sábado, 20 de septiembre de 2014

Ordesa a vista de Fája-ro

AQUERAS MONTAÑAS
Faja Racón (1.800 m)
Faja Canarellos (1.700/1.600 m)
Cola de Caballo (1.760 m)
Faja de Pelay (1.765/1.920 m)
Jueves, 18 de septiembre de 2014



            Pareciera que hoy estemos viendo, estemos viviendo, un mundo al revés. Sí, porque si generalmente el objetivo de todo montañero, al contrario del de los espeleólogos, es hacer cumbre, sin desdeñar, naturalmente, lo que se encuentra por el camino, nuestro objetivo de hoy más se parece al de este otro gremio hermano que se dedica a escudriñar las entrañas de la tierra. Hoy hemos visitado el mismísimo útero del Valle de Ordesa, donde permanentemente rompe aguas, desparramando su líquido amniótico en todo este espectacular entorno, dando así vida a uno de los valles más espectaculares del Pirineo, donde el tiempo se ha aliado con los elementos para esculpir esta maravilla de la naturaleza que hoy se nos ofrece en todo su esplendor.

Comenzamos en Casa Oliván
            Y la forma de acceder a esa nuestra “cumbre” hoy, ha sido bajando, y para dejarla hemos vuelto a subir. En realidad, la jornada de hoy ha sido producto del plan B sobre el planeado hace tiempo, cuando no nos había visitado todavía esta sucesión de borrascas tormentosas que vuelven a refrescar el terreno, árido de unos días de calores fuera de tiempo. Y como la idea era hacer una travesía por sitios más altos que por donde las osadas nieblas se pasean, pasamos de que nos engullan y cambiamos el rollo. A la cabeza le cuesta asumirlo, pero más a los pies, que se enrabietan y nos llevan y nos traen a Soaso por sendas de altura. Subimos por Carriata para incorporarnos a la Faja Racón, y en Cotatuero enlazar con la de Canarellos, visitar Soaso y sus melenas de agua, y volver por la de Pelay. Como ha pensado alguien para el título, Ordesa a vista de Fája-ro. Comenzamos.

Tozal del Mallo
            Pues eso, que entre idas y venidas, movidas de coche y de neuronas, se nos hacen las diez de la mañana en la Pradera de Ordesa. La cuestión es aprovechar la jornada, después de haberle dado la vuelta a la tortilla. Y la que era sólo de llegarnos hasta Góriz, se ha convertido en un verdadero periplo por las alturas del valle. Con Olga, Sara, Pilar y Javier, comenzamos acercándonos andando hasta la Casa Oliván, para seguidamente dejarnos llevar de la mano de tantos y tantos seres no sólo de madera, seres esbeltos, altos, en busca de la luz, retorcidos algunos evidenciando momentos duros de su vida, y que nos dejan entrever ese altivo, gigante, guardián de la puerta del valle, como es el Tozal del Mallo, pero que con paciencia conseguiremos hacer nuestra esa mirada por encima del hombro que nos confiere. Desconfía, y es natural, de todos los que nos adentramos en sus dominios. Desconfía de que pudiéramos llegar a profanar estos lugares. Procuraremos no hacerlo, pisando, pasando con todo el respeto del que seamos capaces. Tras los guiños que nos van haciendo las ramas de los árboles, conseguimos salir ya del bosque, un bosque que nos ha acogido húmedo. Muy húmedo, que ha hecho atraer hacia sí ese mismo elemento de cada uno de nuestros poros. Ya a cielo abierto, el Circo de Carriata se nos muestra sin ambages, y en poco más, a una hora escasa del arranque alcanzamos la entrada a la Faja Racón, entrada que tomamos.



Paredes del Gallinero
            Esta faja es la hermana pequeña de la de las Flores, y recorre unos cuantos de cientos de metros más abajo estos enormes paredones del gallinero, pasando a pie de roca, de ese Libro Abierto denominado por los escaladores, escasos escaladores ya de vías clásicas. Admirados por la verticalidad, incluso desplome, de estas paredes, y por las vistas que vamos adquiriendo sobre el fondo del valle, en otra hora recorremos la cintura de este macizo, cintura que nos lleva a adentrarnos en Cotatuero, regado por otra cascada, que no se desparrama, pero que sí entra a cuchillo a formar este tajo de eternas alturas. Nos incorporamos al sendero que lo circula, descendiendo hasta un abrigo de troncos, junto al que tenemos un paso metálico que nos permite meternos de lleno ya en la otra faja del día, la de Canarellos. Un lugar éste muy agradable. Río, puente… siempre nos dan su bienvenida. Símbolos en los que algún día profundizaremos.

La magia del bosque
            Bien. Faja de Canarellos, que comienza subiendo y subiendo. Y lo hace hasta alcanzar la base del roquedo, para después volverse a vestir de bosque. También nosotros. Ésta nos cuesta un poco más. Hora y cuarto para recorrerla, obligándonos a contornear la pared, pasando por esas grietas que permiten al agua seguir su camino vertical. Unas agradables zetas nos devuelven al itinerario normal de Soaso, todavía en el bosque, aunque no por mucho tiempo. La salida nos depara otro aliciente, las Gradas de Soaso, que es como la naturaleza soluciona este desnivel. También lo hace con nuestro camino, que sube y sube hasta alcanzar ya la larga llanura del circo que nos llevará hasta su final, hasta su fondo, hasta el mismísimo útero al que nos referíamos antes, y que es el paritorio permanente del río Arazas, que propicia esa Cola de Caballo que dependiendo de las estaciones nos ofrece mayor o menor espectáculo, pero espectáculo al fin y al cabo.

