Año XIII. Entrega nº 903
“El Aneto ya no es lo que era”. Así comienza a narrar Michel Sébastien su experiencia. Y continúa: “A mediados del mes de agosto, se ven en él multitudes coloreadas y abigarradas, tan ruidosas como descuidadas. Esto hace pensar más en el barullo de la Costa Brava que en el recogimiento que exige un templo semejante. Espera, pues, hasta septiembre, para ascender a esta admirable cima. Así evitarás las cohortes, los embotellamientos, incluso a veces los golpes de piolets en el Puente de Mahoma… Concédete todo el tiempo necesario”.
Escrito tiempo atrás, este párrafo está publicado en 1985 en un libro del autor mencionado. Nos preguntamos qué pensará hoy en día este casi nonagenario profesor de instituto, montañero y gran divulgador de las bellezas de las montañas, al cabo de cuarenta años, en los que las grandes montañas pirenaicas han pasado de ser el “terreno de juego”, dicho con todos los respetos, de personas con la debida preparación física, psíquica y técnica, que iban en busca de sus ideales, de sus límites, de sus utopías, a un verdadero “parque temático”, aumentando exponencialmente la situación que nos describía.
Hay quien dice que ha desaparecido el romanticismo en la montaña; uno piensa que no, mientras seas el que lo llevas en tu corazón.
El pico de Aneto, conocido como el techo de los Pirineos, es el corazón del Parque Natural de Posets-Maladetas. Acometida su ascensión en varias ocasiones, por Coronas o por los Portillones, nos quedaba, entre otras, esta ruta, que es la aconsejada desde hace ya algunos años, para evitar el riesgo del paso por el glaciar, especialmente para las personas que suben sin el menor respeto por la paulatina progresión en la trayectoria montañera, sólo en busca de esa foto final. Nos estamos refiriendo al itinerario por el ibón de Salterillo, que agoniza en silencio, pero que ahí está, como referencia de paso.
En silencio también, y con la iluminaria de la luna en su máxima expresión, salimos del refugio de Renclusa como hora y media antes que el día. Cruzamos el collado homónimo y bajamos, aun innecesariamente, hasta el desvío señalizado. Y decimos lo de innecesariamente porque más bien está para tomarlo viniendo de Aiguallut, pudiendo haber tomado otro anteriormente para evitar bajar tanto, y que recorreremos a la vuelta. Poco más de media hora hasta el desvío tomado en la ida.
El día sigue esperando que marche la noche, pero presentimos que unas brumas se le adelantan. Parece asentirlo la desafiante Tuca de la Renclusa, con su aspecto cuasi inexpugnable. Hay montañas que compensan su no estar a la altura con su fiereza. Otra hora para dejar atrás el ibón de Salterillo y continuar, dejando poco a poco, los senderos vegetados para ir aupándonos sobre bloques de granito, que nos van a ir acompañando a lo largo de la jornada.
Hasta completar las cuatro horas y media para llegar a la ante cima, se van intercalando los bloques, con algún tramo de trepada, y conforme vamos ganando altura, alguna mancha de nieve, incluso un nevero más serio, que acometemos con sumo cuidado. Las nieblas, que van y vienen sin saber a qué capricho obedecen, ya que el viento está en calma, nos ofrecen un bello espectáculo con su sutil y volátil baile, abriendo grandes huecos para permitirnos ensanchar nuestra mirada y nuestra alma hasta el infinito.
Sin apenas darnos cuenta, hemos sobrepasado el collado de Coronas, gran puerta a esta vertiente desde el amplísimo circo homónimo. Por delante, el tramo final para llegar a la ante cima del techo de los Pirineos conquistado, tras varios intentos, el 20 de julio de 1842 por el militar ruso Platon de Tchihatcheff (1812-1892) y el botánico normando Albert de Franqueville (1814-1891), acompañados de cuatro guías occitanos: Pierre Sanio de Luz, Bernard Arrazau, Pierre Redonnet y Jean Sors.
Para alcanzar la cima hay que atravesar una cresta, no muy difícil, pero sí muy expuesta, de unos 40 metros, que el propio Franqueville bautizó como “Puente de Mahoma”, haciendo alusión a la leyenda y creencia musulmana que presenta la entrada al paraíso como “tan estrecha como el filo de una cimitarra, sobre la que sólo pasan los justos”. No deja de ser curioso que, lo que parece una prueba iniciática, de evocación islamista, sea para alcanzar un paraíso protagonizado por una cruz, una virgen y un santo cristiano-católicos, dicho con todos los respetos hacia cualquier creencia. Como nos gusta decir, estamos en el verdadero templo, ejerciendo el verdadero culto.
