Año XIV. Entrega nº 932
IXOS MONS
San Belián (892 m), Morcat (1084 m) y El Confesionario (802 m)
Domingo, 6 de abril de 2025
“Morcat era como un tren en el que las casas del pueblo, construidas una tras otra, parecían cinco vagones arrastrados por la iglesia, que hacía las veces de locomotora y en la que el campanario simulaba una pequeña y rechoncha chimenea”.
Este fragmento, extraído del blog Mirando en la alberca, de Julio Alvira, cuenta cómo el párroco de Morcat le describía a Lucien Briet su visión sobre la disposición de las casas, hace más de cien años, en el hoy despoblado Morcat. Si hay alguien que en su vida lo más parecido a un tren que ve por primera vez son los vagones descarrilados, descompuestos, arruinados, es muy difícil que se haga una idea de cómo puede ser ver el convoy sobre sus raíles y en pleno funcionamiento. Hoy en día, hay que echarle mucha imaginación para ver el pueblo como lo veía ese párroco.
El historiador Antonio Ubieto, cita como primera mención del lugar, entre 1020 y 1030, en el Cartulario de San Juan de la Peña, nº 50, donde se nombra “al señor Ato Garcianis de Morkato”. También nos cuenta que tenía 7 fuegos en los censos de 1495, 1543 y 1609. Incluso habla de que tenía ayuntamiento propio en 1834. Todo ello muy distinto a lo que describía el párroco a comienzos del siglo pasado, pero mucho más al estado actual, con todos los vagones descarrilados, como barcos naufragados en el océano del olvido.
Hoy nos proponemos zambullirnos en esos mares de la memoria, del abandono y del extravío para acercarnos a este lugar, cuyo privilegiado emplazamiento no le serviría de nada para que, en abril de 1967, su viejo corazón se parara definitivamente al quedarse sin habitantes a los que bombear su sangre portadora de vida. Fue entonces el momento del descarrile definitivo, cuando José Allúe, de casa Buil, cerraría la última puerta, dando lugar al comienzo del deterioro de los vagones, de los que sus piezas se van desmoronando lentamente como lo hace el tiempo sobre estas montañas.
Una ruta atípica, por ser su término el punto más bajo, y que comenzamos como a 5,6 km de la carretera, que se convierte en pista, y que arranca del Monasterio de Boltaña, habiendo dejado atrás la localidad de Sieste, que le da nombre al valle y al río, que acoge un tren de agua que no descarrila, cuyos vagones que se van deteniendo plácidamente en esa serie de badinas que hacen el disfrute del personal, las pozas de San Martín se hacen llamar.
En menos de media hora cruzamos el río en tres ocasiones, y unos metros antes de que el sendero que sigue hacia el Confesionario te ofrezca seguir por el bosque o hacerlo por el cauce, lo abandonamos para tomar el desvío que nos va subiendo hasta el despoblado de San Belián. Al cabo de una media hora llegamos a otro desvío, que nos indica la dirección de Morcat, para llegar directamente, pero que obviamos, para continuar hacia San Belián, al que llegamos en veinte minutos más.
Se trata de una pequeña aldea de tan sólo dos viviendas, Casa Salinas y Casa Broto que, al parecer, no se llevaban bien. La primera, amorrada, y la segunda permanece como fiel testigo de lo que fue, hasta la década de los 60 cuando se cerró su puerta por última vez, aunque a juzgar por las apariencias, se ha ido abriendo ocasionalmente desde entonces. Tiene anexada la arruinada ermita que reza a la Virgen del Carmen, advocación marinera que encontró su sitio en estas montañas. Junto al cercano crucero, que se pelea con los arbustos que lo afogan, son los únicos vestigios religiosos que encontramos.
Ermita de la Virgen del Carmen, de Casa Broto
Volvemos unas decenas de metros sobre nuestros pasos y seguimos en dirección a Morcat, por entre bosque mixto. Salimos a una pista, que cruzamos para continuar, por pista también. En el cruce encontramos las indicaciones para ir a Luparuelo y La Gabardilla. El resultado de mezclar el mundo de la etimología con el de la toponimia, nos da un resultado realmente fascinante: el primer emplazamiento, de una sola vivienda, nos habla de lobos, y el segundo, de tres, lo hace de rosales silvestres. También vemos la de El Pueyo de Morcat, que sigue en pie vigilando el alto Vero.
