lunes, 28 de agosto de 2017

Picón d'o Libro, por la Feixa d'o Toro

AQUERAS MONTAÑAS
Peña Montañesa (2295 m)
Sábado, 26 de agosto de 2017



            El Sobrarbe no se entiende sin San Beturián, tampoco sin la Peña Montañesa, ese fenómeno geológico, y por qué no, también mágico que abre las puertas del corredor del Cinca a punto de recoger las aguas del Ara, las dos cuencas que vertebran esta histórica comarca. Condado de Aragón, que lo fue siendo anexionado posteriormente al Reino. La Peña Montañesa, o Picón d’o Libro es, con sus 2295 metros de altitud, el techo del gran macizo de la Sierra Ferrera, una de esas llamadas sierras interiores del Pirineo, y que quieren emularlo, consiguiéndolo en ocasiones, porque también son altivas, bravas, peleonas, no te lo ponen fácil, pero que con humildad y tesón se dejan domesticar, incluso les agrada tu presencia. Una visita ésta que hemos efectuado subiendo por una elevada cornisa sobre los abismos de esa cuenca del Cinca, que trae los lloros del glaciar del Perdido, y que a punto está de remansarlos en el embalse de Mediano. La Faja del Toro la llaman… y seguimos sin saber por qué.

Preparados para la ascensión

Oteando el horizonte, nuestro horizonte
            Hoy le hemos dejado ganar al alba. A las siete y media estamos prestos para salir del aparcamiento próximo al monasterio de San Beturián, y tomar el camino que sale enfrente, y que te va subiendo entre el bosque y ya fuera de él, hasta llegar al desvío para la faja, en eso de una hora. Por un sendero menos definido, más visitado por erizones que por personas, continuamos en busca del mundo aéreo de este enorme macizo. Un sendero que pronto empieza a picar para abajo, y que en poca distancia nos baja más de cien metros de desnivel. Y todo ello para dejarnos a los pies de un corto pero empinado canchal, que hemos de subir para situarnos ya en la entrada de la faja, aunque en realidad no existe un punto muy claro, pero se intuye.

Empezamos a tomar perspectiva

Canchal para dar comienzo a la faja
            A partir de ahí es seguirle el juego a la montaña. Que sale, nosotros con ella. Que entra, nosotros con ella. Es así de caprichosa, hay que seguir su contorneo por entre barrancos y desafiantes proas, un contorneo por esa cinturilla, elevada cinturilla que hay que transitar con extrema precaución, porque aunque hay suficiente plataforma para ello, el abismo que se abre bajo los pies es espectacular. Parada obligatoria se hace si tienes tentación de mirar lo que ellos ven, de sentir lo que ellos sienten, de admirar lo que ellos admiran… unos buitres que nos sobrevuelan por estos privilegiados espacios.

Faja del Toro, el alero de la Peña Montañesa

Un momento de respiro
            Aunque llevamos tres horas y cuarto desde el arranque, realmente de faja menos de hora y media. Cuando se abre ante nuestra vista otra impresionante proa, lo hace también un barranco a nuestra derecha, quizá el mayor, Barranco d’a Faixa en los mapas. El sendero nos lleva hasta sus entrañas, y al llegar a la mismísima comisura es por él por el que tenemos que subir. Aquí termina nuestra andadura por esta espectacular cornisa a varios cientos de metros de caída vertical. Echamos un bocado y nos hartamos de paciencia para subirlo. Corto pero valiente, nos deja ya en un sendero, a casi los dos mil metros, que ya nos va subiendo poco a poco hacia lo alto de este impresionante macizo. Un sendero que va sorteando los últimos pinos negros que han osado explorar sus propios límites para decirle al mundo que son capaces de dar vida a estas altitudes seres de semejante porte. Aunque no todos han corrido la misma suerte, porque tan expuestos a las inclemencias meteorológicas, los hay que han sido pasto de rayos y centellas, algo que ha quedado indeleblemente grabado en su faz, exteriorizando lo retorcido de su corazón.

