Como habitualmente hacemos, acudimos a la red de redes para encabezar un nuevo relato de nuestro paso por las montañas. En este caso, ha llamado nuestra atención esta cita de Ralph Waldo Emerson, escritor, filósofo y poeta estadounidense del siglo XIX, en la que dice: “El paisaje le pertenece a la persona que lo observa”, con la que no podemos estar más de acuerdo, y tanto más bello es el paisaje cuanta más belleza interior se posea, porque es con nuestras propias gafas con las que se ve lo del exterior.
Ya le teníamos ganas a esta sierra y parece que le ha llegado su momento. Sí, y como también teníamos ganas de hacer algo invernal, pues hemos combinado ambas cosas, aunque lo del invierno ha sido solo de calendario, porque el ambiente ha sido primaveral. Bueno, al turrón. Con los amigos Danielle y Juan dejamos el vehículo en Canfranc con idea de tenerlo al regreso, y nos dirigimos hasta la entrada del barranco de Aguaré, recorriendo ligeros los 700 metros que lo separan. El jolgorio de las aguas se va quedando atrás conforme vamos tomando altura, hasta que nos reencontramos con él, con ellas, al tiempo de cruzarlo. Por delante una dura subida hasta la pista de Gabardito, tanto es así, que hay algún paso asistido por cadenas y escalas. La llegada a la pista se hace entre bosque y por un trazado más tendido. Nos unimos al GR 11.1.
En poco más de una hora llegamos a este lugar de un ensueño que se va debilitando con el paso del tiempo, pues las gabarderas (rosal silvestre) y barzas van colonizando el pasto al no ser ramoneado por el ganado. Dejamos el refugio de la majada y bajamos al barranco de la Añaza, para subir a otro prado, dejando el GR, y meternos a la izquierda por terreno sin sendero muy bien definido, pero con el objetivo a la vista. A la cota dos mil, encontramos las primeras nieves que, aunque no está muy dura, la inclinación aconseja calzarse los crampones. Es lo que hacemos, y seguimos subiendo hasta llegar a la misma divisoria, que recorremos hasta alcanzar el techo de la sierra, el pico Magdalena, con sus 2283 msnm. Estamos a caballo en el límite municipal de Aísa con Borau.
Esta sierra de la Magdalena se alza como un contrafuerte perpendicular a la cordillera, desde su extremo norte, limitado por el collado homónimo, hasta el sur, que cae más lentamente hacia las Blancas y el collado de la Sierra, entre Aratorés y Borau. Los cielos abiertos que nos han acogido desde el principio de la jornada permanecen, queriendo agradar y cubrir con su bóveda azul radiante los paisajes que tenemos enfrente, desde lo más occidental, peña Forca, Agüerris, Bisaurín, Bernera, siguiendo por las Lienas, Aspe, Rigüelo, Lecherines… y a levante, el circo de Ip y sus guardianes Moleta, Tronqueras… Collarada… Todo un mundo pétreo teñido de un blanco satén que clama más compañía nívea. Parecía que no íbamos a llegar nunca, pero aquí estamos, contemplando tantísima belleza, haciéndonos poseedores de ella, como decía Emerson al principio, con la particularidad de que se puede compartir con cuantas personas quieras sin detrimento de su integridad.
Esta cima es suave, y está coronada por un pequeño montón de piedras. La siguiente, con la que media un pequeño collado, es más altiva, más pétrea, y a ella nos dirigimos, quitándonos los crampones para bajar y vuelta a poner para subir. Punta Magdalena, la encontramos así, tiesota ella, como queriendo suplir esa incapacidad para superar los nueve metros e igualar a su hermano el pico. Seguimos por la güega, y no la abandonamos hasta el collado de la Magdalena, por una bajada bastante incómoda, sin sendero definido. Los vientos deben arreciar fuerte por aquí, porque no encontramos nieve en esta cara norte pura, pero sí al llegar a ese collado, que acortamos la pista yendo directamente al refugio López Huici, donde aprovechamos para echar un bocado, sin dejar de contemplar la sierra por la que hemos echado nuestros pasos.
Desde el mismo collado nos reincorporamos al GR 11.1, que no vamos a abandonar ya hasta Canfranc porque, dadas las horas, desistimos de subir a la gruta helada de Lecherines. Pero eso de no abandonarlo es solo una intención, porque el manto nevado facilita la salida de la vía con mucha frecuencia, algo que hay que tener en cuenta si se sigue fielmente el track grabado en esta ruta. Pasamos todos los tramos de nieve sin crampones, pero al llegar al bajante de un pequeño acantilado, la inclinación aconseja el volver a ponérnoslos, en la confianza de que sea la última vez, como así fue. Con la majada de Lecherín bajo a la vista, nos vamos acercando a su fuente, que ofrece buenas y heladas aguas. Habiendo dejado atrás ya la nieve, el itinerario no nos ofrece más inconvenientes para seguir el trazado del GR 11.1, cruzando el barranco de Campón nos metemos ya en el pinar, que encontramos más regenerado que otras veces, y al salir de él cerramos la circular. Cruce del barranco de la Añaza, Gabardito y pista para, dejando atrás la fuente de los Abetazos, tomar el desvío que nos introduce en el barranco de los Meses, para concluir llegando al punto de partida en Canfranc.
Una ruta disfrutona, tanto es así, que nos ha costado como 2 o 3 horas más de lo que hubiera sido normal, pero lo cierto es que en cada punto importante de ella se nos hacía corto el tiempo contemplando y disfrutando del sol, del ambiente y de las montañas. Diez han sido las horas que le hemos echado a los 15,9 km y 1300 m D+/- de desnivel acumulado total, llegando al coche prácticamente ya a oscuras.
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