Aunque la cruz sigue en estos momentos en Benasque a la espera de su colocación tras una restauración, tenemos que añadir, a riesgo de concitar dudas, incluso críticas, que es un símbolo universal, que reúne los dos principios básicos de la Creación, símbolo que ha sido sincretizado por el movimiento religioso imperante hoy en día en nuestro planeta. Respetamos todas las creencias, respetamos a las personas que las profesan, pero al parecer, no es el mismo respeto el que se tiene con las montañas, que son de los que reconocen en ellas algo más que un montón de piedras, de los que las admiran, de los que las respetan y aman, en definitiva, no considerándolas como conquista, sino como sintiendo el privilegio de ser conquistados por ellas, debiendo permanecer como fueron creadas.
Insistimos: Hay quien dice que ha desaparecido el romanticismo en la montaña; uno piensa que no, mientras seas el que lo llevas en tu corazón.
Y como hay que pensar en algo más que en eso, en vista del estado de la arista, y aunque en ningún caso anterior nos habíamos encordado, hoy no hubiera sido capaz uno de cruzarla sin hacerlo, ya que la fachada que vierte al circo de Coronas presenta su faz más tétrica, con una fina capa de hielo por encima de la roca, minimizando las presas y haciendo extremadamente resbaladizos los apoyos. De modo que, se establece un cordón umbilical entre Bea y yo con Nacho, que nos va asegurando.
A la llegada a la cima, sin cruz que es la que menos le molestaría a uno al ser, como decía, un símbolo universal, nos recibe la Virgen del Pilar, patrona de Zaragoza y de la Hispanidad, y San Marcial, que lo es de Benasque y que fue el primer obispo de Limoges, pero todo esto se queda para un reducto de la población en general. Lo más significativo, y a la par inédito, es que, aparte de lo mencionado, “sólo” compartimos espacio con los 360º infinitos que se abren a nuestro alrededor, y que bailan entre nieblas, aportando un momento inenarrable.
Cinco horas desde el refugio, que no se dilatan demasiado, únicamente para esa intermitente admiración del entorno y cuatro fotos que refuercen nuestras neuronas para recordar este intenso momento.
A nadie le gusta salir del paraíso, pero hay que hacerlo. Y lo hacemos volviendo sobre nuestros pasos en ese “Puente de Mahoma” hasta la ante cima en la que, ya más relajados reponemos fuerzas para el largo descenso, que tratamos de hacer por el mismo itinerario, que no es fácil, dada la profusión de líneas de hitos. Un guiño hacia la cuenca de Coronas, donde habitan sus bellos ibones, por donde ascendimos la última vez.
Parte del nevero anterior y su continuidad hacia levante, hacemos con crampones para adelantar terreno en la bajada, que se continúa por el océano de bloques hasta alcanzar de nuevo el ibón de Salterillo, a poco menos de dos horas y media desde la ante cima. Otra breve parada para volver a echar un bocado, y continuamos, esta vez, sí, para tomar ese atajo que mencionábamos al principio, y que nos lleva al GR 11.5, a un punto algo más alto que el del desvío señalizado, y que es más apropiado para ir al refugio, por el que tenemos que pasar para recoger pertenencias. Nos despedimos de Nacho y Bea, que prefieren volver por Aiguallut.
A nosotros nos queda atravesar el collado de la Renclusa, pasar por el refugio y bajar a la Besurta, completando así una espectacular ruta de 12,6 km, en 10 horas, salvando un desnivel acumulado de en torno a los 1485 m positivos y 1725 m negativos (1500 m D+ / 1745 m D- Wikiloc), alcanzando la altura máxima, insuperable en este caso, de los 3404 msnm del pico de Aneto, en otra inolvidable jornada de la más pura alta montaña.
Bibliografía:
Cimas pirenaicas. Michel Sébastien. Ed. Martínez. Roca (1985)
Web:
Las fotos, con sus comentarios, y el track
Nota: La publicación de la ruta, así como del track, constituye únicamente la difusión de la actividad, no asumiendo responsabilidad alguna sobre el uso que de ello conlleve.
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