Arnedillo y los cuatro elementos
Septiembre de 2013
Todos recordamos eso de los tres
elementos de la materia, el sólido, el líquido y el gaseoso, a los que luego se
añadió el ígneo. El buen antropónomo y vitacultor debe buscarlos siempre allá
donde vaya. Son los elementos en los que se basa la vida: la tierra, el agua,
el aire y el sol, la luz. En Arnedillo los hemos encontrado, y no sólo en las
caldas aguas, representados en el barro, la propia agua, los vapores y el calor
sobre lo que todo ello gira, sino también en la naturaleza que lo circunda. En
ella tenemos la tierra que alberga nuestro pisar, el agua de los barrancos y
algún día el de la lluvia, el aire que transporta infinidad de matices
olorosos, y esa luz que pone en contacto todo ello con nuestras miradas.
Puente de piedra y torre del castillo |
Para sentirse vivo lo mejor es
estar entre la vida. Y evidentemente, cuanto más cerca mejor. Es lo que sucede
en muy pocos sitios, siendo el monte uno de ellos. Arnedillo está enclavado a
671 metros snm, entre riscos, a orillas del río Cidacos que naciendo en el Puerto
de Oncala, recorre 77 km para desembocar en el Ebro en las cercanías de
Calahorra.
Paralelamente al río Cidacos
estuvo en funcionamiento un tren de vía estrecha para sacar todo el mineral de
las minas de Préjano, población cercana. El recorrido llegó a ser desde
Calahorra hasta Arnedillo, entrando en funcionamiento por fases, comenzando en
1922 y completándose en 1947, y que por motivos económicos tan sólo duró hasta
1966. Posteriormente se desmantelaron sus vías y se acondicionó el trazado como Vía
Verde, denominada del Cidacos, que une Calahorra con Arnedillo en unos 34 km.
Entre la Encineta y la sierra de Hez |
Arnedillo es un municipio situado
entre las sierras de Hez y Peñalmonte, y goza de un fenómeno de la naturaleza,
espectacular, al propio tiempo que humilde y discreto, como lo son las raíces
de los árboles, realizando un trabajo oculto, callado, pero imprescindible para
la vivencia del ser. Estamos hablando de las aguas termales, que adquieren su
contenido en sales minerales en el interior de la tierra. A medida que ganan
profundidad, van disolviendo los componentes de las rocas que encuentra a su
paso, especialmente de las areniscas. Conforme va ganando esa profundidad,
también lo hace su temperatura (unos 3º C cada 100 m), llegando a alcanzar los
120º C a 4.000 metros, donde encuentra las calizas impermeabilizantes que le
impiden seguir descendiendo, por lo que crean un acuífero, desde donde busca el
agua su salida natural, como es el caso de las Pozas de Arnedillo, donde a lo
largo de unos 150 metros por la margen izquierda del río Cidacos, surgen estas
aguas a una temperatura constante de 49º C, en cantidad de 20 l/s.
Establecimiento termal |
Al margen de estos, podríamos
decir, baños públicos, está el establecimiento termal, que explota las aguas
desde 1847, y que según reza en su web, “…
debemos pensar en la existencia de una falla que hace descender las calizas del
jurásico a gran profundidad…, el agua de lluvia de Cameros desciende hasta
4.000 metros, y tras aumentar su temperatura asciende por dicha falla, brotando
a una temperatura de 52,5º C a los pies del balneario. Las aguas del manantial
de Arnedillo son de carácter minero medicinal e hipertermales, clasificadas
como clorurado sódicas, sulfatado cálcicas, bromuradas con iones de magnesio,
hierro, silicio, litio y rubidio”.
Aparte de la riqueza, tanto
económica como ecológica, que pueda suponer tener este verdadero tesoro,
estamos en una de las zonas más deprimidas de La Rioja, con inviernos duros y
estíos secos, y eso es algo que se ve nada más echar un vistazo a los montes.
Unos montes que han albergado estos días nuestras zapatillas, verdaderamente
con ganas de subir y bajar, con ganas de monte en definitiva, y varios son los
recorridos que hemos hecho, algunos de ida y vuelta.