Sarrio en Soaso
            Mucho personal por aquí, que no impiden que nos recojamos en un lugar próximo a ella para echar un bocado y agradecer tanta belleza. Fotos y más fotos. Cruzamos el puente, y dejando a nuestra izquierda la subida por las clavijas, por un laberinto de estrechos senderos vamos en busca del que definitivamente se toma para subir a la Faja de Pelay, la tercera de la jornada. Pero antes, en nuestro corto discurrir junto al río, somos testigos de algo completamente inédito, al menos para nosotros. Un pequeño y solitario sarrio deambula muy cerca de nosotros, y al echar mano de nuestros pertrechos para fotografiarlo, se arranca hacia nosotros. En sus ambarinos ojos no sólo nos reflejamos nosotros, lo hace todo el valle, son saltones, enormes, de mirar infinito, posiblemente enfermos de queratoconjuntivitis pensamos, o de cualquier retrovirus que los aqueja. Grandes, pero tristes ojos, quizá vacíos, quizá privados de su función. Como dice la canción, sin San Jorge, para qué sirve el dragón.


Salimos del bosque
            Faja de Pelay, otro sendero colgado sobre el alero de los tejados de Ordesa. Sendero, que en su comienzo da por advertido en un cartel de su peligrosidad, no recomendando iniciarla a partir de las tres de la tarde. Consejo que no cumplimos, pero sólo por veinticinco minutos. Lentamente, pero sin piedad, vamos subiendo para ir tomando altura y situarnos cerca, muy cerca, también de la base del roquedo de la Sierra de las Cutas. La subida se torna llaneo, y para más belleza todavía, por entre bosque, atravesando unos rincones verdaderamente extraordinarios. Solos. Esos rincones y nosotros. Estos paredones cierran el valle por el sur, haciendo de muga natural con Vallibió, y también están repletos de hendiduras verticales formadas por el tiempo y el agua, que va buscando siempre su nivel.

La Sierra de las Cutas domina el espacio
            Las grandes alturas siguen cuchicheando entre ellas, amparadas por las espesas nieblas y esas borrascas tormentosas que hemos tratado de evitar, y que de momento vamos consiguiendo. Algo más de media hora nos queda de fajeo cuando el corazón comienza a latir más y más fuerte, nos vamos acercando a encarar ese perfecto encajonamiento que es Cotatuero, con sus verticales paredes, con su larga y esbelta cascada, pero también con una corona que no es propia, pero que desde aquí lo parece. Las espesas nieblas que nos ocultaban sus secretos, ceden ante nuestros deseos, ante nuestras miradas, y con unos ejercicios de ligeras piruetas se van descorriendo los velos, dejándonos al descubierto las joyas de esa corona, tantas veces descritas. Pero no son todas las que vemos a la vez. Comenzamos con el Pico Blanco, el Taillón, el Dedo, la Falsa Brecha, la arista occidental del Bacillac, que conforme vamos avanzando se nos muestra entero. Y mientras vamos perdiendo vista por el oeste, la vamos ganando por el este, entrando en escena la Brecha de Rolando, el Casco y demás componentes de la familia Marboré. Tanta belleza junta es imposible, el encajonamiento de las altas paredes de Cotatuero y el devenir de las nieblas se encargan de dosificarlas. Mejor así.



Mirador de Calcilarruego
            Un extraordinario panorama que seguimos contemplando ya en el término de la faja. Estamos en el mirador de Calcilarruego, a casi dos mil metros de altitud, y a unos setecientos en vertical sobre la Pradera de Ordesa, donde ha empezado esta historia, y donde debe terminar. Los espacios abiertos siempre nos han fascinado, y las alturas también. Aquí se juntan los dos componentes de este sin par conjunto. Es tanto lo que nos aporta que no desearíamos bajar, pero hay que hacerlo, y no por una cómoda senda precisamente, sino por una salvaje sucesión de zetas que ponen a prueba nuestras bisagras y nuestra paciencia. Casi una hora de esa nuestra paciencia, para llegar ya al fondo del valle, donde se nos brinda otro puente para pasar otro río, u otro tramo del mismo río de esta vida. Dos patadas más y la pradera.

            Al final han salido 25,5 km, en 8h 45’, de las que 7h han sido en movimiento. Poco tiempo de respiro nos han dejado estos chicos hoy. Unos 700 metros de desnivel máximo, las continuas subidas y bajadas los han convertido en más de 1.800 positivos acumulados, y los mismos de descenso, en una jornada para la que habiendo pensado no hacer mucho, no ha estado mal. No. Una jornada decimos en la que nos hemos fundido con el paisaje, en buena compañía.





Las fotos, en:
El track, en:
http://es.wikiloc.com/wikiloc/view.do?id=7822900

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