Alma de otoño en los Valles Occidentales
Sábado, 19 de octubre de 2013
Domingo, 20 de octubre de 2013
La Vida es una rueda que gira sin
cesar. Inexorablemente, sin cesar. Las estaciones, incorporadas en los ciclos astrológicos,
se suceden con absoluta precisión, pero no así la meteorología que las cubre. El
actual estado de la atmósfera, cada vez más alterada por la actuación del ser
humano, hace que paulatinamente se radicalicen más los mal llamados “fenómenos
naturales”, esas manifestaciones que golpean con fuerza. La meteorología es
soberana. La meteorología es quizá la inventora de la globalidad. La meteorología
rige nuestras vidas. La primavera representa la explosión de la vida, esa vida
que ha estado oculta, trabajando en la oscuridad. Diametralmente opuesto, el
otoño nos trae el anuncio de que esa expansión, con las dádivas en forma de
frutos, llega a su fin. El calor expansiona, y el frío contrae, y es esa
contracción la que hace que la vida se vaya replegando hacia el interior.
Vestidos de bosque |
Los matices cromáticos nos
manifiestan una paulatina pérdida de vitalidad en los más distales elementos aéreos de los
grandes seres vegetales, de esos árboles de hoja caduca que va muriendo
lentamente, por inanición al replegarse hacia las raíces la savia que les da la
vida. Mientras tanto, mientras eso ocurre, un mágico proceso, no coincidente en
el tiempo entre las distintas especies, hace que un espectáculo visual se abra
ante nuestra mirada en estas fechas.
Ese y no otro ha sido el impulso
que nos ha movido a ser testigos de todo ello, a gozar de ese festival de
colores, en una zona de nuestro Pirineo muy propicia para ello. Estamos
hablando de los Valles Occidentales. Acompañados, y bien acompañados, de Ástrid
y Sara, salimos de la Selva de Oza bajo una fina lluvia que busca su
protagonismo también en el paisaje. Nos adentramos en el bosque. Nos vestimos
de bosque, para no desentonar. Y preferimos seguir haciéndolo así, de modo que
en Lo Secadero no nos cruzamos a la otra vertiente del valle para seguir el GR
por la calzada romana.
Sin perder detalle |
Al cabo de algo más de tres horas
nos presentamos en el puente de Santa Ana, punto de partida para esa
espectacular subida hasta el refugio de Gabardito. Una, dos, tres, cuatro,
cinco, y no sé cuántas más veces se cruza la carretera. Finalmente llegamos al
refugio, donde nos damos un respiro departiendo con Carmen de lo mal que están
las cosas en general, y en estos valles en particular. Como nos sentimos
incapaces de arreglar nada, seguimos nuestro camino. Y lo hacemos bajo el
bosque que nos ampara, y que en ocasiones nos permite ver lo que pasa al otro
lado del barranco, que no es otra cosa distinta a lo que ocurre en éste. Una
explosión de colores que se agolpan para destacar, para llamar nuestra atención.
Mil formas |
Llano de Dios te Salve, y nuestra
mirada se fija ya en el horizonte a alcanzar, en ese collado del Foratón, que
deja asomar el marrón meteorológico. Llano de Plandániz, más marrón. Cuatro
horas más, y ya van siete, para alcanzar ese cuello que nos recibe airoso,
ventoso, con garbo, que nos lo insufla para dejarlo atrás cuanto antes. Ya
damos vista al refugio de Lizara, que en menos de otra hora alcanzamos, al cabo
de ocho desde la partida en Oza.
Noche tormentosa de energías
contenidas; festival de luz y sonido. Los partes dan mejor para mañana.
Veremos.
Y lo vemos. Y lo que vemos es que
no, que amanece peor de lo que se fue. Habíamos planeado ir a Candanchú por el
valle de los Sarrios, pero el marrón lo tenemos más por ahí, de modo que
seguiremos el GR 11.1 hasta Canfranc. La emprendemos para subir al collado del
Bozo, y atravesar la bicefalia del valle de Aísa. Bajar por Napazal y subir por
Rigüelo nos sitúa en otro collado, en el de la Madalena, donde nos engulle
literalmente la niebla, lo que nos hace bajar al tentón hasta el refugio López
Huici, en casi cuatro horas desde la salida.
Avanzando entre la niebla |
Tras abrirnos paso como podemos
entre la niebla, nuestros pasos nos llevan a la majada de Lecherines, donde se
abren los cielos y ya sin disimulos descarga una buena justo al entrar en el
refugio que no sucumbió al incendio. Ha sido providencial. Cuando parece que se
calma, pero sin recoger los paraguas, seguimos nuestro camino. Nos adentramos
en el bosque, en un bosque sin alma, en un bosque que transmite tristeza. Gabardito,
pista y desvío que se hace senda, para bajar por el barranco de los Meses. Viejos
viveros. Canfranc.
Teníamos previsto llegar sobre las tres de la tarde. Cinco minutos
faltan. Buenas sensaciones. Buen disfrute de un par de jornadas puramente
otoñales, que con casi 39 kilómetros, hemos subido 3.050
metros, y bajado otros 3.119, según los tracks de nuestra súper Saratracks.com, en las 15 horas de actividad total. Gracias por ese fin de semana.
El reportaje completo de fotos, en:
Los tracks:
pero qué rápido!!, cuando todavía estoy despertándome del fin de semana, sin quererme despegar del mullido suelo del bosque de Hayas.
ResponderEliminarGracias!!!!
Gracias, Cacatúa, por el comentario. Yo también desperté rápido, pero ayer volví a mis sueños...
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