lunes, 8 de noviembre de 2021

Ecos de Sobrepuerto, de la mano de José Miguel Navarro

 


IXOS MONS
Bergua - Escartín
Sábado, 6 de noviembre de 2021

            Cuando cayó la noche, sentados en las cadieras y alrededor de la lumbre, una vez calentado el cuerpo con unas verduras de “ojos” de col y un guisado de conejo montés, saqué a colación la conversación que mantuvimos por la mañana con Antoné y Manolo, los tres únicos amos que quedábamos en el pueblo. Alumbrados por la vieja lámpara de carburo, colgada del tedero, pues las teas se habían terminado, les dije:

  • - Ahora que estamos todos, deberíamos decidir algo de una vez por todas, pues ya está visto que aquí no podemos seguir: los de Blas se van a ir a Huesca y no nos vamos a quedar solos, con Antoné y Generosa, contemplando cómo se caen las casas. Ya no puedo dormir, ni me hace asiento la comida viendo el panorama cada vez más negro, sin nadie en la redolada ¡tancaro será que no encontremos trabajo…! ("Memoria de un montañés", de José Satué Buisán, editado por su hijo José Mª Satué Sanromán, pág. 28. Ed. Xordica 2009).


            Palabras que, con toda seguridad, sonarían como huecos aldabonazos en una fría noche de invierno en torno a la cadiera de “Casa Ferrer”, una de las últimas tres habitadas de Escartín, que vio salir a sus postreros habitantes, los hermanos Antoné y Generosa, camino de Bergua, en 1966. Comenzaba un doloroso proceso que terminaría con el portazo definitivoquizá no queriendo pasar un último duro invierno en las montañas, el 22 de diciembre de 1965, fecha en la que ponían rumbo a Huesca (José María Satué Sanromán, en la "Guía de Sobrepuerto", editada por la Asociación Cultural O Zoque en 2014, publicación de la que es coautor también nuestro acompañante de lujo en la jornada de hoy). 


Casa Ferrer, imagen obtenida de despobladosenhuesca.com (Cristian Laglera)

            Cuando uno visita estos lugares le invaden unas sensaciones un tanto contradictorias. Por un lado, se participa del alto grado de energía que ofrecen estas montañas, sus barrancos, sus frondosos bosques, sus cielos abiertos… Pero cuando te aproximas a los pueblos y te dejas vagar por sus calles, el aire se vuelve denso, casi hasta el ahogo, como un espeso ectoplasma que te enlentece el paso, un egregor que te transporta unas décadas atrás, permitiendo que las acalladas voces de sus gentes, de sus animales, de sus oficios, todavía se hagan presente en cada una de las piedras que aún quedan en pie, en cada una de las puertas que se cerraron para siempre, en cada una de las casas, en las que anida el viento, la soledad y el abandono, en cada uno de los huertos, de los campos, de los bancales robados a las laderas. Escartín, ¿quién te cerrará los ojos? Que nunca se apague tu eco. Ecos de Sobrepuerto.



            Son reflexiones que le llegan a uno y sin saber la razón, porque, que se sepa, no se tienen raíces por aquí. De cualquier modo, reflexiones y conexiones que se avivan cuando vienes de la mano de un gran conocedor y divulgador de estos pueblos y su entorno, el Sobrepuerto, una subcomarca entre las de Alto Gállego y Sobrarbe, entre las cuencas de los ríos Gállego, Ara y Basa donde se alzan unas montañas con sus barrancos y sus pueblos, que compartieron historia, trabajos, penas y alegrías, usos y costumbres, tradiciones y cultura, pero sobre todo una gran devoción a Santa Orosia, de cuyo puerto están cerca. De la mano de José Miguel Navarro, un numeroso grupo mayenco nos adentrábamos en el Sobrepuerto profundo, deseosos de empaparnos de los conocimientos que con gran pasión nos transmitía.



            Como decimos, Sobrepuerto es un territorio situado en un altiplano, aunque tiene poco de plano, ya que los barrancos han ido haciendo mella entre sus montañas, y que rinden sus aguas a ambas vertientes, desde donde se puede acceder a sus callados montes. Una de esas entradas es la que se efectúa por Bergua, una población que, técnicamente igual no se puede considerar Sobrepuerto, pero que está ahí, a sus pies, y fue punto de mira de algunas de las gentes que no pudieron resistir más tiempo en el duro ambiente de montaña. Es, pues, de Bergua, de donde partimos, pero antes de ello, José Miguel, con su tablet de última generación nos sitúa en el contexto geográfico, con pinceladas del histórico, junto a la parroquial de la Asunción, de origen románico, aunque lo único que queda de esa época es un crismón, con la particularidad de que está tallado al revés, como con efecto espejo, seguramente debido al analfabetismo reinante en aquellos tiempos.


