Puy Moné (1.302 m)
Domingo, 13 de marzo de 2016
Al sur de la Sierra de Santo
Domingo, y mediando entre ella unos barrancos en los que la vida silvestre vive
muy cómodamente, aupada en terrenos de conglomerados, que delatan un pasado
fluvial, se encuentra otra sierra más modesta, más humilde, más callada, pero
con vocación de agradar, con vocación de gustar, con vocación de mostrarte
todos sus encantos, los propios y los que ella también contempla desde su privilegiada
atalaya. Abrazada por los dos Arbas, tras rebosar la reconquista las líneas pirenaicas,
hace más de mil años ya, comenzando a extenderse cual mancha de aceite en pos
de la tierra llana, aún le quedó algún escollo para llegar a ella. Tierras
duras, agrestes, tierras de transición, que hoy se quieren reconciliar con el
visitante para ofrecerle lo mejor de ella, sus pacos, sus solanas, pinares,
hayedos, robledales, bojes, acebos... y unas vistas inmejorables sobre el Gran
Norte. Hoy, con Antonio, del CM Fañanás, perfecto conocedor de estos montes y
con vocación también de darlos a conocer, hemos hecho una bonita circular,
desde Luesia hasta el Puy Moné, pateando todo su cordal.
Fuente Isicar |
Caminos de blanco satén |
En cuarenta minutos, llegamos a
un claro en el que habita la fuente Isicar, que apenas lagrimea arremolinada entre
elementos viejos y nuevos no en muy buena armonía. Entramos de nuevo en el
bosque, por una senda que se deja querer, y que en poco ya comienza a albergar
nieve. Otra media hora larga y dejamos el sendero para tomar otro a mano
derecha, que nos introduce en el Fayar de Gozapano, donde la magia se viste de
haya, y te envuelve y te envuelve, dándote pocas opciones más sobre el auténtico
disfrute de andar entre ellas, así como de los gigantes acebos que conforman el
llamado “esconjuradero de las brujas”.
El Pirineo aparece de golpe |
El sendero nos deja en la pista,
que nos conduce al collado de las Neveras, un verdadero cruce de caminos, en el
que nos detenemos porque hay varios puntos de atención. Plagado de indicadores,
vemos que estamos en la Senda Correo, llamada así por su tránsito en la antigüedad
desde Luesia hasta Biel. Nos encontramos también el GR 1, o Sendero Histórico, al
que nos abrazamos, y al que le preguntamos, sin recibir respuesta, si va o
viene de Biel a Petilla de Aragón. Y cuando terminamos de mirar en corto nos
apercibimos de que estamos en un lugar dando vista ya a los montes pirenaicos,
vestidos de novia por las últimas y recientes nevadas. La calima del ambiente
nos presenta una imagen en el degradé de los muchos horizontes que se perfilan,
destacando los unos sobre los otros. Aunque lo que destaca de veras es la
Sierra de Santo Domingo, que pide a gritos su protagonismo visual.
Pirineo Occidental coronando las Peñas de Santo Domingo |
Aupados ya al cordal, pasamos por
las Ripas Altas, cuyas faldas hacia el norte dejan al descubierto unos enormes
y descarnados barrancos protagonizados por conglomerados, que dan una idea de
las vueltas geológicas que ha dado el terreno. Sin quitarnos esos bellos
paisajes de encima, y en un franco ascender, llegamos al Puy Fonguera, que con
su topónimo vinculado a los hongos, alberga una mesa orientadora, y es porque
la primera línea del Santo Domingo deja entrever a su poniente todo el Pirineo
Occidental, particularmente desde el Ezkaurre, Peña Forca, Lenito, Peña
Valencia, Agüerri, Bisaurín, Fetás, Bernera, Llenas de Bozo y Garganta, Aspe,
Tortiellas y Collarada, habiendo dejado asomarse a lo más alto del Midi d’Ossau.
Todo ello como puntillas blancas por encima de las Peñas del Santo Domingo, una
auténtica sierra que entre sus dientes permeabiliza el paso norte-sur, como lo
viene haciendo desde que el ser humano habita y transita por estos territorios.
Panel orientador en el Puy Fonguera |
Dejamos al GR 1 que vaya a sus
quehaceres, y seguimos lomeando. Pasamos por el Puy del Cabo Bal, que con sus 1.312
metros es el punto más elevado de esta sierra, aunque al igual que el anterior,
no tiene el carisma de la siguiente cima, la menor de las tres, pero indudablemente
en la que se fijan todas las miradas, el Puy Moné, de 1.302 metros, que alberga
una caseta saturada de antenas y placas solares a juego, y que en una loma
contigua, alcanzamos tras bajar una pequeña vaguada y volver a subir hasta su
cumbre.
Desvío para el Val de Aragüés |
Compartimos cima con los airados
cierzos que reinan por estas alturas. También con infinitos espacios abiertos a
los cuatro costados. Breve parada para echar una fruta al cuerpo y tras las
siempre interesantes indicaciones de Antonio, comenzamos el regreso pellizcando
otra loma distinta a la de subida, para entrar en el Bal de Aragüés, y tras un
tramo de más incómodo pisar, alcanzar el llamado Plano Alto, donde unas decenas
de vacas nos ven pasar con la mayor de las indiferencias. Aquí tomamos la
pista, que ya no abandonaremos, tras pasar por el campo de fútbol, hasta la
entrada al pueblo, donde inhiesto nos aguarda ese robusto torreón del castillo
que seguro ha vivido tiempos mejores.
En total, 16,5 km, recorridos en
un tiempo total de 4h 55’, del que 3h 50’ ha sido en movimiento, para ascender del
orden de 875 m D+, en una mañana súper en la que nos hemos adentrado en las
entrañas de estos montes, en buena compañía.
Las fotos, en: https://picasaweb.google.com/chematapia/PuyMone
El track, en: http://www.wikiloc.com/wikiloc/view.do?id=12562880
Me ha encantado esta entrada tan poética y natural. Me alegro de que te gustase Luesia. Hiciste una "ruta de cumbres" atravesando también un precioso hayedo. Con tu permiso, lo comparto en mi blog luesianosyluesianas. Gracias.
ResponderEliminarLa ruta, mérito del maestro Antonio. Y el relato, es el terreno el que inspira. Gracias Alfonso.
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