Arnedillo a través de sus miradores. Quizá la ruta más cercana y más
accesible. A distintas alturas, tenemos los dos miradores del Gurugú. Al más
bajo se puede llegar desde el balneario o desde el puente de la Inmaculada. Se
halla sobre el cauce del Cidacos, desde donde se divisan las peñas que cierran
el valle por poniente, el casco urbano del pueblo, y la zona de huertos junto a
las fuentes públicas, así como las instalaciones balnearias. Desde el segundo
todo toma una nueva perspectiva. Ambos con un moderno tejadillo. Se puede hacer
una circular atravesando un barranco sin perder altura, para subir al del
Corazón de Jesús, desde donde divisamos además el barranco de las ermitas.
Apartado de esta ruta, junto a la Vía Verde, se halla el Mirador del Buitre,
centro de interpretación ambiental, desde donde se puede seguir el
comportamiento de la colonia de buitre leonado, y que obtuvo el Primer Premio
2002 “Turismo Sostenible en Espacios Naturales Protegidos”, concedido por
Europarc-España. Un verdadero placer trotar por todos ellos, de la cara y del
revés.
Las ermitas protectoras. Camino que podemos hacer circular. Para
ello, salimos del Puente de Piedra, a los pies de lo que queda del viejo
castillo, probablemente del siglo X, con funciones de vigilancia y defensivas
entre la cuenca alta del Cidacos y la tierra de Arnedo. Fue residencia del
obispo de Calahorra y se dice que cárcel de clérigos rebeldes. Comenzamos por
la de San Andrés, del siglo XVIII con vestigios barrocos, para seguir por buen
camino, ascendente, pero poco exigente, hasta meternos en el barranco, donde ya
se empieza a empinar aquello. Últimos restos de la vida pastoril nos acercan a
la de San Miguel, reconstruida sobre una anterior del siglo XVI. Antes de
alcanzar la siguiente ermita, pasamos junto al nevero, uno de esos pozos en los
que antiguamente conservaban las nieves para ir administrándolas para uso
doméstico. Nuestros pasos dejan ya atrás la Peña del Castillo, para situarnos
debajo de Peñalba, junto a su ermita, que data del siglo X, y que a pesar de
tener incoado un expediente como Bien de Interés Cultural (BIC), en la
categoría de Monumento, desde 1979, languidece haciendo funciones de corral.
Merece la pena llegar hasta aquí para contemplar la vista panorámica que nos
ofrece, y que lo hacemos en las dos direcciones. La vuelta, por la nortada de
la Peñalba hasta alcanzar la Vía Verde.
Zopín, el vigía eterno. El congosto de Arnedillo está vigilado por
esta punta menor, pero destacada en el paisaje, y la Peña del Castillo. Se
puede acceder a él por las bodegas, pero también desde la explanada de las
auto-caravanas. Tras un intento infructuoso debido a la mala conservación de
los senderos, lo intentamos de nuevo. Para conseguirlo, los últimos pasos han
de ayudarse con las manos. Finalmente, abrazamos la cruz de su cumbre, haciendo
la vuelta por los montes a poniente de Peñas Altas, para salir a un collado
pasada la cantera, por cuya carretera nos volvemos plácidamente hasta casa.
La ruta del aroma. En la salida de Arnedillo dirección Soria, se
encuentra una carretera que, en 6 kilómetros de una subida sin piedad nos
sitúa en una cantera, hoy en desuso. De Antoñanzas, se llama, ya que está
próximo el pueblo abandonado del mismo nombre, y que vamos viendo conforme
vamos ganando altura por entre corrales en uso y viejas parideras en ruinas,
comiéndose las curvas de nivel de una forma desaforada. En llegando a esta mina
a cielo abierto, tenemos otros alicientes que compensan su visión. Por ejemplo
las vistas panorámicas, por ejemplo la soledad, por ejemplo el tener a nuestros
pies una sucesión de barrancos aterrazados que guardan en sus entrañas tantos y
tantos años, tantos y tantos esfuerzos por sobrevivir, y que ahora fagocita la
propia naturaleza del terreno. Y por ejemplo, lo mejor de todo, un inmenso mar
de jaras que hace las delicias de nuestros sentidos, especialmente el del
olfato. La mayor y mejor catedral incensada con el mayor y mejor incienso
palidecen ante el aroma de esta humilde planta que nos hace estar en el
verdadero templo, rindiendo el verdadero culto. Y no sólo jaras, también
romeros, tomillos y espliegos nos dan un auténtico recital para nuestro olfato,
que excitado por el cansino trote, capta a manos llenas. Seguimos, ya por pista
forestal hasta un collado, donde una señal que nos indica a Arnedillo nos hace
cambiar de idea para volver. Pero no por mucho tiempo, ya que llega hasta unas
viejas ruinas pastoriles y se pierde, o no encontramos su continuidad, que para
el caso es lo mismo. Lo que sí hallamos es una estrecha senda junto a la valla
de la cantera, que por empinado desmonte nos deja de nuevo en la carretera, y
ya con larga sombra como compañía, que en seguida se funde con la de los
montes, volvemos de nuevo al balneario. Hay que volver, sin duda.
