lunes, 14 de noviembre de 2016

Faja Racón, Canarellos y Soaso, el espíritu del bosque

AQUERAS MONTAÑAS
Faja Racón, Canarellos y Soaso
Sábado, 12 de noviembre de 2016



“Hay algo de celeste en la belleza de los Pirineos:
allí se vuelve uno soñador”.

Valle de Ordesa
          Así terminaba el libro del conde Henry Rusell en 1878. ¿Pensaba en el Valle de Ordesa en esos momentos? Fácil es, porque era uno de sus niños mimados. Y es que no es para menos, porque esa belleza es mucha belleza. Belleza en su aire, belleza en sus aguas, belleza en su mirada, en su escuchar, en su serenidad, en su silencio, en sus ciclos, en su luz, belleza en esa vida que se retroalimenta con sus propios fluidos, con el amanecer de cada día, con el vibrante río Arazas que dibuja cabriolas en su corto discurrir; con su gran diversidad de vida animal, vegetal y mineral; con la energía que desborda a raudales, y que derrocha, y que contagia, y que envuelve todo tu ser haciendo una sola alma con la tuya propia. Subiendo sólo un peldaño en la escalera de este espacio infinito. Cuanto más caduco está tu bosque, más magia destila tu faz. Algo sospechábamos, cortos nos hemos quedado. Ordesa. Belleza. Ahí vamos.

Arrancamos

Progresando por el bosque
            Sí, y lo hacemos once mayencos en una nueva salida de su programa de montaña. Y por poner una nota gris, lo que nos apena ha sido tener que retrasar esta salida una semana, ya que estaba programada para el sábado anterior, pero jarreaba. La consecuencia, que el otoño no nos ha esperado, que tal y como vino se fue. El hayedo ha tirado ya sus hojas, inservibles para sus funciones respiratorias y terapéuticas, y que con el cambio de ciclo se convierten en pasto del suelo y sus depredadores para renovar ese manto y servir de alimento para una nueva primavera. Porque siempre hay una nueva primavera.

 
Un alto en el camino
Sierra de las Cutas
            Vamos a poner otra nota gris. Esas aguas, que en altura fueron nieves, y las bajas temperaturas de los días sucesivos han vuelto peligroso algún tramo de la Faja de Pelay, especialmente por allí por donde la cruzan los barrancos que vierte la Sierra de las Cutas, y que ha hecho que el Parque haya cerrado esa ruta. Pero cuanto más gris, más ganas. No somos de fácil conformar. No somos de rendirnos, y le damos la vuelta al planteamiento. Optamos por comenzar por la Faja de Racón, luego la de Canarellos, como previsto, pero al revés. Y luego… ya veremos.

Transitando por la faja
Senderos llenos de magia
            Y así hacemos, a las nueve y media de la mañana, habiendo dejado los vehículos en la pradera, tomamos la carretera hasta Casa Oliván, con tanta historia dentro y fuera de sus paredes. En este punto nos dejamos engullir por el bosque, siguiendo la senda, no siempre evidente por el efecto alfombra que las infinitas hojas tejen sobre el suelo. En cosa de una hora nos desembarazamos del bosque y llegamos al cruce de caminos, donde el de Carriata sigue y sigue para arriba dibujando sinuosas curvas por este circo custodiado por el Tozal del Mallo y las paredes más occidentales del Gallinero. Una hora en la que hemos ascendido casi quinientos metros.

Entrando en Cotatuero
Disfrutando
          Tras una breve parada para echar algo al cuerpo, a partir de aquí, el sendero se serena un poco, comenzando a ser protagonistas de una sinfonía de sensaciones en la que se intercalan las notas cortas, que van chocando con el arbolado, con unos seres, grandes seres en ocasiones, y las largas, que éstos en sus vacíos nos permiten sonar hasta la lejanía de las nevadas paredes de la Sierra de las Cutas. Una sierra que se muestra algo triste, algo como en tierra de nadie. El fugaz otoño se ha visto violentado por un zarpazo de invierno, y no sabe a qué atenerse. El sendero, que va abrazado al perfil de la pared, se muestra con gratitud, parece que hoy no tiene muchos más visitantes.

Puente sobre el barranco de Cotatuero

Cascada de Cotatuero
            Casi otra hora para transitar por la cintura de este espectacular Gallinero cuando notamos que lo vamos bordeando para encarar el barranco de Cotatuero y su impresionante cascada, que sin miedo se despeña mostrando así su poderío. Una vez llegados al cruce del sendero que sube desde la Pradera de Ordesa, podemos decir que hemos terminado esa Faja de Racón, hermana pequeña de la de las Flores. Tomamos dirección descendente para, en algo más de diez minutos, llegar a un abrigo en el bosque junto al puente metálico que con nosotros cruza el barranco. En este punto cambiamos de macizo, dejamos atrás el Gallinero y abordamos la Fraucata, por cuya cintura discurre esta otra faja, la de Canarellos. De nuevo, un entrar y salir de pequeños barrancos que modelan este otro gran macizo del norte del Valle de Ordesa.

Por la Faja de Canarellos

Gradas de Soaso
            Cuando el sendero se cansa de mantener la altura comienza a bascular introduciéndonos de lleno en el hayedo, en el desnudo hayedo que ha dejado su rastro a uno y otro lado del camino…y en el camino. Finalmente salimos a la pista del fondo del valle, la de Soaso, que tomamos hacia arriba para ir saboreando cada uno de los momentos vividos por este impresionante escenario, labrado por los hielos durante miles de años. Tras el crujir de nuestros pasos por la nieve dura del camino, superamos las Gradas de Soaso, la solución que pone la naturaleza para salvar ese desnivel. Y bien que lo hace, con una sucesión de pequeñas cascadas que rivalizan en belleza, y que nos miran al pasar como enseñándonos las gracias que son capaces de hacer. Como los niños. Al llegar ya a la planicie, una impresionante estampa nos roba el alma. Es ese macizo de Monte Perdido, nevado Monte Perdido, que quiere más, que quiere más invierno. Enseguida llega.

Camino al cielo
Ahí estamos
            Aprovechando semejante panorámica y los últimos rayos de sol que las proas de las Cutas le permiten, hacemos una parada para echar un bocado. Que no se diga. Luego no resta más que llegar hasta el final del circo, allí donde se cierra el cañón por cuyo fondo vamos circulando, allí donde habita esa Cola de Caballo, en ocasiones más lustrosa que en otras, ahora no está mal. Allí, decimos, donde hay que tomar decisiones. La nuestra es disfrutar del momento, cuatro fotos, cuatro risas, y para abajo, que el nublao y la tarde se nos echan encima. De nuevo, a recorrer esa planicie, bajar las Gradas de Soaso, y enseguida al bosque, a ese desnudo bosque de hayas que ha desparramado por el suelo toda su magia.

El alma desnuda del bosque
            Más seguiríamos contando, sin cansarnos, pero quizá cansando, de modo que aquí termina esto, en la Pradera, a la que llegamos a media luz, tras haber recorrido 22,1 km, en 7h 50’ de tiempo total, del que 5h 45’ han sido en movimiento, y habiendo salvado del orden de 1.600 metros de desnivel acumulado D+. Una jornada 10, en la que por más que hemos corrido no hemos alcanzado al otoño. Se fue sin despedirse.




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