AQUERAS MONTAÑAS
Faja Racón, Canarellos y Soaso
Sábado, 12 de noviembre de 2016
“Hay algo de celeste en la belleza de los Pirineos:
allí se vuelve uno
soñador”.
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Valle de Ordesa |
Así terminaba el libro del conde
Henry Rusell en 1878. ¿Pensaba en el Valle de Ordesa en esos momentos? Fácil es,
porque era uno de sus niños mimados. Y es que no es para menos, porque esa
belleza es mucha belleza. Belleza en su aire, belleza en sus aguas, belleza en
su mirada, en su escuchar, en su serenidad, en su silencio, en sus ciclos, en
su luz, belleza en esa vida que se retroalimenta con sus propios fluidos, con
el amanecer de cada día, con el vibrante río Arazas que dibuja cabriolas en su
corto discurrir; con su gran diversidad de vida animal, vegetal y mineral; con
la energía que desborda a raudales, y que derrocha, y que contagia, y que envuelve
todo tu ser haciendo una sola alma con la tuya propia. Subiendo sólo un peldaño
en la escalera de este espacio infinito. Cuanto más caduco está tu bosque, más
magia destila tu faz. Algo sospechábamos, cortos nos hemos quedado. Ordesa.
Belleza. Ahí vamos.
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Arrancamos |
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Progresando por el bosque |
Sí, y lo hacemos once mayencos en
una nueva salida de su programa de montaña. Y por poner una nota gris, lo que
nos apena ha sido tener que retrasar esta salida una semana, ya que estaba
programada para el sábado anterior, pero jarreaba. La consecuencia, que el
otoño no nos ha esperado, que tal y como vino se fue. El hayedo ha tirado ya
sus hojas, inservibles para sus funciones respiratorias y terapéuticas, y que
con el cambio de ciclo se convierten en pasto del suelo y sus depredadores para
renovar ese manto y servir de alimento para una nueva primavera. Porque siempre
hay una nueva primavera.
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Un alto en el camino |
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Sierra de las Cutas |
Vamos a poner otra nota gris.
Esas aguas, que en altura fueron nieves, y las bajas temperaturas de los días
sucesivos han vuelto peligroso algún tramo de la Faja de Pelay, especialmente
por allí por donde la cruzan los barrancos que vierte la Sierra de las Cutas, y
que ha hecho que el Parque haya cerrado esa ruta. Pero cuanto más gris, más
ganas. No somos de fácil conformar. No somos de rendirnos, y le damos la vuelta
al planteamiento. Optamos por comenzar por la Faja de Racón, luego la de
Canarellos, como previsto, pero al revés. Y luego… ya veremos.
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Transitando por la faja |
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Senderos llenos de magia |
Y así hacemos, a las nueve y
media de la mañana, habiendo dejado los vehículos en la pradera, tomamos la
carretera hasta Casa Oliván, con tanta historia dentro y fuera de sus paredes.
En este punto nos dejamos engullir por el bosque, siguiendo la senda, no siempre
evidente por el efecto alfombra que las infinitas hojas tejen sobre el suelo.
En cosa de una hora nos desembarazamos del bosque y llegamos al cruce de
caminos, donde el de Carriata sigue y sigue para arriba dibujando sinuosas
curvas por este circo custodiado por el Tozal del Mallo y las paredes más
occidentales del Gallinero. Una hora en la que hemos ascendido casi quinientos
metros.
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Entrando en Cotatuero |
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Disfrutando |
Tras una breve parada para echar
algo al cuerpo, a partir de aquí, el sendero se serena un poco, comenzando a
ser protagonistas de una sinfonía de sensaciones en la que se intercalan las
notas cortas, que van chocando con el arbolado, con unos seres, grandes seres
en ocasiones, y las largas, que éstos en sus vacíos nos permiten sonar hasta la
lejanía de las nevadas paredes de la Sierra de las Cutas. Una sierra que se
muestra algo triste, algo como en tierra de nadie. El fugaz otoño se ha visto
violentado por un zarpazo de invierno, y no sabe a qué atenerse. El sendero,
que va abrazado al perfil de la pared, se muestra con gratitud, parece que hoy
no tiene muchos más visitantes.
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Puente sobre el barranco de Cotatuero |
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Cascada de Cotatuero |
Casi otra hora para transitar por
la cintura de este espectacular Gallinero cuando notamos que lo vamos bordeando
para encarar el barranco de Cotatuero y su impresionante cascada, que sin miedo
se despeña mostrando así su poderío. Una vez llegados al cruce del sendero que
sube desde la Pradera de Ordesa, podemos decir que hemos terminado esa Faja de
Racón, hermana pequeña de la de las Flores. Tomamos dirección descendente para,
en algo más de diez minutos, llegar a un abrigo en el bosque junto al puente
metálico que con nosotros cruza el barranco. En este punto cambiamos de macizo,
dejamos atrás el Gallinero y abordamos la Fraucata, por cuya cintura discurre
esta otra faja, la de Canarellos. De nuevo, un entrar y salir de pequeños
barrancos que modelan este otro gran macizo del norte del Valle de Ordesa.
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Por la Faja de Canarellos |
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Gradas de Soaso |
Cuando el sendero se cansa de
mantener la altura comienza a bascular introduciéndonos de lleno en el hayedo,
en el desnudo hayedo que ha dejado su rastro a uno y otro lado del camino…y en
el camino. Finalmente salimos a la pista del fondo del valle, la de Soaso, que
tomamos hacia arriba para ir saboreando cada uno de los momentos vividos por
este impresionante escenario, labrado por los hielos durante miles de años. Tras el crujir de nuestros pasos por la nieve dura del camino, superamos las Gradas de Soaso, la solución que pone la naturaleza para salvar
ese desnivel. Y bien que lo hace, con una sucesión de pequeñas cascadas que
rivalizan en belleza, y que nos miran al pasar como enseñándonos las gracias
que son capaces de hacer. Como los niños. Al llegar ya a la planicie, una
impresionante estampa nos roba el alma. Es ese macizo de Monte Perdido, nevado
Monte Perdido, que quiere más, que quiere más invierno. Enseguida llega.
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Camino al cielo |
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Ahí estamos |
Aprovechando semejante panorámica
y los últimos rayos de sol que las proas de las Cutas le permiten, hacemos una
parada para echar un bocado. Que no se diga. Luego no resta más que llegar
hasta el final del circo, allí donde se cierra el cañón por cuyo fondo vamos
circulando, allí donde habita esa Cola de Caballo, en ocasiones más lustrosa
que en otras, ahora no está mal. Allí, decimos, donde hay que tomar decisiones.
La nuestra es disfrutar del momento, cuatro fotos, cuatro risas, y para abajo,
que el nublao y la tarde se nos echan encima. De nuevo, a recorrer esa
planicie, bajar las Gradas de Soaso, y enseguida al bosque, a ese desnudo
bosque de hayas que ha desparramado por el suelo toda su magia.
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El alma desnuda del bosque |
Más seguiríamos contando, sin
cansarnos, pero quizá cansando, de modo que aquí termina esto, en la Pradera, a
la que llegamos a media luz, tras haber recorrido 22,1 km, en 7h 50’ de tiempo
total, del que 5h 45’ han sido en movimiento, y habiendo salvado del orden de
1.600 metros de desnivel acumulado D+. Una jornada 10, en la que por más que
hemos corrido no hemos alcanzado al otoño. Se fue sin despedirse.
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