viernes, 21 de enero de 2022

Grosín, el vigía de la Solana de Jaca

 


IXOS MONS
Grosín (1422 m)
Jueves, 21 de enero de 2022

            Mientras Zaratustra iba subiendo la montaña pensaba en las muchas caminatas solitarias que había realizado desde su juventud y en las muchas montañas, crestas y cimas a las que había ascendido. Yo soy un caminante y un escalador de montañas, decía a su corazón, no me gustan las llanuras, y parece que no puedo estarme sentado tranquilo largo tiempo. Y sea cual sea mi destino, sean cuales sean las vivencias que aún haya yo de experimentar, siempre habrá en ello un caminar y un escalar montañas: en última instancia uno no tiene vivencias más que de sí mismo. De la obra maestra “Así habló Zaratustra”, del filósofo alemán Friedrich Nietzsche (siglo XIX).



            En esta sociedad que hemos construido, estamos ya tan acostumbrados al ruido que es difícil soportar el silencio, estamos tan acostumbrados al bullicio que es difícil soportar la soledad. Necesitamos estímulos que mantengan a rebosar nuestros depósitos de adrenalina, pero quizá no reparemos en que esa soledad, en que ese silencio, también tienen sus propios recursos para alimentar por la puerta trasera esa necesidad que tenemos de conectar con lo auténtico, con el esplendor de la naturaleza aun en su más mínima expresión. Solo tenemos que cerrar la puerta al flujo fácil y abrir nuestros centros receptores a esas manifestaciones de la biodiversidad de la que formamos parte. No somos Zaratustra, ni mucho menos su creador, pero sí encontramos un nexo en esa filosofía, en esa forma de ver las cosas porque, al contrario de las gentes que no se soportan a sí mismas, siempre es un agradable encuentro el realizado con uno mismo, comprobando que seguimos ahí, disfrutando de ese ser que nos interpela al menor descuido, que nos mantiene vivos. Es algo que hacemos cuando tenemos ocasión, para disfrutar de la plena compañía de la soledad de nuestros congéneres, en un ambiente de extrema comunicación silenciosa.



            Hoy ha sido una de esas jornadas en las que no hemos encontrado a nadie en el monte, un monte callado, solitario, apartado del bullicio blanco de las cabeceras de estos valles. Sumamos una más a la docena de veces visitado el Grosín, un monte que preside un antiquísimo lugar, cuya primera mención la obtenemos del Cartulario de Siresa (nº 6 pág. 24), que lo nombra como villa (176 hab.) ya en 867 d. C. El 23 de diciembre de 1276, Pedro II de Aragón dio Grosín a Pedro Cornel en feudo; el 1 de septiembre de 1280 se lo devolvió este a aquel; el 19 de marzo de 1289 fue Alfonso III de Aragón el que lo dio a Rodrigo Jiménez de Luna; el 28 de mayo de 1293 Jaime II de Aragón recuperó el castillo de Grosín de Pedro Cornel; el 15 de noviembre de 1393, Juan I de Aragón dio al concejo de Jaca la pardina de Grosín, que lindaba con los términos de Caniás, Castilillo, Arrasiella, Guasillo, Serés, Esporrín y Borau… (1) Todo esto, que se sepa, pero seguro que la callada redolada de este humilde monte guarda muchos secretos entre sus barzas a la espera de una buena búsqueda arqueológica.

(1) Historia de Aragón. Los pueblos y despoblados II. Antonio Ubieto Arteta. Anubar Ediciones (1984)


            Salimos andando desde el mismo Jaca. El Rompeolas, extremo norte del paseo de la Constitución es un buen mirador sobre la Solana, también llamada Vereda Oeste. Desde allí bajamos al puente de San Miguel, del que no consta su fecha exacta de construcción, pero al ser ligeramente apuntado, bien se puede datar en la Baja Edad Media (siglo XV). Declarado Monumento Histórico-Artístico en 1943, y Bien de Interés Cultural el 16 de febrero de 2004. Mucha silenciosa historia nos circunda. Cruzamos con cuidado la A-2605 y subimos a Asieso, donde admiramos la parroquial que le reza a San Andrés, aunque no siempre ha sido así, que en su fundación (siglo XII) lo hacía a San Martín de Tours. Al comienzo del siglo XIII fue cedida al Monasterio de Santa Cristina, de Somport, y en el siglo XVII pasó a ser regido por los dominicos de Jaca. Seguimos acumulando historia, en tan solo poco más de media hora.


