El adentrarnos en un bosque siempre es garantía de que nos acercamos a la energía primigenia, esa que permanece en el germen de nuestro ser, por cuyo mantenimiento y acrecentamiento tenemos la obligación de velar constantemente. Y la mejor forma de hacerlo es tener siempre presente que, de igual modo que un ser humano está compuesto de diferentes partes, sistemas órganos, células… también forma parte de un todo superior, al igual que cualquier otro ser vivo, sea animal, vegetal o mineral. Y no solo eso, sino que dependemos todos de todos, por eso es tan importante la empatía con los seres vivos, por eso es tan importante vernos reflejados en todos ellos, por eso es tan importante sentirnos parte de un todo. Es un ejercicio que complace, que relaja, que aporta serenidad y sensación de fraternidad, tan falta en estos tiempos. El escritor norteamericano Louis L’Amour lo tenía muy claro cuando decía: Un bosque es algo vivo, como un cuerpo humano… cada parte depende de todas las demás partes.
Bueno, pues hasta aquí hemos llegado, invirtiendo 4h 40’ de auténtico placer, para recorrer 14,6 km, salvando un desnivel acumulado total en torno a los 875 m D+/-… más el paseíco a nuestra remota historia.
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