jueves, 29 de octubre de 2015

La Risca, en la frontera

IXOS MONS
La Risca (2.054 m)
Domingo, 18 de octubre de 2015



            Velando los sueños, las dulces gotas de agua repican en los cristales. Le ganamos al amanecer. Una indefinida capa entre nubes y nieblas va a hacer posible que llegue tarde a la cita. Por delante tenemos una larga jornada de montaña por la Sierra de la Demanda, una de esas sierras calladas de nuestra geografía, donde el tiempo se detiene, donde el ritmo de los hombres también se ha detenido dando rienda suelta al latido de la naturaleza, que bien sabe tocar las cuatro campanadas del año en su lento tañer. Una de esas sierras, decimos, plagadas de una historia de disputas, de una historia de supervivencia. Hoy nos vamos a ver de frente con esos ojos de otoño, lánguidos, melancólicos, pero necesarios para que la vida siga fluyendo. Vamos.



Agrupación en Ayabarrena
            Como queremos formar parte de ese paisaje, con Roberto Yustes al mando, nos dirigimos hacia Posadas un autobús de Sherpas, Trotas y demás amigos, para tras las primeras explicaciones, ponernos en marcha por unas veredas aún dormidas. La senda comienza ancha, cómoda. Conforme vamos subiendo lo hace también el día. Ayabarrena, una vieja aldea con intermitencia de vida, nos ve pasar con asombro. Ya vamos viendo nuestro objetivo, nuestro lejano y alto objetivo de hoy. Sus laderas, y las próximas, nos van anticipando poco a poco un caudal de sensaciones que nos van atrayendo. El monte respira otoño por todos sus poros.

El monte nos descubre sus encantos
          Prados y vaguadas, barrancos y trochas, todo se alterna en esta ruta que participa de caminos de viejo y de otros inventados con buen criterio, con ganas de agradar, con ganas de mostrar lugares, de alcanzar oteros que amplíen unas vistas cada vez más espectaculares, hasta que son las propias vistas las que no nos dejan ver las vistas. Nos vestimos de hayedo y nos metemos en su mundo, en un mundo de renovación que implacablemente marca el ritmo inalterable del tiempo en un ir y venir al compás de los ciclos naturales de la vida.

Barranco de Sabucal
            En menos de dos horas volvemos a cruzar el barranco de Sabucal, y que en esta ocasión le hacemos aprecio en una breve parada. Continuamos con nuestro periplo ascendente por sendas y trochas, hasta tomar una muy definida repisa que corta en diagonal este gran monte, hasta abandonarla y meternos en un menos definido sendero que como puede se va buscando la vida por debajo ya de los riscos para ir subiendo hacia el collado. Pelín incómodo, sí, pero bien trabajado para su seguimiento, nos va dando vista y más vista hacia el fondo del valle, muy metido todavía en sus cosas, en esos cambios cromáticos que con suavidad contribuye a la formación de este cambiante paisaje.


Por entre el bosque
            A nuestros pies, esas faldas con rabioso color de otoño. Enfrente, el gran San Lorenzo se aúpa para asomar la máxima altura de la sierra por encima de las nubes que le afogan la cumbre. Unas nubes, unas nieblas que también afogan el Valle del Ebro, que media entre nosotros y la Sierra de Cantabria, que también se esfuerza por asomarse en lontananza. Desde el collado, una amplia y empinada loma nos aproxima a la cumbre de La Risca, que abordamos a las doce y media, cuatro horas desde la salida. Risas, abrazos, fotos y más fotos.

Otoño por los cuatro costados
            La jornada nos ha estado haciendo guiños en lo meteorológico, con más claros que oscuros, y al llegar a la cima no es muy distinto, con el agravante de que la brisa reinante hace algo desapacible la estancia, por lo que buscamos un abrigo algo más abajo para echar un bocado, subiendo de nuevo a hacer fotos y más fotos, constatando que a las persistentes nieblas les gusta el fondo de los valles de los grandes ríos. Las vistas son espectaculares, incluso para quien tiene cuatro ojos que le guían.


Bajando por Escorlacia
            El regreso lo hacemos mirando al Otero, para antes de llegar a él tomar el barranco de Escorlacia, donde en las proximidades de las viejas cabañas, Roberto nos cuenta curiosas historias de supervivencia de aquellos viejos pastores que pasaban por aquí buena parte del año, rodeados de peligros para ellos y para los ganados. Era la lucha por la primacía en unos duros montes, con pocos recursos, en donde había que extremar la imaginación para poder seguir contándolo. Y eso es lo que hacían, contarlo, y de esa forma nos han llegado episodios como el de tener que envenenar con estricnina a animales domésticos ya viejos y enfermos para que fueran pasto de los acechadores lobos, entrando así el veneno en la cadena trófica. Es algo totalmente deleznable a ojos actuales, pero seguramente más que necesario en aquellos tiempos. Hoy en día, sin ganados, sin pastores, sin lobos, donde los helechos y los cardos se adueñan de los pastos sin pastar, los montes, como antes, como siempre, lloran amarillo.

Hayedos del olvido
            Al entrar en el hayedo, pronto nos ponemos a circular por la cañada real, con poca apariencia de ello, pero tantas décadas habiendo perdido su uso, la naturaleza va tomando lo que es suyo. Entradas y salidas a barrancos, Escorlacia, Moreta, hasta salir ya de la senda. Viejas instalaciones de obras hidráulicas locales, también en desuso, llenan parte del espacio visual y auditivo, para corroborar una vez más los grandes y penosos trabajos de antaño que no sólo se han perdido sobre el terreno, sino que también lo están haciendo en la memoria.

Habitantes del bosque
            Salimos finalmente a la pista, para recorrerla casi una hora hasta llegar a la carretera que en poco nos deja ya de nuevo en Posadas, tras 20,5 km subiendo y bajando montes, en 8h 40’ de tiempo total, del que 6h 25’ han sido en movimiento, para salvar un desnivel acumulado de 1.450 metros ascendentes y los mismos descendentes. Una dura jornada dándole la vuelta, incluida la ascensión a la cumbre, a un monte de duro paco y suave solana, vertientes que albergan grandes y viejos seres, presumidos seres, que todos los años cambian sus ropajes, que ahí están para nuestro solaz y regocijo, y de los que tenemos mucho que aprender.





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