Año XIV. Entrega nº 958
“De los pirineístas poetas hemos pasado al turismo empresarial. De soledades a multitudes. De población arraigada, a emigración. Lo que era considerado obstáculo desde un punto de vista práctico hace no mucho, se ha transformado en recurso o en expectativa de recurso”. Eduardo Martínez de Pisón (1937-).
Palabras de este vallisoletano ilustre, casi nonagenario ya, pero con un vigor envidiable, gran maestro de la descripción y defensa del paisaje, que dan la clave del fenómeno que está transformando la vida, el ambiente, las actitudes, el respeto, la forma de afrontar la montaña, en definitiva. El más de medio siglo de andanzas ya por ellas nos da una perspectiva que nos hace sentirnos cercanos a esa visión romántica de las montañas como último reducto de paz y libertad.
Los Pirineos son inabarcables, sus grandes montañas y sus profundos valles que, como fuerzas opuestas, se asemejan al yin y el yang de la filosofía taoísta, y que nos hacen elevarnos hacia las alturas, sin perder de vista que lo hacemos desde de lo más profundo de nuestro ser. Y cuando nos adentramos en terrenos ignotos, se evidencia el hecho de que “cuanto más conoces, más te queda por conocer”, una paradoja que se nos ha dado en el caso de hoy, porque, bien es cierto que hay lugares en los que no se ha estado, pero que se conoce de su ubicación, pero no lo es menos, que los hay que ni siquiera se sabía de su existencia. Hoy se han dado ambos casos.
Barranco e ibón de Ferreras
Estamos hablando del valle de Ordiso y del barranco de Ferreras, respectivamente, unos lugares poco concurridos, y menos el segundo, que también gustan de nuestra visita pausada y agradecida por estar ahí, por ofrecernos esas maravillas de paisajes, esos amplios espacios cuyos collados nos abren otros… y otros más. Es portentoso el sentirse parte de ellos.
Ibón de Mallarruego
San Nicolás de Bujaruelo es un sitio muy especial para mí, porque fue el primer lugar que visité del Pirineo hace casi seis décadas, y es de donde partimos para esta ruta, que se va a adentrar en el corazón de estas montañas.
Tomamos la pista, dejando a la izquierda la fuente de la Femalla en el arranque del desvío para el valle de Otal. Cruzamos el río Ara por el puente de Oncins para continuar por la pista, que deja a la derecha el desvío del sendero que nos devolverá a Bujaruelo a la vuelta. En una hora terminamos de andar la pista, que se convierte en sendero, por el que discurre el GR 11, junto al refugio de Ordiso.
Pero no es el camino que tomamos, sino que bajamos al río para ir formando parte del valle de Ordiso, que recorremos hasta la borda chafada, donde abrimos la circular bajo la generosa cascada del barranco de Ferreras, al que aspiramos a llegar a la contra de la dirección del agua. Una garganta, la que tenemos por delante, que parece imposible poder superar, pero que no lo es. Tras un tramo de vegetación hasta la cintura, comienza una dura cuesta para alcanzar las propias fauces, que nos engullen ayudados por un par de tramos con cadena.
Tras ellos, otra dura cuesta hasta alcanzar una bella planicie en la que retozan un buen número de vacas, que se nos quedan mirando como cuando ven pasar el tren. Como dos horas y media hasta aquí, cuando nos vemos inmersos en este pequeño valle colgado, que vierte al de Ordiso, y que guarda para sí bellos rincones, entre otros, un pequeño ibón que tiene los días contados.
Lo sobrepasamos y continuamos junto a un barranco, que aparece y desaparece debido a las filtraciones propias del terreno calizo. Para los cinco que vamos es terreno ignoto, de modo que tendríamos que ir descubriendo nuestro objetivo conforme fuéramos subiendo. El que se nos antojaba, conforme nos íbamos acercando se mostraba más fusco, más altivo, más inexpugnable, ya nos iba indicando a las claras que no era ese, sino el de la derecha, con una pala bastante inclinada, aunque no muy larga.
