Año XIV. Entrega nº 963
“Un día de este mes de julio se cumplirán cincuenta años de una primera escalada en el Pirineo que, si bien no fue de las más difíciles y conocidas, hoy podemos comprobar que reunió una serie de circunstancias que serían bonitas de celebrar. Se trata de la primera travesía de los Mallos de Lecherín, en el grupo calcáreo de las montañas de Aspe, esta bonita muralla que domina Candanchú”. Agustín Faus, en EPA.
Esta reseña que encontramos en las páginas interiores de la cabecera impresa más antigua de Aragón, como es El Pirineo Aragonés, de Jaca, del día 14 de julio de 1995, de la firma del prestigioso montañero Agustín Faus, da fiel testimonio de la celebración del cincuentenario de la primera ascensión a los Mallos de Lecherines, situados en el límite municipal entre Aísa y Borau, en una especie de espacio aislado al norte de su término, donde están sus puertos.
Y esta otra, de la posterior celebración, organizada por el grupo aperturista, con la colaboración de la recientemente creada Escuela Militar de Montaña, cuyo Grupo Militar de Alta Montaña también participaría, así como miembros de la Federación Española de Montañismo y del club Mayencos de Jaca.
Allí, bajo las mayores alturas de esa muralla que describía Faus, compuesta por el pico de la Garganta de Aísa, el Sombrero, el pico Lecherín o pico de la Garganta de Borau, pico Lecherines, Punta Tortiellas… junto a otra agreste formación rocosa como es el pico Rigüelo, se encuentran estos curiosos mallos, cuya geología “está formada por areniscas de color pardo. En el paisaje son muy patentes la formación de Areniscas de Marboré, del Cretácico Superior, y las calizas y dolomías gris azulado muy claro del Paleoceno (formación Salarons). La segunda unidad es muy karstificable, al contrario de lo que sucede con la primera. Ambas se encuentran replegadas formando un espectacular apilamiento de pliegues en rodilla cabalgados hacia el sur”, según se describe en el tratado espeleológico de referencia.
El capricho del destino, que es una forma de hablar, porque no creemos en ese tipo de caprichos, ha querido que la ilusión, hace tiempo gestada, de ascender a los mallos, se haya podido hacer realidad cuando se cumplen justo ochenta años de esa primera ascensión de Agustín Faus y José Ponte (ambos del CADE), y Antonio Moreno y Ramón Somoza (ambos del Peñalara), y ello gracias a Julio y Manuel, que me han acompañado.
Los mallos están situados en el parteaguas entre el río Aragón y el nacimiento del río Estarrún, tributario de aquél, por lo que se puede acceder a ellos por una u otra vertiente. Si por la primera sería desde el milenario Canfranc, a través del paraje de Gabardito para alcanzar el refugio de López Huici, por la segunda sería por el valle de Aísa, desde la Cleta. Pero hay una tercera opción, que alivia la larga aproximación de las anteriores, y es la de la pista de las Blancas, que parte del collado de la Sierra, entre Aratorés y Borau, llegando hasta el de la Magdalena.
Para esta última opción hay que solicitar permiso en el Ayuntamiento de Borau, lo que hacemos para la ocasión, ya que te libra de los 1182 m D+ y 315 m D-, en sus 18 km de recorrido.
Plantados ya en los 2039 msnm del collado de la Magdalena, por donde pasa el GR 11.1, y aun habiéndonos librado de una larga aproximación, comenzamos una más corta, pero incómoda hacia los mallos. Con unas magníficas vistas, preámbulo de las que vamos a tener arriba, caminamos el corto trecho hasta las proximidades del refugio López Huici, que dejamos a la derecha, para ir ganando altura ya por el inmenso mar de piedras, que nos muestra la canal para subir al Rigüelo.
Vamos dando continuidad, buscando alguna traza de camino por terreno pedregoso y herboso, hasta llegar, tras algo más de una hora de incómodo transitar, a la entrada de la canal interior de los mallos, también empinada y con grandes piedras inestables. Nos queda como un cuarto de hora de ascenso con una cierta exposición debido a la inclinación del terreno, protegidos ya por el casco, hasta alcanzar el pie de vía, donde nos colocamos el resto de los pertrechos.
Estamos al pie de la vía Faus, donde encontramos dos argollas para comenzar a asegurarnos y las que, con total seguridad no dispondrían los precursores que la abrieron. Son tres tramos de unos 20 o 25 metros (IIº/IIIº-), que comienzan con uno bastante vertical, que vamos acometiendo despacio, disfrutando de las dificultades que nos va presentando la ascensión.
El segundo discurre junto a una gran sima, y el tercero por encima de ella, pegados a la pared de la izquierda, para alcanzar ya la Cima E (2450 m), desde donde se obtienen mejoradas las vistas que se nos venían anunciando, bajo la fachada sur de la imponente Muralla de Borau, que no es mucho menos fiera que la norte sobre Rioseta, por la que discurre la Faja Voladera.
Si lo que queremos decir es que hemos estado en lo más alto de las almenas de este imponente castillo, tendremos que destrepar para bajar a una ancha fisura y treparla para llegar a la Cima N (2452 m), donde nuestra vista se expande hasta el infinito en una satisfacción plena por haber sido capaces de ganarnos la confianza de esta abrupta montaña, como creemos que se sentirían, hace ocho décadas, los precursores de lo que entonces sería una gesta del montañismo del momento.
De vuelta al punto de rápel, echamos un bocado antes de deslizarnos en vertical, que lo hacemos de tirón los dos últimos largos, ya que las cuerdas de 30 metros nos dejan como a dos del siguiente tinglado, y desde allí hasta la base de la vía.
Aquí viene lo más delicado, y es descender por la inclinada y descompuesta ladera hasta llegar a lo alto de la canal, para descenderla y enfrentarnos al poco amable mar de piedras, hasta llegar ya a tierra llana y, finalmente, al collado, donde nos espera el vehículo con el que, en tres cuartos de hora, recorremos la pista de vuelta.
Una ilusión largamente forjada, que se ha visto cumplida con la ayuda de dos buenos compañeros. Los datos son atípicos, por tratarse de este tipo de actividad. De todos modos, han sido 4,6 km, recorridos en 5 horas, con un desnivel acumulado de unos 465 m D+/-, habiendo alcanzado la altitud máxima en los 2452 m de la Cima Norte de los Mallos de Lecherines.
GLOSARIO
Mallo: gran pináculo rocoso formado de conglomerados
BIBLIOGRAFÍA
Nota sobre la presencia de espeleotemas de yeso en el Sistema Espeleológico de Lecherines. Varios autores. Instituto de Estudios Altoaragoneses (2012)
RECURSOS DIGITALES
Instituto de Estudios Altoaragoneses
Las fotos, con sus comentarios
Nota: La publicación de la ruta, constituye únicamente la difusión de la actividad, no asumiendo responsabilidad alguna sobre el uso que de ello conlleve.
No hay comentarios:
Publicar un comentario