            Avanzamos por las solitarias calles de Asieso, por las que solo circula el viento, no mucho. Encaminamos nuestros pasos hacia Guasillo, siguiente pueblo de la Solana, al que no entramos, perdiendo la ocasión, por esta vez, de pasar junto a la parroquial de San Adrián, de cuyo origen solo nos queda la torre (siglo XI), con su ventanal geminado que nos recuerda al de San Pedro de Lárrede. Pero, como decimos, esta vez no nos llegamos, y antes de entrar en el pueblo, tomamos una pista que nos va subiendo ya por el monte Asieso, encontrando en muchos de sus pliegues la orientación perfecta para que no sean bañados esos tramos por el sol durante meses, manteniendo buenas planchas de hielo. Al poco de salir de Guasillo, se dejan a la izquierda las ruinas de la ermita de San Bartolomé, fuera del alcance visual desde la pista. Finalmente llegamos al collado del paco Serés. Hora y tres cuartos hasta aquí, donde se agradece el solecico.



            Continuamos pista arriba hasta situarnos bajo la pirámide del Grosín. Tomamos el ramal de la izquierda. Seguimos por el PR-HU 52. Al poco, la señalización nos desvía a la derecha, sacándonos de la pista para tomar un empinadísimo sendero, tanto que, en menos de 400 metros de distancia, sube 150 de desnivel, lo que le confiere un 38% de inclinación. En 15 minutos arriba, los malos tragos, cuanto antes. La llegada se suaviza un poco, haciéndose entre los abrazos de las barzas. Lo primero que se ve es una vieja construcción de lo que fuera el castillo, o eso pensamos, adivinando el sendero para llegar al vértice geodésico, que goza de unas magníficas vistas sobre la redolada. Dos horas y media desde Jaca bien se merecen una pausada contemplación a todo lo que nos rodea. El frente que está rozando la divisoria se deja notar, ocultando alguna de las montañas, pero que saludamos de igual modo. Al margen de eso, la mañana está radiante. Como también saludamos a tanta y tanta historia que amortece en estos montes.


            Si la subida ha sido por la solana, la bajada la hacemos por el paco, mucho más bonita, entre pinos y bojes, un mágico sendero que nos incorpora a la pista de la sierra d’Angelé, que tomamos dirección norte, hasta que en menos de media hora nos topamos con el ramal que baja directamente a Castiello por las ruinas de la ermita de San Bartolomé, otro templo bajo la misma advocación, y que sí visitamos, aunque en realidad, no hay mucho que contemplar, la pena va cubriendo los desvencijados muros. Vueltas y más revueltas acompañando la pista, hasta que, sin señalización alguna, solo con la ayuda del recuerdo, tomamos un sendero a mano izquierda, que nos lleva ya al pueblo, único lugar donde nos encontramos a algún congénere, pocos. Cruzamos la carretera y el río, para incorporarnos al Camino de Santiago tras cinco horas de marcha.











            Cruce del río Ijuez, Bergosilla, puente de Torrijos, no exento también de historia propia, Charlé, puente Grallas, ermita de San Cristóbal y Árbol de la Salud, que antaño era objeto de veneración por los peregrinos que llegaban a Jaca, y en cuyas proximidades estaba el hospital de San Marcos. Bueno, no queda ya más que llegarnos hasta casa, algo que hacemos tras 6 horas y 25 minutos después de haber salido, habiendo recorrido 25,8 km, con un desnivel acumulado total de 775 m D+/-, en el apabullante silencio de una solitaria montaña. 





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