Luchando por sobrevivir

En la proa del barco
            La tasca deja paso a los bolos, y en media hora más de ascenso nos plantamos en una forqueta que da vista al gran norte, también con unos abismos de espanto. Otra media hora corta más y llegamos a la cima de esta Sierra Ferrera, a la Peña Montañesa, al Picón d’o Libro que dicen los lugareños, y que tanto él como nosotros nos acordamos de nuestro paso por aquí hace cuatro años. Sí, cuatro años y un mes, en los que ha aumentado nuestro amor por las montañas, por esos seres que modelan el clima, por esos seres que modelan el paisaje, por esos seres que modelan el carácter… por esos seres a los que tanto nos gusta acudir para prendarnos de su sabiduría, de su amor, de su poder.

Sin palabras nos quedamos

Aproximándonos a cumbre
            Las vistas desde aquí son inabarcables. El estar alejado del eje pirenaico le confiere una perspectiva que no está al alcance cuando estás en él metido. Qué gran lección nos dan las montañas, la física, hay que alejarse del meollo para ver con más claridad las situaciones, los conflictos, alejarse para tomar distancia, rebajar la carga visceral y con más calma aumentar la claridad para adoptar las soluciones. El Gran Libro de la Naturaleza Viviente. ¡Qué prodigio!

Vistas hacia el Gran Norte

Comienzo del descenso por canchal
            Y con estas reflexiones dejamos atrás la cumbre de este gran macizo para comenzar el descenso, ahora sí, por la vía normal, que arranca con vertiginosas rampas de piedra suelta, en las que se pierde altura con rapidez, hasta llegar aproximadamente a los 2100 metros, donde ya nos abrazamos a la curva de nivel en un tramo que discurre paralelo y por encima del que hemos tomado a la subida tras sobreponernos al barranco. Pronto la tasca va haciendo su aparición, y tras pasar un puerto, triste por falta de ganado, continuamos el descenso, que discurre junto a una cabaña, su cercano abrevadero y corral, también vacíos.

Un alto en el camino

            En hora y cuarto más, llegamos a los vehículos, habiendo recorrido 11,6 km, en 7 h 15’ de tiempo total, del que 4h 45’ han sido en movimiento, salvando un desnivel acumulado en torno a los 1850 D+/-. Todo ello en una mañana de inestabilidad en lo meteorológico, pero que al final nos ha respetado, con una compañía de lujo y en un gran macizo a las puertas del Sobrarbe, terminando en torno a una buena mesa.






martes, 22 de agosto de 2017

Palas, un mundo sin piedad

AQUERAS MONTAÑAS
Palas (2969 m)
Sábado, 19 de agosto de 2017



            Jean Rameau, pseudónimo del escritor francés Laurent Labaigt, en su novela “L’ami des montagnes”, se refería a este pico como “el malvado de cabeza negra, el más peligroso de la cadena”, y quizá no le faltaba razón. Y es que el corazón de granito de este salvaje territorio, en su explosión en busca de los sentidos del ser humano, hace eones de tiempo, ha conformado un paisaje de una belleza indescriptible, y aunque no está domesticado, ni lo estará del todo jamás, sí podemos decir que algo se ha ido doblegando a lo largo de las dos últimas centurias, desde que comenzaron su descubrimiento los precursores pirineístas franceses, a cuyo territorio también desagua. En 1825, los tenientes Pierre-Eugène Peytier y Paul-Michel Hossard recibían del ejército francés un encargo de triangulación para elaborar un mapa de la zona, cuando pretendidamente ascendían al Balaitous, cometiendo el error de ser al Palas al que estaban subiendo, y lo hicieron por un itinerario de su cara norte, quedando bautizada con ese nombre, la arista de los Geodésicos. 

