AQUERAS MONTAÑAS
Tozal del Mallo (2254 m)
Faja de las Flores (2450 m)
Viernes, 13 de octubre de 2017
Érase que se era una reina que en
su trono proclamada fue ciento menos un año ha. Reinaba feliz sobre uno de los
valles del vasto territorio, y como portábase bien con sus súbditos, fuele
reconocida su labor y ampliado su reino a otros tres más. Todos ellos convergían
en un punto, en el más alto del reino, y a pesar de que desde cualquier lugar
del mismo viérase, incluso desde otros reinos lejanos, injusto su nombre aún permanece,
Perdido. Esta reina, de profundo y travieso valle, celosa e imperturbablemente su
corona guardaba. Una corona de fajas y muelas, que cada estación mudaba, y esplendor
al viejo reino daba. Y en esa corona una joya, desde la que para alentar a sus
súbditos contemplar podía, porque… para ella todos trabajaban, como en un panal
de rica miel. Bueno, pues con el permiso de nuestra reina, y sin ánimo de
importunar, nos alzamos hasta esa corona para contemplar el reino a través del
prisma de su joya. Y esto es lo que vimos…
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Valle de Ordesa, el primitivo reino, desde la joya de la corona |
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Con los moradores otoñales |
Pero nuestra reina no está sola,
porque el persistente anticiclón sique reinando también sobre la atmósfera,
ejerciendo una especie de tiranía de difícil comprensión y asimilación. Cuando
la horquilla térmica entre el día y la noche supera los veinte grados, y así un
día tras otro, y ya van muchos, échate a temblar, manto vegetal, échate a
temblar. Ni él mismo lo entiende, porque se ve privado de su alimento más
preciado, el agua. El agua para beber, el agua para respirar, el agua para
brillar, porque de todo eso está falto. Ha llegado el tren a la estación… pero
no hay estación. No se detiene, pasa de largo, anda despistado, porque todo está
desfigurado, no sabe muy bien qué está pasando, a qué se debe, qué ha ocurrido
con esa estación en la que debe hacer su parada, su descanso, para su deleite y
el de los que moran en rededor. Sí, el tren está fatigado, imposible ofrecer lo
mejor de sí mismo, pero esos moradores ahí siguen, resisten, porque son
fuertes, porque son sabios.
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Vestidos de noche, ahí vamos, a la faena |
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Desvío para la Faja Racón |
Y para impregnarnos de esa
fortaleza y de esa sabiduría, con María, un par de Carlos y Toño nos acercamos
a ellos. Si hace una semana recorríamos el alero alto del paco de Ordesa, y los
medios de su solana, hoy nos disponemos a hacer lo propio con el alto, con el más
alto de esa solana que más sufre de esa falta de agua. Hoy nos disponemos a alzarnos sobre la joya de la corona. Y cómo no, con visita al
Tozal del Mallo incluida, porque está ahí. De modo que tomamos el bus de las 7
en Torla, y en poco más de media hora ya estamos prestos para emprender la marcha que, como
luciérnagas primero hasta Casa Olibán, y luego por entre el bosque nos vamos
deslizando poniendo un pie más alto que el otro, hasta que salimos del ahogo a
campo abierto al mismo tiempo que el alba.
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Efectos devastadores de las avalanchas |
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Paredes del Gallinero |
Circo de Carriata. Enorme.
Paredes de abismo, éstas del Gallinero, con piel agrietada, vertical, como
ellas, geométricas, admirables, espantadas de sí mismas. Enfrente ese Tozal del
Mallo, vigilante de Ordesa, que inhiesto, firme, tieso él, se asoma a su entrada,
pero que esconde una pacífica llegada por detrás, que te acoge con suavidad,
con ternura, con agrado. Dejamos atrás el cruce de la Faja de Racón y seguimos
subiendo, alcanzando una pequeña chopera, cuyos componentes se han puesto de
acuerdo para tocar al unísono la melodía otoñal. Seguidamente, el camino se
bifurca, a la derecha la Fajeta, a la izquierda las clavijas, que es por donde
optamos, ya que se trata de un itinerario más directo… y más disfrutón.
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Progresando por las clavijas de Carriata o Salarons |
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Camino del Tozal del Mallo |
Una vez superadas, se llega a un
plató donde se vuelven a fundir ambos caminos, y desde donde está la opción de
ir hacia el Tozal, opción que tomamos, al fin y al cabo, como una hora más. El
sendero, en decidida orientación hacia poniente, va directo al collado del
Tozal, ofreciendo la compañía de algún ejemplar de sarrio, como en este caso,
que un solitario macho viejo deambula a su aire sin inmutarse demasiado.
