martes, 1 de enero de 2019

Peña Oroel, de estreno

IXOS MONS
Peña Oroel (1769 m)
Martes, 1 de enero de 2019



            “Es humana, profundamente humana. Cada piedra de las que está formada la montaña podría ser el alma de cada uno de los muchísimos humanos que la han conocido y que la quieren”.

            Con estas palabras de Agustín Faus, que glosan la parte más íntima de una montaña de gran porte, como es la Peña Oroel, comenzamos el relato de esta recurrente ascensión, por simbólica, por típica, por cercana, y como decimos, también por recurrente, porque es bimilenario, al menos que se sepa, el vínculo de ella con Jaca, la capital de la actual comarca de la Jacetania, y del histórico Biello Aragón, que comprende también el actual Alto Gállego, pero que mucho antes, en el arranque de la época después de Cristo, el geógrafo e historiador griego Estrabón, en el tercer tomo de su magna obra “Geografía”, dedicado a Iberia, ya mencionaba a los Iaccetanos como un pueblo que vivía en Iacca. Desde entonces, y quizá mucho antes, los jaqueses han sabido vivir a la sombra de esta montaña que, como barco varado, con su altiva proa desafía los cierzos más airados. “Jaca libre sabe vivir a la sombra del monte Oroel”, cantan todos los años en su himno.

Tránsito por el bosque

Curva 13
            El año que se nos va no nos ha visto subir a la montaña enseña de los jaqueses. Esperamos que por tan solo unas horas nos lo perdone. Y como teníamos esa deuda pendiente con ella, no podía pasar más tiempo sin abordarla, y estrenamos el año acercándonos al soberbio sinclinal, excelente mirador sobre los Pirineos. Una montaña que hoy se muestra calma, serena, y como tenemos ganas de acompasar nuestro corazón con el de ella, con ese objetivo nos acercamos hasta el Parador, donde nos encontramos tan solo un vehículo, y donde nos incorporamos al PR-HU 66 con pocos grados por encima de cero, a las nueve y media largas de una mañana, la primera del año, también calma y serena, que promete… a ver si da… seguro que sí.

El lánguido abetar
Última curva
            El bosque nos acoge con agrado. Son horas de resaca de grandes fastos y apenas hay personal por aquí. Las montañas no entienden de calendarios convenidos, sí de ciclos naturales, y en el que estamos inmersos se ve que no están a gusto, también tienen resaca de humedad, la sequera que están padeciendo no es propia de este tiempo. Es mucha la alteración climática padecida en estas latitudes, y hay especies que lo acusan, como el abeto, que lacónico transmite la mayor de las tristezas, perdiendo ejemplares que se rinden, que no soportan la actual situación. Son pensamientos que están ahí, junto al abetar, a cuyo paso nos los tropezamos y los hacemos nuestros.

Pozos de nieve

Hitos en el camino
            En menos de una hora, tras las 33 curvas, cubrimos el camino hasta el collado de las Neveras, hasta las que nos acercamos para rendir homenaje a uno de los innumerables oficios perdidos de una época que se fue. De vuelta al collado, emprendemos el sendero de la cornisa, con vista ya a dos aguas. Al sur, las dehesas que se intercalan entre las sierras, hasta que ya el terreno se decide agachar para ir a beber al padre Ebro, custodiado por el Moncayo, que también nos saluda. Al norte, la depresión entre las Sierras Exteriores y las Interiores de los Pirineos, que ya empiezan a hacerse mayores por aquí, hasta alcanzar la mítica cota de los tres mil metros a partir de Balaitús y Frondiellas, ya en la vecina comarca del Alto Gállego.

Peña Oroel

Las nuevas inquilinas
            En escasos veinte minutos alcanzamos la Cruz, esa cruz que le añade nueve o diez metros al punto más alto de la Peña Oroel, cuyas faldas en esta época del año albergan uno o varios belenes. No es habitual llegar a este lugar y encontrártelo desierto. Desde hace unos meses pulula por aquí media docena de cabras, que se arriman en busca de algo que echarse a la boca. Momentos de soledad que aprovechamos en hacer recuento de las montañas que en el eje pirenaico se muestran para nosotros, y son muchas. Unas montañas avergonzadas, unas montañas desnudas, unas montañas escurridas, que esperan la llegada de nieves que las cubran, que las redondeen, que las embellezcan. Por el sur, nieblas en los fondos de valle, y soledad, mucha soledad, que se alía con el sol que acaricia las sierras que se extienden hacia la tierra llana, recordando a la gente que se fue.  

La sombra de Peña Oroel se proyecta sobre Jaca, su protegida

El Moncayo en lontananza
            Reflexiones que se ven envueltas por la inesperada llegada de tres compañeros de fatigas por los senderos de la redolada, Santi, Pilar y Juancho, con los que emprendemos el descenso. Ligero descenso, ya que lo realizamos en menos de una hora, cumplimentando así las 2h 30’ de tiempo total, del que 1h 55’ ha sido en movimiento, para recorrer 7,3 km, y salvar un desnivel acumulado de en torno a los 670 metros D+/-, en una mañana, la de este primer día, que deseamos marque el camino de muchas más a lo largo del año.


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