sábado, 8 de agosto de 2015

Ibones y pico Anayet, un mundo de hierro

AQUERAS MONTAÑAS
Ibones y pico Anayet
Jueves 6 de agosto de 2015


            Seguimos por los montes de La Jacetania. Hoy ponemos el punto de mira en los ibones de Anayet, con opción de subir al pico. Una nueva jornada, excesiva en lo meteorológico nos aguarda, calor tropical por la noche e infernal por el día. Pero es lo que hay, y lejos de acobardarnos nos enfrentamos a ello tratando de colarnos entre alguno de sus pliegues.



A pesar de haber nuevo trazado
tomamos el viejo
            Ocho y media de la mañana, que aunque a la sombra del aparcamiento de Canalroya, ya pinta maneras. Cruzamos el puente bajo la finca Anglasé y tomamos la pista a la derecha, que antes de adentrarse en el valle sostiene un indicador para advertir al caminante que el ramal del GR 11 que discurre por Izas y el GR 65.3.1 o Camino de Santiago, siguen siendo uno tomando una senda a mano derecha. Nosotros seguimos en el GR 11 por esta variante, que tiene todos los números para quedarse como única.
  
Comienzo del nuevo trazado
al propio tiempo que el de Chiniprés
            Al cabo de media hora, y con el sol inundando ya el valle, surge a mano derecha, también, el PR que sube a Chiniprés, un lugar especial, dominando el codo que hace el río Aragón, desde donde se tiene una panorámica aguas arriba y aguas abajo, extraordinaria. Lo sabemos por otras veces, que hoy no toca. Vemos que por este mismo puente continúa la señalización del GR 11, pero optamos por volver al trazado original, que en su accidentado deambular comprendemos lo acertado de la decisión. Esta margen derecha es más empinada que la izquierda, más expuesta, por tanto, a avalanchas, y por el discurrir del río también más expuesta a sus mordidas en las avenidas. Se vuelve a unir en la cabaña de Lacuás. Seguimos.

Las apresuradas aguas del Canalroya
            El sendero va tomando altura sobre el fondo del barranco, hasta que al cabo de una hora se vuelven a tratar de tú al llegar a la Rinconada. Las aguas, se han ido embraveciendo por el camino, se han ido apresurando, pero aquí están bien pacificadas. Dan vida a un bonito rincón, custodiado por el cordal de Raca, Malacara, Canalroya, Peñablanca, Aneu, Cuyalaret… por la izquierda subiendo. Y por el mundo Anayet a la derecha.

Progresando hacia los ibones
Pequeño repostaje y a encaramarse a los paredones para superar los más de trescientos metros que median hasta ese espléndido plató que aloja a los ibones de Anayet, los grandes, los espectaculares, los más visitados, porque a poniente del pico, en sus faldas también hay otro pequeño grupo de ellos con el mismo nombre. La llegada a este lugar es como siempre ha sido. Su acogida raya lo fantástico. Se deshace en amabilidad, y eso que hay muchos visitantes… pues para todos tiene. Le gusta ser visitado, y se nota. A pesar de ello, denota una cierta tristeza, su lámina de agua está más mermada. Esperemos que sea temporal, debido a esta sequera que padecemos. Mientras todo eso pensamos y comentamos, nuestros pasos siguen enganchados al sendero y nos llevan a asomarnos a la vertiente tensina, al barranco de Culibillas, por donde se alcanza este lugar desde Formigal.


El Midi llena el espacio con su presencia
           Vuelta sobre nuestros pasos. Vuelta a nuestros ibones. Vuelta a encararnos a esos dos pitones volcánicos, el cercano Midi d’Ossau, y el inminente Anayet. Incapaces de describir este singular entorno, hemos pedido ayuda a San Google, que en una de sus millones de páginas nos dice: “… hasta el Circo de la Canal Roya y la cascada de la Rinconada. Caminaremos por los arrecifes devónicos, la orogenia hercínica y el desierto rojo de Pangea, para acabar viendo el antiguo volcán del Anayet. Caminata sencilla por este impresionante valle glaciar…”. Pues eso, que esos depósitos volcánicos que tan artísticamente el tiempo ha ido destripando no hay que dejar de venir a visitarlos.


