Las Bellostas - Rodellar,
Sábado, 15 de diciembre de 2013
Hoy nos vamos en busca de ese sol
que dicen que hace, de esos limpios cielos que dicen que hay. Sí, hay vida por
encima de las nieblas. En un intento de escapar de esas boiras que tan poco
amamos, pero que tanto aman al Valle del Ebro, nos vamos a la Sierra de Guara,
que tan olvidada tenemos, y por ello, queremos poner remedio.
Del Taillon a la Punta de las Olas. Todo un mundo de sensaciones |
Nos unimos a la expedición de
Esbarres y Estalentaus para que no nos tenga que contar nadie esas maravillas
que el Mascún Superior reserva a los que por allí se acercan. Era una
asignatura pendiente, ni esos desgarradores paisajes inmersos en el barranco,
ni nosotros mismos podíamos esperar ya más. El tiempo se ha cumplido, y aquí
estamos.
La salida la hacemos desde Las
Bellostas, uno de esos pueblos, de los pocos, muy pocos, que mantienen viva la
frágil vela de la vida por estos duros territorios de La Guarguera. Si alguien
viene dormido en el autobús, se le acaba el momento, porque bajar de
ensoñaciones para estar frente por frente a uno de los sectores que albergan a
los grandes del Pirineo, te hace no saber si sigues en ellas. Frente a
nosotros, sus majestades Tres Sorores y Tres Marías, unidas por la Punta de las
Olas por un lado y la Suca por el otro, y ambas por ese enorme tajo que es el
collado de Añisclo, paso natural para quien quiera cambiar de los aires de este
último valle a los de Pineta, o viceversa, dos de los que, junto con los de
Ordesa y Escuáin, confluyen en estas Tres Serols, considerado como el macizo
calcáreo más alto de Europa.
Iglesia de Bagüeste |
Todo ello, todos nuestros
recuerdos de pasos, de sensaciones perdidas por ellos, quedan atrás en el
recuerdo y en el paisaje. Nos dirigimos hacia el sur, hacia Bagüeste, a donde
llegamos en algo más de hora y media, por el GR 1, también llamado Sendero
Histórico. Uno de tantos, y tantos cientos de núcleos poblados en otros
tiempos, con gentes atrapadas en el terreno, atrapadas en el tiempo, atrapadas
en su destino, que no fue otro que el de dejarlo todo. Todo. Desde entonces,
piedra a piedra, recuerdo a recuerdo, se van cayendo vestidos de amarga
melancolía, cubiertos por vientos y soledades. Si queréis profundizar en el
conocimiento de este enclave, como de tantos otros, podéis hacerlo de la pluma
de Cristian Laglera, uno de los más activos estudiosos actualmente de las
viejas piedras, otrora vivas, de nuestro Pirineo: http://www.despobladosenhuesca.com.
La vida se pausa en invierno |
Coqueteamos con los primeros
compases del Mascún que, como neonato, es ajeno a lo que le va a ocurrir a
partir de aquí, no sabe qué seres se le van a aparecer en su vida, no sabe qué
paisajes va a modelar, no sabe que va a ser querido, admirado, recordado. No
sabe. Pero su pequeño corazón comienza ya a latir debajo de una fina capa de
hielo.
Otra hora más y llegamos al cruce
de Letosa, otro que tal. Estamos a punto de comenzar el barranco de Raisín por
su derecha, para meternos en la llamada Faja de Mascún, una atalaya aérea, al
cobijo de enormes paredes, y desde donde, sin perder nunca la atención sobre el
paso a paso, sobre el nevado, a tramos, suelo donde pisamos, nos permite
admirar el arte geológico que estamos a punto de comenzar a recorrer. Dejando a
nuestra izquierda la otra margen del barranco, por cuyo camino nos llevaría
hasta dar vista al del Mascún por el camino de Las Lañas, seguimos con unas
sensaciones compartidas entre el respeto y la admiración. Como llave del
paisaje que estamos a punto de abrir, pronto se nos aparece la Cuca de
Bellostas, un monolito, un pináculo pétreo, testigo del devenir del tiempo que
lo ha moldeado, y que en sus 60 metros de altura, acoge actualmente vías de
escalada tradicional, de largos, de los de siempre, porque no sólo deportiva
hay en Rodellar.