Imagen de partida, de poca calidad,
pero que atestigua la risa floja por lo que se nos viene encima

Con las primeras luces
            Nosotros, gracias a ellos, sabiendo ya que subíamos al Palas lo hacíamos por esa arista, para bajar por la “normal” de la chimenea de Ledormeur. Sí, entrecomillamos, porque muy normal, muy normal, no sé si es. Lo dejaremos en la “más” normal. La verdad es que por aquí nada es normal, todo es extraordinario, todo es espectacular, todo es grandioso, salvaje, bellísimo… todo sacia cualquier hambre y sed de montaña.

Contemplando el horizonte de luz

Camino del collado d'Arrious
            Los jirones de niebla, cada vez más frecuentes, salen a recibirnos conforme vamos subiendo el Portalet, unos penachos que llevan la etiqueta d’Ossau. Inconfundible. Llegamos al aparcamiento de Soques antes que el alba, como una hora antes, en la que como trece luciérnagas por el interior del bosque sólo podemos ir apreciándolo olfativamente… que no es poco. Media hora zigzagueando por el hayedo en brumas no es suficiente para conocer su vida en este ambiente, pero se aproxima bastante. Cruzamos el arroyo por la palanca dejando el bosque atrás, en lo suyo, en su húmeda oscuridad. Ya por encima de la raya de esas nieblas que modulan el paisaje, las primeras luces nos pillan con otro de los grandes del territorio a la vista, el Midi y su inseparable Peireget, que emergen por encima de ellas, como no queriendo perderse nuestras andanzas.

El pico Arrious se refleja en el lago de su mismo nombre

Enfilando el objetivo, por encima de las nieblas de Artouste
            Estamos en el mundo Arrious, hay que entenderlo, y como en una familia, todo aquí lleva su apellido. Seguimos subiendo por su barranco, pasamos por su cabaña, aunque en la puerta ponga de Bergers. Dejamos también atrás el desvío para subir al collado de Soba, ruta que lleva a su cordal, que tampoco nos pierde de vista, y a los Arrieles, que enseguida nos tendrán también en su radar. Último empujón para llegar al collado, también d’Arrious. Como dos horas desde el arranque, y más de 800 metros de desnivel. Vamos bien. Dejamos que el sendero siga su caída hacia Artouste, y nosotros tomamos el que gira hacia el este, para meternos en un momento en la cuenca del lago d’Arrious, en cuyas calmas aguas se refleja presumido el pico del mismo nombre.

Paso d'Orteig

Nieblas de Artouste
            Salimos de esta cuenca, y si queremos mirar algo, más vale pararse, porque el sendero te va llevando a una faja elevada sobre el circo de Artouste, con vertiginosa caída. Pero a poco que levantes la mirada, ese ojo que todo lo ve, nuestro bien amado sol, ya nos va haciendo guiños por la silueta del monte que nos hemos puesto hoy como objetivo, justo por ese pitón Von Martin, como diciendo: “… por aquí no, que os quemaréis…”. Paso d’Orteig, con su sirga, más precisa en invierno que ahora, pero que no va mal.

Palas e ibón d'Arremoulit

Un momento de respiro junto al refugio
            Una pequeña vaguada y pronto alcanzamos visualmente otra cuenca. Cambiamos de mundo, pasamos al d’Arremoulit, con sus lagos, con sus picos, con su refugio, al que hay que llegarse, aunque cueste perder altura. Bocado para reponer fuerzas y al tajo, que en dirección al Palas, en un cuarto de hora abrimos el círculo para tomar dirección norte en busca de esa arista que nos va a subir a la cima. Algo más de una hora entre incómodos bolos de granito para llegar a una amplia plataforma donde la ruta se pone más vertical, y donde aprovechamos para pertrecharnos con el equipo de seguridad, por si en algún momento se hiciera preciso emplearlo.

