Año XIII. Entrega nº 906
“Si en un buen día vuestro aeroplano o vuestro dirigible se lanzara gallardo a las alturas, remontándose desde Cauterets para tomar rumbo hacia España por encima de los valles del Gave, una vez dominadas las cumbres del Vignemale, llegaríais a colocaros sobre la ingente mole del Monte Perdido, y desde allí, a vista de pájaro, si las brumas no cubrían el paisaje, podríais contemplar el vasto escenario de los viajes, exploraciones y estudios que, años tras año y jornada tras jornada, viene haciendo Mr. Lucien Briet en la parte central de los Pirineos aragoneses”. Ricardo Beltrán y Rózpide.
Estas, quizá, ya centenarias palabras, fueron escritas por la pluma de este pedagogo y doctor en Filosofía, pero lo que más nos interesa de él es su faceta de geógrafo. Y las empleó para prologar el libro Bellezas del Alto Aragón, de Lucien Briet, uno de los grandes descubridores de las tierras pirenaicas de este lado, y tan vinculado al valle de Ordesa, que tanto le maravilló.
El gran explorador Briet (1860-1921) cantó las bellezas de este incomparable valle pirenaico, que forma parte del Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido, segundo de los declarados en España, que lo fue en 1918, tan sólo unos días después de haberlo hecho con el de Covadonga. En aquel tiempo sólo comprendía este valle, hasta que uno contiguo, el de Añisclo, a finales de los 70 se vería amenazado por la construcción de una presa, lo que provocó una enorme contestación social, derivando en la ampliación de la superficie del parque, en 1982, comprendiendo el citado Añisclo, Escuaín y el circo de Pineta.
Sus actuales 15 696 has de superficie, más las 19 196 de Zona Periférica de Protección, están desplegadas en los términos municipales de Torla-Ordesa, Broto, Fanlo, Tella-Sin, Puértolas y Bielsa. Superficie que gira alrededor de su macizo principal, el de Monte Perdido, o Treserols, para los paisanos, el mayor calcáreo de la Europa occidental, verdadero árbitro de las escorrentías de esas nieves, otrora perpetuas, y que daban lugar a los ríos Arazas (Ordesa), Bellós (Añisclo), Yaga (Escuaín) y Cinca (Pineta).
Al contrario que en otras ocasiones, hoy lo vamos a visitar por su zona baja para rendir culto a lo que consideramos el “imperdible de otoño”, porque es un auténtico espectáculo que, año tras año, no nos podemos perder. Y lo hacemos en un día puramente otoñal, con sus brumas que, si bien es cierto que homogeneizan ligeramente esa paleta cromática propia del bosque mixto, le aportan un ambiente especial, conservando las esencias de una estación con grandes transformaciones en el medio natural.
Entrado el otoño, y una vez pasado el mes natural de Libra (signo de aire, aires de montaña en concreto), nuestro tránsito estelar pasa por el signo de Escorpio, que lo es de agua, en concreto de aguas subterráneas, unos cauces freáticos que suponemos a rebosar dadas las generosas aportaciones de agua de estas semanas atrás. Pues con unas predicciones tímidas en probabilidades de lluvia, nos echamos a andar desde un apartadero de la pista de Bujaruelo. Unas predicciones… de las que luego hablaremos.
Recorremos el medio kilómetro que nos separa del puente de los Navarros, que pasamos por debajo para abrazarnos al GR 11 y tomar el camino de Turieto, que en breves es el Bajo el que elegimos, con la idea de volver por el Alto, habiendo dejado atrás el puente de la Canaleta, bajo el que se amansan las adolescentes aguas del Arazas. Son varias las salidas de la ruta para acercarnos a esos asomes y contemplar, sentir, la bravura de las aguas que se atropellan para buscar la calma del llano. Molinieto, Tamborrotera, Abetos, se van sucediendo. También el monumento al querido Briet, que supo cantar las bellezas que ahora contemplamos.
Al cabo de dos horas de auténtica simbiosis con el entorno, degustando los vívidos colores de los cercanos musgos, llegamos al sendero adaptado, que recorremos hasta el final, donde un mirador nos facilita la visión de esa gran cascada de agua que llena el espacio de Cotatuero. Continuamos por el sendero, hasta que en poco más de media hora más cruzamos el puente, que nos facilita ya el acceso a las cascadas de la Cueva y del Estrecho, verdaderos iconos del valle, en especial ésta última.
Por un empinado sendero salimos a la pista principal, que recorremos hasta dar con la entrada al sendero de la faja de Canarellos, nuestro objetivo de hoy. Tres horas y tres cuartos hasta aquí, donde la intimidad con el bosque se hace más estrecha. En la hora y media que cuesta recorrerla vamos tomando altura para faldear la Fraucata, esa ladera del monte Tobacor orientada hacia la puesta de sol. En ocasiones, el bosque te da la oportunidad de mecer tu mirada hacia el fondo del valle, a varios cientos de metros por debajo, entre las persistentes brumas que adornan el espacio.
La bajada al puente que cruza el barranco de Cotatuero, va acompañada del estruendo propio de la juventud de las aguas que bulliciosas se precipitan para pasar bajo nuestros pies. Tierra, agua, aire y luz, y nosotros de convidados privilegiados. Desde bien comenzada la ruta, el tiempo, que no ha hecho mucho caso de lo que se esperaba de él, nos ha hecho sacar los paraguas, fieles compañeros en toda la jornada.
Bajamos hasta converger con la pista, que recorremos hasta la pradera, siempre acompañados de una fina lluvia que no ha impedido disfrutar de la ruta. Pasadas ya de largo las horas del mediodía, nos damos un inesperado e inusual homenaje en el bar y, cuando parecía que nos deparaba una plácida bajada hasta los vehículos, de repente, es cuando menos caso hace el tiempo de la predicción, soltando agua sin piedad, como si se lo hubiera guardado del diluvio universal.
Si dos horas nos había costado este tramo en la subida, en una bajamos por el camino transformado en barranco, hasta el puente de los Navarros, donde nos daba una tregua para subir tranquilamente hasta el punto de arranque. Una jornada diferente, en el fondo, todas lo son, y a pesar de todo, y como decía San Agustín, el amor lo puede todo, es por eso que el amor por las montañas hace sobreponerte a cualquier situación. Eso de que, en el fondo se disfrute, es algo que nos deberíamos hacer mirar...
Pues, como decimos, una jornada diferente, en la que hemos empleado 8 horas y 40 minutos para recorrer los 21,5 km de la ruta, salvando un desnivel acumulado en torno a los 1080 m D+/-, habiendo superado una altura máxima cercana a los 1900 msnm en el punto más alto de la faja de Canarellos.
Bibliografía:
Bellezas del Alto Aragón. Lucien Briet. Diputación Provincial de Huesca (1977)
Web:
Las fotos, con sus comentarios, y el track
Nota: La publicación de la ruta, así como del track, constituye únicamente la difusión de la actividad, no asumiendo responsabilidad alguna sobre el uso que de ello conlleve.
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