jueves, 2 de mayo de 2019

Escartín, por Bergua... el último viaje

IXOS MONS
Escartín (1350 m)
Miércoles, 1 de mayo de 2019



            Las recogimos en la cuadra, y les quitamos las esquilas, menos a un par de ellas, para que hiciesen de guías. Otra parte de las entrañas de la casa desaparecía, uno de sus pilares fundamentales: nos habían dado trabajo, vestido, alimento, vida… Las mujeres no quisieron verlas marchar. Quedarnos sin ovejas significaba mucho para nosotros, ya que el pastoreo había sido una tarea tan antigua como los mismos pueblos. Significaba decir adiós al palo, a la mochila, al paraguas, a la zamarra, a las esquilas, a las mantas de pastor, al queso, a los días tormentosos, a la calor…”

Patio interior de una de las casas de Escartín

Eras, casas, bordas...
       Con este escalofriante párrafo comenzamos nuestra andadura de hoy. Es uno de tantos, extraído del libro “Memoria de un montañés”, de José Satué Buisán, editado por su hijo José Mª Satué Sanromán en Xordica Editorial. La historia real de una de las últimas familias en abandonar Escartín, de la docena de pueblos de montaña en una zona muy concreta del Pirineo. Sobrepuerto, unos valles recónditos en los que las barzas y la memoria, cada vez más amarilla, se alían con el tiempo y le devuelven a la naturaleza lo que siempre fue suyo. El relato desgarrador de un portazo, para salir de la asfixia en busca de una vida mejor y las dudas de si se encontró.

El "mentidero"

Caminos de viejo
            Por estas tierras andamos hoy, por unos senderos miles de veces transitados por esos hombres y mujeres, con las caballerías, con el ganado, con los productos del hortal, camino de pueblos mayores, de sus ferietas, de despedir a hijos que marchaban en el coche de línea, y que dejaban la puerta abierta de la conciencia… de la consciencia. Unos caminos tantas veces maldecidos, pero que siguen siendo benditos, porque la naturaleza dicta sus leyes, sus implacables leyes, ajenas al devenir humano, que se rige por las suyas.

Herrería

Aspecto actual del pueblo
            “Dejamos a la derecha el desvío de los huertos y seguimos camino abajo gradas y vueltas, más vueltas y más gradas, hasta llegar al Plano Sarrato, en cuyo extremo, sin previo aviso, todos nos paramos y volvimos la vista atrás, hacia el pueblo que se recortaba en lo alto del cerro, fijando la mirada en nuestra casa, resguardada bajo la iglesia y el chopo del cementerio, hasta que la neblina de las lágrimas, mezclada con las finas gotas que comenzaron a caer, nos borró de la visión una estampa que quedó grabada para siempre en mi mente. ¡Tantas veces había traspasado este punto, siempre con regreso…! Pero en adelante sería todo muy distinto, aunque volviese ya no oiría ladrar a los perros, ni vería salir el humo por las chimeneas, ni a mi madre haciendo punto en el balcón, porque se había ido adelante, tirando de todos nosotros, con entereza fingida  y ánimos disimulados. –Vamos, vamos, que aquí ya no hacemos nada… -insistió. Dimos media vuelta apretando de nuevo los dientes…”.

Iglesia de San Julián

Otra de las casa, con pozo en la entrada del patio
            A poco que se haya leído sobre estas tierras, sobre estas gentes, sobre sus vidas, sobre sus idas y venidas, sobre su tragedia final, será inevitable que te los encuentres en el imaginario de estos caminos, porque son estampas tan intensamente vividas que han dejado impregnados los caminos, los tapiales que los sostienen, los bancales, el paisaje… Porque es el paisaje el que sostiene al paisanaje… y viceversa, pero cuando ese binomio se rompe, algo desgarra el alma de ambos. Tristes pueblos. Tristes montes, que han visto marchar una parte de ellos, esas gentes, sus usos y costumbres, el trabajo y el trato con el terreno, exponente máximo de la ecología y el conservacionismo, mucho, muchísimo antes de acuñar esos términos.

Eras, con sus construcciones

Otra de las casas
            Es algo que permanecerá vivo mientras lo haga en la memoria. Una memoria que personalmente no tenemos, pero que se siente a cada paso que das por estos caminos, y que se te clava como las barzas. Caminos de Sobrepuerto, una zona muy concreta cuyas lágrimas derraman a los barrancos que vierten al Gállego y al Ara, ejes fluviales de las comarcas de Alto Gállego y Sobrarbe, respectivamente. Junto a esos barrancos se diseñaron caminos que unían pueblos, una docena de ellos contando alguna pardina suelta. Caminos de entrada y salida a esos grandes valles como son el de la Tierra de Biescas y el de Broto, dos “grandes” pueblos que verían tristes una marcha sin retorno.

