Ordesa es mucho Ordesa. Un valle privilegiado, en un Espacio Natural Protegido privilegiado, que no se ha dormido en los laureles por haber sido declarado Parque Nacional en 1918, ¡hace ahora ya más de cien años!, porque lo cierto es que supo salir adelante antes de eso, mucho antes de eso, millones de años antes de eso. El latir de su corazón, se ha acompasado con el de tantas y tantas gentes que por él han transitado, que de él se han servido, en esas labores tradicionales de las que solo podemos ver muestras en los museos y de forma residual sobre el terreno.
Unos ecosistemas, quizá alterados las últimas décadas por el cambio climático y la antropización que, por una parte, está transformando el paisaje, desequilibrando los sistemas, y por otra, están sometidos a la presión del turismo, que huye de los grandes centros de población en busca de lo auténtico. No obstante, y a pesar de todo, se trata de un conjunto tanto animal, como vegetal, como mineral, que se esmera por ofrecer en cada época lo que ellos saben, lo que ellos sienten, lo que ellos viven. Ahora toca otoño, una estación en la que los seres, tras haber pasado otra de esplendor, se preparan para el recogimiento invernal. Una estación en la que el arbolado nos regala momentos espectaculares con su paleta de colores, con ese desprendimiento de unos elementos que ya no van a necesitar, ofreciéndoselos a la tierra, que sí los va a necesitar, evidenciando de ese modo la gran rueda de la vida.
En busca de ese otoño hemos acudido, aunque hay que decir que algo cansado de esperar se ha ido yendo poco a poco, pero aún quedaba algo para nuestro disfrute. Pues ahí hemos estado, como decimos, al igual que cientos de personas, ¡parece mentira!, pero hoy, y solo hoy, daba el tiempo una tregua. Por alejarnos de esa ruta tan concurrida al circo de Soaso y Cola de Caballo, vamos acompañando al bosque por la Senda de los Cazadores, que comenzamos a subir a los diez minutos de salir de la pradera, por entre grandes ejemplares de hayas, entretenidas en sus cosas. Curva tras curva, en menos de una hora ascendemos los casi seiscientos metros de desnivel hasta el mirador de Calcilarruego, nuestra máxima cota de hoy, con sus 1910 metros, desde donde se obtiene una panorámica extraordinaria sobre todo el cañón y el barranco de Cotatuero enfrente, con su cascada, que también luce maravillosa tras las últimas aguas. Nos sentimos como un director de orquesta sinfónica ante millares de músicos con distintos instrumentos, como distintos son los colores que emanan de esos instrumentos arbóreos, o como un gran pintor con su paleta de mil y una tonalidades… pero no, no nos hagamos ilusiones, no nos necesitan como director de orquesta ni como pintor, se saben organizar.
Las dos horas siguientes las empleamos en recorrer la Faja de Pelay, dejando atrás la frontal de ese barranco de Cotatuero, ganando perspectiva sobre las montañas de la divisoria. Al Casco, Torre y Espalda, todos Marboré de apellido, que se veían desde el mirador, conforme vamos avanzando, se van añadiendo la Brecha de Roldán, el Bazillac, la Falsa Brecha, el Dedo y Taillon, a los que se van añadiendo el Mallo Blanco y los Gabietos, completando así un inigualable telón de fondo, solo comparable al que se nos va abriendo por encima del circo, el Cilindro de Marboré, Monte Perdido y Soum de Ramond, o Treserols, y el Pico de las Olas, que los acompaña a la derecha. Un verdadero sentimiento de privilegio, al tiempo que de gratitud, nos sobrecoge al vernos integrados en tal entorno.
Entre que el sendero de la faja baja ligeramente, y que vamos hacia la cabecera del valle, convergemos con ella, y lo hacemos al filo de la una de la tarde, momento que aprovechamos para echar un bocado ante el espanto del gentío que hay bajo la Cola de Caballo, que baja con un impresionante caudal consiguiendo entrar en el elenco de las cascadas más bonitas del mundo, según diversos medios internacionales, pero que hoy la encontramos un poco asustada, tanto que si pudiera remangarse las falda se iría a dar lección a otra parte. También nosotros lo estamos, por lo que ni nos acercamos, cruzando el río Arazas como podemos para incorporarnos a la ruta clásica del parque, que pronto deja de llanear para descender acompañando a las Gradas de Soaso, ese invento que la naturaleza ha creado para que el agua del deshielo fluya.
En medio de ese alboroto que emite al despeñarse, volvemos a cruzar de un lado del globo terráqueo al otro, y lo explicamos, porque no es la primera vez. Esta mañana, en nuestro tránsito por la Faja de Pelay, imperceptiblemente, hemos cruzado el meridiano de Greenwich o meridiano 0, ese que hace de límite entre la Longitud Este y la Oeste. La pradera está en la oeste, y el circo de Soaso en la este, de modo que ahora, en el regreso lo volvemos a cruzar, pero esta vez sí que nos apercibimos de ello, porque lo indica un cartel del parque, colocado con motivo del centenario. Está muy próximo al comienzo de la subida por las gradas, al final en nuestro actual sentido de la marcha, de modo que volvemos a estar en el oeste del mundo, y por media hora más compartiendo ruta con decenas de personas, hasta que nos metemos por el desvío que nos sube a la Faja de Canarellos.
A pesar de estar más constreñidos en el bosque, sentimos el alma más dilatada, más intimidad, más libertad. El sendero, que hay que ir adivinándolo debido al espeso y dorado tapiz de hojas, va subiendo de forma amable hasta la base del roquedo, que nos va acompañando ya durante el resto del recorrido del primer tramo. Hay una segunda parte, que da comienzo al encarar ya el barranco de Cotatuero, con tramos muy deteriorados por efecto de la escorrentía de las aguas en las verticales canales laterales. Poco más de una hora hasta el cruce del puente sobre el barranco, donde nos quedamos extasiados con la enorme caída de agua y su paso bajo nuestros pies. Casi media hora de éxtasis. Y cuarenta minutos más para bajar por el bosque e incorporarnos al GR 11 a la altura del peirón con la Virgen del Pilar.
Solo resta ya acercarnos a la pradera, dando así por concluida esta circular que, cuanto más la hacemos más nos gusta, pudiendo contemplar el cañón de Ordesa de abajo arriba y de arriba abajo, a lo largo de 20 km, recorridos en 8 horas, y salvando un desnivel acumulado total de 1290 metros D+/-.
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