Dejamos atrás el cruce para continuar de frente por la pista que, en varias lazadas nos sube a Morcat. El casco urbano está situado a unos 1084 metros, protegido por el castillo, del que quedan sólo unas incipientes ruinas, y con unas amplias vistas sobre el Pirineo, son suficientes razones para considerar el enclave como privilegiado. La iglesia rezaba a Santa María, y era esa máquina de tren que decía el párroco, y que ya hace décadas que no chufla; de su chimenea ya no sale humo, y su cuerpo de tres naves se va desvaneciendo sin importarle a nadie que pudiera remediarlo.
Desde esta atalaya, hacemos repaso a las montañas de los nevados Pirineos, desde La Jacetania hasta Ribagorza, y ahí están, robándonos el alma, como cada vez que las contemplamos. Y para que no se nos pongan celosas, también las no nevadas, como Sestrales, Castillo Mayor, Peña Montañesa… Tras el alimento del alma, viene el del cuerpo, tras de lo cual, un pequeño solaz para interiorizar tanta belleza.
Foto de grupo y seguimos, tomando ya definitivamente el camino hacia el Confesionario, tercer y último hito importante de la jornada. Ya lo visitamos en noviembre pasado, en una tarde que lo hicimos sin subir a estos pueblos y aprisa y corriendo para no dejar que la noche llegara antes que nosotros a los vehículos.
Primer tramo de monte descarnado, hasta entrar en el acogedor bosque por un sendero que nos baja hasta dar con el de vuelta, pero antes tenemos que visitar el Confesionario, que para eso hemos venido. Se cruza un barranco y se sigue por el sendero hasta dar con el río Sieste y cruzarlo por encima de un pequeño circo que alberga algún abrigo pastoril en desuso. Se deja a la izquierda el desvío para Campodarbe y se baja, entre cajicos* al fondo del río, que se cruza, a la par que recibe las aguas de ese barranco Fondo, encima de la poza de Chinchirigoy. Remontamos un poco para alcanzar, finalmente, el objetivo, conocido coloquialmente como “El coño del mundo”, y que no deja espacio a la imaginación.
El nombre, digamos, oficial, es el más decoroso de “El Confesionario” ya que, como dice el panel del comienzo de la ruta, “… es la cascada que se forma en la zona de la cabecera del barranco de San Martín. El nombre procedería de la oquedad envuelta en la piedra toba que el salto ha generado en un proceso de acumulación de limos. Tendríamos que imaginarnos a un gigante arrodillado en el primer escalón, como en un reclinatorio, confesando sus pasiones a las profundidades de la tierra por ese hueco sagrado…”.
Visita a la cueva de las Golondrinas, como le llaman al amplio hueco de debajo del “reclinatorio” para contemplar la caída del agua, que complementa el paisaje ya que, en época seca no sería lo mismo. Sí, porque el agua es algo que condiciona el paisaje y el tránsito por el cauce del río. Nos preguntamos si habrá algún momento en el que haya un caudal lo bastante poco como para poder subir por el cauce y que fuera lo suficiente como para que le aporte su gracia a la cascada. En ese equilibrio está la clave.
Vuelta sobre nuestros pasos para llegar al desvío de Morcat, y seguir bajando el barranco ya hasta el punto de partida. Una bonita circular entre el primer y último tramo comunes, para visitar un par de enclaves otrora humanizados, y un espectacular rincón que el agua y la imaginación han ido creando.
En total, han sido 10,7 km, para los que hemos invertido algo más de 7 horas de pleno disfrute, salvando un desnivel acumulado de en torno a los 625 m D+/- (Wikiloc: 505 m D+/), lo que representa una pendiente media del 5,84%, habiendo alcanzado los 1084 m del despoblado de Morcat.
GLOSARIO
Cajico: quejigo
BIBLIOGRAFÍA
Historia de Aragón. Los pueblos y despoblados II. Antonio Ubieto. Anubar (1985)
Historia de Aragón. Los pueblos y despoblados III. Antonio Ubieto. Anubar (1986)
RECURSOS DIGITALES
Las fotos, con sus comentarios, y el track
Nota: La publicación de la ruta, así como del track, constituye únicamente la difusión de la actividad, no asumiendo responsabilidad alguna sobre el uso que de ello conlleve.