Preparados para la ascensión

Progresando hacia la brecha de los Geodésicos
            Otro cuarto de hora más, buscando hitos para llegar a la brecha de los Geodésicos, y tomar bien el verdadero comienzo de la arista. A partir de aquí ya entran en acción las manos también. Paso a paso, golpe a golpe, verso a verso… bloque a bloque, vamos ganando esa aproximación a la cumbre que bien se lo hace de rogar. Setenta minutos de delicada cabalgada por estas crestas, por estas enormes rocas, que en aquel colosal y convulso juego tectónico les ha tocado este lugar, les ha tocado apuntar a lo más alto, por encima de todas las demás, por encima de abismales patios, y que son pasto de los mil y un soles, de los mil y un vientos, de las mil y una aguas, hielos, nieves, que las acarician, que las contemplan, que las miman, que las modelan para disfrute de los que por aquí venimos a reptar por sus lomos.  

En plena faena por la arista

Otro tramo de arista -imagen de Josemari-
            Al término de esta alianza hombre-roca, roca-hombre, llegamos a la cima, que no es otra cosa que continuación de la arista. Con enorme alegría y respeto vamos subiendo unos y bajando otros del punto más alto de esta montaña. No cabemos todos, sólo organizándonos, y con mucho cuidado, para el posado mayenco. Bien se vale que debajo, dando cara ya a la cuenca de los Arrieles hay una pequeña plataforma, no muy cómoda, pero al menos cabemos todos para echar un bocado y repasar los montes que nos inundan visualmente. Son tantos que apenas nos da tiempo. Para nombrarlos todos haría falta sacar el catálogo de los dos mil quinientos y tres miles. Sólo destacaremos, y que no se nos enfade ningún otro, los colosos de este impresionante circo, los Arrieles, las Frondiellas, y el padre prior del convento, la joya de esta impresionante corona, el Balaitús.


Llegando a cumbre
Balaitús y Frondiellas
            Tras seis horas de andanzas por barrancos, cuencas lacustres, y aristas desafiantes, finalmente nuestros corazones se hacen uno con el de esta dura montaña. Finalmente, decimos, nuestras expectativas se ven colmadas con tanta belleza. Como siempre, sin duda, el esfuerzo ha merecido la pena. La satisfacción es plena, pero el trabajo a medias, hay que bajar. El día está radiante, aunque no opinen lo mismo los que estén en los fondos de los valles franceses, ahogados por las nieblas. Desde la brecha de los Geodésicos hemos venido coqueteando por esa línea invisible que sólo está en los mapas, y que marca los límites de uno y otro país, incluso la cima lo hace, y los primeros compases del descenso también, hasta entrar en la chimenea de Ledormeur, considerada como la vía normal de ascenso.

De izquierda a derecha: Midi d'Ossau, picos d'Arrious y Lurien, y lago de Artouste

Rapelando -imagen de Raúl-
            Tiene dos tramos, uno inclinado y otro más todavía. Pero aun así y con todo, hay que tomarla sí o sí, porque no es difícil tomar otras, que no conducen a ninguna parte. Hay que estar muy atentos a las pinturas rojas. Y muy atentos también a las piedras, pues la roca está muy suelta y la verticalidad hace que se lancen como proyectiles. Al término de la primera parte y comienzo de la segunda hay un tinglado para montar rápel y asegurar las inseguridades, y hoy, tras un reciente episodio familiar ligado al hombre, a la pared y al vacío, uno las tiene, y no le duelen prendas en aprovecharse de este sistema de descenso, aunque sea el único en hacerlo. Esta segunda parte es como la anterior, pero bastante más inclinada.

Collado de Palas

Pitón Von Martin... ya si eso pa'otro rato
            Llegados ya al pie de la chimenea, una corta faja nos conduce a continuar el destrepe para llegar al canchal, que tenemos que atravesar, y que en menos de una hora nos lleva hasta el collado del Palas, con un ojo sobre esta cuenca de Arriel, y con el otro sobre la de Arremoulit, que es en la que nos sumergimos para en un cuarto de hora de bolos y más bolos cerrar el círculo. Diez minutos más para alcanzar el refugio, en el que hacemos una breve parada, para a continuación desandar el camino de esta mañana, con las nieblas de Artouste que no ocultan sus intenciones de llegar al paso d’Orteig antes que nosotros, pero que no lo consiguen. Lago d’Arrious, collado, y largo descenso por el barranco hasta la palanca, que da entrada al bosque, del que disfrutamos veinte minutos más de su ambiente.

