AQUERAS MONTAÑAS
Palas (2969 m)
Sábado, 19 de agosto de 2017
Jean Rameau, pseudónimo del
escritor francés Laurent Labaigt, en su novela “L’ami des montagnes”, se refería a este pico como “el malvado de cabeza negra, el más
peligroso de la cadena”, y quizá no le faltaba razón. Y es que el corazón
de granito de este salvaje territorio, en su explosión en busca de los sentidos
del ser humano, hace eones de tiempo, ha conformado un paisaje de una belleza
indescriptible, y aunque no está domesticado, ni lo estará del todo jamás, sí
podemos decir que algo se ha ido doblegando a lo largo de las dos últimas
centurias, desde que comenzaron su descubrimiento los precursores pirineístas
franceses, a cuyo territorio también desagua. En 1825, los tenientes Pierre-Eugène
Peytier y Paul-Michel Hossard recibían del ejército francés un encargo de triangulación
para elaborar un mapa de la zona, cuando pretendidamente ascendían al Balaitous,
cometiendo el error de ser al Palas al que estaban subiendo, y lo hicieron por
un itinerario de su cara norte, quedando bautizada con ese nombre, la arista de
los Geodésicos.
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Imagen de partida, de poca calidad,
pero que atestigua la risa floja por lo que se nos viene encima |
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Con las primeras luces |
Nosotros, gracias a ellos, sabiendo ya que subíamos al
Palas lo hacíamos por esa arista, para bajar por la “normal” de la chimenea de
Ledormeur. Sí, entrecomillamos, porque muy normal, muy normal, no sé si es. Lo
dejaremos en la “más” normal. La verdad es que por aquí nada es normal, todo es
extraordinario, todo es espectacular, todo es grandioso, salvaje, bellísimo…
todo sacia cualquier hambre y sed de montaña.
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Contemplando el horizonte de luz |
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Camino del collado d'Arrious |
Los jirones de niebla, cada vez más
frecuentes, salen a recibirnos conforme vamos subiendo el Portalet, unos
penachos que llevan la etiqueta d’Ossau. Inconfundible. Llegamos al
aparcamiento de Soques antes que el alba, como una hora antes, en la que como
trece luciérnagas por el interior del bosque sólo podemos ir apreciándolo
olfativamente… que no es poco. Media hora zigzagueando por el hayedo en brumas
no es suficiente para conocer su vida en este ambiente, pero se aproxima
bastante. Cruzamos el arroyo por la palanca dejando el bosque atrás, en lo
suyo, en su húmeda oscuridad. Ya por encima de la raya de esas nieblas que
modulan el paisaje, las primeras luces nos pillan con otro de los grandes del
territorio a la vista, el Midi y su inseparable Peireget, que emergen por
encima de ellas, como no queriendo perderse nuestras andanzas.
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El pico Arrious se refleja en el lago de su mismo nombre |
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Enfilando el objetivo, por encima de las nieblas de Artouste |
Estamos en el mundo Arrious, hay que entenderlo, y como en una familia, todo aquí lleva su apellido. Seguimos subiendo por su
barranco, pasamos por su cabaña, aunque en la puerta ponga de Bergers. Dejamos
también atrás el desvío para subir al collado de Soba, ruta que lleva a su cordal,
que tampoco nos pierde de vista, y a los Arrieles, que enseguida nos tendrán
también en su radar. Último empujón para llegar al collado, también d’Arrious. Como
dos horas desde el arranque, y más de 800 metros de desnivel. Vamos bien. Dejamos
que el sendero siga su caída hacia Artouste, y nosotros tomamos el que gira
hacia el este, para meternos en un momento en la cuenca del lago d’Arrious, en
cuyas calmas aguas se refleja presumido el pico del mismo nombre.
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Paso d'Orteig |
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Nieblas de Artouste |
Salimos de esta cuenca, y si
queremos mirar algo, más vale pararse, porque el sendero te va llevando a una
faja elevada sobre el circo de Artouste, con vertiginosa caída. Pero a poco que
levantes la mirada, ese ojo que todo lo ve, nuestro bien amado sol, ya nos va
haciendo guiños por la silueta del monte que nos hemos puesto hoy como objetivo,
justo por ese pitón Von Martin, como diciendo: “… por aquí no, que os quemaréis…”. Paso d’Orteig, con su sirga, más
precisa en invierno que ahora, pero que no va mal.
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Palas e ibón d'Arremoulit |
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Un momento de respiro junto al refugio |
Una pequeña vaguada y pronto
alcanzamos visualmente otra cuenca. Cambiamos de mundo, pasamos al d’Arremoulit,
con sus lagos, con sus picos, con su refugio, al que hay que llegarse, aunque
cueste perder altura. Bocado para reponer fuerzas y al tajo, que en dirección
al Palas, en un cuarto de hora abrimos el círculo para tomar dirección norte en
busca de esa arista que nos va a subir a la cima. Algo más de una hora entre
incómodos bolos de granito para llegar a una amplia plataforma donde la ruta se
pone más vertical, y donde aprovechamos para pertrecharnos con el equipo de
seguridad, por si en algún momento se hiciera preciso emplearlo.
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Preparados para la ascensión |
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Progresando hacia la brecha de los Geodésicos |
Otro cuarto de hora más, buscando
hitos para llegar a la brecha de los Geodésicos, y tomar bien el verdadero
comienzo de la arista. A partir de aquí ya entran en acción las manos también.
