
de madera, bien sobre mojones de montes, bien sobre la corteza de algún árbol. También
encontramos alguna señal del Paisaje Natural Protegido de San Juan de la Peña y
Monte Oroel, que así se llama este espacio, con el distintivo del GR 65.3.2, ya
cerca de la carretera. Sí, de la carretera, que es donde aboca esta senda, y
que tras unos cientos de metros te vuelve a meter en el monte, para salir de
nuevo, ya por un pequeño tramo, para meterse definitivamente en el bosque y
continuar el descenso hacia el lado norte, dejando atrás la solana, a cuyos
pies sobrevive Botaya, pequeño núcleo rural perteneciente al municipio de Jaca.
A estos dos tramos de carretera, no sería difícil buscarles alternativa por el
monte cercano.
Peña Oroel |
Al
tomar ya esta segunda, definitiva, entrada en el bosque, nos encontramos con
una escena propia del Camino de Santiago. En algunos lugares, los peregrinos
van amontonando pequeñas piedras a su paso. Personalmente nos recuerda prácticas
similares por los caminos de otras religiones, por los caminos de otras
cordilleras.
Algún
otro árbol cruzado en el sendero, en un sendero que en algún otro momento va
abrazado a un barranco, y como dos enamorados, de tan abrazados se confunden. El
beso es largo. El agua toma posesión de la tierra. El agua inunda la tierra. El
agua invade el camino. Igual que las zarzas nuestras piernas al tratar de pasar
sin mojarnos. Ganamos la partida, pero a un precio que consideramos justo.
El camino se rinde a la pista |
Dos
horas desde las antenas. Casi cuatro desde Santa Cruz de la Serós. Salimos a
una pista, en la que un cartel de madera, nuevo, nos indica la dirección de
Atarés, a donde gustosos iríamos, es más sería el objetivo de hoy para terminar
esta tirada hasta el pueblo, pero al tener el coche en Santa Cruz, nos obliga a
volver hacia allí. Y lo hacemos siguiendo la pista en dirección contraria,
hasta que por abreviar nos metemos por entre los campos, la mayoría custodiados
por ruinas de cabañas de piedra, otrora habitadas, otrora usadas, y que van
muriendo en la más lánguida de las soledades.
Entre coronas
y barrancos llegamos hasta otra pista, que nos deja a algo más de un kilómetro
por debajo del pueblo, al que tenemos que acceder por la carretera. Pasamos por
delante de la pequeña iglesia de San Caprasio, verdadera joya del románico
lombardo, de escasa profusión en la Jacetania, al contrario de la extensa
muestra de la comarca vecina del Alto Gállego, del Serrablo, concretamente.
Y poco más
contamos. Cuatro horas y cuarenta minutos, para recorrer los 18,43 kilómetros,
y con 2.150 metros de desnivel acumulado. Mañana, más. Y procuraremos que mejor.
El reportaje completo de fotos, en:
Y el track:
Bien Chema, bien.
ResponderEliminarGracias, Anónimo.
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