            Con un termómetro que no llega a los cero grados en esta época del año, muy propio de estos pacos, cruzamos el pueblo y bajamos a la confluencia de los barrancos de la Pera y Forcos, con sendos puentes para cruzarlos. Situados en la otra orilla nos encontramos en un cruce de caminos, señalizado con el PR-HU 117, que une Oto con el túnel de Cotefablo por esta margen izquierda y que vamos a recorrer parcialmente. Tras una breve introducción a la geología para entender los distintos materiales que forman la cordillera, nos dirigimos a la Iglesieta de los Moros, dejando que el PR-HU 117 se dirija a Ayerbe de Broto. No ha habido la suficiente transmisión oral como para saber bajo qué advocación se erigió, pero que fuera a San Úrbez cobra gran parte de credibilidad al tratarse de un eremitorio rupestre. En un solano, frente a Bergua, sin duda se trata de un lugar con un magnetismo especial, que invita a venir en soledad. Se cree que su origen se encuentra en la época de la colonización del territorio por motivos religiosos, y que pudiera pertenecer al desaparecido y cercano monasterio de San Pedro de Rava, que sigue a la espera de una buena actuación arqueológica, como tantos y tantos puntos calientes de estas montañas.




Pintura en la entrada del lamasterio de Jharkot (Nepal),
representando la Rueda de la Vida (13.oct.2010)

            Sobre un tímido suelo empedrado, encontramos los restos de un altar, orientado canónicamente al este, con parte de un arco, que conserva restos de pintura, que se cree son de la misma mano que las de la ermita de San Bartolomé de Bergua, siglo XVIII, aunque el origen es muy anterior. Reducido conjunto en el entorno de un impresionante techo natural de tosca, bajo el que hay excavada una cueva a cuyo fondo hay que acceder arrastras, y que simboliza la entrada al útero materno terrenal, para un posterior renacimiento al salir, representando el ciclo de la vida, y esto es algo personal, como hacen otras culturas, otras religiones, aunque la más cercana nuestra está muy lejos de admitirlo actualmente. Unos probamos, otros no lo hacen. Lo cierto es que hay que tener una alta dosis de curiosidad para andar unos metros en esas condiciones, pero merece la pena disfrutar unos segundos del absoluto silencio y oscuridad en un habitáculo en el que apenas caben 4 o 5 personas.





            El tierno sol nos acoge a la salida, y nos invita a echar un bocado antes de seguir, que lo hacemos volviendo sobre nuestros pasos hasta el puente, para continuar por ese PR-HU 117 en dirección a Escartín, primeramente, acompañando al barranco de Forcos, en suave pendiente, hasta el desvío a Basarán, por donde volveremos. De modo que abrimos una circular, abandonando poco a poco el barranco y tomando el sinuoso sendero que nos va a ir subiendo a Escartín, cruzando el barranco Berganzo y pasando por la Caseta Ferrer. Todo ello intercalando breves paradas en aquellos lugares de interés botánico o etnológico y que José Miguel nos va desgranando. 






            Conforme vamos tomando altura y nos vamos acercando se va haciendo visible el trabajo de estas gentes para arrancarles los bancales al terreno para poder obtener los productos para la subsistencia. Es algo que venía ocurriendo a partir del siglo XVII, en el que una bonanza climática propició los cultivos y una cierta explosión demográfica, lo que obligó a una ampliación de las casas, de las haciendas… dejando bien patente la gran influencia del clima sobre la biodiversidad, incluyendo como tal la especie humana.



            Antes de llegar al despoblado de Escartín, nos cuenta José Miguel que Petra, una mujer de casa O Royo, que estaba pastoreando vacas en la pardina de la Isuala, le pilló una gran tormenta y que al pasar el barranco de San Climen, cruzaron las vacas, pero ella no. Se dice que se la llevó el agua y la encontraron a la altura de Bergua. De vuelta con su cadáver a Escartín, al llegar a una gran piedra junto al sendero, descansaron con ella, de forma que se quedó aquí su espíritu y que para liberarlo hay que hacer una ofrenda al pasar, haciendo posible que ese espíritu trabaje en positivo para la comunidad. Leyendas de paganismo prehistórico, y que encontramos en distintos puntos de nuestro planeta.