Pues hacia él nos dirigimos, abordándolo por el lomo, dejando el canchal a la izquierda. Pues, efectivamente, ahí estamos, en la cima Central de esta familia de los Mallarruego, con un simpático comité de recepción compuesto por una cabaña de cabras que, en número de cincuenta o sesenta, se nos van echando encima como en busca de algo mejor que estos pedregales. Al ver que no, se hacen a un lado y nos dejan expedito el sendero para acercarnos a la cima Sur, un metro más alta que la anterior.
Ni en una ni en otra encontramos piedra con su nombre, algo de dudoso gusto que te vas encontrando ya por todas partes, y que esperamos tarde en llegar hasta aquí, manteniendo virgen esta montaña, como debe ser. ¿Qué decir de las vistas? Apabullantes. La fachada norte de la sierra de Tendeñera nos muestra toda su fiereza, con el pico homónimo, Otal, Sabocos... Como continuación, con el contrapunto del tajo que el río Gállego ha sabido labrar, la de la Partacua.
En el arco NW, los montes panticutos más cercanos, la Peña d'as Cuellas, Piniechos, Catieras, Baldairán, Foratulas, Tablatos… un sinfín de montañas que se alzan al cielo como lo hacen los brazos de los niños buscando a su madre. Por el NE, los que ya ocupan el verdadero reino de los tresmiles de los Pirineos: Vignemale, la extensa familia de los Marborés, Gabietos, Escuzanas, Mondarruego… Los que sabemos reconocer, y muchos más los que no reconocemos desde esta extraordinaria atalaya, no visitada anteriormente.
Cinco horas desde el arranque, con la cabecera del valle de Ordiso a nuestros pies, a ella tenemos que dirigirnos para ir bajando, con la intención de echar un bocado en el ibón de abajo, con el único encuentro humano que tenemos en el corazón de estas montañas, que es el de un grupo perteneciente a la Red Natural de Aragón (DGA), haciendo sondeos de pastos de alta montaña. Tras el receso, que hacemos después de habernos quitado el descenso hasta este fondo de valle, continuamos la ruta.
Como a media hora de haber dejado el ibón, nos desviamos a la izquierda, cruzando varias lomas, para llegarnos a la salida de la Grallera de Ordiso, un gran accidente geológico fruto de la erosión, cuya entrada es impactante. Nos deslizamos por su interior, hasta lo que intuimos que es el fondo, donde encontramos el salto de agua, que entendemos que es por donde bajan rapelando* desde la boca de entrada, y que nos invita amablemente a darnos la vuelta.
Nos despedimos de este fenómeno de la naturaleza y vamos en pos del sendero que nos siga bajando por el valle, hasta dar con la palanca que nos permite cruzar el recientemente formado río Ordiso, que se alimenta del barranco de Ferreras y de otros que hasta aquí llegan. A las siete horas y tres cuartos del arranque, estamos en el punto en el que abríamos la circular hace seis. Lo que nos queda, pues, es repetir el itinerario de subida, primero hasta el valle del río Ara, para subir a la pista, tomar el sendero que pasa por las Lañas Luengas, y llegar finalmente a San Nicolás de Bujaruelo, cansados, pero satisfechos por haber recorrido unos parajes poco transitados y, en su mayor parte, desconocidos para nosotros.
Una preciosa ruta, en buena compañía, y a la que le hemos dedicado 9 horas y cuarto, para recorrer 23,4 km, con un desnivel acumulado de, en torno a los 1450 m D+/- (Wikiloc: 1373 m D+/-), lo que representa una pendiente media del 6,20%, alcanzando la máxima altitud en los 2684 m del pico Mallarruego Sur.
GLOSARIO
Rappel: técnica de descenso controlado por una cuerda
BIBLIOGRAFÍA
El alto Pirineo. Eduardo Martínez de Pisón. Ibercaja (2002)
RECURSOS DIGITALES
Las fotos, con sus comentarios, y el track
Nota: La publicación de la ruta, así como del track, constituye únicamente la difusión de la actividad, no asumiendo responsabilidad alguna sobre el uso que de ello conlleve.
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