Año XIII. Entrega nº 866
“Los pastos estaban muy bien organizados por los vecinos de cada lugar, no solo en altura -ascendiendo o descendiendo según la época del año-, especialmente los de verano en las “estivas” de las montañas, que se iban abriendo de forma paulatina, por zonas, hasta que se dejaban pastar por toda la montaña, bien entrado el verano, tanto para el ganado lanar como para el vacuno. José Mª Satué.
Hoy en día, en pueblos como el que nos ocupa hoy, ya no hay nadie que organice los pastos, es algo que tienen que hacer ellos solos.
Ellos solos se han ido organizando hacia la no organización.
Ellos solos han ido viendo cómo iba desapareciendo esa inteligencia ancestral, rústica, del máximo aprovechamiento.
Ellos solos, han ido viviendo cómo les desaparecía el objeto pastoril e iban siendo invadidos por especies sin invitación alguna.
Ellos solos.
Es algo que comprobamos con demasiada frecuencia siempre que nos adentramos en el Pirineo profundo, en esos tristes montes, como decía Severino Pallaruelo, en los que las actividades tradicionales han dado paso a la nada en algunos casos, y a ser transitados, y por ende, recordados, vivificados, por los caminantes que, en una actividad lúdica, todavía podemos recorrerlos para impregnarnos, aunque no lo hayamos vivido, de ese ambiente que aún flota en el aire, que evoca duros trabajos en las cuatro estaciones, de gentes que vivían en consonancia con ellas, porque les marcaban los ciclos del año, los ciclos de la vida.
Estamos hablando de Calvera, mencionada ya en la compra de unas viñas por el conde Bernardo de Ribagorza, y su mujer Toda en el año 916 (Catalunya carolingia, III nº 127, de Ramón de Abadal), tierras que legarían al monasterio de Obarra, porque Calvera y Obarra son indivisibles. De esta localidad cabe destacar la parroquial de San Andrés, construida sobre un pequeño roquedo en la parte baja del pueblo, y que aún conserva parte de sus orígenes románicos del siglo XI, como nos cuenta el maestro Omedes.
Y qué decir también de “su castillo (siglo XI), conocido hoy en día como casa Castell, en estado semi ruinoso, que aún conserva la torre; fue morada de la familia condal ribagorzana y está ubicado en las peñas que cierran el valle sobre el monasterio; se encontraba a medio camino entre el castillo Ripacurza y los pasos montañosos que se dirigían a Bonansa y a Pont de Suert. Había otro en la actualmente despoblada Castrocit”. Texto tomado del panel de acogida en el propio Calvera, que comprendía en su término, el mencionado Castrocit, Morens, las Herrerías y el monasterio, hasta que, en 1966, por decreto 1780/1966, del 16 de junio (BOA 173/1966), pasó a formar parte del de Veracruz, actual Beranuy.
Pues precisamente es uno de esos tramos el que vamos a recorrer hoy, el camino de Calvera a Bonansa por el collado de las Tosas, resucitado del olvido y señalizado recientemente. Hoy lo haremos hasta el paso, con su mirador, reservando para otra ocasión la llegada desde Bonansa. Un paseo de algo más de tres horas con ida y vuelta por el mismo itinerario. Allá vamos.
Calvera nos recibe callado, como todos los lugares que saben que tienen más pasado que futuro, sumido, pues, en su importante historia. Una historia que, afortunadamente, se va viendo remozada en sus casas, en sus fachadas, sigue habiendo vida, y eso es importante.
Salimos en dirección este, por el costado de casa Carpinté, con un gran valle a nuestra derecha, que media entre nuestra mirada y la sierra de Sis, y que ha sido labrado por barrancos, el más importante el de Castrocit, que viene de la aldea homónima, que no ha podido resistir el paso del tiempo, y que ya traía las aguas del de las Tosas, a cuyos orígenes nos dirigimos.
El camino, bien señalizado, va coqueteando por las curvas de nivel y entre tapiales de los bancales, que hoy en día sólo albergan unas carrascas que sacan sus robustas raíces por entre las piedras. Por caminos milenarios, se cruzan algunos barrancos, como el de Pegá y el Fondo, para salir, como a mitad de camino a una pista junto a un depósito de agua, que ya sin dejarla, va ganando altura poco a poco.
A menos de una hora de recorrido de la pista, se nos presenta un desvío a la izquierda, que hay que tomar, para llegar al collado en pocos minutos, donde podemos acercarnos hasta el mirador. Estamos muy próximos a los 1600 metros, y nada cercano nos impide alcanzar visualmente las grandes montañas pirenaicas, al norte, así como el comienzo de la sierra de Sis, al sur.
De vuelta al collado, para emprender el descenso a Calvera por el mismo itinerario, al que, finalmente, le hemos metido 3 horas 25’, para recorrer los 11,4 km (ida y vuelta), salvando un desnivel acumulado de en torno a los 400 m D+/-, aprovechando así una mañana por entre estas montañas que destilan historia y paisaje.
Bibliografía:
La vida tradicional en el Pirineo. José Mª Satué Sanromán. Ed. Pirineo (2020)
Web:
Las fotos, con sus comentarios y el track
* La publicación de la ruta, así como del track, constituyen únicamente la difusión de la actividad, no asumiendo responsabilidad alguna sobre el uso que de ello conlleve.
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