            La llegada a Escartín está dominada por una gran sensación de respeto y admiración hacia el pasado de estas gentes, de estas piedras, de estas casas, pasto del paso del tiempo y de la naturaleza, que va colonizando lo que siempre ha sido suyo. Nos dirigimos a la parroquial de San Julián, que amparaba las fiestas pequeñas, que celebraban el 7 de enero. A su costado oriental se halla el cementerio, y al izquierdo la casa abacial, con el último regidor don José Aranda, y que quedó deshabitada tras su marcha en 1915. Y la escuela, en cuyas paredes, la maestra doña Rosario, que lo fue en los años 50 del siglo pasado, impregnaba sus sentimientos al marchar: ¡Qué pena me da dejar el lugar este! ¡Mi escuela y mis niños y todos los vecinos! ¿Verdad? Dios mío, que tan buenos han sido. Una sevillana que, al traerla al pueblo por primera vez, a lomos de una caballería, espetaba frases como: ¡Ay, Dios mío, ¡a dónde me traen! Testimonios extraídos del blog de Faustino Calderón y de la tradición oral. 




            Pero volvamos a nuestros tiempos. En el interior de la parroquial, José Miguel, tablet en ristre, vuelve al argumento de la explosión demográfica del siglo XVII, para explicar que se hacía necesaria la ampliación de las casas, pero también de la iglesia, que no fue ajena a ese proceso, haciendo las reformas pertinentes partiendo de la original románica. Para ello, es necesario un Maestro de Obra que, para el caso de los edificios de culto se hacen imprescindibles cinco condiciones, que son: orientación, proporciones, materiales, culto y ubicación. 



            La cuestión de la orientación es compleja; si tenemos en cuenta que el sol sale por el este puro y se acuesta por el oeste puro, únicamente dos días en el año (equinoccios de primavera y otoño); en el solsticio de verano lo hará por el nordeste y noroeste respectivamente, y en el de invierno, por sureste y suroeste respectivamente. Eso nos da un margen de entre 60 y 120 grados hacia el este, entre los que deberían direccionar la orientación longitudinal del edificio. Pero no solo atendían a eso, porque también podía ser orientada por motivos hagiográficos, es decir atendiendo a la posición de la salida del sol el día del patrón bajo cuya advocación se construía el templo. En el caso de la iglesia de San Julián, está a 120º. Las proporciones, materiales, culto y ubicación siempre estaban en función de una hipotética relación con lo que consideraban parámetros del Reino de Dios. Asuntos todos ellos, controvertidos, y que cuanto más se analizan, más se extiende el campo de estudio.





            Con el sol en su cénit aprovechamos para echar un bocado en el carasol de una era, tras de lo cual, continuamos la marcha en dirección a Basarán, lo que nos permite transitar por la zona de los huertos y molino de Escartín. En un lugar determinado nos desviamos para acercarnos al lugar en el que se ubicaba el puente d’as Crabas, llamado así porque solo ellas se atrevían a pasar, y que consistía en una estrecha losa de una sola pieza y que cruzaba el angosto barranco de Otal nombre que recibe el de Forcos en este tramo. Retomamos el sendero para no dejarlo ya hasta la llegada al punto donde recoge las aguas del de la Pera, donde cruzamos los dos puentes y subimos a Bergua, pudiendo dar por finalizara esta didáctica ruta, pero... ¿quién se resiste al ofrecimiento de llegarnos a la cercana ermita de San Bartolomé?


Barranco de Otal (imagen de Julio Sañudo)




Imagen extraída de la web castillodeloarre.org

            Pues allá que vamos. Se trata de un edificio rectangular, prerrománico (siglo X). Antes de entrar, José Miguel nos muestra un sillar en la parte izquierda de la puerta de entrada (reformas del XVII), en la que el cantero ha dejado espacio entre las picadas de puntero para labrar una imagen, en la que se ve una figura humana con los brazos en cruz, con una palmatoria en la mano derecha (para alumbrarse en su camino) y una cruz en la izquierda (para ir bien protegido), pero con más cruces, sacralizando aquellas partes que consideraba que eran el origen del pecado, ojos, brazos y genitales. La imagen representa un alma camino del purgatorio. En el interior vemos el altar partido en tres estancias, tapadas las laterales en esa reforma del XVII. En el central se conservan restos de pinturas, probablemente de la misma mano que el de la Iglesieta de los Moros.


            La visita a esta joya milenaria ponía el colofón a una interesantísima ruta, en la que lo que menos importa es la propia actividad deportiva (10,8 km, 8h 30’ y 750 m D+/-). Una incursión al Sobrepuerto profundo, guiada por el erudito José Miguel Navarro, en la que no es fácil asimilar la cantidad de conocimiento impartido, tanto en el ámbito puramente medioambiental, como en el histórico, etnológico y de simbolismos, que poco a poco van saliendo a la luz gracias a gentes como él, y que, impulsados por su enorme curiosidad, no cejan en el empeño de seguir sorprendiéndonos con nuevos descubrimientos. Desde estas líneas, nuestro más profundo agradecimiento a él y a los que nos han acompañado en este viaje por la geografía y por la historia de este entrañable territorio.





Las fotos y el track


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