domingo, 4 de noviembre de 2012

Maz... y más

IXOS MONS
Maz (1.945 m)... y más
Sábado, 3 de noviembre de 2012



            Otro día que amanece que si sí, que si no en lo meteorológico. Me gusta este “oficio”, porque siempre hay que estar mirando al cielo, y en todos los sentidos. Nos agarramos al sí, y aunque un poco tarde ya, salimos de casa en dirección a una de las mayores extensiones de hayedos de nuestro territorio, nos dirigimos a la cabecera del Valle de Ansó. Lo que en principio era ir a saludar a los amigos del refugio de Linza, y de paso ver, saborear, sentir, vivir el otoño de estos bosques, ha sido también todo eso pero desde las alturas, porque claro, venir hasta aquí y no subir algo, mientras el tiempo no lo impida, es cosa que no debemos permitirnos.

Ansó (foto de la web casaturismorural)
            La imponente vista de la enorme iglesia de San Pedro, de incierto origen entre religioso y defensivo, nos dice que hemos llegado a esta milenaria villa de Ansó, situada en el cauce medio del río Veral, y que con sus 223 Km2 de extensión es el municipio más amplio, con un solo núcleo de población, no sólo de la Jacetania, sino de todo el Pirineo aragonés, y que ha sido el resultado de diversos privilegios otorgados por algunos reyes de Aragón en la antigüedad.

Bosque de Zuriza
A lo largo de los más de 14 Km de estrecha carretera hasta Zuriza, se nos van echando encima esa multiplicidad de tonalidades ocres, marrones, rojizos, colores de ocaso, de decadencia, pero bellos. Es el grito de un moribundo como queriendo llamar la atención antes de partir hacia su invierno. Y eso es lo que consigue, llamar toda nuestra atención. Zuriza, Taxeras, Gamueta, Linza. Apabullante, realmente apabullante.

Zuriza, que alberga un complejo de camping, y que otrora, al ser zona fronteriza, fue sede de un edificio de carabineros, y que ya en desuso sirvió de albergue en campamentos juveniles en los bajos setenta, con hordas de adolescentes echando por aquí alguna semana de estío. Recuerdos de brutales tormentas con feroces vientos, de retorcidos mástiles de tiendas de campaña, de noches enteras con ellos al calor de la chimenea para enderezarlos. Recuerdos.

Refugio de Linza
            Llegamos a Linza. Abrazos con Beni, el guarda del refugio, que emocionado me dice que hace unos días le han rendido homenaje a Miguel, ese miguelón que tras debatirse entre una y otra vida durante varios meses, finalmente nos ha dejado en este lado para ir en busca de nuevos horizontes. Luego volveremos sobre ello.

Mientras tanto, algo habrá que hacer hasta la hora de comer. Si subes por Aragón, llegas al Maz (1.945 m), y si lo haces por Navarra llegas al Txamantxoia, pero no hay que volverse esquizofrénico, que los montes no lo son, y desde su cima no hay límites entre los valles, no hay límites entre los montes, no hay límites entre el cielo, no hay límites entre las nubes. Sólo los hay en las cabecicas del ser humano, única especie en el mundo y en la historia capaz de poner esos límites, capaz de poner esos nombres, y en ocasiones hasta distintos para llamar a lo mismo.

Subiendo al Maz
El camino que vemos en cualquier guía parte de la carretera, antes de llegar al refugio, por un lugar llamado Rincón de Maz, pero desde aquí, desde el mismo refugio, también hay ruta, y más corta, que se toma bajando unas decenas de metros hasta dar con un barranco a mano derecha, generalmente seco, por cuya margen izquierda comenzamos la subida, por entre alguna vaca todavía, para entrar en pocos metros en el bosque. Una entrada sobrecogedora. Se nos antoja el verdadero culto en el verdadero templo. Si no fuera porque necesitamos la respiración, y mucho, en esta primera empinada cuesta, se nos cortaría al sentirnos engullidos por tanto ser vivo, centenario, cuyas hojas han dejado de serles útiles en las alturas y ahora lo hacen de otro modo, alfombrando el suelo y protegiéndolo de los rigores del invierno, descomponiéndose y formando parte del humus necesario para que no cese la rueda de la vida. ¡Cuánto que admirar! ¡Cuánto que aprender!