Llegando al collado
           En poco más de media hora nos presentamos en el collado, ese que separa, o une, según se mire, el vértice del pico. Pero antes de llegar a él, nos sorprende bajando el desparpajo de un chaval, de no más de 10 años, cuando haciéndonos los nuevos le preguntamos que por dónde se sube al pico. Y con una exacta descripción del recorrido nos responde que “… hay que llegar al collado, luego encontraremos un desierto rojo antes de llegar a las cadenas. Y después tenemos la chimenea, que nos llevará a la cima”. Juer con el mozé, no deseamos otra cosa más que le siga la afición y esa capacidad de descripción y de síntesis. Brutal.

Progresando por las cadenas
            Bueno, henos en el collado, donde decide Isidro que alguien tiene que quedarse con las mochilas. Estas cosas, compartidas saben mejor, pero hay que respetar, y al fin y al cabo esto no es nada personal, que es una consecución del grupo. Enfilamos pues con Sara hacia ese desierto rojo, que decía el zagal, que nos deja a los pies de un pequeño tramo de incómoda glera que nos acompaña hasta las cadenas, una travesía horizontal de unas decenas de metros que aseguran nuestros pasos por estas paredes y sus amplios patios. Liberados de nuestras cadenas, volvemos a tener senda bajo nuestros pies hasta llegar a esa chimenea que con cuidado se sube sin mayores dificultades. La mayor de ellas es la cantidad de gente que sube y baja.

Por la chimenea
            Y al salir de las estrecheces de la chimenea, llegamos a las anchuras de la cima. Anchuras visuales, decimos. Anchuras del alma, también. Estremecedora visión sobre todo nuestro entorno. Empiezas a ver montes, valles, horizontes cercanos, lejanos. Un sinfín de placer capaz de acallar cualquier ruido interno, capaz de sofocar cualquier ahogo, capaz de transportarte a mundos sólo alcanzables desde la cima de una montaña. Hoy ha sido ésta. Nuestros caminos, hoy, han confluido.


Desierto rojo de Pangea
Los momentos de éxtasis siempre terminan igual, siempre terminan volviendo a la realidad. Hay que bajar. Chimenea, cadenas, desierto rojo, collado, Isidro… Todos para abajo, el aire es molesto y buscamos un lugar más protegido para echar un bocado. Lo encontramos, y seguimos la bajada, con la esperanza de que sea feliz hasta abajo, con la esperanza de que no nos pase como todas las veces anteriores, que de forma repentina nos quedamos sin hitos y hay que terminar bajando como los jabalíes, pero sin serlo. De dos horas que dura la bajada, la primera es siguiendo los hitos por un sendero visible en ocasiones, en otras no tanto. De la segunda hora, mejor no hablar. Siempre que hemos hecho esta bajada, y han sido unas cuantas, nos ha pasado lo mismo. Siempre que hemos hecho esta bajada se nos ha quedado la misma cara de tonto. Siempre que hemos hecho esta bajada, hemos perdido la traza y hemos tenido que optar por bajar a la brava por empinadas laderas de hierba por las que hay que hacer verdaderos equilibrios.

Echando humo
            Pero como bien está lo que bien termina, finalmente nos topamos con una de las lazadas del PR de Chiniprés, que seguimos hasta el puente que nos pasa a la pista. Abrasados por el sol, el cansancio, y el mal humor que se te pone cuando repetidamente no eres capaz de resolver el mismo conflicto, nos ponemos a remojo en la fuente del Cerezo. Ya sólo nos resta llegar hasta el coche por cómoda pista. Y para resultarnos cómoda una pista…

            Bueno, pues buena vuelta a este volcán sin cráter. Han salido 20,8 km, con 8h 40’ de tiempo total, de los que 6h 25’ han sido en movimiento, con desniveles acumulados en torno a los 1.500 metros. Pa’ chicos no está mal. A pesar de todo, a gusto. Muy a gusto. Pero seguimos teniendo ahí esa espinita… bueno, otro día.








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