Bergua

Casas de Bergua
            Hoy nos hemos acercado a Bergua, uno de esos tristes pueblos que desde hace un tiempo no lo es, ni mucho menos, ya que fue atractivo objeto hace tres décadas de gentes venidas de lejos y que vieron una oportunidad para comenzar una nueva vida en el ámbito del movimiento que luego fue llamado “neorruralismo”, y que invitó a que antiguos habitantes volvieran también para recuperar algo de su vida. Bergua, cuya toponimia pudiera parecer, como es costumbre, que ha dado nombre a un apellido, pero que según nos cuenta César, uno de esos “neorrurales”, ha sido al contrario, fueron hidalgos con ese apellido los que vinieron a estos lugares cuando eran marca hispánica. Su ermita de San Bartolomé, edificio prerrománico, delata la antigüedad de este emplazamiento.

Estampas de antaño... hoy en día

Entrada a la iglesia
            Bergua, que llegó a tener 35 casas, según nos cuenta uno de los nativos que marchó, y que ha vuelto para pasar sus años dorados. Y no es de extrañar que sea uno de los pueblos más grandes de Sobrepuerto dada su cercanía a las vías principales de comunicación. Aunque pertenece al municipio de Broto, es el más cercano Fiscal el que le brinda los servicios básicos. Incluso los 7 km de pista forestal asfaltada le vienen de dicha localidad. Hoy en día viven fijos una veintena de personas, la mitad de los censados.

Bajada a los ríos

Llegando a los ríos
            Nos acercamos, pues, a Bergua, que nos recibe dormido, pero colorido, impregnado de esa frescura de la nueva era. Se pasa junto a la iglesia y el cementerio, donde reposan las esperanzas de unas creencias que lo fueron todo en el pasado. El pueblo a media ladera en el paco de la sierra de Berroy, y como hay que atravesar el barranco de Forcos y el de la Pera, tenemos que bajar hasta su confluencia, unos cien metros de desnivel, que los antiguos del lugar solucionaron a través de un sendero entre bosque con tapiales hoy recubiertos de musgo.

Confluencia de los barrancos de la Pera y Forcos

Barranco de la Pera
            Una vez llegados al lecho de las aguas, sorprende el lugar, pues salimos de lo angosto del camino a lo ancho de la unión de estos dos barrancos, que cruzamos por sendas pasarelas metálicas. El primero, el de la Pera, cuyo nombre le da una partida debajo de Sasa; el segundo, el del Forco, que hay quien no se pone de acuerdo en que si hasta aquí hay que llamarlo de Otal, porque es de los montes de ese otro pueblo de donde viene.


Tablillas del PR-HU 117

Caxicos mágicos
            Nos encontramos con tablillas que nos informan de que estamos en un cruce de caminos, pudiendo comenzar por el PR-HU 3, que nos llevaría directamente a Basarán, o el PR-HU 117, que anuncia a Ayerbe de Broto, Otal y Escartín, algo que se disocia tras pasar el segundo puente. Definitivamente tomamos dirección izquierda para dirigirnos a Escartín. Los primeros compases del sendero discurren entre el rugir del río y una zona de huertos, unos más arreglados que otros. Pronto nos va metiendo ya por zona de bosque, con unos caxicos que callan más de lo que hablan, y es mucho.
En el barranco del Fabar
Caminos calzados

            Al tiempo que abandonamos el barranco vamos ganando altura por vueltas y revueltas por un sendero calzado a base de mucho, muchísimo trabajo, y por el que se deslizaban los cascos de las caballerías con la carga a cuestas de lo que no daba la casa ni la tierra. Sin apercibirnos de ello, el sendero sí lo sabe, llegamos al barranco del Fabar, que para cruzarlo nos lleva a una de sus comisuras, que esconde un rincón de gran belleza, con una cascada siempre vestida de agua, unas aguas que vienen de los solanos del Manchoya.


Caminos de agua

As Eretas, de Casa Ferrer
            En diez minutos alcanzamos As Eretas, de Casa Ferrer, y un poco más arriba, una gran piedra, “descansador” la llamaban, porque hacía esa función, y que fue testigo de un triste suceso, como cuenta Satué en su libro: “La señora Petra d’O Royo regresaba de Bergua, se desató una fuerte tormenta que desbordó los barrancos. Al pasar por el de San Climende fue arrastrada por la corriente. Al día siguiente la encontraron ahogada más abajo, junto al Grixal, y la subieron tendida sobre una improvisada parihuela. Al llegar a la gran piedra del descansador, la posaron durante unos momentos para reponer fuerzas. Desde entonces, siempre que pasábamos por ahí, poníamos un ramo de bojes y rezábamos una oración por la difunta Petra”. Pues no ha sido uno, sino seis pequeños ramitos de boj, bajo sendas piedras, los que nos hemos encontrado, y ahora que sabemos la historia lamentamos no haber captado la imagen.