Que no son gigantes, mi señor. Los dos tenían razón, porque en realidad
sí lo son. Estamos hablando de una infinita hilera de aerogeneradores que sólo
la idea de alcanzarlos cansa nuestras piernas, y que se van viendo al poco ya
de iniciar esa carretera de la cantera. Pero otro día lo conseguimos. El truco
está en partir desde la misma cantera. La soledad se viste de monte, de monte
de jaras. Sí, las mismas que algún día antes se quedaron con nuestra
pituitaria. Hoy venimos a por ella, pero nos puede, la seguimos dejando aquí.
Por entre inmensas laderas de jaras y otras peladas para pasto, nos llegamos
hasta esos molinos que rompen el aire y que asusta estar entre ellos. Solo
entre ellos. El zumbido que originan es verdaderamente inquietante. Atalaya desde la que avistamos el dominio de
Logroño, antes de meternos entre frondosos bosques de pino en la solana y hayas
y robles en el paco.
Cruz Encineta (1.104 m) y Peñalmonte (1.276 m). En esta ocasión,
acompañamos al amigo Cayo a patear estos montes en sus prospecciones de
fósiles. Nos viene bien tras ocho días ininterrumpidos de salir a trotar.
Margen izquierda del barranco de las ermitas para ir subiendo cabezos sin
piedad, hasta dar a la zona objeto de sus búsquedas, que está equidistante
entre las antenas y Peñalmonte. A cuál ir?, bueno vamos a las primeras. Al poco
de dejarlo salimos a la pista, que en dirección poniente nos lleva hasta la
cima de la Cruz Encineta (1.104 m), coronada por un vértice geodésico. Repleto
de antenas está el lugar, que se asoma al tramo de cauce del Cidacos donde se
asienta Arnedillo. Volvemos sobre nuestros pasos hasta el collado, y como se
nos antoja pronto, nos dirigimos hacia Peñalmonte, con la única intención de
dirigirnos hacia Peñalmonte. La soledad del monte se
viste de aliagas, de
tomillos, de romeros, de espliegos, mientras los fuertes vientos con capa de
espesos nubarrones maridan en el espacio, buscando cobijo en las pocas carrascas que quedan en este monte.
Al llegar a la base del pinar, mientras que la cabeza está diciendo que hay que
volver, los pies se arrancan a tomar el camino, que señalado como PR ribetea el
bosque por fuerte pendiente de piedras hasta llegar a las llanuras cimeras que
se cortan en vertiginoso roquedo que se aúpa sobre la vega del Cidacos a 1.276
metros de altitud, 600 por encima del pueblo. Y poco más, dejamos que lo que le
queda a la tarde lo pase por estos solitarios lares, con la única compañía de
una camada de buitres merodeando, y vamos en busca de Cayo, para bajar por la ermita
de Peñalba y de nuevo por el barranco de las ermitas hasta Arnedillo. Una tarde. Un placer.
Y así se han ido pasando los días,
entre aguas, barros y cuidados. Entre la compañía de viejos conocidos y otros
recientes, por estos montes de La Rioja baja. Montes de olvido y soledad. Montes
dejados por el hombre y tomados por la naturaleza. Montes de los que nos vamos muy gozados, y con ganas ya de volver.
¡Jo Chema!, habrá que ir por ahí. Aunqye la verdad, to me apunto al quinto elemento...
ResponderEliminarTú sí que eres un quinto elemento, tú. Gracias por el comentario.
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