Año XIV. Entrega nº 956
“Tiene este circo forma de embudo, cerrado por todas partes salvo por la estrecha abertura que lo comunica con el desfiladero de El Escalar, y está colgado en medio de montañas, a lo que debe su clima seco y suave…”. Cayetano Enríquez de Salamanca (1936-2006).
En este noble arte de pintar barquitos en el inmenso océano de una hoja en blanco, tratando de que no naufraguen y de que lleguen a buen puerto, algo de lo que somos eternamente grumetes, tratamos de fijarnos en gentes que ya han surcado, con éxito, dicho sea de paso, esos mares. En este caso le ha tocado el turno a uno de los grandes, como es el autor de cabecera, un divulgador del mundo natural, merecedor de varios premios nacionales en el ámbito del turismo.
Y el párrafo que hemos elegido es uno que se refiere a un enclave tan singular como es el Balneario de Panticosa, una cuenca glacial de primer orden de la que emergen grandes montañas, algunas de más de tres mil metros, del ya conocido como Pirineo Axial, que fueron surgiendo en el período Pérmico del Paleozoico hace unos 270/250 millones de años, cuarto de hora arriba o abajo, que la temperatura, la presión y el tiempo las han puesto en su lugar actual para disfrute del visitante.
Es, precisamente, esa temperatura y los pliegues y debilidades de las capas de roca las que han facilitado, desde época romana, el surgimiento de sus aguas termales, teniendo noticia de ello gracias al descubrimiento el 10 de septiembre de 1951, en unas obras dirigidas por el ingeniero de minas D. Juan Manuel López de Azcona, de una moneda de bronce con la cabeza laureada de Augusto, y en el reverso una junta arando, aludiendo a la fundación de Zaragoza, datada, por tanto entre el año 8 a.C. y el año 2 d.C.
Desde entonces se dan por conocidos los beneficios terapéuticos de las aguas, que han sido aprovechados por las diferentes culturas que han habitado en estas montañas. Algo que, con los consiguientes altibajos históricos, dura hasta nuestros días, teniendo la primera reseña en 1694, cuando se construye la primera casa, teniendo otro hito histórico en el nombramiento del primer médico de baños en la persona de D. Bartolomé Sierra en 1816, acudiendo ya más de 500 pacientes al año siguiente. De los desmanes urbanísticos de los que ha sido objeto en las últimas décadas, mejor ni hablar.
Pero no sólo la explotación balnearia ha protagonizado el desarrollo del lugar, también la hidroeléctrica está teniendo su aprovechamiento desde hace como un siglo, desde que se construyera un complejo para la obtención de energía hidráulica, arrebatando de su estado natural preciosos ibones que ocupaban cuencas glaciales. Todo ello a base de tracción animal y de mucha mano de obra, en su mayoría de fuera del territorio, debido a la orografía, y que conllevaría la pérdida de numerosas vidas humanas debido a accidentes de trabajo y a la silicosis, causa esta última silenciada deliberadamente.
Pues sin más preámbulos, vamos con lo nuestro, que no es otra cosa que el de recorrer una parte del entorno para alzarnos al pico de los Ibones de Pecico, en una sierra entre la cuenca de dichos ibones y la grandiosa de los Azules, que deriva en los de Bachimaña. Para ello, nos llegamos al balneario en una mañana radiante, pero que habría que ir cambiándole el adjetivo a lo largo de la jornada.
Tomamos el GR 11 en dirección a Bachimaña, acompañando al río Caldarés y sus gráciles saltos de agua, por los congostos que forma el barranco, con cuatro tramos de sirga, en sendos pasos delicados, más útiles en invierno que en verano. Llegamos al comienzo de la cuesta del Fraile, que con paciencia se sube, hasta alcanzar el desvío al refugio, que no tomamos. Damos vista ya al Bachimaña Inferior y, seguidamente, al Superior, que bordeamos en toda su extensión hasta su cola, alimentada por el barranco de los Azules.
Es donde dejamos el GR 11 para tomar el GRT 24, que va subiendo por el barranco de la Canal, hasta alcanzar el puerto de Panticosa o de Marcadau, pero que dejamos antes, incluso que la entrada a la cuenca de los ibones de Pecico. Con nuestro objetivo a la vista, solitario, altivo, pero que seguro nos va a acoger, aunque nos cueste ganárnoslo. Tres horas hasta el desvío, y casi otra más hasta la cima, dejando las mochilas unas decenas de metros antes, para acometer el tránsito por la rallera* con más seguridad.
Es una cima humilde por su altitud, pero soberbia en cuanto a las vistas que ofrece gracias a su aislamiento. A nuestros pies, los ibones de Pecico al norte, al sur los Azules y Bachimaña, al este Bramatuero, y un sinfín de montañas que, de las entrañas de la Tierra han emergido para romper el horizonte, desafiando a los amantes, a los apasionados por ellas.
La estancia en la cima no es muy cómoda, debiendo extremar la precaución, ya que la exposición es importante, de modo que… “tocar chufa” y volver, aunque tras el esfuerzo, cuesta hacerlo, pero no hay más remedio, habida cuenta de que las solitarias nubes se empiezan a organizar tornándose más oscuras con el paso de la mañana. Recogemos las mochilas y continuamos el descenso por la pendiente loma de piedra descompuesta.
A algo más de seis horas desde el comienzo de la ruta, nos disponemos a realizar el descenso por una amplia vuelta que va rodeando por el este el amplio circo del balneario. A través de la sucesión de pequeñas subidas y unas más serenas plataformas, se llega a la travesía por unas fajas con una cierta exposición, aunque de buen transitar.
Comienzo de la tubería
Tras hora y cuarto desde el refugio se llega a divisar la tubería, a la que tenemos que bajar, para ir acompañándola ya durante cuarenta minutos, sin apenas inclinación, atravesando, con ella, un par de túneles, y disfrutando de una vista aérea del gran circo del balneario, sobre el que se ciernen ya los negros nubarrones, que alertan de su presencia con los correspondientes truenos.
Alcanzado el GR 11, apretamos el paso con la intención de llegar abajo antes que el agua, algo que conseguimos tan sólo por unos minutos, comenzando literalmente a jarrear, y que nos motivaría la rápida marcha, huyendo a escape de lo que vendría después, y que no nos bloquearía el paso por la carretera por cuestión de una hora, librándonos de los desprendimientos habidos, y que la inutilizarían por varios días.
Una dura jornada de montaña, pero muy variada, sin excesivo calor, y con amplias vistas, agua y montañas, por las que hemos recorrido 19,5 km en 9 horas, con un desnivel acumulado de en torno a los 1445 m D+/- (Wikiloc: 1199 m D+/-) con una pendiente media del 7,41%, habiendo alcanzado la máxima altitud en los 2704 m del pico de los Ibones de Pecico.
GLOSARIO
Rallera: Estrato muy inclinado, que da lugar a cresta rocosa
BIBLIOGRAFÍA
Por el Pirineo aragonés, rutas de la Jacetania. Cayetano Enríquez de Salamanca. El autor (1974)
Fuentes minero-medicinales de la provincia de Huesca. Pablo Saz. Instituto de Estudios Altoaragoneses DPH. (1992)
Agua y corriente, cuando los ibones perdieron su nombre. Carlos Tarazona. Bartolo edizions (2023)
RECURSOS DIGITALES
Las fotos, con sus comentarios, y el track
Nota: La publicación de la ruta, así como del track, constituye únicamente la difusión de la actividad, no asumiendo responsabilidad alguna sobre el uso que de ello conlleve.