Paso a paso, golpe a golpe, verso a verso… bloque a bloque, vamos ganando esa
aproximación a la cumbre que bien se lo hace de rogar. Setenta minutos de
delicada cabalgada por estas crestas, por estas enormes rocas, que en aquel colosal
y convulso juego tectónico les ha tocado este lugar, les ha tocado apuntar a lo
más alto, por encima de todas las demás, por encima de abismales patios, y que
son pasto de los mil y un soles, de los mil y un vientos, de las mil y una aguas,
hielos, nieves, que las acarician, que las contemplan, que las miman, que las
modelan para disfrute de los que por aquí venimos a reptar por sus lomos.
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En plena faena por la arista |
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Otro tramo de arista -imagen de Josemari- |
Al término de esta alianza
hombre-roca, roca-hombre, llegamos a la cima, que no es otra cosa que
continuación de la arista. Con enorme alegría y respeto vamos subiendo unos y
bajando otros del punto más alto de esta montaña. No cabemos todos, sólo
organizándonos, y con mucho cuidado, para el posado mayenco. Bien se vale que
debajo, dando cara ya a la cuenca de los Arrieles hay una pequeña plataforma,
no muy cómoda, pero al menos cabemos todos para echar un bocado y repasar los
montes que nos inundan visualmente. Son tantos que apenas nos da tiempo. Para
nombrarlos todos haría falta sacar el catálogo de los dos mil quinientos y tres
miles. Sólo destacaremos, y que no se nos enfade ningún otro, los colosos de
este impresionante circo, los Arrieles, las Frondiellas, y el padre prior del
convento, la joya de esta impresionante corona, el Balaitús.
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Llegando a cumbre |
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Balaitús y Frondiellas |
Tras seis horas de andanzas por barrancos,
cuencas lacustres, y aristas desafiantes, finalmente nuestros corazones se
hacen uno con el de esta dura montaña. Finalmente, decimos, nuestras
expectativas se ven colmadas con tanta belleza. Como siempre, sin duda, el
esfuerzo ha merecido la pena. La satisfacción es plena, pero el trabajo a
medias, hay que bajar. El día está radiante, aunque no opinen lo mismo los que
estén en los fondos de los valles franceses, ahogados por las nieblas. Desde la
brecha de los Geodésicos hemos venido coqueteando por esa línea invisible que sólo
está en los mapas, y que marca los límites de uno y otro país, incluso la cima
lo hace, y los primeros compases del descenso también, hasta entrar en la chimenea
de Ledormeur, considerada como la vía normal de ascenso.
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De izquierda a derecha: Midi d'Ossau, picos d'Arrious y Lurien, y lago de Artouste |
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Rapelando -imagen de Raúl- |
Tiene dos tramos, uno inclinado y
otro más todavía. Pero aun así y con todo, hay que tomarla sí o sí, porque no
es difícil tomar otras, que no conducen a ninguna parte. Hay que estar muy
atentos a las pinturas rojas. Y muy atentos también a las piedras, pues la roca
está muy suelta y la verticalidad hace que se lancen como proyectiles. Al término
de la primera parte y comienzo de la segunda hay un tinglado para montar rápel y
asegurar las inseguridades, y hoy, tras un reciente episodio familiar ligado al
hombre, a la pared y al vacío, uno las tiene, y no le duelen prendas en aprovecharse de este
sistema de descenso, aunque sea el único en hacerlo. Esta segunda parte es como
la anterior, pero bastante más inclinada.
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Collado de Palas |
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Pitón Von Martin... ya si eso pa'otro rato |
Llegados ya al pie de la
chimenea, una corta faja nos conduce a continuar el destrepe para llegar al
canchal, que tenemos que atravesar, y que en menos de una hora nos lleva hasta
el collado del Palas, con un ojo sobre esta cuenca de Arriel, y con el otro
sobre la de Arremoulit, que es en la que nos sumergimos para en un cuarto de
hora de bolos y más bolos cerrar el círculo. Diez minutos más para alcanzar el
refugio, en el que hacemos una breve parada, para a continuación desandar el
camino de esta mañana, con las nieblas de Artouste que no ocultan sus
intenciones de llegar al paso d’Orteig antes que nosotros, pero que no lo
consiguen. Lago d’Arrious, collado, y largo descenso por el barranco hasta la
palanca, que da entrada al bosque, del que disfrutamos veinte minutos más de su
ambiente.
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Ambiente de alta montaña |
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Hayedo encantado |
Aparcamiento de Soques. Esta es la verdadera cumbre. No podemos ocultar
nuestra alegría al llegar a ella, y no es para menos, después de 18,2 km netos,
recorridos en 11h 15’ de tiempo total, del que 6h 45’ han sido en movimiento,
con un desnivel acumulado superior a los 1950 metros D+/-. Gracias a un monte
duro, que a pesar de todo se ha dejado. Gracias a un día insuperable en lo
meteorológico. Gracias a María, Carlos V, Josemari, Rafa, Toño, Carlos C, Jose,
Manuel, Raúl, Daniel, y especialmente a Julio y David, que han velado en todo
momento por nuestra seguridad. Finalmente, ese mundo sin piedad, con que subtitulábamos el encabezamiento, ha
permitido que pasemos una extraordinaria jornada de alta montaña, un verdadero
lujo entre amigos, y en un entorno, como hemos dicho en algún momento,
sal-va-je-men-te bello. Gracias.
Hola Chema.
ResponderEliminarNosotros subimos el día anterior por la chimenea de Ledormeur, desde la Sarra, aunque ya me hubiese gustado hacerlo en circular como vosotros, pero mi vértigo esa cresta no se yo si hubiera podido.
De todas formas, se haga por donde se haga, el recorrido es magnifico, y permite disfrutar de una amplia variedad de paisajes, en casi soledad, ya que por esa zona, no va mucha gente.
Un saludo.
Sí, el no llegar a los tres mil metros, creo que preserva al lugar como un reducto salvaje y solitario. Gracias, Eduardo, por tu comentario.
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