Ambiente de alta montaña

Hayedo encantado
            Aparcamiento de Soques. Esta es la verdadera cumbre. No podemos ocultar nuestra alegría al llegar a ella, y no es para menos, después de 18,2 km netos, recorridos en 11h 15’ de tiempo total, del que 6h 45’ han sido en movimiento, con un desnivel acumulado superior a los 1950 metros D+/-. Gracias a un monte duro, que a pesar de todo se ha dejado. Gracias a un día insuperable en lo meteorológico. Gracias a María, Carlos V, Josemari, Rafa, Toño, Carlos C, Jose, Manuel, Raúl, Daniel, y especialmente a Julio y David, que han velado en todo momento por nuestra seguridad. Finalmente, ese mundo sin piedad, con que subtitulábamos el encabezamiento, ha permitido que pasemos una extraordinaria jornada de alta montaña, un verdadero lujo entre amigos, y en un entorno, como hemos dicho en algún momento, sal-va-je-men-te bello. Gracias.




domingo, 13 de agosto de 2017

Ferrata de la Zapatilla, sobrevolando Candanchú

VÍAS FERRATAS
La Zapatilla (2225 m)
Sábado, 12 de agosto de 2017



            Tercer verano consecutivo haciendo esta ferrata de la Zapatilla, disfrutona. Sí, disfrutando haciéndola y viendo cómo lo disfrutan los amigos, que todo cuenta. Empieza a ser ya todo un clásico. En este caso, somos 8 los que nos juntamos para ello, en una jornada espectacular en lo meteorológico después de varios días no vamos a decir invernales, pero desde luego, más que estivales.

Preparados para la marcha

Progresando camino de la pedrera
            Una ferrata ésta en la que hay que asumir la aproximación, que no es muy larga, pero sí costosa. La salida se efectúa desde el aparcamiento de Pista Grande de Candanchú, y hay un ligero desnivel hasta llegar al abrevadero de la Rinconada, tras haber atravesado buena parte del circuito de esquí nórdico. Desde aquí, el ascenso es muy fuerte hasta el comienzo de la vía, ya que en poca distancia se superan más de 300 metros, primero por empinadas laderas herbosas, que dan paso al canchal originado en el cono de deyección del Tubo de la Zapatilla. El comienzo de la vía está como a 200 metros por debajo del collado, de modo que ya nos comemos más de la mitad de desnivel, pero como hemos venido a hacer la ferrata, pues eso. Vamos.

Pedazo de subida

Testigos de excepción
            Tras dejar la gota gorda por el canchal, llegamos definitivamente a ese comienzo de vía, con una no muy grande plataforma para ir poniéndonos los avíos del oficio. Una vez enganchados a la línea de vida, esa sirga que nos va a acompañar durante todo el recorrido, incluido el de descenso, nos ponemos a ello. El primer tramo es bastante vertical, pero la roca es buena y no ofrece ninguna dificultad para asirse a ella. En unos cuantos metros llegamos a una pequeña oquedad en la que unos simpáticos animalillos te dan la bienvenida. A partir de aquí sigue una travesía en diagonal, que culmina en otro tramo vertical, con roca más lisa, provista de pequeñas presas artificiales adheridas con químico. Impresiona lo aéreo y expuesto, pero realmente no pasa de IIº desde el inicio.