Faja de Mascún |
El GR 1 se aparta del barranco
para seguir por uno que le rinde, hasta llegar a otro núcleo abandonado, a
Otín, vigilado de cerca por otro de ellos, Nasarre, también despoblado que no
contaba con más de tres casas, y cuya iglesia, que reza a San Andrés, es del
siglo XI y ha sido recientemente restaurada. Otín, decimos, que nos recibe con
olor a pólvora. Paraíso de escopeteros que con sus mega-vehículos sentimos que
ultrajan el paisaje. Otín, decimos, con sus ruinas, con sus desafortunados,
desafortunadísimos e irrespetuosos apaños que claman a lo más alto. Otín,
decimos, que grita en silencio sus ansias de que lo dejemos en paz después de todo por lo que ha pasado. Eutanasia, digna eutanasia. Otín.
Los abuelos del bosque |
Breve comida en las eras, y
reagrupamos para seguir camino, un delicioso camino vestido de robles que
coquetean con los débiles ya rayos de sol. En pocos pasos más llegamos al
barrio del Barranco, para seguir revistiéndonos con ese halo de amargura, de
soledad y de abandono que destila cada una de las piedras que el tiempo va
dejando caer como aldabonazos en la memoria. Pero preferimos seguir fijándonos
en la vida, en lo vivo, cuando oportunamente aparecen unos ejemplares de roble
asombrosos, los abuelos del bosque, centenarios, quizá milenarios, ante los que
acompasamos nuestra respiración a la de ellos… lenta… pausada… les hablamos,
les preguntamos, y seguro que nos entienden, seguro que nos responden, pero no
lo percibimos, no estamos a su altura, pero no por ello dejaremos de hacerlo.
Prodigios |
El camino nos lleva de nuevo al
barranco principal, al Mascún, por donde se nos va abriendo ya esa ciudad de
piedra, esas señoritas petrificadas ante tan magno escenario, sin darse cuenta de que son ellas las que lo llenan de vida. La Ciudadela hace de telón de fondo
para una foto de grupo que sabe a cima. Hoy no la habido, pero estamos en una
permanente. Unos buitres que han salido a darse sus paseos, sus planeos,
aprovechando las térmicas que se originan al medio día, nos acompañan hasta que
llegamos al lecho del barranco, un lecho arenoso, seco, un fondo que,
contrariamente a lo habitual, va por encima de las aguas, de esas escasas aguas
que circulan por los laberintos que la blanda caliza les proporciona. Pero eso
es por poco tiempo ya, porque llegamos a la Fuente del Mascún, ese lugar por el
que rebosan las que ya no caben por esos freáticos conductos. A partir de aquí,
pues, el cauce revive, bajo la sempiterna presencia del famoso Delfín del
Mascún.
El Delfín de Mascún |
Llegamos ya a terreno humanizado,
a terreno codiciado para la práctica de la escalada deportiva. Infinidad de
vías de distintas dificultades pueblan estas intrincadas paredes en varios
sectores, que sería muy prolijo enumerar. Verdadero paraíso, que con clima más
benigno se puebla de decenas, de cientos de escaladores de cualquier lugar del
mundo. Hoy, con frío, y a estas horas tardanas del día, aún contemplamos las
piruetas de algunos de ellos.
Finalmente, y tras casi siete
horas desde el arranque, llegamos a Rodellar, que mira a las soledades de Guara,
que mira a sus paredes, a sus vías, que mira a sus gentes, que mira a sus
visitantes y los mima para que les queden ganas de volver. Eso. Eso veníamos
gestando a lo largo de los 18 kilómetros de travesía, a lo largo de unos 500
metros de desnivel positivo acumulado y 900 negativos. Eso. Eso mismo hemos sentido.
Carretera
y manta, y esto último es porque casi, casi, hace falta.
El reportaje
completo de fotos, en
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