Finalmente llegamos a lo alto de este sorprendente monte, que se empina bajo
las fajas del Mondarruego.
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En el Tozal del Mallo, bajo los paredones del Mondarruego |
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Pico Royo y Pico Blanco |
De vuelta a ese plató para seguir
la ascensión y meternos en la parte alta de Salaróns, en busca de la entrada de
la Faja de las Flores. Hora y media cuesta recorrer la faja. Hora y media de
pura adrenalina. Hora y media de discurrir por una delgada línea por encima de
estos inmensos patios por los que ya se ven los buitres aprovechar las térmicas
en esos apacibles vuelos que los elevan más y más sobre los abismos de Ordesa.
Vamos acompañando al perfil de este gran macizo del Gallinero. Un perfil que
nos va metiendo al barranco de Cotatuero, que nos va abriendo las vistas sobre
ese cordal mágico que hace de muga entre nuestro Parque Nacional de Ordesa y
Monte Perdido y el Parque Nacional de los Pirineos, de Francia. Un cordal que
se asoma al lunático terreno de la alta montaña de Ordesa por este lado, y a
los grandes abismos de Gavarnie por el otro. Gabietos, Pico Royo, Pico Blanco,
Taillon, Dedo, Falsa Brecha, Bazillac, Brecha, Casco, Torre, Espalda, Cascada,
Marboré, Cilindro, Perdido, Pico Añisclo, Punta de las Olas. Todo un festival
para los sentidos.
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Faja de las Flores |
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Las Treserols, sobre el circo de Cotatuero |
Abandonamos este singular alero
para ir bajando hacia el fondo del circo de Cotatuero, que ya se nos muestra
con los brazos abiertos. Por una zona de lapiaz nos vamos aproximando al canto
de un barranco, que ya nos acompaña hasta el inicio de las clavijas, que
acometemos tras echar otro bocado y pertrecharnos con los aperos
correspondientes. Dejamos atrás unas tristes badinas donde se regocija el
escaso caudal de agua y nos enfrentamos al abismo de Cotatuero. Unas gradas
primero, unos pasos verticales y alcanzamos el mítico paso de las clavijas, dotado
desde hace unos años con una sirga como línea de vida. Se trata de un lugar
inexpugnable, sin otra opción de paso más que por la pared vertical, a través
de una línea de clavijas para los pies y otra para las manos, y la susodicha
sirga, que agiliza mucho el paso al poder hacerlo en autonomía.
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Tramo final de las clavijas de Cotatuero |
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Descenso por la chimenea |
La travesía culmina con un tramo
en descenso y otro breve horizontal, que te deja en la parte superior de una
chimenea, también equipada con clavijas de la misma época, con más distancia
entre unas y otras que la deseada. Entre ellas, y las presas que ofrece la
pared hay que ir bajando hasta alcanzar ya suelo firme, donde despojarse de pertrechos
y volver a ser andarín. Andarín de altura, que la va perdiendo poco a poco. Pero
no es justo despacharnos con cuatro líneas sobre un punto tan emblemático de
este reino como son las Clavijas de Cotatuero, incluidas hoy en día en el mundo
ferrata, pero son muy anteriores a esta nueva forma de abordar la montaña. Por
ser breves, diremos que fueron colocadas por dos herreros de Torla en 1881, por
encargo de un cazador inglés, para trazar un itinerario directo entre el fondo del
valle y los amplios espacios de alta montaña, bajo la Brecha de Rolando, donde habitaba
la codiciada caza.
Pero volvamos a lo nuestro. Entrados
ya en el bosque, nos vamos mimetizando con ese otoño, triste otoño, que nos
acompaña ya hasta el camino de Soaso, no sin antes haber pasado por el cruce de
la entrada a la Faja de Racón. Una hora desde los fierros para mezclarnos ya
con el tránsito del camino normal del fondo del Valle de Ordesa.
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Abrigo junto al cruce del barranco de Cotatuero |
Casi nueve horas de auténtico disfrute
por estos aleros, compartiendo visión y sensaciones con las grandes aves que
pululan por las alturas, por esta delgada línea colgada por entre vertiginosas
paredes que caen a pico sobre los abismos de Ordesa. Hoy, de nuevo, y una vez más, hemos tenido el privilegio de auparnos a esa corona de la reina para ver su reino bajo el prisma de su joya.
Hola Chema.
ResponderEliminarUna clásica de Ordesa que nunca defrauda, a pesar de que los colores de los árboles, no son debidos al otoño, sino a la falta de agua.
Un saludo.
Es verdad, cinco veces ya recorrida esta faja... y no defrauda. Gracias por el comentario.
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