Una jornada por el Camero Nuevo
Sábado, 7 de diciembre de 2013
La vida se manifiesta de
múltiples formas y en todos los lugares, y saber apreciarlo nos hace sentirnos
más cerca de ella, más plenos de ella. Acometemos esta segunda jornada por
monte bajo, por lugares ya más benignos, pero no por ello menos atractivos. Es
voluntad de los anfitriones que visitemos tierras riojanas, y Cameros es un muy
buen ejemplo de ello.
En marcha |
Acudimos a Torrecilla, situada a
orillas del Iregua, y precedida de una nutrida historia, recogida ya en los
escritos desde el siglo XI. La mañana está fría, serena. Es día de mercado, y
los ambulantes ya comienzan a ofrecer sus productos. Nosotros preferimos los
otros, los de la tierra y el agua, los del aire y el sol. Comenzamos la marcha
por entre las callejas del pueblo, por las que se detienen las gélidas y
resbaladizas aguas. Tras atravesar un barranco de heladas orillas, nos metemos
ya en una pista de considerable pendiente, en busca de ese sol que pronto nos
baña el rostro.
Cuenca del Iregua |
Gran parte de culpa de que este
recorrido sea atractivo la tiene la visita a las cuevas de Lóbrega, lo que hace
que nos asomemos a la loma que tenemos a nuestra izquierda y demos vista a ese
otro mundo que tiene el privilegio de haber nacido ya al sol de hoy, a un sol
que tiene la paradoja de que a pesar de estar cercano al perihelio, su máxima
cercanía a La Tierra, es cuando menos calienta, es cuando menos horas está
entre nosotros. Y eso se nota. Nuestra mirada se mece en el enorme tajo
que el río Iregua ha ido diseñando durante milenios sobre los materiales más
blandos, pero siempre más duros que el agua. Otra paradoja. Cuánto por
observar. Cuánto por aprender.
Entrada a la cueva |
La senda de acceso a las cuevas
es muy estrecha y aérea. Hay que andarla con cuidado y atención. La contemplación
del paisaje es una tentación a la que se puede sucumbir sólo si detenemos
nuestros pasos. Hay una primera cueva, pero sólo es de paso para salir
nuevamente al exterior y llegar a la siguiente, que ya tiene fondo, aunque a
varios cientos de metros, que lógicamente no comprobamos, nos lo creemos. No
nos extenderemos sobre la historia y presente de estas formaciones geológicas,
hay quien lo sabe hacer: http://espeleocameros.blogspot.com.es/p/curiosidades-sobre-cueva-lobrega.html.
Por nuestra parte, un silencio y oscuridad pactados reinan en el ambiente en un
intento de ver, de oír, de saborear esas sensaciones internas sólo apreciables
a través de esos otros sentidos, los varados por falta de uso. Las neuronas
cambian de chip, cierran unas compuertas y abren otras. Estamos en las entrañas
de la tierra, de donde una y mil veces salimos y a donde una y mil veces llegamos.
El espacio se expande. El tiempo se detiene.
Bailando con robles |
Retomando ya el espacio y tiempo
visibles, volvemos al exterior, volvemos a ponernos en circulación en este
escenario de abismos para regresar a la loma y dejarnos engullir por la sombra
del llamado arroyo de las Navas, por donde el crepitar de nuestros pasos sobre el helado suelo es
lo único que se oye, junto al silencio. Llegada al collado. Llegada al sol. Llegada
al inicio del descenso por un delicioso robledal que se hace cómplice de
nuestros intercambios con él y con el exterior, por donde planea algún ejemplar
de buitre en busca de ese disfrute. No somos tan distintos. Damos vista a Nieva
de Cameros, otro pequeño núcleo de población entre riscos. Contemplación y
bocado. Un bocado que parece faltarles a una manada de enormes rapaces, que nos
mira con suma atención mientras rodeamos las agujas en las que están encaramadas.
Momentos |
Es mediodía del sol, y se nota,
cuando damos un brusco giro a nuestra derecha, para meternos en el ancho
barranco que alberga al arroyo de Villaluenga, y subirlo hasta el collado, hasta dar vista ya de nuevo al extenso
valle del Iregua, pero en cuenta de continuar, nos desviamos a nuestra
izquierda para llegar a una amplia zona donde convive la fina tasca con pequeños
gigantes de roca que la protegen. Ruinas de un geológico y tormentoso pasado,
como ruinas son las de un cerco pastoril, escenario de belenes, donde nos
dejamos querer por este casi cálido ambiente aprovechando para echar otro
bocado.
5 en 1, +1 |
Vuelta al collado y bajada ya por
el barranco de San Pedro. Seguimos pisando nieve por los pacos. Damos culto a
una carrasca de múltiples pies… o ¿son varias carrascas con una sola copa?... Poco
importa. Al llegar a tomar el Sendero de San Pedro, nos acercamos hasta la
ermita, su ermita, que la encontramos en sus cosas, recogida, callada, humilde,
aunque sabedora de que ha sido objeto de odas y alabanzas, como indica un
sobrio cartel junto a ella. Regresamos de nuevo a Torrecilla. Una Torrecilla
que nos recibe en sus cosas también, solitaria, fría, vacía, más que cuando
hemos llegado. ¡Qué tiene el frío, que tanto repliega! También a nosotros, que lo
hace hacia el bar, donde un amante también de las montañas, de los esfuerzos,
aunque esta vez sobre dos ruedas, enterado de dónde estuvimos ayer, nos deleita
con unas imágenes de una subida al Urbión en bici. ¿Se puede hacer? Pues sí, se
puede hacer.
Y poco más. Brincar de aquí
camino de Logroño. Otra jornada más de monte, por terreno más dócil, pero mucho
más variado, y como siempre en buena compañía por estas tierras riojanas, completando casi 16 kilómetros, con unos 850 de desnivel positivo acumulado.
El reportaje
completo de fotos, en:
https://picasaweb.google.com/chematapia/UnaJornadaPorElCameroNuevoY el track, en:
http://es.wikiloc.com/wikiloc/view.do?id=5777592
Precioso, Chema. He disfrutado de lo lindo al recordar los momentos vividos y que tendremos que repetir... ya sea por aquí o por Pirineos que anda que no hay...
ResponderEliminar¡Que buen y completo reportaje! Espero que al verlo disfruten también todos lo que no han tenido oportunidad de hacer esta jornada.
De acuerdo, Isidro. Siete vidas no darían tiempo para disfrutar de todos los parajes. Gracias por el comentario.
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