Camino por el bosque
Esta cumbre, desde Belagoa, tiene la apariencia de una alargada loma, sin embargo, desde Linza muestra su lado menos amable, es una pirámide rocosa que quiere ya competir con tantos y tantos montes ansotanos, agrestes, duros, enhiestos, que marcan la llegada al Pirineo Central desde que sale del Cantábrico casi de rodillas. Por aquí se empieza a poner de pie. Sí, de pie.

Tres cuartos de hora de éxtasis total. Solo por el bosque, no se ve un alma, pero se presienten, se intuyen. La cima ya nos ha captado visualmente, y lo sigue haciendo cada vez que un claro se lo permite. No hay un collado muy delimitado, pero tiene su nombre, Artaparreta (1.552 m). Cuando dejas de estar acompañado de arbolado comienza una loma rocosa, algo incómoda, y que ya va dando vista al Rincón de Belagoa, Piedra de San Martín. Otro cuarto de hora más y el camino gira bruscamente hacia el N, para acometer el asalto cimero por esa vertiente. Un camino nada cómodo, muy empinado y con piedra muy suelta, pero que nos ofrece toda su recompensa al llegar a la cumbre, de aspecto inesperado, al menos subiendo por este lado. Se trata de una loma herbosa, suave y dulce hacia Belagoa, pero arisca y bruta hacia Linza. ¿Quizá por envidia? ¿Quizá porque por más que se aúpe no llega a los dos mil metros? Quizá.

Bosque de hayas
El bosque está compuesto por seres vivos, por muchos seres vivos individuales, pero en sí mismo también es un ente, un colectivo que resguarda, que protege, y lo ha hecho del viento, porque al dejarlo atrás nos ha soplado con fiereza. No le basta con agarrar fuertemente esas nubes bajas a los Alanos, no, también llega hasta aquí, anunciándonos, además, que la tarde no va a ser mejor, así es que, a no entretenerse demasiado.

Alanos y Ezkaurre
La cumbre del Maz (1.945 m), que alberga la muga con Navarra, un vértice geodésico, y un par de símbolos cimeros, nos ofrece unas vistas excepcionales en cada uno de los 360º de horizonte. Al menos en corto, porque los bajos nublados también quieren salir en la foto. Linza, con su barranco de Petrechema que arranca en el collado del mismo nombre y que da paso al mundo Ansabère. Gamueta; Zuriza, sus guardianes Ezkaurre y Alanos; Belagoa, en toda su extensión; y todo el resto de montes fronterizos, unos con Navarra, otros con Francia, Mesa de los Tres Reyes, Petrechema, Sobarcal, Acherito y tantos y tantos más que reconocemos y que no, la mayoría con hayedos en sus faldas, y que nos ofrecen un espectáculo único en el calendario anual.

Hayedo en el barranco de Petrechema
Lo que también reconocemos es la atmósfera, cargada de amenazantes nubarrones y que tenemos que ir dejando atrás sin más dilación. De modo que aquí se queda esta cumbre con su privilegiada atalaya, que hay que ir tomando el camino de descenso, que si el de subida desde la loma ha sido delicado, el de bajada no lo es menos. Pues sin más, en un momento nos metemos de nuevo en el bosque, a disfrutar de él mientras dura, que es media hora, para salir al mismo sitio de la entrada. Y al refugio, que aún aprovechamos un rato para adentrarnos por el barranco de Petrechema y su hayedo, para completar esas ganicas de comer, que son y abundantes.

Con Miguel
Comida y sobremesa con Beni, Ana y Alberto. Fotos en el lugar del homenaje a Miguel, junto a un árbol que han plantado, para que su semilla siga fructificando en un Linza que, muchos años con él, ahora lo echa en falta. Finalmente abandonamos este bello rincón del Pirineo, integrado en el recientemente declarado Parque Natural de los Valles Occidentales, en un intento de preservar toda su belleza natural.

Como resumen de la actividad, podemos decir que poco más de dos horas para cubrir los mil doscientos metros de desnivel acumulado, en una mañana de lujo, plagada de emociones y de recuerdos.


El reportaje completo de fotos, en:

4 comentarios:

  1. Que paisajes y bellos recuerdos

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  2. Hola, soy Concha la pareja de Miguel, me han emocionado mucho tus fotos. Muchas gracias

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    1. Hola Concha, y gracias por el comentario. Me alegro de que te haya gustado. Nos acordamos de Miguel, especialmente cuando estamos en esos valles de los que tanto disfrutaba.

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