Preparando los avíos

Progresando por los primeros compases
            Al terminar este último tramo sí que hay que tener cuidado, porque hubiera quedado mejor haber alargado la sirga unos metros más para salir asegurado de estos primeros pasos hasta llegar a terreno más estable. De cualquier modo, se puede hacer sin mayor problema. El espacio que se nos abre es sorprendente, porque desde la base de la estación no se lo puede uno imaginar. Estamos en el costado de poniente de esta gran mole que es la Zapatilla, dando cara en primera vista a Loma Verde, y a grandes montes de los Valles Occidentales. Se impone una parada para echar bocado y trago, aprovechando para contemplar todo lo que la vista da de sí, que no es poco.

Ante todo, seguridad

Entrando en la chimenea -imagen de Rafa-
            De vuelta al tajo hay que abrirse a la derecha, por la zona de hierba, tratando de evitar al máximo la pedrera, hasta que ya es inevitable, y en un brusco giro a nuestra izquierda nos encaramos hacia la pared, con el siguiente objetivo a la vista, un gran orificio vertical a pie de roca, que nos va a engullir para proseguir ferrateando. Y es lo que hacemos, tras volvernos a unir a la sirga comenzamos a trepar por la chimenea, hasta que un par de grapas rojas nos ayudan para auparnos a un pequeño anfiteatro, provisto de dos anillas en la pared, que aprovechamos para ir asegurándonos conforme vamos llegando. La chimenea no pasa de IIIº, pero la mochila nos puede enredar un poco y hay que andar con cuidado.


Esperando agruparnos para continuar

De contemplación -imagen de Jose-
            Una vez aquí todos proseguimos la marcha dirigiéndonos hacia un gran orificio por el que asomarse es una sorpresa mayúscula. Salimos a la mismísima suela de la Zapatilla, y el escenario que se abre a nuestros pies es impresionante. Justo este lugar es uno en los que hay que poner mayor atención, ya que desde el mismo asome hasta la sirga hay que dar como un par de pasos que no admiten errores. Ya todos en la sirga, sólo resta ir subiendo. El primer tramo se realiza por una pequeña canal, que conforme subes va desapareciendo, quedándote a la total intemperie, pero siempre asegurado a la sirga. Le sigue una pequeña travesía diagonal hacia la izquierda, y luego otro pequeño tramo de subida, para llegar ya al término de la ferrata.

Terminando, en un entorno espectacular

Culminando por la loma herbosa
            Lo primero que te encuentras es una pequeña plataforma, en la que hay que extremar también la precaución, puesto que está abierta a tres aguas. Hacia el sur, sigue la loma, pasando por el punto a tomar para el descenso, pero como opción se puede seguir, como hacemos, para subir por marcado sendero entre la hierba y por roca los últimos metros, llegando hasta la brecha que media para llegar a la verdadera cumbre de la Zapatilla, de 2225 metros de altitud, pero que nos contentamos con pasar un rato al filo de esa brecha.

Extraordinaria panorámica -imagen de Jose-

No es para menos
            Cuando nos cansamos de revisar los montes, los horizontes y la vida que queda todavía por ellos, regresamos sobre nuestros pasos para comenzar el descenso, el vertiginoso descenso, que también está asegurado por sirga. En un cuarto de hora lo realizamos, son menos de 100 metros de desnivel hasta el collado de la Zapatilla, justo en el arranque del Tubo, que los esquiadores de nivel conocen bien. Aún hay quien se anima a auparse a la siguiente cota, como si a la conquista de la isla de Perejil se tratara.

Bajando hacia el collado

            Bajamos hasta el paso de Tortiellas y nos tiramos por la pista, buscando la base de la estación, en una extraordinaria mañana de monte, haciendo esta ferrata de la Zapatilla, variada, divertida, disfrutona, a la que le hemos metido como 7 km, que hemos recorrido en 4h 35’ de tiempo total, del que 2 horas han sido en movimiento, con un desnivel acumulado de unos 740 metros, todo ello con muy buen tiempo y muy buena compañía. Para repetir, vamos.




El track, es el del año pasado, en: http://www.wikiloc.com/wikiloc/view.do?id=13898321