Haciendo los honores al "descansador"

Bergua desde el camino a Escartín
            Otros diez minutos más de vueltas y ascenso y nos vamos metiendo en el barranco de Escartín, desde donde ya se nos ofrece la postal de lo que queda del pueblo rasgando el horizonte. No tenía más de una docena de casas, según el nativo, cuya madre era de este pueblo, aunque a nosotros nos parecen más, y es porque hay un gran número de corrales y pequeñas construcciones junto a las numerosas eras. Si nos fijamos, los montes aledaños no terminan de disimular todavía su pasado en el que daban, en unas terrazas laboriosamente construidas con muros hoy silentes.


Chaminera de casa O Royo

Interior de la iglesia
            Con el respeto del que pisa suelo sagrado nos acercamos e introducimos en el pueblo. Nos deslizamos por sus calles, que van siendo ocupadas por las piedras de las casas que se han cansado de estar en pie. Nos llama la atención una chaminera, la de Casa Royo, quizá la de esa señora Petra, que vivió entre el fuego y se la llevó el agua. Visitamos la iglesia, que rezaba a San Julián, con un buzón conteniendo un cuaderno para recoger las impresiones de los que hasta aquí vienen. Naturalmente, recoge las nuestras. Junto a ella la casa del cura, a juzgar por la inscripción “JHS” grabada en el dintel de la puerta. A su lado, un edificio que declara ser el de las escuelas, y que en el interior comprobamos en una entrañable pintada. Enfrente, y adosado a la iglesia, el cementerio, con nichos en su pared y tumbas amorradas en el  suelo.


Interior de las escuelas

Cementerio anexo a la iglesia
            En estas y otras visitas se nos va una hora, que también aprovechamos para echar un bocado contemplando el paisaje que se nos abre a los 1350 metros de altitud que estamos. Bajo las faldas del Manchoya, tenemos enfrente otro de estos pueblos que no sobrevivieron a la modernidad, Basarán, que tiene como telón de fondo al Oturia, sobre el puerto de Santa Orosia, una santa que extendía su amplio manto sobre estos montes y estos pueblos. Y es por Basarán por donde teníamos planeado volver, pero algo nos ha atrapado en este lugar que nos lo ha impedido, de modo que con las mismas, regresamos por el mismo itinerario, un camino tantas veces transitado de ida y vuelta, hasta la última vez, que solo fue de ida.


Basarán, con el Oturia al fondo

            Un viaje extraño, este de hoy, entre naturaleza y ganas de saber lo que saben estos cerrados montes, y más a cada día que pasa, ganas de ver lo que han visto, de sentir lo que han sentido ese millar de personas que los habitaban en esa docena de pueblos de Sobrepuerto. Por nuestra parte, un más que agradable paseo de en torno a unos 7 km, de unas tres horas y media en total, con algo más de 500 m D+/-, en una jornada que está pidiendo volver.


Aún queda gente por aquí

            “Ya con los machos en la calle, mi hijo mayor entornó una hoja de la gran puerta. Yo volví la otra e hice girar dos veces la llave, y aún la empujé para comprobar si quedaba cerrada.
                          -  ¡Adiós, casa, adiós! Venga, vámonos –pensé, porque no tuve fuerzas para decirlo”.

            Como para no volver.


César con su Pedrón particular, esculpido por él mismo sobre piedra de tosca

Más fotos.

5 comentarios:

  1. Preciosa crónica Chema, gracias por compartir. El Sobrepuerto atrapa,es especial.

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    1. Gracias, David. Sí. Sí que lo es. Y no solo por el emplazamiento en sí, que también, sino porque ha tenido la "suerte" de contar con excelentes cronistas nativos que han sabido transmitir sus historias, que han tocado la fibra de propios y extraños.

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  2. Hola Chema.

    Una lastima que la despoblación hiciera tanto daño en esta zona, por suerte algunos ahora están volviendo, dando vida de nuevo a estos pequeños núcleos.

    Por desgracia en vez de ir a menos, va a más, la vida en el mundo rural cada día es más complicado, cada vez menos servicios, recursos y no es justo, porque pagan impuestos igual que el resto.

    Un saludo

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    1. Sobrepuerto es un claro ejemplo de ello, pero como esta zona hay otras muchas, con centenares de pueblos deshabitados en el Alto Aragón. En aquellos años el canto de sirena era la industria; hoy en día es el turismo, porque el sector secundario está tan machacado como el primario.
      Afortunadamente la España de interior está despertando, ofertando también sus propios recursos, pero lamentablemente eso ha llegado tarde a una buena parte de esa España de interior, especialmente en las zonas de montaña, que vivirán mientras lo hagan en la memoria.

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  3. Gentuza neorural i nativo de escartin sabelonada

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