Castillo de Acher (2384 m)
Sábado, 17 de noviembre de 2018
“En la montaña nada hay que reemplace a la experiencia”.
Con esta frase lapidaria del
fotógrafo y alpinista francés Luois Audoubert comenzamos el relato de una
jornada más de montaña, que no ha sido una jornada más de montaña, sino una
jornada única… bueno, como todas. Sí, en esta ocasión ha sido compartida entre
gente de Mayencos y de Azuandarines, un club de montaña del llano, porque eso
es Azuqueca de Henares, la segunda localidad de la provincia alcarreña, y es por
eso que tiene más mérito el que se hayan acercado hasta aquí para pasar con
nosotros un fin de semana. Un vínculo que se forjó en el pico Monestero, de
2877 metros, en el circuito de Carros de Fuego, donde coincidimos hace algo más
de tres años. Desde entonces, han venido acudiendo a nuestra convocatoria de la
Andada Popular Puerta del Invierno, que durante los mismos tres años hemos
organizado en el valle del Aragón.
Para este año hemos preparado
algo mejor, un par de días por nuestras montañas. El sábado por los Valles
Occidentales, y el domingo por el pre-Pirineo de Riglos. Vamos con el sábado.
Soberbio valle colgado en el Castillo de Acher |
Veinte somos entre unos y otros
los que madrugamos más que el alba para encontrarnos con ella camino de Hecho,
esa localidad jacetana cuna, junto con otras próximas, del inicio de la
reconquista aragonesa, como reconquista va a ser, al menos intentarlo, el
ascenso a una de sus montañas más emblemáticas, y más altas, el Castillo de
Acher, cuyos dos cordales, el norte y el sur, albergan un sinclinal
extraordinario, al que vamos a tratar de auparnos.
Continuamos bosque arriba |
El camino nos da un respiro... y las nieblas también |
Para ello nos acercamos a la
Selva de Oza, un poco despistada con ese otoño que no sabe si va o viene, fruto
de un perezoso verano y de un anticipado invierno por las alturas. El reloj
raya las ocho de la mañana, hora en la que el sol peina el flequillo de las
cumbres de Forca. Nuestro objetivo está enflascado entre nieblas, y aún no lo
sabe, pero ya se está haciendo el día. Un día que confiamos con fuerza para
hacerlo despertar y acogernos como procuramos merecer.
Panel informativo del GR 11.1, señalizado como Sendero Turístico de Aragón, a su paso por la Selva de Oza |
Transitando por el pastizal |
La primera es incorporarse a ese
GR 11.1 con su flamante señalización de Sendero Turístico de Aragón, y que nos
adentra en el hayedo, que rezuma humedad por todos sus poros. Tan solo un
cuarto de hora para dejarlo marchar y tomar nosotros el desvío que nos sube y
sube por el bosque, que nos tiene entretenidos casi una hora, hasta que sin
reblar la cuesta nos vemos por el pastizal, ya a cielo abierto, aunque
nuestro Castillo sigue perezosillo. Otra hora y veinte subiendo por la tasca,
hasta que dejamos el sendero que siga a lo suyo para, tras un breve descanso, meternos ya de lleno hacia la montaña. Una montaña que nos ve venir, porque ha
corrido sus velos, mostrándonos las paredes calizas que la sostienen.
Subiendo al collado |
Reagrupándonos, con el objetivo a la vista |
Unas cuantas lazadas y alcanzamos
el collado que nos da vista a ese singular valle colgado que baja desde las
cimas norte y sur, que vamos a visitar. Nos reagrupamos para continuar juntos.
Hace dos semanas ya hubiéramos llevado tiempo pisando nieve, y hoy es aquí
donde nos la encontramos, en los pacos del sinclinal, una nieve dura que invade
el camino, lo que nos obliga a circular por la propia cornisa hasta un lugar
próximo a esa cima sur, desde donde atacamos la cuesta cimera de la norte, que
con sus 2384 metros es el punto más elevado del macizo.
Circulando por la cornisa |
Impresionante telón de fondo con la Sierra de Alanos |
Las extraordinarias vistas de las
que veníamos disfrutando, vienen acrecentadas por las que nos ofrece esta
montaña en su cornisa norte. Unas vistas sobre Guarrinza y el barranco del
Barcal a los pies. Contemplación, mucha contemplación, con ojos del llano, pero
también los nuestros, porque por muchas veces visto un paisaje nunca es el
mismo, siempre tiene distinta luz, que es la que nos lo acerca a nuestra
mirada. Una mirada de agradecimiento, de reconocimiento, de sumisión a esa
grandeza que tenemos ante nosotros. Una mirada ya no de conquista, sino de ser
conquistados por la montaña… por una montaña más… por una montaña única, por esta
montaña.
Último esfuerzo |
Guarrinza, con el barranco del Barcal |
El regreso se realiza por el
mismo itinerario. Cornisa hasta el collado, canchal hasta el sendero, pastizal
hasta el bosque y el bosque, ese bosque que soporta los rigores de las cuatro
estaciones, y que en cada una de ellas se engalana para el resto de seres
vivos. Y poco más, los datos que resumen una jornada de montaña de la buena,
que se ha dejado, corriendo los velos misteriosos de las brumas para hacerlo
con mayor seguridad al comienzo del canchal, y volverlos a correr al bajarlo.
Sí, se ha portado. Ah, los datos, una distancia de 13,2 km, recorridos en 6h
50’ de tiempo total, del que 4h 35’ han sido en movimiento, con un desnivel
acumulado de en torno a los 1400 metros D+/-. Una mañana de diez, con una
compañía de diez.
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